Dos centímetros
E
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l tiempo parecía volar
mientras paseábamos tranquilamente por el bosque, conversando como si fuésemos
viejos conocidos. Tras caminar durante un poco, llegamos a un pequeño claro en
el que nunca había estado. Ambos desplegamos las alas y volamos tranquilamente
por él antes de asentamos allí. Sentados en la hierba continuábamos nuestra
conversación entre risas. Intercambiábamos preguntas y respuestas amenamente,
conociéndonos poco a poco, mientras los minutos pasaban por delante de nosotros
sin afectarnos, como si estuviésemos en el interior de una burbuja
impenetrable.
-Entonces, lo del otro día con Jack y Chris ¿lo hiciste con tus “poderes” de arcángel?
–pregunté yo en cierto momento de la conversación, dibujando unas comillas en
el aire con los dedos. Ahora tenía sentido.
-¿Qué?
-Lo
de la mirada amenazadora, por decirlo así. En la clase de gimnasia, cuando esos
dos… “anormales” se metieron con Simon –aclaré yo. Me enfadaba solo de pensar
en ello -¿Cómo lo hiciste?
-Digamos
que tengo un entrenamiento muy duro –me contestó.
Aunque
yo también tenía un duro entrenamiento, nunca había escuchado hablar de que se
podía hacer eso. Nunca había oído hablar de ese tipo de capacidades. Había
abierto la boca para preguntarle como lo hacía, pero Samuel me interrumpió con
otra pregunta:
-¿Y
tus alas? Tú eres un arcángel ¿verdad, Kat? Pero, ¿cómo? –preguntó él. Lo soltó
de corrido, como si hablase del tiempo, pero no era difícil darse cuenta del
desconcierto que teñía su voz, ni de que antes o después acabaría preguntando
eso.
-Bueno…
-le sonreí con timidez –Es una larga historia –dije yo, recordando lo que me
había dicho mi madre. No me gustaba hablar de esa historia. Tras pensarlo unos
segundos caí en la cuenta de que nunca
lo había hablado con nadie, aparte de mi familia, y en ninguna ocasión me había
servido de mucho. Quizá me sentase bien.
-No
te preocupes, tenemos tiempo –dijo con picardía.
Solté
un suspiro y comencé mi narración. Le expliqué la historia de amor de mis
padres, el nacimiento de mi hermano y el mío propio. Samuel me escuchaba con
atención, mirándome fijamente a los ojos, mientras su mano daba vueltas a una
hierba. Cuando terminé mi relato mi mente se había sumergido en los recuerdos y
mi mirada se había perdido en el infinito. Samuel me seguía observando y
entonces me preguntó algo que yo llevaba años esperando poder explicar:
-¿Y
qué sientes respecto a eso, Kat? ¿Necesitas hablarlo?
Una
lágrima afloró a mis ojos y evité que cayese pestañeando con rapidez. Me tumbé
en la hierba y miré al cielo. Le conté como me había sentido cuando lo había
descubierto, la forma en la que un sentimiento de superioridad, de poder
comerme el mundo, me abrumó. Le hablé de como la realidad me había golpeado y
como había intentado superar los golpes. Que me sentía como una extraña en mi
propia casa, como una huérfana. El miedo que sentía hacia lo desconocido, lo
mal que me sentía con lo conocido, esa incómoda sensación que tenía de no
conocerme a mí misma… Me desahogué, dije cosas que nunca pensé que diría a
nadie, que ni siquiera había conseguido asimilar yo misma, y al final no pude
contener un par de lágrimas, que rodaron silenciosamente por mis mejillas.
Samuel
se había tumbado a mi lado y al ver las lágrimas, se incorporó sobre un codo y
con la otra mano las quitó de mi cara. Fue una suave caricia, con la punta de
los dedos. Me estremecí al sentir su contacto y cerré los ojos unos segundos.
Cuando los abrí me encontré a el joven mirándome con una sonrisa dulce y ojos
suaves.
-¿Estás
bien? Oye, Kat, yo no te conozco mucho, pero sé que no mereces sentirte así –me
dijo con voz suave mientras acariciaba mi mejilla con delicadeza –. Entiendo lo
duro que debe de ser esto para ti, y quiero que sepas que estaré aquí si te
hace falta, pero, por ahora, no puedes cambiar lo que pasó. Lo único que puedes
hacer es intentar no preocuparte, ser como eres y mantenerte alta. Sé que es
difícil, yo tampoco soy la persona más afortunada del mundo ¿sabes?
Su
mirada pareció perderse durante un segundo, como lo había estado la mía antes.
Me levanté de mi posición y me senté a su lado, observándolo con mirada
inquisitiva. Él me devolvió la mirada, pero en lugar de explicarme a qué se
refería con esa expresión, hizo un gesto despreocupado con la mano y sacudió la
cabeza mientras murmuraba:
-Ya
ha habido demasiadas charlas tristes por hoy, ¿no crees? Si te soy sincero –dijo poniéndose en pie y
tendiéndome una mano para ayudarme a copiar su gesto –, ahora me apetece correr
¿Te hace una carrera?
Asentí
con la cabeza, mientras él imponía una única norma: Nada de alas. Me señaló un
árbol al otro lado del claro. Ida y vuelta. Me dispuse a dar la salida:
-A
la de tres. Una… ¡Tres! – chillé mientras echaba a correr hacia el árbol.
-¡Eh!
–exclamó Samuel a mi espalda –¡Eso no es justo! ¡Es trampa!
-¡No!
–le reproché yo, dejando escapar una risita, pero sin dejar de correr –¡No he
usado las alas!
Podía
escuchar sus pasos cada vez más cerca de mí, así que apuré un poco más el paso.
Mis piernas me reprocharon el ejercicio, pero yo me sentía bien. Me permití el
lujo de mirar hacia atrás y realmente me sorprendió lo cerca que tenía a Samuel.
Era muy rápido y me pareció oírle murmurar algo así como “tú lo has querido”.
De
repente el joven pegó un salto y me aterrizó sobre mí, haciendo que ambos
cayésemos al suelo dando vueltas, mientras que yo profería grititos ahogados
que poco a poco se transformaron en carcajadas que se fundieron con las suyas.
Nuestros cuerpos rodaban por la hierba agarrados, el uno sobre el otro.
-¡Suéltame!
–rogué a Samuel inútilmente entre risas -¡Voy a ganar de todas formas!
Mis
manos golpearon su pecho mientras dábamos la última vuelta sobre el suelo, y él
aumentó el agarre de sus brazos contra mi espalda, dejando los míos atrapados
entre nuestros torsos. Estaba inmovilizada. Me removí en un último y
desesperado intento por liberarme de su férreo agarre, pero no tardé en
desistir de mi empeño. Habíamos dejado de rodar y finalmente yo había terminado
sobre su pecho. El cansancio me impedía zafarme de su sujeción y definitivamente
me rendí a su opresión. En ese momento su inquebrantable apretón se aflojó a mi
alrededor, convirtiéndolo en un suave y tierno abrazo, sujetándome con
delicadeza la cintura mientras que mis
manos acariciaban su perfectamente musculado torso en una caricia cariñosa. Mis
dedos repasaban cada centímetro de su pecho con un delicioso estremecimiento.
Una única tela separaba mi dedo de su piel. Tenía la mirada perdida en los
movimientos de mis manos cuando decidí dirigirla hacia la cara de Samuel.
Y
entonces el mundo se tambaleó y desapareció.
Sus
ojos verdes me escrutaban y yo me sumí en ellos. Una sensación de calidez me
golpeó por dentro cuando quitó una mano de mi cintura para acariciarme cara. La
punta de sus dedos rozó mi mejilla y yo cerré los ojos para disfrutar de su
contacto, al tiempo que una pequeña sonrisa de placer surgía de mis labios.
También él sonreía cuando volví a mirarle. Sus ojos se tiñeron de una dulzura
que me hizo temblar. Me sentía tan bien mirando sus ojos, abrazándole. Me
sentía tan bien que apenas era consciente de que ambos estábamos inclinando
nuestra cabeza hacia el otro, entreabriendo los labios, cerrando los ojos…
Podía
sentir su aliento, cálido y delicado, sobre mi cara. Nuestras bocas apenas estaban
a dos centímetros de distancia. Y quería eliminar esa distancia. Quería
besarle. Anhelaba sus labios, le necesitaba para mí, quería ser la única
persona que gozase de su amor.
Y
la solución a todos mis problemas se encontraba a dos centímetros…
No.
Me
liberé de su abrazo y caí en la hierba, observándolo con ojos tristes y negando
con la cabeza. No podía hacerlo. No le conocía en absoluto. Y yo no besaba a
desconocidos. Es más, yo nunca había besado a nadie en todo el sentido de la
palabra. Había intercambiado algún que otro pico con Nathan en alguna ocasión,
pero nunca nada que pudiese considerarse un verdadero beso.
Me
puse en pie y me sacudí la hierba de los pantalones al tiempo que farfullaba
excusas incoherentes y me daba media vuelta para marcharme. Samuel hizo amago
de detenerme, pero, finalmente, me dejó marchar sin decir nada. Aquella situación
no era cómoda para ninguno de los dos y sabía que lo mejor era dejarme ir. Podía
sentir sus ojos ansiosos clavados en mi espalda, pero su mirada no me resultaba
perturbadora, a diferencia de la de mi padre o mi hermano, era agradable
sentirla recorriendo mi columna. En cuanto salí del claro y me perdí entre los
árboles desplegué las alas y empecé a volar a toda velocidad hacia mi casa. La
foresta me engulló mientras que yo avanzaba entre los árboles, convertidos en manchas borrosas a mi alrededor, que yo
esquivaba con destreza. Frené en seco. La arboleda me rodeaba, fría, tenebrosa
e inquietante. No me gustaba, pero me senté en el suelo de todas formas. ¿A
dónde iba a ir? Lo último que necesitaba ahora era volver a casa y aguantar a
mi familia. Tras pensarlo unos segundos decidí
quedarme allí. Me llevé la mano al bolsillo, pensando que un poco de música
podría hacer que ese lugar pareciese menos tétrico. Busqué el tirador de
cremallera para abrirla y descubrí horrorizada que el bolsillo ya estaba
abierto. Metí la mano de forma insegura y no encontré nada. Mierda, lo había
perdido. Solté un suspiro dudando si debía ir a buscarlo al claro. La idea de
volver a ver Samuel en aquel momento se
me antojaba incómoda, pero una parte de mí quería volver allí y terminar el
trabajo que había dejado a medias. Sacudí la cabeza para deshacerme de esa idea.
Lo
mejor sería que esperase allí sentada un poco mientras intentaba aclarar mis
pensamientos. Tras respirar un par de veces y recuperar la tranquilidad me
repetí la pregunta: ¿A dónde debía ir? Y entonces la respuesta vino a mí, desde
el cielo. Una gota primero y otra después. Y luego muchas más.
Ahora
que tenía la mente clara tenía que aceptar que lo mejor sería volver a casa,
por mucho que me desagradara. Cuando llegué al pequeño portal trasero tenía la
ropa empapada y pegada al cuerpo. Entré rápidamente en casa y el calor de los
radiadores me acarició la piel empapada. Corrí silenciosamente hacia mi
habitación, evitando cruzarme con nadie. Las escaleras aparecieron ante mí y
las subí cuidadosamente, mientras contenía el aliento y miraba atrás a cada
paso para asegurarme de que no había nadie. Llegué a mi habitación y solté un
suspiro. Aunque pensé en cambiarme de ropa, finalmente opté por darme una
ducha. Me ayudaría a relajarme. Y a aclarar ideas. Si había algo que tenía
claro era que el mejor lugar para pensar era la ducha.
La
ducha de agua caliente me ayudó a aclarar la mente mientras que un suave aroma
a frutas, procedente del champú, inundaba el cubículo. La música que había
puesto antes de meterme en la ducha resonaba en el cuarto de baño, canción
a canción, nota a nota.
El
agua seguía golpeando los cristales de mis ventanas. Al final había llovido,
por lo que mi intuición para predecir el tiempo había fallado una vez más. Pero
no me sorprendía. Y tampoco me importaba. Mi mente vagaba de nuevo más allá de
los cristales y, sumergida por competo en mis pensamientos como estaba, pegué
un pequeño salto cuando la puerta se abrió con violencia y me encontré a mi
hermano entrando descaradamente en mi habitación.
-¿Qué
quieres? –dije, volviéndome hacia él mientras que se sentaba en el borde de mi
cama y daba vueltas entre los dedos a una goma de pelo que tenía al lado.
-¿Dónde
has estado? –inquirió sin levantar la vista de la goma. Hizo un gesto
despreocupado con la mano. Obviamente, no le importaba –Bah, da igual. El caso
es que ha venido uno de tus amiguitos a hablar contigo, subí a buscarte y no
estabas. Y ahora he escuchado la música y pensé que debería venir a avisarte.
¡Cómo para que digas que soy mal hermano!
-¿Quién
era, Isaac? –dije en tono cortante.
-Mmm…
¿Cómo se llamaba? Tu amigo el del pelo castaño, joder. Ese que tenía los ojos…
No lo sé, cariño, ¿qué quieres que haga? Es un poco más bajo que yo… Ese que
tiene un hoyuelo aquí, cielo–dijo, posando un dedo sobre su barbilla.
-¿Nathan?
¿Te dijo algo?
-¡Ese!
Nathan, ese era. Y no, no me dijo nada, solo que ya hablaría contigo otro día.
Un momento… ¿Ese no era tu amiguito, princesa? –dijo enfatizando la palabra
“amiguito”.
Era.
Pasado. Los dos lo habíamos dejado claro. Pero, entonces, ¿por qué había
venido? ¿Por qué quería verme después de lo que me dijo el otro día? Solo
habían pasado un par de días desde nuestra última conversación y me había
dejado muy claro que no quería verme por el momento. Sentí algo en el estomago,
una necesidad de verle. Lo único que quería era aclarar las cosas. Mi mente
empezó a barajar opciones por la cual podría haber venido, y la opción de que
quisiese hacer las paces me inundó por dentro, pero me obligué a mantener la
cabeza fría. No quería llevarme desilusiones.
Mi
hermano dejó escapar una risita mientras que lo fulminaba con la mirada. No
contesté a su pregunta. Se levantó sin dedicarme una palabra, con la boca
curvada en una sonrisa maliciosa en los labios.
En
cuanto la puerta se cerró tras de sí, me deje caer sobre la cama y cerré los
ojos.
Tenía
mucho que asimilar.
Me encanta! :)
ResponderEliminarOjjj que dificil... Nathan es un amor, pero Samuel también. ¿Pero y si ella solo se está dejando llevar por su atracción hacia un ángel, como ella? ¿Y si realmente está enamorada de Nathan?
ResponderEliminarSamuel hace mejor pareja con Kat. Además, ya le gustaba antes de saber que era un ángel. Yo a eso lo llamo destino :) aunque Nathan...se ve que Kat también lo aprecia. Bueno, en cualquier caso, me encanta! :))))))))))))))
ResponderEliminarcomo me gustaría a mi también desplegar mis alas y volar!!
ResponderEliminarpor cierto, que font es la del titulo??, porque me encanta!!
sigue así, está muy bien!!
Un besooo
Sí, ¿verdad? Como yo tampoco puedo hacerlo, me dedico a escribirlo ;P
EliminarLa font es "Parchment" :)
muchas gracias! :) me la apunto!! :)
EliminarGuapa !!! Vaya historia.
ResponderEliminarMe gusta muchísimo, además escribes de una forma muy bonita.
Lo único que no me gusta (pero es un capricho mío nada mas, no le hagas mucho caso) es que los capítulos sean tan largos AARRGGHH
Además, sabes por qué decidí seguirte y leer la historia ? Por el título. Me encanta todo lo que tenga que ver con ángeles :D
Sí, yo también he pensado que son algo largos, pero estos (y algunos más) ya los tenía escritos de antes, así que ahora me dedico a revisarlos y los voy publicando poco a poco. Tendré en cuenta tu opinión e intentaré hacer más cortos los que estoy escribiendo ahora.
EliminarNo creo que sean tan largos, ¿no? ;D es muy entretenido!
ResponderEliminar¡¡¡¡No los hagas más cortos, están perfectooos!!! a mi opinion, bueno. :DDDDD
ResponderEliminarEstuvo hermoso, pero... ¡Kat, tenías que besarlo! xD. Ya está, creo que si cortó Nathan no es el indicado y punto. Es tiempo de que siga adelante y salga con Sam.
ResponderEliminarEstá preciosa tu historia, sinceramente :)
Son super monos :) Cuando le ha contado todos sus sentimientos a Samuel he pensado en Ron (HP) diciendo "una persona no puede sentir tantas cosas". Jajaja. Bueno, muy romántico.
ResponderEliminarHola Laura! Y aww, que precioso fue el momento en el claro, los juegos, las sonrisas, las confesiones -aunque quede igual que Kat, con muchísima curiosidad por saber más de Samuel. Y me pareció correcto lo que hizo, porque en definitiva no lo conoce, y para no agregarle más confusión a su vida, me gusta que decidiese tomar el camino lento :) Lo único que no me disgusta es su permanente cambio, me explico, me saca un poco de quicio que por momentos siento algo especial por Samuel, pero se niegue a renunciar a lo que siente por Nathan, y viceversa. (Opinión personal: No sé para mí con los sentimientos no se juegan, sí estás confundida te alejas, hasta que puedas discernir lo que dice tu corazón). Y tengo miedo de que si continua así lastime a alguno de los dos.
ResponderEliminarBueno, me gusto muchísimo el capítulo, y te seguiré leyendo.
Hasta pronto!
"Lo único que me disgusta" quise decir xD
ResponderEliminarMe encanta!
ResponderEliminarAl padre de Kat le tolero, pero te juro que a Isaac le estoy cogiendo un asco... Que sepas que me ha encantado el capi y me encanta como escribes :))
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