miércoles, 13 de febrero de 2013

Capítulo 8



Dos centímetros
E
l tiempo parecía volar mientras paseábamos tranquilamente por el bosque, conversando como si fuésemos viejos conocidos. Tras caminar durante un poco, llegamos a un pequeño claro en el que nunca había estado. Ambos desplegamos las alas y volamos tranquilamente por él antes de asentamos allí. Sentados en la hierba continuábamos nuestra conversación entre risas. Intercambiábamos preguntas y respuestas amenamente, conociéndonos poco a poco, mientras los minutos pasaban por delante de nosotros sin afectarnos, como si estuviésemos en el interior de una burbuja impenetrable.
-Entonces, lo del otro día con Jack y Chris ¿lo hiciste con tus “poderes” de arcángel? –pregunté yo en cierto momento de la conversación, dibujando unas comillas en el aire con los dedos. Ahora tenía sentido.
-¿Qué?
-Lo de la mirada amenazadora, por decirlo así. En la clase de gimnasia, cuando esos dos… “anormales” se metieron con Simon –aclaré yo. Me enfadaba solo de pensar en ello -¿Cómo lo hiciste?
-Digamos que tengo un entrenamiento muy duro –me contestó.
Aunque yo también tenía un duro entrenamiento, nunca había escuchado hablar de que se podía hacer eso. Nunca había oído hablar de ese tipo de capacidades. Había abierto la boca para preguntarle como lo hacía, pero Samuel me interrumpió con otra pregunta:
-¿Y tus alas? Tú eres un arcángel ¿verdad, Kat? Pero, ¿cómo? –preguntó él. Lo soltó de corrido, como si hablase del tiempo, pero no era difícil darse cuenta del desconcierto que teñía su voz, ni de que antes o después acabaría preguntando eso.
-Bueno… -le sonreí con timidez –Es una larga historia –dije yo, recordando lo que me había dicho mi madre. No me gustaba hablar de esa historia. Tras pensarlo unos segundos caí en la cuenta de  que nunca lo había hablado con nadie, aparte de mi familia, y en ninguna ocasión me había servido de mucho. Quizá me sentase bien.
-No te preocupes, tenemos tiempo –dijo con picardía.
Solté un suspiro y comencé mi narración. Le expliqué la historia de amor de mis padres, el nacimiento de mi hermano y el mío propio. Samuel me escuchaba con atención, mirándome fijamente a los ojos, mientras su mano daba vueltas a una hierba. Cuando terminé mi relato mi mente se había sumergido en los recuerdos y mi mirada se había perdido en el infinito. Samuel me seguía observando y entonces me preguntó algo que yo llevaba años esperando poder explicar:
-¿Y qué sientes respecto a eso, Kat? ¿Necesitas hablarlo?
Una lágrima afloró a mis ojos y evité que cayese pestañeando con rapidez. Me tumbé en la hierba y miré al cielo. Le conté como me había sentido cuando lo había descubierto, la forma en la que un sentimiento de superioridad, de poder comerme el mundo, me abrumó. Le hablé de como la realidad me había golpeado y como había intentado superar los golpes. Que me sentía como una extraña en mi propia casa, como una huérfana. El miedo que sentía hacia lo desconocido, lo mal que me sentía con lo conocido, esa incómoda sensación que tenía de no conocerme a mí misma… Me desahogué, dije cosas que nunca pensé que diría a nadie, que ni siquiera había conseguido asimilar yo misma, y al final no pude contener un par de lágrimas, que rodaron silenciosamente por mis mejillas.
Samuel se había tumbado a mi lado y al ver las lágrimas, se incorporó sobre un codo y con la otra mano las quitó de mi cara. Fue una suave caricia, con la punta de los dedos. Me estremecí al sentir su contacto y cerré los ojos unos segundos. Cuando los abrí me encontré a el joven mirándome con una sonrisa dulce y ojos suaves.
-¿Estás bien? Oye, Kat, yo no te conozco mucho, pero sé que no mereces sentirte así –me dijo con voz suave mientras acariciaba mi mejilla con delicadeza –. Entiendo lo duro que debe de ser esto para ti, y quiero que sepas que estaré aquí si te hace falta, pero, por ahora, no puedes cambiar lo que pasó. Lo único que puedes hacer es intentar no preocuparte, ser como eres y mantenerte alta. Sé que es difícil, yo tampoco soy la persona más afortunada del mundo ¿sabes?
Su mirada pareció perderse durante un segundo, como lo había estado la mía antes. Me levanté de mi posición y me senté a su lado, observándolo con mirada inquisitiva. Él me devolvió la mirada, pero en lugar de explicarme a qué se refería con esa expresión, hizo un gesto despreocupado con la mano y sacudió la cabeza mientras murmuraba:
-Ya ha habido demasiadas charlas tristes por hoy, ¿no crees?  Si te soy sincero –dijo poniéndose en pie y tendiéndome una mano para ayudarme a copiar su gesto –, ahora me apetece correr ¿Te hace una carrera?
Asentí con la cabeza, mientras él imponía una única norma: Nada de alas. Me señaló un árbol al otro lado del claro. Ida y vuelta. Me dispuse a dar la salida:
-A la de tres. Una… ¡Tres! – chillé mientras echaba a correr hacia el árbol.
-¡Eh! –exclamó Samuel a mi espalda –¡Eso no es justo! ¡Es trampa!
-¡No! –le reproché yo, dejando escapar una risita, pero sin dejar de correr –¡No he usado las alas!
Podía escuchar sus pasos cada vez más cerca de mí, así que apuré un poco más el paso. Mis piernas me reprocharon el ejercicio, pero yo me sentía bien. Me permití el lujo de mirar hacia atrás y realmente me sorprendió lo cerca que tenía a Samuel. Era muy rápido y me pareció oírle murmurar algo así como “tú lo has querido”.
De repente el joven pegó un salto y me aterrizó sobre mí, haciendo que ambos cayésemos al suelo dando vueltas, mientras que yo profería grititos ahogados que poco a poco se transformaron en carcajadas que se fundieron con las suyas. Nuestros cuerpos rodaban por la hierba agarrados, el uno sobre el otro.
-¡Suéltame! –rogué a Samuel inútilmente entre risas -¡Voy a ganar de todas formas!
Mis manos golpearon su pecho mientras dábamos la última vuelta sobre el suelo, y él aumentó el agarre de sus brazos contra mi espalda, dejando los míos atrapados entre nuestros torsos. Estaba inmovilizada. Me removí en un último y desesperado intento por liberarme de su férreo agarre, pero no tardé en desistir de mi empeño. Habíamos dejado de rodar y finalmente yo había terminado sobre su pecho. El cansancio me impedía zafarme de su sujeción y definitivamente me rendí a su opresión. En ese momento su inquebrantable apretón se aflojó a mi alrededor, convirtiéndolo en un suave y tierno abrazo, sujetándome con delicadeza  la cintura mientras que mis manos acariciaban su perfectamente musculado torso en una caricia cariñosa. Mis dedos repasaban cada centímetro de su pecho con un delicioso estremecimiento. Una única tela separaba mi dedo de su piel. Tenía la mirada perdida en los movimientos de mis manos cuando decidí dirigirla hacia la cara de Samuel.
Y entonces el mundo se tambaleó y desapareció.
Sus ojos verdes me escrutaban y yo me sumí en ellos. Una sensación de calidez me golpeó por dentro cuando quitó una mano de mi cintura para acariciarme cara. La punta de sus dedos rozó mi mejilla y yo cerré los ojos para disfrutar de su contacto, al tiempo que una pequeña sonrisa de placer surgía de mis labios. También él sonreía cuando volví a mirarle. Sus ojos se tiñeron de una dulzura que me hizo temblar. Me sentía tan bien mirando sus ojos, abrazándole. Me sentía tan bien que apenas era consciente de que ambos estábamos inclinando nuestra cabeza hacia el otro, entreabriendo los labios, cerrando los ojos…
Podía sentir su aliento, cálido y delicado, sobre mi cara. Nuestras bocas apenas estaban a dos centímetros de distancia. Y quería eliminar esa distancia. Quería besarle. Anhelaba sus labios, le necesitaba para mí, quería ser la única persona que gozase de su amor.
Y la solución a todos mis problemas se encontraba a dos centímetros…
No.
Me liberé de su abrazo y caí en la hierba, observándolo con ojos tristes y negando con la cabeza. No podía hacerlo. No le conocía en absoluto. Y yo no besaba a desconocidos. Es más, yo nunca había besado a nadie en todo el sentido de la palabra. Había intercambiado algún que otro pico con Nathan en alguna ocasión, pero nunca nada que pudiese considerarse un verdadero beso.
Me puse en pie y me sacudí la hierba de los pantalones al tiempo que farfullaba excusas incoherentes y me daba media vuelta para marcharme. Samuel hizo amago de detenerme, pero, finalmente, me dejó marchar sin decir nada. Aquella situación no era cómoda para ninguno de los dos y sabía que lo mejor era dejarme ir. Podía sentir sus ojos ansiosos clavados en mi espalda, pero su mirada no me resultaba perturbadora, a diferencia de la de mi padre o mi hermano, era agradable sentirla recorriendo mi columna. En cuanto salí del claro y me perdí entre los árboles desplegué las alas y empecé a volar a toda velocidad hacia mi casa. La foresta me engulló mientras que yo avanzaba entre los árboles, convertidos  en manchas borrosas a mi alrededor, que yo esquivaba con destreza. Frené en seco. La arboleda me rodeaba, fría, tenebrosa e inquietante. No me gustaba, pero me senté en el suelo de todas formas. ¿A dónde iba a ir? Lo último que necesitaba ahora era volver a casa y aguantar a mi familia.  Tras pensarlo unos segundos decidí quedarme allí. Me llevé la mano al bolsillo, pensando que un poco de música podría hacer que ese lugar pareciese menos tétrico. Busqué el tirador de cremallera para abrirla y descubrí horrorizada que el bolsillo ya estaba abierto. Metí la mano de forma insegura y no encontré nada. Mierda, lo había perdido. Solté un suspiro dudando si debía ir a buscarlo al claro. La idea de volver a ver  Samuel en aquel momento se me antojaba incómoda, pero una parte de mí quería volver allí y terminar el trabajo que había dejado a medias. Sacudí la cabeza para deshacerme de esa idea.
Lo mejor sería que esperase allí sentada un poco mientras intentaba aclarar mis pensamientos. Tras respirar un par de veces y recuperar la tranquilidad me repetí la pregunta: ¿A dónde debía ir? Y entonces la respuesta vino a mí, desde el cielo. Una gota primero y otra después. Y luego muchas más.
Ahora que tenía la mente clara tenía que aceptar que lo mejor sería volver a casa, por mucho que me desagradara. Cuando llegué al pequeño portal trasero tenía la ropa empapada y pegada al cuerpo. Entré rápidamente en casa y el calor de los radiadores me acarició la piel empapada. Corrí silenciosamente hacia mi habitación, evitando cruzarme con nadie. Las escaleras aparecieron ante mí y las subí cuidadosamente, mientras contenía el aliento y miraba atrás a cada paso para asegurarme de que no había nadie. Llegué a mi habitación y solté un suspiro. Aunque pensé en cambiarme de ropa, finalmente opté por darme una ducha. Me ayudaría a relajarme. Y a aclarar ideas. Si había algo que tenía claro era que el mejor lugar para pensar era la ducha.
La ducha de agua caliente me ayudó a aclarar la mente mientras que un suave aroma a frutas, procedente del champú, inundaba el cubículo. La música que había puesto antes de meterme en la ducha resonaba en el cuarto de  baño,  canción a canción, nota a nota.

El agua seguía golpeando los cristales de mis ventanas. Al final había llovido, por lo que mi intuición para predecir el tiempo había fallado una vez más. Pero no me sorprendía. Y tampoco me importaba. Mi mente vagaba de nuevo más allá de los cristales y, sumergida por competo en mis pensamientos como estaba, pegué un pequeño salto cuando la puerta se abrió con violencia y me encontré a mi hermano entrando descaradamente en mi habitación.
-¿Qué quieres? –dije, volviéndome hacia él mientras que se sentaba en el borde de mi cama y daba vueltas entre los dedos a una goma de pelo que tenía al lado.
-¿Dónde has estado? –inquirió sin levantar la vista de la goma. Hizo un gesto despreocupado con la mano. Obviamente, no le importaba –Bah, da igual. El caso es que ha venido uno de tus amiguitos a hablar contigo, subí a buscarte y no estabas. Y ahora he escuchado la música y pensé que debería venir a avisarte. ¡Cómo para que digas que soy mal hermano!
-¿Quién era, Isaac? –dije en tono cortante.
-Mmm… ¿Cómo se llamaba? Tu amigo el del pelo castaño, joder. Ese que tenía los ojos… No lo sé, cariño, ¿qué quieres que haga? Es un poco más bajo que yo… Ese que tiene un hoyuelo aquí, cielo–dijo, posando un dedo sobre su barbilla.
-¿Nathan? ¿Te dijo algo?
-¡Ese! Nathan, ese era. Y no, no me dijo nada, solo que ya hablaría contigo otro día. Un momento… ¿Ese no era tu amiguito, princesa? –dijo enfatizando la palabra “amiguito”.
Era. Pasado. Los dos lo habíamos dejado claro. Pero, entonces, ¿por qué había venido? ¿Por qué quería verme después de lo que me dijo el otro día? Solo habían pasado un par de días desde nuestra última conversación y me había dejado muy claro que no quería verme por el momento. Sentí algo en el estomago, una necesidad de verle. Lo único que quería era aclarar las cosas. Mi mente empezó a barajar opciones por la cual podría haber venido, y la opción de que quisiese hacer las paces me inundó por dentro, pero me obligué a mantener la cabeza fría. No quería llevarme desilusiones.
Mi hermano dejó escapar una risita mientras que lo fulminaba con la mirada. No contesté a su pregunta. Se levantó sin dedicarme una palabra, con la boca curvada en una sonrisa maliciosa en los labios.
En cuanto la puerta se cerró tras de sí, me deje caer sobre la cama y cerré los ojos.
Tenía mucho que asimilar.

16 comentarios:

  1. Ojjj que dificil... Nathan es un amor, pero Samuel también. ¿Pero y si ella solo se está dejando llevar por su atracción hacia un ángel, como ella? ¿Y si realmente está enamorada de Nathan?

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  2. Samuel hace mejor pareja con Kat. Además, ya le gustaba antes de saber que era un ángel. Yo a eso lo llamo destino :) aunque Nathan...se ve que Kat también lo aprecia. Bueno, en cualquier caso, me encanta! :))))))))))))))

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  3. como me gustaría a mi también desplegar mis alas y volar!!

    por cierto, que font es la del titulo??, porque me encanta!!

    sigue así, está muy bien!!

    Un besooo

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    1. Sí, ¿verdad? Como yo tampoco puedo hacerlo, me dedico a escribirlo ;P
      La font es "Parchment" :)

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    2. muchas gracias! :) me la apunto!! :)

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  4. Guapa !!! Vaya historia.
    Me gusta muchísimo, además escribes de una forma muy bonita.
    Lo único que no me gusta (pero es un capricho mío nada mas, no le hagas mucho caso) es que los capítulos sean tan largos AARRGGHH
    Además, sabes por qué decidí seguirte y leer la historia ? Por el título. Me encanta todo lo que tenga que ver con ángeles :D

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    1. Sí, yo también he pensado que son algo largos, pero estos (y algunos más) ya los tenía escritos de antes, así que ahora me dedico a revisarlos y los voy publicando poco a poco. Tendré en cuenta tu opinión e intentaré hacer más cortos los que estoy escribiendo ahora.

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  5. No creo que sean tan largos, ¿no? ;D es muy entretenido!

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  6. ¡¡¡¡No los hagas más cortos, están perfectooos!!! a mi opinion, bueno. :DDDDD

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  7. Estuvo hermoso, pero... ¡Kat, tenías que besarlo! xD. Ya está, creo que si cortó Nathan no es el indicado y punto. Es tiempo de que siga adelante y salga con Sam.
    Está preciosa tu historia, sinceramente :)

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  8. Son super monos :) Cuando le ha contado todos sus sentimientos a Samuel he pensado en Ron (HP) diciendo "una persona no puede sentir tantas cosas". Jajaja. Bueno, muy romántico.

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  9. Hola Laura! Y aww, que precioso fue el momento en el claro, los juegos, las sonrisas, las confesiones -aunque quede igual que Kat, con muchísima curiosidad por saber más de Samuel. Y me pareció correcto lo que hizo, porque en definitiva no lo conoce, y para no agregarle más confusión a su vida, me gusta que decidiese tomar el camino lento :) Lo único que no me disgusta es su permanente cambio, me explico, me saca un poco de quicio que por momentos siento algo especial por Samuel, pero se niegue a renunciar a lo que siente por Nathan, y viceversa. (Opinión personal: No sé para mí con los sentimientos no se juegan, sí estás confundida te alejas, hasta que puedas discernir lo que dice tu corazón). Y tengo miedo de que si continua así lastime a alguno de los dos.
    Bueno, me gusto muchísimo el capítulo, y te seguiré leyendo.
    Hasta pronto!

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  10. "Lo único que me disgusta" quise decir xD

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  11. Al padre de Kat le tolero, pero te juro que a Isaac le estoy cogiendo un asco... Que sepas que me ha encantado el capi y me encanta como escribes :))

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