El encuentro
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pedazo de cielo que podía ver desde mi ventana estaba completamente cubierto de
nubes grises, pero tenía la esperanza de que no lloviese.
Volví
a coger el libro que había abandonado sobre mi mesilla de noche y retomé la
lectura donde lo había dejado un poco antes. Y así estaba, tirada en la cama y
completamente inmersa en la lectura, cuando llamaron con fuerza a la puerta.
Sin esperar una respuesta, la puerta se abrió e Isaac entró en la habitación,
hizo una mueca y caminó hacia mi armario. Abrió la puerta de este y comenzó a
revolver mi ropa.
-¡Eh!
–protesté yo, incorporándome en la cama.
-Calla
y ponte esto –me contestó él, lanzándome una camiseta gris de tiras y unas
mallas negras, ambas cosas muy ajustadas. Solté un suspiro y cogí la ropa que
mi hermano me había arrojado –. Y date prisa, ¿quieres? Papá ha dicho que o
bajas en cinco minutos o…
-Vale,
vale –interrumpí yo, ligeramente irritada –. Ya me sé el resto. Ahora haz el
favor de marcharte.
Y
sin decir nada más se fue de la habitación, caminando lentamente y con paso
despreocupado. Cuando llegó a la puerta se paró en seco y se dio la vuelta. Me
miró a los ojos y me hizo un giño al tiempo que soltaba una risita y murmuraba
algo parecido a “claro, pequeñita”. Tuve que morderme la lengua para reprimir
la tentación de insultarle que se agolpaba en mi boca.
Me
levanté de la cama y me cambié. Me encogí con el frio que sentí con aquella
ropa tan ligera y, casi involuntariamente, eché un rápido vistazo al paisaje
que se observaba al otro lado del cristal: la hierba, todavía cubierta por una
capa de rocío, cubría el suelo por completo; los árboles, que se agitaban a los
lados con fuerza, batidas por el fuerte
viento, intentaban rozar la maraña de nubes que se amontonaban en el
firmamento; y los pocos animales que se veían eran los que todavía no habían
encontrado un lugar en el que resguardarse.
Solté
un profundo suspiro al mirarme en el espejo. No me gustaba tener que ponerme
esta ropa siempre que tenía una de las clases de mi padre. Las tiras se
juntaban tras mi cuello, y dejaban la espalda casi descubierta, cosa que era
muy práctica para que las alas se moviesen sin problemas, pero el frío, que
había empezado de forma increíblemente repentina, me calaba hasta los huesos.
Dejé que una leve risa malévola se escapase de entre mis labios al pensar en mi
hermano, que tenía que quitarse la camiseta para entrenar cada vez que
desplegaba las alas.
Bajé
las escaleras como un rayo y me encontré con que Isaac y mi padre me esperaban
ya en la puerta trasera. Mi hermano estaba vestido con un chándal viejo. No me
hacía falta ni mirarlo para saber que no llevaba ninguna otra prenda por debajo
de la chaqueta que, recordé una vez más con malicia, tendría que quitarse dentro
de poco.
-Esto…
papá –dijo Isaac tras carraspear un par de veces –, ¿no podría ponerme una de
las sudaderas que tengo adaptadas? Todavía no me he quitado la chaqueta y ya
estoy calado hasta los huesos. Sólo por hoy ¿vale?
-Isaac,
creía que eso ya había quedado claro hace tiempo. Con ropa de por medio no
podéis realizar ciertos ejercicios. Ni siquiera la que tienes más desgarradas
te permitirían volar sin problemas. Y no hay nada más que decir.
Por
una vez, apoyaba a Isaac. Habría dado lo que fuese por poder ponerme una de las
sudaderas que tenía adaptada de las alas: las que tenían unos minúsculos
agujeritos en la parte trasera, para que pudiese desplegar las alas. Pero sabía
que no podía o, al menos, eso era lo que decía mi padre y, muy en mi contra,
debía obedecer todas y cada una de las palabras que saliesen de su boca.
Corrimos a lo más profundo del bosque, a ritmo constante, empezando ya con el
entrenamiento y entrando en calor. Llegamos a una zona en la cual los arboles estaban
más separados entre ellos y papá nos ordenó a ambos que desplegásemos las alas.
No hizo falta que dijese nada más, pues los dos conocíamos el rutinario
entrenamiento al dedillo y siempre entrenábamos en el mismo lugar, de forma que
cada lugar estaba adecuado al ejercicio que íbamos a realizar. Volamos a toda
velocidad hasta llegar a un claro, en el
que reducimos la rapidez y volamos con tranquilidad y de forma uniforme en
círculos durante unos quince minutos.
La
adrenalina me inundó al principio, haciéndome sentir fuerte y hábil, pero
luego, tras el continuo ejercicio físico, el cansancio la sustituyó. Aguanté los
quince minutos de vuelo pero luego el cansancio me pudo. Descendí
arrodillándome en la hierba. Mi padre se acercó y me reprochó.
-Levántate.
¿He dicho yo que parases? –preguntó él, arrodillándose a mi lado.
-Yo…
no puedo más… -resollé, intentando coger aire.
Él
no me dijo nada más, pero se giró y llamó a mi hermano. Este se acercó a mi
padre y empezó a hablar con él en susurros, demasiado bajo como para que yo,
situada a unos cinco metros, pudiese escucharlos. Volvimos a casa y me
explicaron que habían anulado el entrenamiento porque el día se estaba nublando
demasiado y debían acabar un trabajo antes de que empezase a llover. No
concretaron qué era eso que debían hacer, pero yo tampoco lo pregunté, no me
importaba.
Llegamos
a casa. Por alguna razón, ahora me apetecía estar fuera y volar. Se me habían
agarrotado los músculos al parar tan repentinamente, así que decidí ir a
pasear. Eso sí, con ropa más abrigada. Me vestí unos vaqueros y una abrigada
sudadera verde apagado que me camuflaría con el bosque. Tenía un bolsillo con
una cremallera a un lado, para guardar las cosas sin que se me cayeran en los
vuelos. Lo aproveché para guardar mi reproductor de música.
Me
acerqué a la ventana y el viento gélido me golpeó la cara con suavidad. Me
aseguré de que nadie podía verme y salté por la ventana, desplegando las alas
para hacer efecto de paracaídas y cerrándolas justo cuando mis pies tocaron el
suelo. Mi padre me hubiese gritado de haberlo visto. Miré una vez más a ambos lados y me puse los
cascos. La música de mi grupo favorito empezó a sonar y me adentré en el bosque
dando un tranquilo paseo.
No
me dirigí a la zona este, donde solíamos entrenar, sino que me encaminé hacia
el norte. Tras unos diez minutos estaba ya bastante inmersa en el bosque como
para poder desplegar las alas. Me quité los cascos y abrí las alas a mi espalda
con suavidad. La fría brisa me acarició mientras que yo esquivaba las ramas de
los árboles. Volaba cerca del suelo, rozando la tierra con la punta de los
dedos. Casi se podía palpar la esencia del bosque: el olor a tierra húmeda lo
inundaba todo, el sonido del viento entre las ramas de los árboles y los
animales que vivían allí eran como música. Podía sentir el latido de la
naturaleza.
Volé
hasta que mis miembros se resintieron y descendí con tranquilidad, pero no
guardé las alas, las mantuve plegadas sobre la espalda mientras paseaba
lentamente. Buscaba senderos naturales por los que pasar mientras que mi mente
viajaba a otros mundos, mundos mejores, mundos imaginarios. Finalmente llegué a
un camino natural que se abría más ancho que el resto. Me estiré mientras
bostezaba y mis alas se estiraron junto con mis brazos, elevándose, al menos, un
metro sobre mi cabeza. Eran tan grandes
y blancas que todavía me abrumaban. Eran imponentes…
-¿Kat?
La
voz sonó a mi espalda, insegura y temblorosa, pero ante todo asombrada. Me giré
en redondo mientras obligaba a mis alas a desaparecer en mi espalada. Había
metido la pata, y muy hasta el fondo. Mi mente se esforzó en idear una mentira
coherente, una forma de arreglar la situación, a pesar de que sabía que no
existía ninguna. Observé a la persona que me había llamado. El joven de ojos
verdes, pelo rubio y piel aceitunada era imposible de confundir. Tenía la boca
entreabierta y sus ojos me escrutaban de pies a cabeza, sin acabar de creer lo
que acababa de contemplar. Cambió el peso de un pie a otro, como si quisiese
caminar, pero sus pies no se levantaron de la hierba que lo cubría todo.
El
latido de mi corazón y mi agitada respiración era lo único que podía escuchar
en aquel momento. No sabía qué hacer, las palabras se habían quedado atrapadas
en mi garganta y los músculos no querían reaccionar. Por irónico que resulte,
estaba asustada. Estaba, sin duda, más asustada de lo que lo estaba el chico ¿Qué
le diría a mi padre? ¿Qué le diría al joven que me observaba atónito? Una parte
de mí quería huir de allí, olvidarlo todo y obligar a otro a explicárselo a él.
Pero otra parte quería hablar con el chico, explicárselo todo (a él o a
cualquiera), desahogarse, encontrar un hombro en el que poder llorar de vez en
cuando. Una parte de mí quería abrazar a Samuel y confesárselo todo.
Pero
no me moví. No hice nada. Nos quedamos observándonos el uno al otro, como
estatuas que no tienen nada más importante que hacer en su existencia,
congeladas de por vida con el único fin de mirarse mutuamente. Una pequeña parte de mi decidió reaccionar.
-Em…
esto tiene una explicación –tartamudeé, acercándome de forma indecisa a Samuel
–Todo tiene una explicación –repetí. Pero… ¿de verdad la tenía? Ni siquiera me
lo podía explicar a mí, así que, ¿cómo se lo explicaría a él?
Aunque
esperaba que se alejase de mí, él permaneció en el mismo lugar, sin inmutarse.
-Yo…
puedo explicártelo –repetía de forma mecánica, sin poder pensar algo mejor. Estaba en un estado cercano al shock –Lo que has visto es… es… No es lo que
parece. Por favor, escúchame. Esto no lo puede saber nadie, tiene que quedar
entre nosotros. Te lo explicaré, te lo juro, pero no… no te asustes, por favor. Sé que ahora te parecerá extraño pero… pero…
-sabía que mi explicación sonaba de forma patética, pero no era posible
explicarle a alguien lo que había pasado apenas unos instantes antes.
Esperé
a su reacción. Increíblemente, una sonrisa apareció en sus labios. No conseguía
entenderlo. Iba a retomar mis explicaciones, pero él levantó un dedo,
haciéndome callar.
-Shhh…
Oh, Kat, sabía que eras especial –rió él. Las carcajadas salían a raudales de
su boca, eran carcajadas profundas que me desconcertaron por completo. Pero
Samuel no prestó atención a mi reacción siguió riendo y, tras coger aire un par
de veces, me miró con una gran sonrisa en el rostro. Estaba totalmente
desubicada, no conseguía comprender su reacción.
Y
entonces pasó.
Todo
en aquel instante cobró sentido. Dio unos pasos hacia mí, moviendo los hombros
y dos enormes abanicos blancos se desplegaron junto a sus omóplatos. Me miró
con seriedad y esperó mi reacción, pero no hice ni un solo gesto. Mi corazón se había quedado paralizado de repente,
mis ojos estaban abiertos como platos contemplando las enormes alas que acaban
de aparecer en su espalda. Nunca había visto una belleza semejante.
En
el pasado había admirado las alas de otros ángeles y arcángeles, por su brillo,
su tamaño o su imponencia. Pero aquellas alas eran algo que no había visto
nunca. No sabría decir que era lo distinto, pero me abrumaban. Todo, las alas y
el joven, hacía que el conjunto fuese explosivo. No podía dejar de admirarlo y
él era consciente de ello. Fijó sus verdes ojos en los míos y se humedeció los
labios con la lengua. Una de las comisuras de la boca se alzó.
-Bueno
–dijo él avanzando otra vez más hacia
mí, hasta situarse a escasos centímetros de mí, tan cerca que podía sentir el
calor que desprendía su cuerpo -, ¿sorprendida?
-¡Es
increíble! –exclamé, con sonriendo de oreja a oreja – Yo…
No
pude continuar porque Samuel se acercó a mí y me estrechó con sus fuertes
brazos contra su pecho mientras reía. Podía sentir su fortalecido y cálido
cuerpo pegado al mío; su pelo rubio rozando mi cara, que se hallaba sobre su
hombro; sus suaves, pero fuertes manos rodeándome la cintura y acariciándomela
con suavidad. Al principio no reaccioné pero finalmente estreché su cuello con
suavidad. Una de mis manos rozó accidentalmente sus enormes alas blancas y
sostuve entre mis dedos una de sus sedosas plumas. La acaricié con la punta de
los dedos, disfrutando de su suavidad. Poco a poco fui posando toda mi mano
sobre sus alas y las acaricié lentamente, recorriéndolas en toda su grandeza.
Me pareció sentir algo similar a un estremecimiento por parte de Samuel, pero
no lo podría asegurar porque estaba demasiado concentrada en el suave tacto de
sus alas.
Permanecimos
en esa posición durante un tiempo y luego, como si hubiésemos recibido una
señal, ambos nos separamos lentamente. Mis manos se fueron escurriendo de sus
alas y se deslizaron hasta quedar apoyadas en sus hombros. Y las suyas, por su
parte, se deslizaron hacia mis caderas y reposaron allí mientras nuestras
miradas se cruzaban e iniciábamos una intensa charla a base de las incontables
preguntas cuyas respuestas saciarían nuestra curiosidad.
SUPER GUAY; y muy interesante, era de esperar.
ResponderEliminarSigue así!!
Muakis
¡Qué bonito! :)
ResponderEliminarMe ha encantado :3
ResponderEliminarSigue escribiendo :3
mmm ¿y él tiene una misión?
ResponderEliminarPor cierto, creo que ya te lo dije, pero querría saber más del hermano de Kat, es un tipo muy extraño...
A sido genial Laura enserio, sube pronto :)
ResponderEliminarAaa y otra cosa pasate por mi blog por que tienes un premio ;)
hola!! acabo de seguirte!! me parece muy interesante tu historia y me gustaría saber mas.. ya tengo ganas del siguiente capitulo!!
ResponderEliminarah! sobre la encuentra yo creo que sí que estaria bien que publicases relatos cortos es algo compatible y así cambias, que a veces es bueno cambiar y luego volver a la historia y asi no estas tan saturada (o eso me pasa a mi, pero eso claro depende de la persona jeje)
por cierto, te invito a que te pases por mi blog, que recién empecé a subir capitulos.
http://magicangy.blogspot.com
Un besoo
ooooooooooohhhhhhhhhhhhhhhh!!! *-* que mega-sorpresa me llevé y q-que bonito...!
ResponderEliminarTal y como pensaba, la imaginación es la mejor aliada. Y tú imaginación es un don :) sigue así.
¡Lo sabíaaaa! Sam es tan encantador :) Mi capítulo favorito por ahora, de lejos. Encima, tus descripciones le dan ese toque... ya quiero ver cómo queda esta parejita >w<
ResponderEliminarEste capítulo es genial! Sabía que iba a ser como ella, son ideales. Voy a leer el siguiente :)
ResponderEliminarHola Laura! Y ohhh, ¡fue hermoso! Más que hermoso, fue magnifico este capítulo. Bueno, quizá Samuel no sea tan malo >.<.
ResponderEliminarMe gustaron muchísimo tus descripciones, y hasta pude sentir la suavidad de las alas de Samuel, así que felicidades por escribir tan bien, y trasmitir tanto. La última escena fue adorable. Muchísimas gracias por compartir tu novela, gracias por permitirme naufragar en ese maravilloso mundo que has creado.
Seguiré leyendo.
Jolines, si ya me lo olía yo ^^ Pero, ¿quién es Samuel, además de un ángel que ha aparecido casi de la nada? De nuevo me han encantado tus descripciones. La acción de la trama transcurre con tanta fluidez que asombra. Las escenas de vuelo son estupendas, y he pillado algo raro en la actitud de Isaac para con Kat. Me pregunto si se le habrá contagiado ese resentimiento que tiene su padre por Kat :(
ResponderEliminarAIS QUE ESCENA MÁS BONITA.
ResponderEliminarAunque ya había leído antes tu novela, me he puesto hasta nerviosa cuando Samuel descubrió a Kat. Y el final ha sido precioso (L)