Sospechas
¿Q
|
ué hiciste qué? –gritó
Alison indignada.
Enterré la cabeza en la
almohada. Tenía la sensación de que me
iba a reventar con tantas acusaciones.
Incluso Cassie, que habituaba a apoyarme, me miraba con reproche. No podía
culparlas.
-Le
aparté –murmuré a la almohada –. Otra vez.
-Espera…
¿Otra vez? ¿Hubo otra vez? –esta vez fue Cassie quien gritó.
Me
sonrojé. A pesar de que eran mis mejores amigas no les había hablado con total
sinceridad sobre el encuentro del bosque. De hecho, también se me había
ocurrido ocultarles lo de esta ocasión, pero no había tenido oportunidad.
Sabían que había ido a casa de Samuel y, esta mañana, antes de que yo pudiese
acabar de desayunar, se habían presentado en mi casa y habían empezado a
hacerme preguntas. En todo lo referente a su vida o donde vivía, había
respondido con evasivas. No me gustaba mentirles, pero lo hacía tan a menudo
que casi me salía solo. Aún así, no tuve que ocultar demasiado, pues no
insistieron en el tema. Pero, obviamente, no tardaron en llegar a los asuntos
más personales… Y entonces decidí sincerarme; no podía hablar con ellas de nada
relacionado con mi condición de arcángel, pero no me vendría mal un poco de
ayuda en los asuntos románticos y, ¿quién mejor que mis mejores amigas para
aconsejarme? Aunque por lo visto preferían reprocharme todas mis acciones a
darme un buen consejo.
En
cualquier otra situación me habría pasado horas pensando en eso, mas esta vez
era distinta. Había algo que me asustaba.
Había
ocurrido cuando Samuel me había acompañado a mí casa, ya hacia el anochecer. Hablábamos,
aunque ambos estábamos un poco cohibidos por lo que había ocurrido apenas unas
horas antes; nos esforzábamos en fingir que lo habíamos olvidado y en hablar
con normalidad. Caminábamos por un tramo de carretera sin aceras, pero apenas
pasaban coches. El sol se había ocultado, pero todavía no era noche cerrada y
el bosque, que se extendía a ambos lados de la calzada, era una difusa mancha
de tonos grises iluminada por la suave caricia de la luna.
Una
sensación que ya conocía me atacó y frené en seco, mirando hacia todos lados,
buscando al causante. Un estremecimiento me recorrió.
“¡No,
por favor!” había chillado con miedo y desesperación. Sabía lo que venía a
continuación y no quería volver a enfrentarme a ello, pero no sabía cómo
evitarlo. Empecé a temblar, mi respiración se aceleró y el corazón luchó por
escapar de mi cuerpo. Un grito rasgó el silenció de la noche, como un rayo
rasga el cielo. Estaba tan centrada en el dolor creciente de mi pecho que tardé
en darme cuenta de que había sido yo quien lo había proferido. Caí de rodillas
sobre el suelo, retorciéndome en mi sufrimiento, a pesar de los intentos de
Samuel por mantenerme en pie. Él se encontraba acuclillado a mi lado, con el
cuerpo en tensión, como un depredador preparado para la caza.
Luché
contra el dolor, intenté mantenerlo a raya, pero este no hacía más que
aumentar. Me mordí el labio para evitar otro grito y un sabor metálico invadió
mi boca. Sangre. Samuel me apretó contra su cuerpo, agarró mi mano y yo la
apreté con fuerza, clavándole las uñas.
Me
pareció oírle murmurar algo como “Allí” y me depositó suave, pero rápidamente
en el suelo. Me esforcé por abrir los ojos y mirar en la dirección en la que se
había marchado. Tenía la vista borrosa y desenfocada, y no tardé en ser
sacudida por una serie de arcadas. Me arrastré hasta la cuneta y vomité. Gemí y
me retorcí sobre el asfalto durante un tiempo indeterminado, con la mirada
borrosa perdida en las estrellas, tan altas, inmunes al dolor, observando mi
sufrimiento con maldad.
Cuando
recobré la consciencia, Samuel me cargaba en brazos. Me depositó con delicadeza
en el suelo, asegurándose de que me podía aguantar sola. Me contó que le había
parecido ver algo, pero que al final había sido una simple sombra. Me dijo,
también, que cuando había vuelto yo estaba inconsciente.
Cuando
llegué a casa todo rastro de dolor había desparecido. Tan rápido como venía, se
iba. Mi amigo se despidió de mí y dejo caer un beso en mi mejilla. Muy cerca de
la comisura de mi labio. “Cuídate” había dicho antes de dar media vuelta e
irse.
-Estás
ausente.
-¿Qué?
–pregunté sobresaltada.
-Nada,
acabas de darme la razón –sonrió Alison –No me extraña, seguro que estás
arrepintiéndote todavía.
El
móvil de Cassie sonó un segundo y ella corrió a mirarlo; tenía un mensaje.
-Mi
padre estará aquí en un minuto –anunció.
-¡Ah!
Entonces bajaré a por mi chaqueta. La he dejado en el salón –rió Alison
traviesamente –Así tengo una escusa para ver a tu hermano.
La
miré repugnada mientras atravesaba el umbral de la puerta.
-¿En
qué pensabas, Kat? –preguntó Cassie entonces. Sonreí, era increíble lo mucho
que me conocía.
-Nada
importante, es solo que… estoy preocupada por una cosa. Te agradecería que no
preguntases.
Ella
asintió y calló.
-A
ti también te pasa algo. Cassie, sabes que puedes contarme lo que quieras
–lanzó una mirada nerviosa a la puerta, con ojos tristes –Tranquila, Alison
pondrá alguna excusa para hablar con Isaac, tenemos tiempo.
-Son
mis padres –dijo – ¿Sabes? No he querido hablarlo con nadie, pero… creo que se
van a divorciar. Yo… hace tiempo que noté que tenían problemas y la verdad es
que lo esperaba, pero Travis… tengo miedo de cómo puede a afectarle eso. Es tan
pequeño.
Una
lágrima asomó a su ojo y la abracé con cariño.
-No
se lo digas a nadie, por favor. No quiero que se extienda por ahí.
-No
lo haré –susurré.
Encontré
a mi padre viendo el telediario en el salón, con mi hermano a su lado leyendo. Viéndolos
así, nadie sospecharía como son realmente. Parecían tan normales que no pude
reprimir una curvatura en mis labios. Me dispuse a irme, pero antes de que me
hubiese dado la vuelta, mi padre dijo:
-Kat,
¿querías algo?
-Sí
–dije solamente.
Me
acomodé en el reposabrazos del sillón e, intentando ordenar las ideas, murmuré:
-Papá…
¿Qué puede hacer que un… que alguien como nosotros se sienta alerta… no sé, que
sienta miedo o… dolor?
Levanté
la cabeza, mientras retorcía el cordel de la sudadera que acababa de ponerme.
Mi padre me miró extrañado.
-Eh…
pues –era obvio que no se esperaba la pregunta, pero se esforzó por responder.
Supuse que querría aprovechar una de las pocas ocasiones en las que su hija se
preocupaba por los ángeles –Esos efectos podrían ser producidos por el
ciclamor, o la espinela…
-O
en tu caso, hermanita –le interrumpió mi hermano –por la menstruación.
Me
levanté, indignada. Había pasado por alto los motes, los chistes sobre todos y
cada uno de mis defectos, su obsesión con cotillear en mi vida privada… Pero me
había hartado. Mi padre le miró con reproche, pero no dijo nada. Me marché, no
sin antes lanzarle una mirada de odio a Isaac.
Me
senté en el borde de la cama, en mi habitación, con un libro entre las manos,
pero sin leer. No dejaba de pensar en lo despreciable que podía llegar a ser mi
hermano.
Llamaron
a la puerta. Levanté la cabeza, malhumorada, y me contuve para no lanzarle algo
a Isaac, que se había apoyado en el marco de la puerta.
-No
te habrás enfadado ¿no? Vamos, cielo, sabes que no quería molestarte… -se
acercó a la cama y tomó asiento a mi lado –Pero, no nos vamos a enfadar por
nuestras tonterías ¿no, Katy? –me pasó un brazo por encima de los hombros.
-¿Nuestras
tonterías? –repetí –Querrás decir tus tonterías, Isaac. Pero ¿te has parado a
pensar que tal vez para mí no son tonterías? ¿Qué lo preguntaba por algo? Oye,
si has venido a reírte ya sabes dónde está la puerta. Pero yo tengo problemas
que resolver así que si no tienes pensado ayudarme vete. Porque a mí no me
parece una tontería acabar tirada en una cuneta retorciéndome de dolor y
vomitando.
Observé
su expresión, casi parecía arrepentido y preocupado. Pero yo sabía que mi
hermano no podía sentir eso, había pasado demasiado tiempo con mi padre como
para saber el significado de esas palabras.
-Así
que… ¿te pasó a ti? Seguro que estabas
en una zona con ciclamor, aunque, por otro lado, no hay ciclamor en kilómetros
a la redonda. Papá se aseguró de ello, y tampoco es una zona propia de ellos...
-¿Ciclamor?
¿El árbol del amor? –pregunté, y, ante el asentimiento de mi hermano añadí –No,
estoy convencida de que no había ninguno por la zona. Papá dijo algo de la
espinela, ¿Qué es?
-Una
piedra semipreciosa, si no me equivoco –me informó –. Al igual que el ciclamor,
produce efectos dañinos en los ángeles, pero no es tan… fuerte. Tiene que estar
en contacto directo para producir daños.
-Tampoco
fue una piedra. No fue nada así ¡Estoy segura! No fue algo que ocurriese por
casualidad. Había… –dudé –había unos chicos. Dos muchachos.
-¿Personas?
Pero una persona no puede provocar eso en un ángel. A no ser que… Aquí hay algo
que va muy, muy mal -su expresión horrorizada hizo saltar todas mis alarmas. Se
levantó de un salto y salió de la habitación como una exhalación. Salí tras él.
Mis
alas chocaban contra las ramas de los árboles y la habitual caricia de las
hojas sobre mi cara se había convertido en fuertes golpes que me herían sin
piedad. Pero no me importaban, tenía que evitar otras heridas que me harían más
daño. El bosque, que en situaciones desesperadas habituaba a ser mi aliado, se
había convertido en mi enemigo, en el mayor obstáculo hacia mi meta. Pero eso
no me hizo parar. Intenté deslizarme entre los troncos, cosa que resulta casi
imposible cuando el tiempo corre en tu contra y las ramas aparecen de la nada.
Aún así, me forcé en ir más rápido, volaba por una zona de arboles jóvenes con
ramas endebles que no podían hacerme daño. Tenía que darme prisa. Tal vez ya
fuese demasiado tarde…
«Si
había una persona, tal vez…»
«No
creerás que son…»
«¿Qué?
¿Qué es eso?»
«Un
gran peligro.»
El
hecho de recordar la conversación con mi familia no hizo más que avivar mi
inquietud. Solo quería llegar, descubrir que sus sospechas estaban equivocadas
o, al menos, que había llegado a tiempo.
El
sol del mediodía me cegaba y producía sombras engañosas que conseguían
confundirme aún más, y me obligué a mirar al frente, aunque esa luz hiciese que
se me empañasen los ojos. La preocupación y el miedo eran más fuertes que
cualquier rayo de sol que pudiese atravesar la espesura del bosque. Mientras
volaba, mi mente luchaba contra la razón, buscando un error que quebrase la teoría
de mi hermano, porque si estaba en lo cierto, habría consecuencias. Y yo tenía
que evitar las más inmediatas. Si todavía estaba a tiempo. Era lo único que
importaba en aquel momento. El tiempo. Y a mí era algo que se me escurría entre
los dedos. Los pensamientos me habían sumido por completo y no vi el tronco que
se acaba ante mí hasta que me choqué con él. Caí al suelo, arroyada por el
golpe. Pero me forcé en levantarme y retomar mi viaje.
El
corazón me dio un vuelco cuando, por fin, a través de los arboles, vi la
pequeña casa desvencijada. Plegué las alas a la espalda y eché a correr. Golpeé
la puerta con ímpetu, gritando el nombre de Samuel. Inmediatamente después
corrí a la ventana, sin que nadie abriese la puerta, y, haciéndome sombra con
la mano y llenando el cristal de vaho, evité proferir un grito. Sobre el suelo
de la estancia una líquida capa rojiza hacía de alfombra. Empujé la ventana y
vi, con satisfacción, que estaba abierta. Sin dudarlo dos veces me deslicé al
interior de la casa y, luchando contra las nauseas que aquel olor metálico me
producía, fui abriendo las tres puertas que comunicaban con el salón. La
primera era un dormitorio, escasamente decorado; el segundo, un cuarto de baño
de reducido tamaño; la tercera puerta no se abrió. Intenté que cediera, pero
tras varios intentos desistí. Volví a llamarle, obteniendo silencio por única
respuesta. Desesperada salí de la casa, a través de la ventana del baño e
inspeccioné el bosque con la mirada mientras repetía el nombre de Samuel una y
otra vez. Aquella sangre no podía ser suya. Tenía que haber otra explicación.
Quería dejarme llevar por esa fe ciega, pero una parte de mí empezaba a
formular otras hipótesis, ninguna de ellas buena.
El
bosque que se extendía tras la casa era demasiado espeso como para atravesarlo
volando, conque corrí entre la maleza, chillando su nombre con desesperación.
Avanzaba a trompicones, arrastrada por una fuerza ajena a mí. Los pájaros
alzaban el vuelo, ahuyentados por el estruendo que causaba. La maleza me hacía
caer. Parecía empeñada en impedirme el paso. Aparté las ramas de un frondoso
arbusto, rascándome el brazo con sus espinas, y abriendo un paso a una zona
menos densa.
Y
le encontré.
Estupefacta,
le observé un segundo. No más. Eché a correr hacia él, con las lágrimas
corriéndome por el rostro. Los segundos que me llevó llegar hasta él me
resultaron eternos, pero finalmente alcancé sus brazos. Pegué mi cuerpo
embarrado al suyo, manchándolo, pero no recibí queja alguna. Lo abracé con
fuerza y me devolvió el gesto, un poco confuso.
No
quería soltarlo. El simple hecho de pensar que no volvería a verle había
abierto una enorme herida en lo más profundo de mi ser y no quería volver a
perderle. No quería separarme de él y darle otra oportunidad de desaparecer.
Todavía llorando murmuré:
-Samuel,
qué susto me has dado. Yo creía… Vi la sangre y pensé que… -no conseguía acabar
ninguna frase. Las ideas se sobreponían y me nublaban la mente.
-Tranquila,
Kat, estoy bien. Estoy bien –susurró en mi oído.
Me
enjugué las lágrimas y me separé de él, para mirarle a los ojos, para
comprobar que lo que decía era cierto. Su mirada era tan dulce que me atravesó
por completo, llamándome, atrayéndome hacia sí.
Respondí
a su llamada, acercándome a él lentamente. Anhelaba sus labios, a pesar de lo
que había hecho anteriormente, quería besarle. Siempre lo había querido.
Aún
así me moví despacio, con cuidado, con miedo.
No
estaba segura de poder estar a su altura. Samuel era un chico increíble,
irresistible, seguro que tenía mucha experiencia y yo, por la contra, apenas
podía dar besos en la mejilla sin enrojecer.
Pero
por otro lado tampoco había sentido nada parecido a lo que estaba
experimentando en ese instante. Mi piel parecía incendiarse en cada lugar en
que se encontraba con la de Samuel, mi corazón latía cada vez más rápido, y mi
respiración se agitaba..
Cerré
los ojos y me rendí al contacto de sus labios, a su tacto, a su sabor. Nos
pegamos el uno al otro, fundiéndonos en un solo cuerpo, eliminando todo el
espacio que existía entre nosotros. Sus labios acariciaban los míos con
suavidad, de la misma forma en la que sus manos acariciaban mi rostro; como si
estuviese hecha de delicada porcelana, como si pudiese romperme de un momento a
otro. Ya no dudaba. Su seguridad fluyó a mí y yo me dejé llevar.
Tras
unos segundos nos separamos, todavía abrazados. Le miré a los ojos y noté como
algo se sacudía dentro de mí. Mis labios se curvaron en una sonrisa tímida y él
río por lo bajo, divertido por mi reacción.
-Oh,
Kat –me susurró -¿Sabes el montón de tiempo que llevaba esperando esto? Hace
frío aquí, vamos a mi… -se calló de repente, con expresión sombría.
Casa.
Su casa. Los recuerdos me asaltaron: la conversación con mi familia, la sangre
de la casa de Samuel, los chicos del instituto.
-Tenemos
que hablar –dije simplemente.
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Aquí os dejo un par de cosillas que quiero que sepais:
1ª) En una temporada (más o menos 12 días) dudo mucho que pueda publicar, porque me voy de intercambio a Francia :))2ª) Sé que me he excedido un poco con este capítulo ya que, si normalmente son bastante largos, este lo es un poco más. Aún así, espero que os haya gustado ;)
3ª) Quiero avisar a Miss Navegante y a una chica que comenta en Anónimo de que sin querer borré con el móvil los comentarios que dejaron en el Capítulo 11 y en el relato, respectivamente. Pero que sepan que los leí y que les agradezco muchísimo que comenten (a ellas y a todo el mundo) :D
WOhhhhhhhhh Y nos dejas con las ganas 12 días!!! D:
ResponderEliminarFelicidades, que lo pases bien en Francia jejejejejjejeje Aunque ya hay ganas dle próximo.... :S
Bff! ME ENCANTA :)
ResponderEliminarNo sí se podré soportar 12 días sin leer xD, pero cuando llegue el próximo correré a leerlo, no te preocupes :)
Bueno, espero que lo pases muy bien y que aprendas mucho francés!
Besitos :)
ya dieron un pasito ^^ Que lo pases bien en Francia :)
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarLo mío es increíble... He tenido el problema de la otra vez y lo he borrado sin querer :P Lo siento :S Pero muchas gracias ;D
Eliminarque bonito los dos juntos!! <3 muy buen capitulo...
ResponderEliminarun besoo
psd: pasatelo genial en Franciaaa!! :)
En estos días me he estado poniendo al día con tu relato, me encanta!!! Escribes genial, sigue así guapa que ya tienes una nueva lectora, y pásalo bien en Francia.
ResponderEliminarA mí también me gusta escribir, si quieres pásate por mi blog keepcalmjustread.blogspot.com.es
Ha sido precioso. Me ha encantado! :D
ResponderEliminarQue te lo pases GENIAL en Francia, bueno, en estos momentos ya te lo estarás pasando de miedo ;)
A mí en el capítulo anterior me habías hecho pensar que se besaron, y acá me vienen a decir que no... menos mal que se besan al final, sino, mataba a alguien, te juro xD. ¿Quizá el hermano de Kat no sea taaaan terrible como parece?
ResponderEliminarMe da algo de lástima que la historia se centre tan poco en Cassie. Creo que es lo único que le cambiaría a la trama. No me malentiendas, me fasciná muchíiisimo la historia, pero creo que involucrar más todo el tema de amistad y no tanto el del amor quedaría lindo. Es sólo mi opinión, igual, así la historia está perfecta igual :).
No te preocupes, no me lo tomo a mal. Es más, me gusta recibir comentarios de este estilo, porque eso hace que sepa lo que gusta y lo que no,y así puedo variar algo el estilo :) Tendré en cuenta tu opinión ;)
EliminarMuchas gracias por tus comentarios :D
Hola Laura! Y ohhh, por fin ocurrió, en serio, creí que otra vez se alejaría, o buena que esta vez él se retiraría, pero me alegro que no fue así :)
ResponderEliminarMe gusta muchísimo tu manera de escribir, me cae demasiado bien el hermano de Katt xD Espero que en algun capítulo posterior se hable más sobre él, y tambien sobre Cassie :D
Te seguiré leyendo.
Son super monos. Que susto me habia pegado, menos mal que esta bien. A ver que es lo que hace que se desmaye. Me encanta que a Alison le guste su hermano.
ResponderEliminarDios, este capítulo es como asfhkj. Es super intriganteeee! Ahora sigo leyendo
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