Conociéndonos
P
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ude sentir las miradas sobre mí y empecé a plantearme que tal vez no era una buena idea. Pude
escuchar los murmullos de la gente e incluso distinguir mi nombre entre las palabras
ininteligibles. Vi como la gente giraba la cabeza al vernos pasar, caminando
uno al lado del otro. Y, aunque la situación me hacía sentir incómoda, no
conseguí evitar que una sonrisa asomara a mis labios cuando pasamos junto al
grupo de las pijas del instituto. Mientras que sus vasallas, por llamarlas de
algún modo, nos observaban con la boca abierta, Amber, la cabeza de grupo,
recelosa de abandonar su actitud, me miró con cara de asco y bufó.
Solté
un gruñido por lo bajo, no soportaba a esa chica. Samuel rió por lo bajo y, ante
la mirada atónita de las chicas, me agarró la mano.
Di
un respingo al notar su contacto, pero no tardé en seguirle el juego. Amber
volvió a bufar, mucho más alto que la vez anterior, forzando el sonido para que
la oyésemos sin problemas.
Estaba
cansada de seguirle el juego. Hace tiempo, discutíamos durante horas. Tenía la
mala costumbre de abusar de la gente y yo no podía soportarlo. Llevaba haciéndolo
desde mucho antes de que yo llegase a Codeeral y, hasta entonces, nadie le había
plantado cara. Por eso, cuando yo se la planté por primera vez, me metí en su
lista negra. Ahora, la ignoraba. Era consciente de que disfrutaba con nuestras
riñas y que lo mejor que podía hacer era fingir no enterarme. Ella sola no
podía seguir con el juego, así que el hecho de que no le hiciese caso era el
peor castigo que Amber podía recibir.
Me
disponía a seguir andando cuando Samuel tiró de mí y me obligó a girar. Me
pilló desprevenida así que me choqué con su pecho. Mi cabeza se quedo pegada al
hueco de su cuello y él me separó ligeramente para agarrarme la barbilla con
delicadeza, obligándome a mirarlo a los ojos. Su mano rodeó mi cadera,
impidiendo que me alejara de su cuerpo. Se acercó a mí y besó mi frente con
gran delicadeza, como temiendo que me rompiera.
Tras
eso se separó de mí y, volviendo a tomar mi mano, siguió andando.
Tenía
la respiración disparada y las mejillas rojas. El latido de mi corazón
provocaba un golpeteo tras mis orejas y hacía que me cosquilleasen las puntas
de los dedos. Bajé la cabeza. Las miradas de las personas que nos rodeaban
pesaban demasiado sobre mí y nunca me había gustado ser el centro de atención.
Me mordí el labio e intenté disimular mi vergüenza.
La
gente hablaría.
De
hecho, ya lo estaba haciendo.
Pero,
¿cómo no hablar si el impresionante chico nuevo, Samuel Holt, acababa de
abrazar y de darle un beso a Katrina Myder, la chica rara?
Obligué
a mi mano a resbalar de la suya y me la metí en el bolsillo.
Salimos
de la bocatería, cada uno con su bocadillo envuelto en una servilleta. Mi madre
se había negado a permitir que preparasen más comida por mi culpa, pero había
accedido a que fuese porque ella y mi padre tenían que ir a un viaje y mi
hermano ya había quedado.
-Oye,
cuando comenté lo de coger un bocadillo, me refería a mí sola ¿sabes? –comenté
al salir.
-Pero
me apetecía –sonrió –. Además, así me ahorro lo de cocinar.
-¿Y
tu familia? ¿No les molestará que no comas con ellos?
No
contestó inmediatamente y, cuando lo hizo, su voz sonó apagada:
-Verás…
-carraspeó, incómodo, antes de continuar –No hay nadie más en mi casa ahora
mismo.
Me
lanzó una mirada significativa, era obvio que no quería que le preguntasen
acerca de aquello. Así que decidí cambiar de tema.
-¿Por
qué hiciste lo de antes? –pregunté con timidez.
Me
arrepentí tan pronto como lo dije. ¿Cambié de tema y lo único que se me ocurrió fue volver a hablar de aquello?
Él
se lo tomó con humor y esbozó una media sonrisa.
-Bueno…
ya viste como estaba esa chica. Necesitaba que le bajasen un poco los humos.
Esta
vez fui yo la que rió.
-¿Te
consideras tan bueno que puedes bajarle los humos a la gente besándome?
–inquirí levantando una ceja mientras sonreía.
-Sabes
que no quería decir eso… Es… Yo… -vi como se sonrojó y miró al suelo.
-Eh,
tranquilo, sé lo que quieres decir –dije yo, dulcemente. Cuando tenía momentos
de timidez parecía mucho más joven, casi un niño, y no pude evitar morderme el
labio al verle así.
“Para”
pensé de repente “No vuelvas a tropezar en la misma piedra. Míralo, él no…”
-Por
cierto –dijo Samuel, interrumpiendo mi discurso mental –. Mi casa queda
bastante lejos. Espero que estés dispuesta a caminar.
-Claro,
en ese caso será mejor que nos pongamos en marcha.
“Por
favor, no te asustes cuando veas mi casa” me había dicho antes de internarse
por un pequeño sendero que nos llevaba al interior del bosque “Responderé a
todas tus preguntas, pero una vez que estemos dentro, ¿vale?”.
El
hecho de que fuésemos por aquel camino ya me había parecido extraño. Ni
siquiera estaba asfaltado, pero había callado de todas formas. Ahora, delante
de la casa, no sabía que pensar.
Volví
a mirar la casa, como si esperase que fuera a cambiar de repente, a convertirse en una casa más propia de una familia. Pero
no lo hizo.
La
casa, de planta baja, era de piedra y se veía antigua. El musgo crecía en las
pequeñas rendijas y una enredadera ascendía por el lado izquierdo de la fachada,
adornando la fachada marrón con un vivo verde. Las tejas negras mostraban su
superficie desgastada. La puerta de madera y el marco de la amplia ventana
frontal se habían renovado no hace mucho. Lo más destacable de la casa era su
reducido tamaño, era demasiado pequeño para vivir cómodamente, sobre todo
tratándose de una familia. Pero, ¿significaba eso que Samuel vivía solo? ¿Por
qué? No comprendía qué razones podían llevar a un joven de quince años a vivir
solo. Dudé si preguntar, pero recordé lo que me había dicho y decidí esperar;
había algo en él, aunque no sabría decir el qué, que me hacía confiar en su
palabra. Tal vez se debía a que los dos éramos… parecidos. O tal vez fuese por
nuestro encuentro en el bosque, cosa que todavía me parecía irreal.
Entramos
al interior de la casa y lo observé todo con sumo cuidado. Era obvio que allí
no vivía más de una persona. A la izquierda de la puerta había una pequeña
cajonera y sobre ella, una mini-televisión. Enfrente a esta, había una mesita y
a apenas un par de pasos se encontraba un sofá ocre de dos plazas, con dos
cojines. En la pared estaba la típica chimenea rústica, de piedra con una
repisa de madera, encima de la cual reposaba un marco con una foto, en la que
aparecía una mujer abrazando a un niño, ambos sonreían. Giré la cabeza y vi la
cocina, que comunicaba directamente con el salón. Se componía únicamente de una
mesada de mármol, dos hileras de alacenas, una por encima y otra por debajo de
la mesada, una nevera en la esquina y una mesa. Al fondo de la estancia, una
pared con tres puertas delimitaba el espacio. Supuse que una sería para el
baño, otra para la habitación de Samuel y la última… ¿la de sus padres, tal
vez? No, en aquella casa no podía vivir más de una persona.
Miré
a Samuel, confundida. Hizo un gesto, señalando el sofá y yo tomé asiento en
silencio. Se sentó a mi lado y me miró, como si esperase que dijese algo, pero
no hablé. Volví a examinar la estancia, paseando la mirada de un lado a otro,
hasta volver a sus ojos. Al comprobar que yo no iba a decir nada, se decidió a
hablar:
-Sé
que te debo una explicación.
Le
miré, todavía en silencio.
-No
vas a decir nada ¿verdad? Ya, lo suponía –me observó intensamente, con seriedad–.
Verás, Kat, esto tiene que ver con lo que te dije el otro día, en el bosque.
¿Recuerdas? Lo de que no soy una persona muy afortunada, la verdad es que no
suelo hablar de eso y tampoco es algo que me apetezca.
-Bueno,
yo te conté la historia de mi vida. Creo que tengo derecho a conocer la tuya.
¿No confías en mí? –callé de repente. Sonreí con timidez, intentando disimular
la seriedad con la que ese pensamiento me había asaltado –Bueno, en realidad
¿por qué ibas a hacerlo? Es decir… no quiero forzarte a hablar de asuntos que
no me incumben…
-No,
Kat… No es eso. Confío en ti, mucho más de lo que te puedes imaginar, aunque
todavía no sé bien por qué. Es solo que… es duro –me dijo, y yo no pude evitar
mirarle consternada. No debía de ser una historia agradable si el resultado era
que vivía solo en una casa en medio del bosque.
Casi
sin darme cuenta deslicé una mano sobre el sofá y agarré la suya. Samuel cerró
los ojos un segundo y luego volvió a clavar su mirada en mí.
-Me
crié con mi madre. Mi padre nos abandonó antes de que yo naciese… Nunca supe
qué había sido de él, mi madre recelaba de hablar de ello y yo nunca insistí
demasiado. Si mi padre se hubiese ido por alguna razón honrada o comprensible,
mi madre me lo habría contado, pero por la cara que ponía cuando salía el tema
de conversación, supuse era algo por lo que no merecía la pena molestarse, algo
despreciable. Sin embargo, mi madre lloró el abandono de aquel hombre durante
mucho tiempo y de ahí surgió su adicción al alcohol. Mi parte de ángel provenía
de mi padre, y, aunque eso no era algo que mi madre ignorase, no sabía cómo
llevarlo. Pasaron los años y mi madre empeoró: empezó a tomar otras drogas,
tenía problemas de ansiedad… Pero aún así, se responsabilizaba de mí, me daba
todo lo que necesitaba y me alejaba por completo de sus problemas –su voz
tembló y parpadeó con rapidez para evitar las lágrimas –. Intentó dejarlo en
varias ocasiones ¡por mí! Pero… era demasiado tarde. Murió hace medio año por
problemas de salud.
Me
quedé helada. Le observé mientras él seguía luchando por retener las lágrimas.
Algo en mi interior se revolvió, inquieto. Sin pensarlo, me incliné sobre él y
le abracé con fuerza. Él tardó un segundo en reaccionar, pero luego
correspondió mi abrazo, rodeando mi cintura con delicadeza. Nos separamos segundos después, yo ruborizada
y él con los ojos húmedos, pero sin rastro de que hubiese llorado. Volví a
cogerle la mano, como si con ese gesto fuese a inspirarle fuerza, y él
entrelazó sus dedos con los míos.
-Me
quedé solo –continuó –. Soy menor de edad, así que tenían pensado llevarme a un
orfanato. Podría haber buscado a mi padre, pedirle que se hiciese cargo de mí.
Pero la simple idea de pedirle algo al monstruo que había hecho que mi madre
sufriese hasta su último día me producía escalofríos. No quería nada de él. Así
que mi última esperanza era que mi único tío accediese a convertirse en mi
tutor. Vine hasta aquí, hasta Codeeral, para buscarle. Su situación económica
no era gran cosa y tampoco podía responsabilizarse de un huérfano de quince
años. Así que llegamos a un acuerdo: Él sería mi tutor en los asuntos legales,
pero tendría que valerme por mí mismo. Lo acepté sin dudarlo. Mi tío me dejó
esta casa, que tenía desde hacía tiempo pero que siempre había ignorado. Con el
dinero de la herencia la arreglé y me las apañé para vivir bien. Sé que ese
dinero no durará eternamente pero dentro de poco ya podré buscar un trabajo y
ganaré un sueldo.
»Llevaba
mucho tiempo solo, Kat. Hasta ahora.
Nos
miramos un segundo, antes de echarnos el uno a los brazos del otro, y
permanecimos así durante… ¿Segundos? ¿Minutos? Lo acerqué más a mí, eliminando
el escaso espacio que había entre nosotros. Sentí como su cuerpo se sacudía
ligeramente, intentando contener los sollozos. En la posición en la que
estábamos, sentados uno al lado del otro, resultaba una postura bastante
incómoda, pero ninguno de los dos hizo amago de separarse. Su pelo acariciaba
mi mejilla con delicadeza, produciéndome un agradable cosquilleo.
Tras
permanecer así durante un rato, me
separó de él, apenas unos centímetros, solo para poder mirarme a la cara.
-Kat,
no sé por qué te hago aguantar todo esto… ¿No íbamos a hablar de ti? –su voz
sonaba temblorosa, se podría decir que incluso excitada. Me recorrió un
escalofrío al darme cuenta de que esa proximidad producía en él un efecto
similar al que producía en mí –Así que… cuéntame algo de ti –me pidió.
Su
mirada se clavó en la mía y percibí lo que había en ella: deseo. El corazón me
dio un vuelco, no podía creer que yo produjese deseo en alguien así. En otras ocasiones
había percibido el cariño, el afecto o la ternura en los ojos de la gente, pero
¿deseo? Nunca. Y mucho menos con la intensidad con la que sus ojos me miraban.
Un delicado cosquilleo me recorrió de arriba abajo, y supe que en mis ojos se
podía leer lo mismo que en los suyos.
-A
mí… se me confunden los pensamientos cuando te tengo tan cerca –conseguí decir
–. Tú turno –susurré a escasos centímetros de su boca.
Me
dedicó una sonrisa antes de decir, con voz trémula:
-A
mí… no me gusta dejar las cosas a medias.
Enrojecí
al darme cuenta de lo que significaba aquella frase.
Correspondí
la suave caricia de su mano en mi mejilla abrazando de nuevo su cuello con mis
brazos. Mientras se inclinaba hacia mí, miré intensamente sus ojos verdes,
antes de cerrar los míos e imitar su movimiento.
OMG!!
ResponderEliminarMe encanta! Realmente fantástico :)
Escribes muy pero que muy bonito, sigue asi, me enamoras con cada palabra que escribes :)
Besitos :)
ay!! pero como nos dejas asi!!!??? Me encantóo!!!! y muuuchooooo!!!
ResponderEliminarsigue así..
Un besooo
Que preciosidad :3
ResponderEliminarGenial fantastico extraordinario essss alucinantemente increible sigue publicando!!!!
ResponderEliminar¡AWWWW! Más tierno el pobre Sam... no creí que iba a tener una historia con la madre... que triste... Qué casualidad bonita (o qué destino) que se hayan encontrado ellos dos :3. Creo que hacen una pareja hermosa, en serio.
ResponderEliminarHola Laura! Y oww, fue precioso, muy pero muy hermoso el capítulo. Pobre Samuel que vida mas dura le ha tocado :( Que linda pareja hacen esos dos, y los diálogos del final estuvieron buenisimos.
ResponderEliminarTe seguire leyendo y hasta pronto.
Que monos :) Me encantan que confien en ellos.
ResponderEliminarMe ha encantadooo :) Samuel es tan adorable... pobrecito, lo que ha tenido que pasar :....(
ResponderEliminarPor cierto, cuando llegan a la casa de él hay un punto en el que repites la palabra fachada en frases seguidas (o muy seguidas). A mí no me ha sonado bien.
Un beso