El mensaje
P
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or fin vi mi casa a lo
lejos. Estaba agotada; no recordaba haber corrido tanto en mi vida.
Desorientada como
estaba cuando salí del bajo en el que había estado encerrada, había recorrido
las calles a toda velocidad, sin un rumbo fijo, hasta empezar a reconocer los
lugares por los que me movía. Y después había seguido corriendo hasta llegar a
mi casa. Cuando alcancé la puerta de la entrada y llamé al timbre (no tenía mis
llaves ni mi teléfono móvil, porque se lo había dado a Cassie para que me los
guardase), mis piernas ya no pudieron sostenerme por más tiempo y dejaron caer
mi cuerpo sobre el frío suelo. Cada latido de mi corazón sonaba como una
explosión tras mis oídos y, a medida que se iba calmando y la adrenalina
desaparecía, mi mente se fue aclarando. Empezaba a reponerme del cansancio,
pero la lucidez trajo consigo al miedo y este, al llanto. Las lágrimas caían
por mis mejillas, pero no sollozaba, porque mi respiración era tan entrecortada
que no me lo permitía; solo podía dejar escapar algún gemido de vez en cuando.
Finalmente,
la puerta de la entrada se abrió y mi madre corrió a abrazarme. Murmuraba cosas
como “Estás bien. ¡Oh, gracias al cielo que estás bien!”, “Ya pasó, pequeña, ya
pasó” o, simplemente, “Kat, Kat, Kat…”. Pero yo no la escuchaba, solo la
abrazaba y enterraba mi cabeza en su hombro, que empapaba con mis lágrimas,
como si estuviese absorbiendo la seguridad que manaba de ella.
Con
dificultad, me ayudó a levantarme y me llevó hasta el sofá, donde me envolvió
con una manta y me abrazó de nuevo. Yo ya no lloraba, pero tampoco me veía
capaz de decir nada. Así que me limité a observar a mi madre hablando por
teléfono, mientras que caminaba en círculos por el salón.
—¿Kevin?
La niña está aquí… Está bien… No lo sé, lo hablaremos cuando lleguéis… ¡Ni
hablar! Es peligroso, cariño, volved ya, por favor… Podréis ocuparos de eso en
otro momento… Está bien. Hasta luego.
Pude
hacerme una idea bastante aproximada de la conversación, así que me abstuve de
preguntar. Además, no quería hablar, no me fiaba de que mi voz fuese a sonar
firme.
Mamá
me trajo un platito con galletas y, tras carraspear un par de veces, conseguí
darle las gracias.
Todavía
estaba mordisqueando las galletas cuando mi padre y mi hermano llegaron a casa.
En seguida acercaron un par de sillas al sofá para poder interrogarme
cómodamente y, aunque mi madre insistió que era mejor dejarlo para el día
siguiente, porque debía descansar, me esforcé en relatarles lo ocurrido con
todos los detalles que podía recordar.
—¿Samuel?
—preguntó Isaac cuando terminé —¿Él te salvó?
Iba a
responderle cuando mi padre tomó la palabra:
—No
quieren matarla, Isaac. No da igual si lo hacen unos u otros. Quieren
aprovecharse de… algo. Algo que no pueden tener todos.
Asentí,
de acuerdo con sus palabras.
—El
problema es que yo no puedo darles nada. No tengo ninguna cualidad especial.
—Lo
sabemos, Katrina, pero…
—¿Y
por qué estás tan convencido? —interrumpió mi hermano. Mi padre lo miró
inquisitivo, pero no dijo nada, dándole ocasión de continuar —. Quiero decir, los
ángeles con los que estamos tratando no son unos angeluchos cualquiera. Son
gente poderosa y dudo que se vuelquen tanto en algo sin saber lo que hacen o,
al menos, tener una teoría. Sé que resulta difícil de creer, porque ¿qué pueden
saber ellos de Kat que no sepamos nosotros? Pero parece que es así. Y, si lo
que quieren conseguir de ella el algo tan importante para los ángeles negros…
Estoy convencido de que no puede ser bueno.
Ambos
guardamos silencio un par de segundos, mientras que Isaac nos miraba
expectante, aguardando una respuesta.
—Pero
todo eso son suposiciones, Isaac —respondió mi padre con tono seco.
—En
ningún momento he insinuado lo contrario. Pero tiene sentido, ¿no? —el brillo
de la lógica titilaba en los ojos de mi hermano, ya inteligentes de por sí, con
más fuerza que nunca. Luego, sonrió burlonamente en mi dirección y añadió —:
Aunque el problema será saber qué quieren de ella. No es muy brillante en nada
—me sentí ofendida, pero lo único que hice fue rodar los ojos y soltar un
pequeño gruñido. Estaba demasiado cansada para discutir —. Kat, ¿recuerdas
haberle escuchado algo a Samuel…? Por cierto, ¿qué habrá pasado con él?
Aparté
la mirada ante la mención de su nombre e intenté que mi voz sonase firme cuando
dije:
—A
estas alturas ya estará muerto.
Mi
padre y mi hermano me miraron, esperando a que siguiese hablando.
Podía
sentir un fuerte pinchazo en el pecho cada vez que pensaba en esa posibilidad y
tuve que reprimir una mueca ante lo que sentí cuando pronuncié las palabras en
voz alta. El dolor no era, ni de lejos, equiparable al que había sentido las
veces anteriores al pensar en que podría haber muerto, pero, aunque no me
gustaba admitirlo, estaba ahí. Se me clavaba con fuerza, recordándome todo lo
que había pasado con él.
—¿Por
qué dices eso, Katrina? —inquirió mi padre cuando se cansó de esperar.
—Es
obvio, ¿no? Cuando me fui, se quedaba luchando con el líder de un grupo de
ángeles negros que tiene el poder de hacerte estallar la cabeza con solo
parpadear. Samuel lo cogió por sorpresa, pero no será suficiente.
Ellos
asintieron, con gesto ausente. Me excusé diciendo que estaba muy cansada y me
fui a mi habitación. Esperaba quedarme dormida por el agotamiento en cuanto mi
cabeza tocase la almohada, pero no fue así. En mi cabeza, innumerables
pensamientos me impedían conciliar el sueño. Uno de ellos resonaba por encima
de los demás. “Samuel está muerto”.
Eran
las cuatro de la tarde cuando alguien llamó al timbre. Estaba tumbada en el
sofá, viendo una película en la televisión y ni siquiera hice amago de
levantarme. No tenía ganas de hacer nada, en realidad, ni siquiera estaba
prestando atención a la película.
Fue
mi madre quien abrió la puerta. Oí voces, pero no llegué a distinguir las
palabras porque sonaban demasiado apagadas. De todas formas, no tardé en saber
quién había venido, porque Cassie llegó al salón y, sin decir nada, me abrazó
con fuerza. Correspondí a su abrazo y me recordó a como mi madre me había
abrazado la noche anterior. Podía percibir el alivio en sus gestos.
—¿Cómo
estás? —preguntó, incluso antes de separarse de mí.
—Estoy
bien… Todo lo bien que puedo estar —respondí, acompañando las palabras con una
sonrisa para quitarles importancia. No pasé por alto que Cassie paseaba la
mirada por el salón con nerviosismo y se frotaba la nuca cada poco tiempo —. ¿Y
tú? Te noto rara.
—Ah…
Sí. Solo estaba preocupada. Esta mañana en el instituto la gente no paraba de
preguntarme si sabía por qué no habías ido y, bueno… Estaba preocupada
—repitió.
Mentía.
Cassie era demasiado sincera y no era difícil saber cuándo mentía si la
conocías lo suficiente. Pero, dado que la conocía tanto, también pude apreciar
que no se esforzaba realmente para que no se lo notase. Mi amiga era cuidadosa
e inteligente y, aunque podía apreciarse la mentira en sus gestos, no
habituaban delatarla los argumentos. Siempre tenía una buena historia guardada
en la manga. Su mirada seguía moviéndose por la habitación y me fijé en que
habituaba a pararse en mi madre, que revisaba el correo en el sillón de la
punta opuesta del salón.
—Vamos
arriba —dije simplemente.
En
cuanto llegamos a mi cuarto y cerré la puerta, dirigí una mirada interrogante a
Cassie. Ella me sostuvo un par de segundos la mirada con sus ojos castaños y
acabó por decir:
—¿Qué?
—¡Oh,
vamos Cassie! —respondí —. ¿Qué es lo que pasa?
Ella
tragó saliva y posó una mirada pesada en mí.
—Hay
algo que tengo que contarte —dijo. Hablaba despacio, como si cada palabra
pesase más que la anterior.
—Te
escucho —le dije, mientras me sentaba en la cama. Ella se sentó a mi lado.
—Hoy…
al volver a casa del instituto me encontré con Samuel. Me dijo…
—¡¿Qué?!
—exclamé, agarrando a Cassie por los hombros. Mis ojos se abrieron como platos
y se me secó la boca —. ¿Hablaste con él? ¡Sabes lo que es, no deberías haberte
acercado a él! Además, debería estar muerto… —esto último lo dije más para mí
que para ella y me enfadé conmigo misma al comprobar que una chispa de alivio
se encendía en mi interior.
—Déjame
acabar, ¿quieres? Yo intenté evitarlo, pero me siguió hasta que consiguió
hablar conmigo. Me dijo que necesitaba decirte algo, pero sabía que no podría
hablar directamente contigo y me pidió que te diese un mensaje de su parte
—hizo una pequeña pausa, como si intentase recordar las palabras exactas —. Me
dijo que necesitaba verte pronto, porque tenía que explicártelo todo; que se
arrepentía de lo que había hecho, pero que estaba intentando arreglarlo. Me
pidió que te dijese que te estará esperando hoy
a las siete en… el claro. Dijo que tú sabrías a qué se refería.
Durante
unos segundos no pude decir nada.
—Está
loco —conseguí mascullar tras un rato —. ¿Se da cuenta de que podríamos matarle
si realmente va?
—Eso
le dije yo —respondió mi amiga —. Pero me dijo que confiaba en ti.
Lo
primero que se me pasó por la cabeza fue que, a menos que se estaba tendiendo
una trampa a sí mismo, me la estaba tendiendo a mí. ¿Por qué otra razón iba a
querer verme? No me creía que quisiese contarme la verdad, ¿qué historia se
inventaría esta vez? Tal vez ni siquiera se molestase en inventar nada, sino
que, cuando estuviese allí, él y su cuadrilla se lanzaría sobre mí. Y, sin
embargo, había algo que me incitaba a acudir a esa cita.
Debí
de pasarme demasiado tiempo cavilando en silencio, porque Cassie me llamó por
mi nombre para llamar mi atención.
—Kat…
comprendo que sea difícil para ti decidir qué hacer. Teniendo en cuenta lo que
sientes…
—¿Cómo?
—la interrumpí. No comprendía a qué se refería con “lo que sientes”.
Ella
pareció dudar un segundo antes de contestar:
—Es
obvio que todavía sientes algo por él, Kat.
—¿Odio?
¿Miedo? Sí, siento bastantes cosas —respondí con el ceño fruncido.
—Sabes
a que me refiero —me dijo. Al ver que yo guardaba silencio, mirándola con la
negación pintada en los ojos, añadió —: Todavía lo quieres.
Me
giré de golpe. Sentía que me ardían las orejas.
—¡No!
¿Te has vuelto loca? ¡No lo quiero! —grité, ofendida.
Era
cierto: no lo quería. Ya no. No podía negar que en ocasiones añoraba al Samuel
que había conocido, pero sabía que ya no existía y mi parte lógica se alegraba
de que así fuera. Si había quedado algo de cariño después de descubrir lo que
era, el miedo y el rencor lo habían eliminado por completo.
—Yo
veo las cosas. Comprendo que después de lo que has pasado no quieras aceptarlo,
pero no puedes negarme que no lo has olvidado en ese sentido. Te conozco bien y
puedo darme cuenta perfectamente de que… —me recriminó. No la dejé terminar.
—¡Cállate!
—chillé con brusquedad —. ¿Acaso sabes lo que siento mejor que yo, Cassie? Lo
detesto. Todo lo que estás diciendo son cosas que te inventas. ¿De verdad has
dejado que él te engañe tan fácilmente? ¿Te ha convencido de que es bueno, de
que puede ser querido? ¡No! No lo quiero, Cassie. Ya no queda nada que querer.
Y eres realmente estúpida si crees lo contrario.
Mis
palabras debieron de ser demasiado duras, porque cuando Cassie respondió también
gritaba.
—¡Oh,
por favor! ¿Yo soy estúpida? Venga ya… Tú no eres capaz de ver la verdad, ¿no?
Le quieres. Y me lo estás demostrando ahora mismo, mientras que dudas si debes
ir a verle o no, en lugar de ir
corriendo a avisar a tu familia para que se encarguen de él. Y el problema es
solo tuyo si no quieres aceptarlo.
Sus
palabras se me clavaron como cuchillos. La miré fijamente unos segundos, sin
saber qué sentir. Quería creer que estaba enfadada, pero en realidad estaba
dolida. Tal vez fuera otra de esas ocasiones en las que me negaba a aceptar la
verdad.
—Vete.
Cassie
me miró con sorpresa y ofensa dibujada en la cara. Sus mejillas estaban
sonrosadas a causa de la discusión y, aunque el labio inferior le temblaba
ligeramente, alzó la cabeza con orgullo. Caminó hacia la puerta con decisión
pero, justo antes de salir, se paró.
—Lo
siento si te he ofendido. Pero es lo que pienso y creo que necesitabas saberlo
—admiré su capacidad de disculparse sin perder ni una pizca de dignidad. Mi
amiga era demasiado buena persona como para marcharse sin más, pero también era
orgullosa y no dejaba que la pisoteasen.
Me
obligué a calmarme para responder.
—Lo
sé. Yo… yo también lo siento. Pero necesito pensar, y necesito hacerlo sola.
Ella
asintió desde la puerta y se fue. Me derrumbé sobre la cama y contuve un par de
lágrimas que asomaban a mis ojos. Me sentía confusa y sobrecargada. No sabía
cómo debía actuar; era como si el mundo se empeñase en golpearme una y otra
vez, colocando nuevos obstáculos antes de que pudiese reponerme de los
anteriores.
Dos
horas fueron las que pasaron antes de que yo hiciese nada. Había sido bastante
tiempo pensando, tumbada boca arriba sobre la cama, con los nervios a flor de
piel y las lágrimas luchando por salir, pero, por fin, había tomado una
decisión.
¿qué decisión? No nos dejes así... irá o no? Yo creo que sí.. Estoy con Cassie en estos momentos..
ResponderEliminarYo no me termino de fiar de Samuel.. pero bueno, ya veremos que ocurre en el siguiente capítulo.. :)
Sigue así
un besooo
¿Y cuál es? D: Cassie tiene razón
ResponderEliminarOHDIOSMIO. He leído desde el capítulo 33 hasta este casi sin pestañear y por fin me he puesto al día. Menos mal que los he leído así de seguidos porque no creo que hubiera sobrevivido varias semanas para saber que ocurriría en el siguiente capi. (Jjeje, ventajas de tomarse unas pequeñas vacaciones de blogger). Pero ahora quiero saber qué decisión ha elegido Kat. Ughhh, qué mal. Voy a ir por partes según las notas que he ido recogiendo mentalmente:
ResponderEliminarQué mala suerte que tiene Kat cuando está en el sótano y su padre y su hermano entra. Qué buena suerte que se conoce el armario. Yo, con lo torpe que soy, me habría caído por las escaleras o en el armario y me habrían pillado.
Tengo claro que los niños pequeños le dan muchos puntos extras a las historias. Travis es un amor *-*. Me recuerda a mi primo pequeñito, que también le faltan algunos dientes.
El hombre de la capa me pone nerviosa. Me da igual la cantidad de ángeles que tenga o si sus alas son negras. Si yo hubiera sido Kat, me habría encargado de él yo misma.
Que sepas que aún sigo creyendo en Samuel. Esto no puede acabar así. Si salva a Kat es porque la quiere y no porque tenga ningún pensamiento asesino sobre ella. (Porfa, no le hagas nada más, ya ha sido suficiente para él) :'( Respondiendo a la pregunta de Cassie, la de que aún lo quiere: SÍ, SAMUEL, YO AUN TE QUIERO. (Bueno, dejo ya mi momento fangirl y me obligo a respirar)
Un beso! (Y otro para Samuel jejej)
Bueno, puede que en la vida sea leído mi blog, o que nunca llegue a nadie, pero acabo de dejarlo con el amor de mi vida, y me han recomendado que escriba, y he decidido escribir sobre el día a día, de cómo superar una ruptura,y de paso contaros cómo hago...si te interesa, ya sabes dónde estoy, y gracias por este minuto dedicado... Un saludo enorme, espero que te vaya genial ! http://diariodeunadesenamorada.blogspot.com.es/
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