domingo, 10 de febrero de 2013

Capítulo 7




El   encuentro
E
l pedazo de cielo que podía ver desde mi ventana estaba completamente cubierto de nubes grises, pero tenía la esperanza de que no lloviese.
Volví a coger el libro que había abandonado sobre mi mesilla de noche y retomé la lectura donde lo había dejado un poco antes. Y así estaba, tirada en la cama y completamente inmersa en la lectura, cuando llamaron con fuerza a la puerta. Sin esperar una respuesta, la puerta se abrió e Isaac entró en la habitación, hizo una mueca y caminó hacia mi armario. Abrió la puerta de este y comenzó a revolver mi ropa.
-¡Eh! –protesté yo, incorporándome en la cama.
-Calla y ponte esto –me contestó él, lanzándome una camiseta gris de tiras y unas mallas negras, ambas cosas muy ajustadas. Solté un suspiro y cogí la ropa que mi hermano me había arrojado –. Y date prisa, ¿quieres? Papá ha dicho que o bajas en cinco minutos o…
-Vale, vale –interrumpí yo, ligeramente irritada –. Ya me sé el resto. Ahora haz el favor de marcharte.
Y sin decir nada más se fue de la habitación, caminando lentamente y con paso despreocupado. Cuando llegó a la puerta se paró en seco y se dio la vuelta. Me miró a los ojos y me hizo un giño al tiempo que soltaba una risita y murmuraba algo parecido a “claro, pequeñita”. Tuve que morderme la lengua para reprimir la tentación de insultarle que se agolpaba en mi boca.   
Me levanté de la cama y me cambié. Me encogí con el frio que sentí con aquella ropa tan ligera y, casi involuntariamente, eché un rápido vistazo al paisaje que se observaba al otro lado del cristal: la hierba, todavía cubierta por una capa de rocío, cubría el suelo por completo; los árboles, que se agitaban a los lados con fuerza, batidas  por el fuerte viento, intentaban rozar la maraña de nubes que se amontonaban en el firmamento; y los pocos animales que se veían eran los que todavía no habían encontrado un lugar en el que resguardarse.
Solté un profundo suspiro al mirarme en el espejo. No me gustaba tener que ponerme esta ropa siempre que tenía una de las clases de mi padre. Las tiras se juntaban tras mi cuello, y dejaban la espalda casi descubierta, cosa que era muy práctica para que las alas se moviesen sin problemas, pero el frío, que había empezado de forma increíblemente repentina, me calaba hasta los huesos. Dejé que una leve risa malévola se escapase de entre mis labios al pensar en mi hermano, que tenía que quitarse la camiseta para entrenar cada vez que desplegaba las alas.
Bajé las escaleras como un rayo y me encontré con que Isaac y mi padre me esperaban ya en la puerta trasera. Mi hermano estaba vestido con un chándal viejo. No me hacía falta ni mirarlo para saber que no llevaba ninguna otra prenda por debajo de la chaqueta que, recordé una vez más con malicia, tendría que quitarse dentro de poco.
-Esto… papá –dijo Isaac tras carraspear un par de veces –, ¿no podría ponerme una de las sudaderas que tengo adaptadas? Todavía no me he quitado la chaqueta y ya estoy calado hasta los huesos. Sólo por hoy ¿vale?
-Isaac, creía que eso ya había quedado claro hace tiempo. Con ropa de por medio no podéis realizar ciertos ejercicios. Ni siquiera la que tienes más desgarradas te permitirían volar sin problemas. Y no hay nada más que decir.
Por una vez, apoyaba a Isaac. Habría dado lo que fuese por poder ponerme una de las sudaderas que tenía adaptada de las alas: las que tenían unos minúsculos agujeritos en la parte trasera, para que pudiese desplegar las alas. Pero sabía que no podía o, al menos, eso era lo que decía mi padre y, muy en mi contra, debía obedecer todas y cada una de las palabras que saliesen de su boca. Corrimos a lo más profundo del bosque, a ritmo constante, empezando ya con el entrenamiento y entrando en calor. Llegamos a una zona en la cual los arboles estaban más separados entre ellos y papá nos ordenó a ambos que desplegásemos las alas. No hizo falta que dijese nada más, pues los dos conocíamos el rutinario entrenamiento al dedillo y siempre entrenábamos en el mismo lugar, de forma que cada lugar estaba adecuado al ejercicio que íbamos a realizar. Volamos a toda velocidad  hasta llegar a un claro, en el que reducimos la rapidez y volamos con tranquilidad y de forma uniforme en círculos durante unos quince minutos.
La adrenalina me inundó al principio, haciéndome sentir fuerte y hábil, pero luego, tras el continuo ejercicio físico, el cansancio la sustituyó. Aguanté los quince minutos de vuelo pero luego el cansancio me pudo. Descendí arrodillándome en la hierba. Mi padre se acercó y me reprochó.
-Levántate. ¿He dicho yo que parases? –preguntó él, arrodillándose a mi lado.
-Yo… no puedo más… -resollé, intentando coger aire.
Él no me dijo nada más, pero se giró y llamó a mi hermano. Este se acercó a mi padre y empezó a hablar con él en susurros, demasiado bajo como para que yo, situada a unos cinco metros, pudiese escucharlos. Volvimos a casa y me explicaron que habían anulado el entrenamiento porque el día se estaba nublando demasiado y debían acabar un trabajo antes de que empezase a llover. No concretaron qué era eso que debían hacer, pero yo tampoco lo pregunté, no me importaba.
Llegamos a casa. Por alguna razón, ahora me apetecía estar fuera y volar. Se me habían agarrotado los músculos al parar tan repentinamente, así que decidí ir a pasear. Eso sí, con ropa más abrigada. Me vestí unos vaqueros y una abrigada sudadera verde apagado que me camuflaría con el bosque. Tenía un bolsillo con una cremallera a un lado, para guardar las cosas sin que se me cayeran en los vuelos. Lo aproveché para guardar mi reproductor de música.
Me acerqué a la ventana y el viento gélido me golpeó la cara con suavidad. Me aseguré de que nadie podía verme y salté por la ventana, desplegando las alas para hacer efecto de paracaídas y cerrándolas justo cuando mis pies tocaron el suelo. Mi padre me hubiese gritado de haberlo visto.  Miré una vez más a ambos lados y me puse los cascos. La música de mi grupo favorito empezó a sonar y me adentré en el bosque dando un tranquilo paseo.
No me dirigí a la zona este, donde solíamos entrenar, sino que me encaminé hacia el norte. Tras unos diez minutos estaba ya bastante inmersa en el bosque como para poder desplegar las alas. Me quité los cascos y abrí las alas a mi espalda con suavidad. La fría brisa me acarició mientras que yo esquivaba las ramas de los árboles. Volaba cerca del suelo, rozando la tierra con la punta de los dedos. Casi se podía palpar la esencia del bosque: el olor a tierra húmeda lo inundaba todo, el sonido del viento entre las ramas de los árboles y los animales que vivían allí eran como música. Podía sentir el latido de la naturaleza.
Volé hasta que mis miembros se resintieron y descendí con tranquilidad, pero no guardé las alas, las mantuve plegadas sobre la espalda mientras paseaba lentamente. Buscaba senderos naturales por los que pasar mientras que mi mente viajaba a otros mundos, mundos mejores, mundos imaginarios. Finalmente llegué a un camino natural que se abría más ancho que el resto. Me estiré mientras bostezaba y mis alas se estiraron junto con mis brazos, elevándose, al menos, un  metro sobre mi cabeza. Eran tan grandes y blancas que todavía me abrumaban. Eran imponentes…
-¿Kat?
La voz sonó a mi espalda, insegura y temblorosa, pero ante todo asombrada. Me giré en redondo mientras obligaba a mis alas a desaparecer en mi espalada. Había metido la pata, y muy hasta el fondo. Mi mente se esforzó en idear una mentira coherente, una forma de arreglar la situación, a pesar de que sabía que no existía ninguna. Observé a la persona que me había llamado. El joven de ojos verdes, pelo rubio y piel aceitunada era imposible de confundir. Tenía la boca entreabierta y sus ojos me escrutaban de pies a cabeza, sin acabar de creer lo que acababa de contemplar. Cambió el peso de un pie a otro, como si quisiese caminar, pero sus pies no se levantaron de la hierba que lo cubría todo.
El latido de mi corazón y mi agitada respiración era lo único que podía escuchar en aquel momento. No sabía qué hacer, las palabras se habían quedado atrapadas en mi garganta y los músculos no querían reaccionar. Por irónico que resulte, estaba asustada. Estaba, sin duda, más asustada de lo que lo estaba el chico ¿Qué le diría a mi padre? ¿Qué le diría al joven que me observaba atónito? Una parte de mí quería huir de allí, olvidarlo todo y obligar a otro a explicárselo a él. Pero otra parte quería hablar con el chico, explicárselo todo (a él o a cualquiera), desahogarse, encontrar un hombro en el que poder llorar de vez en cuando. Una parte de mí quería abrazar a Samuel y confesárselo todo.
Pero no me moví. No hice nada. Nos quedamos observándonos el uno al otro, como estatuas que no tienen nada más importante que hacer en su existencia, congeladas de por vida con el único fin de mirarse mutuamente.  Una pequeña parte de mi decidió reaccionar.
-Em… esto tiene una explicación –tartamudeé, acercándome de forma indecisa a Samuel –Todo tiene una explicación –repetí. Pero… ¿de verdad la tenía? Ni siquiera me lo podía explicar a mí, así que, ¿cómo se lo explicaría a él?
Aunque esperaba que se alejase de mí, él permaneció en el mismo lugar, sin inmutarse.
-Yo… puedo explicártelo –repetía de forma mecánica, sin poder pensar algo mejor. Estaba en un estado cercano al shock –Lo que has visto es… es… No es lo que parece. Por favor, escúchame. Esto no lo puede saber nadie, tiene que quedar entre nosotros. Te lo explicaré, te lo juro, pero no… no te asustes, por favor.  Sé que ahora te parecerá extraño pero… pero… -sabía que mi explicación sonaba de forma patética, pero no era posible explicarle a alguien lo que había pasado apenas unos instantes antes.
Esperé a su reacción. Increíblemente, una sonrisa apareció en sus labios. No conseguía entenderlo. Iba a retomar mis explicaciones, pero él levantó un dedo, haciéndome callar.
-Shhh… Oh, Kat, sabía que eras especial –rió él. Las carcajadas salían a raudales de su boca, eran carcajadas profundas que me desconcertaron por completo. Pero Samuel no prestó atención a mi reacción siguió riendo y, tras coger aire un par de veces, me miró con una gran sonrisa en el rostro. Estaba totalmente desubicada, no conseguía comprender su reacción.
Y entonces pasó.
Todo en aquel instante cobró sentido. Dio unos pasos hacia mí, moviendo los hombros y dos enormes abanicos blancos se desplegaron junto a sus omóplatos. Me miró con seriedad  y esperó mi reacción, pero no hice ni un solo gesto. Mi corazón se había quedado paralizado de repente, mis ojos estaban abiertos como platos contemplando las enormes alas que acaban de aparecer en su espalda. Nunca había visto una belleza semejante.
En el pasado había admirado las alas de otros ángeles y arcángeles, por su brillo, su tamaño o su imponencia. Pero aquellas alas eran algo que no había visto nunca. No sabría decir que era lo distinto, pero me abrumaban. Todo, las alas y el joven, hacía que el conjunto fuese explosivo. No podía dejar de admirarlo y él era consciente de ello. Fijó sus verdes ojos en los míos y se humedeció los labios con la lengua. Una de las comisuras de la boca se alzó.
-Bueno –dijo él avanzando otra vez más  hacia mí, hasta situarse a escasos centímetros de mí, tan cerca que podía sentir el calor que desprendía su cuerpo -, ¿sorprendida?
-¡Es increíble! –exclamé, con sonriendo de oreja a oreja – Yo…
No pude continuar porque Samuel se acercó a mí y me estrechó con sus fuertes brazos contra su pecho mientras reía. Podía sentir su fortalecido y cálido cuerpo pegado al mío; su pelo rubio rozando mi cara, que se hallaba sobre su hombro; sus suaves, pero fuertes manos rodeándome la cintura y acariciándomela con suavidad. Al principio no reaccioné pero finalmente estreché su cuello con suavidad. Una de mis manos rozó accidentalmente sus enormes alas blancas y sostuve entre mis dedos una de sus sedosas plumas. La acaricié con la punta de los dedos, disfrutando de su suavidad. Poco a poco fui posando toda mi mano sobre sus alas y las acaricié lentamente, recorriéndolas en toda su grandeza. Me pareció sentir algo similar a un estremecimiento por parte de Samuel, pero no lo podría asegurar porque estaba demasiado concentrada en el suave tacto de sus alas.
Permanecimos en esa posición durante un tiempo y luego, como si hubiésemos recibido una señal, ambos nos separamos lentamente. Mis manos se fueron escurriendo de sus alas y se deslizaron hasta quedar apoyadas en sus hombros. Y las suyas, por su parte, se deslizaron hacia mis caderas y reposaron allí mientras nuestras miradas se cruzaban e iniciábamos una intensa charla a base de las incontables preguntas cuyas respuestas saciarían nuestra curiosidad.

12 comentarios:

  1. SUPER GUAY; y muy interesante, era de esperar.
    Sigue así!!
    Muakis

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  2. Me ha encantado :3
    Sigue escribiendo :3

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  3. mmm ¿y él tiene una misión?
    Por cierto, creo que ya te lo dije, pero querría saber más del hermano de Kat, es un tipo muy extraño...

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  4. A sido genial Laura enserio, sube pronto :)
    Aaa y otra cosa pasate por mi blog por que tienes un premio ;)

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  5. hola!! acabo de seguirte!! me parece muy interesante tu historia y me gustaría saber mas.. ya tengo ganas del siguiente capitulo!!
    ah! sobre la encuentra yo creo que sí que estaria bien que publicases relatos cortos es algo compatible y así cambias, que a veces es bueno cambiar y luego volver a la historia y asi no estas tan saturada (o eso me pasa a mi, pero eso claro depende de la persona jeje)
    por cierto, te invito a que te pases por mi blog, que recién empecé a subir capitulos.
    http://magicangy.blogspot.com
    Un besoo

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  6. ooooooooooohhhhhhhhhhhhhhhh!!! *-* que mega-sorpresa me llevé y q-que bonito...!
    Tal y como pensaba, la imaginación es la mejor aliada. Y tú imaginación es un don :) sigue así.

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  7. ¡Lo sabíaaaa! Sam es tan encantador :) Mi capítulo favorito por ahora, de lejos. Encima, tus descripciones le dan ese toque... ya quiero ver cómo queda esta parejita >w<

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  8. Este capítulo es genial! Sabía que iba a ser como ella, son ideales. Voy a leer el siguiente :)

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  9. Hola Laura! Y ohhh, ¡fue hermoso! Más que hermoso, fue magnifico este capítulo. Bueno, quizá Samuel no sea tan malo >.<.
    Me gustaron muchísimo tus descripciones, y hasta pude sentir la suavidad de las alas de Samuel, así que felicidades por escribir tan bien, y trasmitir tanto. La última escena fue adorable. Muchísimas gracias por compartir tu novela, gracias por permitirme naufragar en ese maravilloso mundo que has creado.
    Seguiré leyendo.

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  10. Jolines, si ya me lo olía yo ^^ Pero, ¿quién es Samuel, además de un ángel que ha aparecido casi de la nada? De nuevo me han encantado tus descripciones. La acción de la trama transcurre con tanta fluidez que asombra. Las escenas de vuelo son estupendas, y he pillado algo raro en la actitud de Isaac para con Kat. Me pregunto si se le habrá contagiado ese resentimiento que tiene su padre por Kat :(

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  11. AIS QUE ESCENA MÁS BONITA.
    Aunque ya había leído antes tu novela, me he puesto hasta nerviosa cuando Samuel descubrió a Kat. Y el final ha sido precioso (L)

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