Capítulo 21

Juego de detectives

D

urante un segundo todo se detuvo. Mi respiración, mi corazón, mis movimientos. Todo se quedó quieto para luego retomar sus respectivas tareas con más y más fuerza: la respiración se convirtió en leves jadeos, el corazón golpeaba mi pecho con fuerza, impulsando la sangre con tal ímpetu que provocaba que esta se convirtiera en un eco de su propio golpeteo, y mis extremidades temblaban suave pero constantemente. 

Respiré profundamente un par de veces con los ojos cerrados, sintiendo su mirada sobre mí y cuando consideré suficiente la confianza en mi voz como para poder hablar sin que se quebrase, afronte su verde mirada y pronuncié la frase que tanto temor e inseguridad me había provocado en otras ocasiones, pero que ahora sentía como una parte más de mí misma:

-Yo también te quiero.

Nuestras miradas estaban unidas por un lazo invisible que impedía que apartásemos la vista y en nuestros labios asomaban sonrisas. Y por fin, por primera vez tras mucho tiempo, sentí decisión y seguridad. Por primera vez no me sentía arrepentida de mis actos, no sentía miedo de las repercusiones que podrían ocasionar. Es más, estaba ansiosa por vivir las repercusiones de un “te quiero”.

Mis ojos recorrieron una vez más ese rostro que yo conocía tan bien: su pelo rubio, cayéndole sobre la frente con gracia; sus ojos del color de la primavera, grandes, expresivos y llenos de sentimiento; su boca torcida en una sonrisa dulce y cálida. Sus gestos traslucían su personalidad y todo, en conjunto, lo convertían en una persona perfecta. Podría sonar a exageración, pero cualquiera que hubiese vivido ese momento en mi lugar compartiría mi opinión. Todo aquel momento era perfecto, insuperable.

Y justo cuando pensé que las cosas no podrían mejorar, lo hicieron. Samuel se acercó a mí y ciñó mi cuerpo al suyo, y uniendo nuestros labios en lo que se convirtió en el mejor beso que había vivo nunca. Poco a poco iba ganando intensidad y hacía que mi atracción por el joven no hiciese más que aumentar. Recorrí su cara con caricias y él me pego más (si es que era posible) a su cuerpo.

Temía a que en cualquier momento alguien me despertase de ese magnífico sueño, pero  al separarme ligeramente de su boca y abrir los ojos descubrí que seguía junto a él en el claro, lo que causó que mi sonrisa se ensanchase más y más.

-Has metido la pata hasta el fondo ¿sabes? –le comenté sonriendo. Su expresión de incomprensión me hizo reír – Porque ahora nadie conseguirá que me vaya de aquí sin ti.

Soltó un suspiro y me observó fijamente, como desafiándome.

-Deberías ir –fue todo lo que dijo.

Le devolví la mirada desafiante y murmuré:

-¿Quieres que vaya?

-Es lo mejor. Estarás a sal…

-No es eso lo que te he preguntado. Te he preguntado si quieres que vaya.

Tardó un par de segundos en responder.

-No, Kat. ¿Cómo voy a querer que te alejes así de mí? No quiero, y me odio por ser tan egoísta, pero no quiero que te vayas.

Le abracé con fuerza, pero no le besé. Siempre había distinguido las dos partes de una relación: la amistad y el romance. Y sabía que Samuel había dicho eso como amigo, no como amante.

-Estarás a salvo –prometió –y estaremos juntos.

Ya en casa, Cassie y yo repasamos de nuevo lo sucedido unos días atrás. Relaté, una vez más, mi encuentro con el ángel, intentando recordar todos los detalles, mientras que mi amiga tomaba notas en un folio.

-¿Y bien? –inquirí al acabar de hablar.

-Hay tantas incoherencias… -iba a decirle que todo estaba muy claro, obviamente había una pandilla de asesinos tras de mí y que ella no tenía que introducirse en todo ello, pero ella me cortó –No lo niegues. Puedes verlas tan bien cómo yo.

-Pero tú no tienes que entrar en todo este caos, Cassie, apártate de él mientras puedas –la frase en sí podría parecer una orden, pero era una súplica.

-No empieces, Kat, ya lo hemos hablado y… no quiero sentirme inútil en esto. No puedo hacer muchas de las cosas que otros sí pueden, pero quiero encontrarle sentido  a esto. Déjame intentarlo.

Suspiré y le hice un gesto para que comenzase su exposición.

-Empezando por lo más básico. Has dicho que era uno, pero la vez anterior, cuando ibas con Samuel, eran…

-Seis –completé.

Ella asintió y siguió:

-En ese caso ¿por qué iba solo? Aunque tuviese seguridad en sí mismo, no se habría arriesgado a ir sin ayuda de haber podido llevarla.

-¿Qué quieres decir? –pregunté confusa.

-Quiero decir que no sabes lo qué pasó la noche de la feria.

Se lo habría negado instantáneamente de no haber sido por la convicción con la que pronunció todas las palabras. Incluso me hizo dudar un segundo y casi pude sentir la sangre abandonando mi rostro. Me obligué a pensar con claridad y rebatí:

-Le pegaron una paliza, Cassie.

-Eso no significa que perdiese la pelea.

-Cassie, para. ¿De verdad estás insinuando que Samuel ganó a seis arcángeles? Es más –tragué saliva con ímpetu antes de pronunciar el final de la frase - ¿Qué los mató?

-Me has contado que era capaz de hacer cosas que otros no. ¿Por qué no iba a poder con ellos?

-Samuel no es un asesino –rugí con la mandíbula apretada y sintiéndome ofendida por las insinuaciones de mi amiga.

-Kat, no te enfades -se disculpó- Lo siento si te lo has tomado a mal, yo solo pretendía explicarte mi teoría. Será mejor que hablemos de esto con más calma. Pasando a otro punto –me miró como si pidiese mi consentimiento para seguir adelante y yo asentí para demostrarle mi atención –has comentado que el ángel dijo algo así como… -revisó sus apuntes y recitó la frase – “Ahora no está tu amigo para impedirme las cosas por cuarta vez” ¿no?

-No recuerdo las palabras exactas, pero el resultado es el mismo.

-¿Cuatro? Creía que Samuel solo se había encarado a ellos una vez.

-Él estaba conmigo las dos veces que sentí los ataques de pánico, pero no hizo nada. Hablamos después de ello y estaba tan confundido cómo yo.

-¿Estás segura? –dijo, como si no tuviese total seguridad en lo que le decía.

-¡Claro que lo estoy! Estamos intentando buscarle sentido a las cosas, no acusando a Samuel ¿recuerdas?

-Sí –respondió mi amiga con voz arrepentida y apoyando su frete en las manos. Se frotó la cara y tras apartar las manos continuó -: lo siento. Pero no consigo encajar las cosas… ¡Tiene que haber algo que lo una todo!

-No le des mayor importancia…

-¿Qué no qué? Kat, hay gente que quiere…

Chité y le dediqué una sonrisa relajada, aunque no era lo que sentía realmente.

-Lo que quiero decir es que no te mancilles con el tema. Estaré bien. Si te sientes mejor, mañana iré a ver a Samuel e intentaré descubrir si nos hemos pasado algo por alto.

Me devolvió la sonrisa y asintió. Tras eso, miró su reloj de pulsera y se levanto de la cama de un salto, diciendo:

-¡Qué tarde es! Tengo que irme, Kat. Y…

-Lo sé –la interrumpí –me cuidaré.

Rió ante mi comentario y se fue, dejando el folio con los apuntes sobre mi cama. Esa tarde lo releí varias veces y mi cabeza luchó lo indecible por unir todos los cabos.

Por la noche no dormí bien. Las palabras de Cassie resonaban una y otra vez en mi cabeza y provocaban el eco de  la duda en mi interior. Algo dentro de mí me decía que esas incoherentes deducciones acabarían por cobrar sentido. Y lo que pudiese salir de ahí me asustaba.