sábado, 18 de enero de 2014

Capítulo 36

El  mensaje
P
or fin vi mi casa a lo lejos. Estaba agotada; no recordaba haber corrido tanto en mi vida.
Desorientada como estaba cuando salí del bajo en el que había estado encerrada, había recorrido las calles a toda velocidad, sin un rumbo fijo, hasta empezar a reconocer los lugares por los que me movía. Y después había seguido corriendo hasta llegar a mi casa. Cuando alcancé la puerta de la entrada y llamé al timbre (no tenía mis llaves ni mi teléfono móvil, porque se lo había dado a Cassie para que me los guardase), mis piernas ya no pudieron sostenerme por más tiempo y dejaron caer mi cuerpo sobre el frío suelo. Cada latido de mi corazón sonaba como una explosión tras mis oídos y, a medida que se iba calmando y la adrenalina desaparecía, mi mente se fue aclarando. Empezaba a reponerme del cansancio, pero la lucidez trajo consigo al miedo y este, al llanto. Las lágrimas caían por mis mejillas, pero no sollozaba, porque mi respiración era tan entrecortada que no me lo permitía; solo podía dejar escapar algún gemido de vez en cuando.
Finalmente, la puerta de la entrada se abrió y mi madre corrió a abrazarme. Murmuraba cosas como “Estás bien. ¡Oh, gracias al cielo que estás bien!”, “Ya pasó, pequeña, ya pasó” o, simplemente, “Kat, Kat, Kat…”. Pero yo no la escuchaba, solo la abrazaba y enterraba mi cabeza en su hombro, que empapaba con mis lágrimas, como si estuviese absorbiendo la seguridad que manaba de ella.
Con dificultad, me ayudó a levantarme y me llevó hasta el sofá, donde me envolvió con una manta y me abrazó de nuevo. Yo ya no lloraba, pero tampoco me veía capaz de decir nada. Así que me limité a observar a mi madre hablando por teléfono, mientras que caminaba en círculos por el salón.
—¿Kevin? La niña está aquí… Está bien… No lo sé, lo hablaremos cuando lleguéis… ¡Ni hablar! Es peligroso, cariño, volved ya, por favor… Podréis ocuparos de eso en otro momento… Está bien. Hasta luego.
Pude hacerme una idea bastante aproximada de la conversación, así que me abstuve de preguntar. Además, no quería hablar, no me fiaba de que mi voz fuese a sonar firme.
Mamá me trajo un platito con galletas y, tras carraspear un par de veces, conseguí darle las gracias.
Todavía estaba mordisqueando las galletas cuando mi padre y mi hermano llegaron a casa. En seguida acercaron un par de sillas al sofá para poder interrogarme cómodamente y, aunque mi madre insistió que era mejor dejarlo para el día siguiente, porque debía descansar, me esforcé en relatarles lo ocurrido con todos los detalles que podía recordar.
—¿Samuel? —preguntó Isaac cuando terminé —¿Él te salvó?
Iba a responderle cuando mi padre tomó la palabra:
—No quieren matarla, Isaac. No da igual si lo hacen unos u otros. Quieren aprovecharse de… algo. Algo que no pueden tener todos.
Asentí, de acuerdo con sus palabras.
—El problema es que yo no puedo darles nada. No tengo ninguna cualidad especial.
—Lo sabemos, Katrina, pero…
—¿Y por qué estás tan convencido? —interrumpió mi hermano. Mi padre lo miró inquisitivo, pero no dijo nada, dándole ocasión de continuar —. Quiero decir, los ángeles con los que estamos tratando no son unos angeluchos cualquiera. Son gente poderosa y dudo que se vuelquen tanto en algo sin saber lo que hacen o, al menos, tener una teoría. Sé que resulta difícil de creer, porque ¿qué pueden saber ellos de Kat que no sepamos nosotros? Pero parece que es así. Y, si lo que quieren conseguir de ella el algo tan importante para los ángeles negros… Estoy convencido de que no puede ser bueno.
Ambos guardamos silencio un par de segundos, mientras que Isaac nos miraba expectante, aguardando una respuesta.
—Pero todo eso son suposiciones, Isaac —respondió mi padre con tono seco.
—En ningún momento he insinuado lo contrario. Pero tiene sentido, ¿no? —el brillo de la lógica titilaba en los ojos de mi hermano, ya inteligentes de por sí, con más fuerza que nunca. Luego, sonrió burlonamente en mi dirección y añadió —: Aunque el problema será saber qué quieren de ella. No es muy brillante en nada —me sentí ofendida, pero lo único que hice fue rodar los ojos y soltar un pequeño gruñido. Estaba demasiado cansada para discutir —. Kat, ¿recuerdas haberle escuchado algo a Samuel…? Por cierto, ¿qué habrá pasado con él?
Aparté la mirada ante la mención de su nombre e intenté que mi voz sonase firme cuando dije:
—A estas alturas ya estará muerto.
Mi padre y mi hermano me miraron, esperando a que siguiese hablando.
Podía sentir un fuerte pinchazo en el pecho cada vez que pensaba en esa posibilidad y tuve que reprimir una mueca ante lo que sentí cuando pronuncié las palabras en voz alta. El dolor no era, ni de lejos, equiparable al que había sentido las veces anteriores al pensar en que podría haber muerto, pero, aunque no me gustaba admitirlo, estaba ahí. Se me clavaba con fuerza, recordándome todo lo que había pasado con él.
—¿Por qué dices eso, Katrina? —inquirió mi padre cuando se cansó de esperar.
—Es obvio, ¿no? Cuando me fui, se quedaba luchando con el líder de un grupo de ángeles negros que tiene el poder de hacerte estallar la cabeza con solo parpadear. Samuel lo cogió por sorpresa, pero no será suficiente.
Ellos asintieron, con gesto ausente. Me excusé diciendo que estaba muy cansada y me fui a mi habitación. Esperaba quedarme dormida por el agotamiento en cuanto mi cabeza tocase la almohada, pero no fue así. En mi cabeza, innumerables pensamientos me impedían conciliar el sueño. Uno de ellos resonaba por encima de los demás. “Samuel está muerto”.


Eran las cuatro de la tarde cuando alguien llamó al timbre. Estaba tumbada en el sofá, viendo una película en la televisión y ni siquiera hice amago de levantarme. No tenía ganas de hacer nada, en realidad, ni siquiera estaba prestando atención a la película.
Fue mi madre quien abrió la puerta. Oí voces, pero no llegué a distinguir las palabras porque sonaban demasiado apagadas. De todas formas, no tardé en saber quién había venido, porque Cassie llegó al salón y, sin decir nada, me abrazó con fuerza. Correspondí a su abrazo y me recordó a como mi madre me había abrazado la noche anterior. Podía percibir el alivio en sus gestos.
—¿Cómo estás? —preguntó, incluso antes de separarse de mí.
—Estoy bien… Todo lo bien que puedo estar —respondí, acompañando las palabras con una sonrisa para quitarles importancia. No pasé por alto que Cassie paseaba la mirada por el salón con nerviosismo y se frotaba la nuca cada poco tiempo —. ¿Y tú? Te noto rara.
—Ah… Sí. Solo estaba preocupada. Esta mañana en el instituto la gente no paraba de preguntarme si sabía por qué no habías ido y, bueno… Estaba preocupada —repitió.
Mentía. Cassie era demasiado sincera y no era difícil saber cuándo mentía si la conocías lo suficiente. Pero, dado que la conocía tanto, también pude apreciar que no se esforzaba realmente para que no se lo notase. Mi amiga era cuidadosa e inteligente y, aunque podía apreciarse la mentira en sus gestos, no habituaban delatarla los argumentos. Siempre tenía una buena historia guardada en la manga. Su mirada seguía moviéndose por la habitación y me fijé en que habituaba a pararse en mi madre, que revisaba el correo en el sillón de la punta opuesta del salón.
—Vamos arriba —dije simplemente.
En cuanto llegamos a mi cuarto y cerré la puerta, dirigí una mirada interrogante a Cassie. Ella me sostuvo un par de segundos la mirada con sus ojos castaños y acabó por decir:
—¿Qué?
—¡Oh, vamos Cassie! —respondí —. ¿Qué es lo que pasa?
Ella tragó saliva y posó una mirada pesada en mí.
—Hay algo que tengo que contarte —dijo. Hablaba despacio, como si cada palabra pesase más que la anterior.
—Te escucho —le dije, mientras me sentaba en la cama. Ella se sentó a mi lado.
—Hoy… al volver a casa del instituto me encontré con Samuel. Me dijo…
—¡¿Qué?! —exclamé, agarrando a Cassie por los hombros. Mis ojos se abrieron como platos y se me secó la boca —. ¿Hablaste con él? ¡Sabes lo que es, no deberías haberte acercado a él! Además, debería estar muerto… —esto último lo dije más para mí que para ella y me enfadé conmigo misma al comprobar que una chispa de alivio se encendía en mi interior.
—Déjame acabar, ¿quieres? Yo intenté evitarlo, pero me siguió hasta que consiguió hablar conmigo. Me dijo que necesitaba decirte algo, pero sabía que no podría hablar directamente contigo y me pidió que te diese un mensaje de su parte —hizo una pequeña pausa, como si intentase recordar las palabras exactas —. Me dijo que necesitaba verte pronto, porque tenía que explicártelo todo; que se arrepentía de lo que había hecho, pero que estaba intentando arreglarlo. Me pidió que te dijese que te estará esperando hoy  a las siete en… el claro. Dijo que tú sabrías a qué se refería.
Durante unos segundos no pude decir nada.
—Está loco —conseguí mascullar tras un rato —. ¿Se da cuenta de que podríamos matarle si realmente va?
—Eso le dije yo —respondió mi amiga —. Pero me dijo que confiaba en ti.
Lo primero que se me pasó por la cabeza fue que, a menos que se estaba tendiendo una trampa a sí mismo, me la estaba tendiendo a mí. ¿Por qué otra razón iba a querer verme? No me creía que quisiese contarme la verdad, ¿qué historia se inventaría esta vez? Tal vez ni siquiera se molestase en inventar nada, sino que, cuando estuviese allí, él y su cuadrilla se lanzaría sobre mí. Y, sin embargo, había algo que me incitaba a acudir a esa cita.
Debí de pasarme demasiado tiempo cavilando en silencio, porque Cassie me llamó por mi nombre para llamar mi atención.
—Kat… comprendo que sea difícil para ti decidir qué hacer. Teniendo en cuenta lo que sientes…
—¿Cómo? —la interrumpí. No comprendía a qué se refería con “lo que sientes”.
Ella pareció dudar un segundo antes de contestar:
—Es obvio que todavía sientes algo por él, Kat.
—¿Odio? ¿Miedo? Sí, siento bastantes cosas —respondí con el ceño fruncido.
—Sabes a que me refiero —me dijo. Al ver que yo guardaba silencio, mirándola con la negación pintada en los ojos, añadió —: Todavía lo quieres.
Me giré de golpe. Sentía que me ardían las orejas.
—¡No! ¿Te has vuelto loca? ¡No lo quiero! —grité, ofendida.
Era cierto: no lo quería. Ya no. No podía negar que en ocasiones añoraba al Samuel que había conocido, pero sabía que ya no existía y mi parte lógica se alegraba de que así fuera. Si había quedado algo de cariño después de descubrir lo que era, el miedo y el rencor lo habían eliminado por completo.
—Yo veo las cosas. Comprendo que después de lo que has pasado no quieras aceptarlo, pero no puedes negarme que no lo has olvidado en ese sentido. Te conozco bien y puedo darme cuenta perfectamente de que… —me recriminó. No la dejé terminar.
—¡Cállate! —chillé con brusquedad —. ¿Acaso sabes lo que siento mejor que yo, Cassie? Lo detesto. Todo lo que estás diciendo son cosas que te inventas. ¿De verdad has dejado que él te engañe tan fácilmente? ¿Te ha convencido de que es bueno, de que puede ser querido? ¡No! No lo quiero, Cassie. Ya no queda nada que querer. Y eres realmente estúpida si crees lo contrario.
Mis palabras debieron de ser demasiado duras, porque cuando Cassie respondió también gritaba.
—¡Oh, por favor! ¿Yo soy estúpida? Venga ya… Tú no eres capaz de ver la verdad, ¿no? Le quieres. Y me lo estás demostrando ahora mismo, mientras que dudas si debes ir  a verle o no, en lugar de ir corriendo a avisar a tu familia para que se encarguen de él. Y el problema es solo tuyo si no quieres aceptarlo.
Sus palabras se me clavaron como cuchillos. La miré fijamente unos segundos, sin saber qué sentir. Quería creer que estaba enfadada, pero en realidad estaba dolida. Tal vez fuera otra de esas ocasiones en las que me negaba a aceptar la verdad.
—Vete.
Cassie me miró con sorpresa y ofensa dibujada en la cara. Sus mejillas estaban sonrosadas a causa de la discusión y, aunque el labio inferior le temblaba ligeramente, alzó la cabeza con orgullo. Caminó hacia la puerta con decisión pero, justo antes de salir, se paró.
—Lo siento si te he ofendido. Pero es lo que pienso y creo que necesitabas saberlo —admiré su capacidad de disculparse sin perder ni una pizca de dignidad. Mi amiga era demasiado buena persona como para marcharse sin más, pero también era orgullosa y no dejaba que la pisoteasen.
Me obligué a calmarme para responder.
—Lo sé. Yo… yo también lo siento. Pero necesito pensar, y necesito hacerlo sola.
Ella asintió desde la puerta y se fue. Me derrumbé sobre la cama y contuve un par de lágrimas que asomaban a mis ojos. Me sentía confusa y sobrecargada. No sabía cómo debía actuar; era como si el mundo se empeñase en golpearme una y otra vez, colocando nuevos obstáculos antes de que pudiese reponerme de los anteriores.

Dos horas fueron las que pasaron antes de que yo hiciese nada. Había sido bastante tiempo pensando, tumbada boca arriba sobre la cama, con los nervios a flor de piel y las lágrimas luchando por salir, pero, por fin, había tomado una decisión.

4 comentarios:

  1. ¿qué decisión? No nos dejes así... irá o no? Yo creo que sí.. Estoy con Cassie en estos momentos..

    Yo no me termino de fiar de Samuel.. pero bueno, ya veremos que ocurre en el siguiente capítulo.. :)

    Sigue así

    un besooo

    ResponderEliminar
  2. ¿Y cuál es? D: Cassie tiene razón

    ResponderEliminar
  3. OHDIOSMIO. He leído desde el capítulo 33 hasta este casi sin pestañear y por fin me he puesto al día. Menos mal que los he leído así de seguidos porque no creo que hubiera sobrevivido varias semanas para saber que ocurriría en el siguiente capi. (Jjeje, ventajas de tomarse unas pequeñas vacaciones de blogger). Pero ahora quiero saber qué decisión ha elegido Kat. Ughhh, qué mal. Voy a ir por partes según las notas que he ido recogiendo mentalmente:
    Qué mala suerte que tiene Kat cuando está en el sótano y su padre y su hermano entra. Qué buena suerte que se conoce el armario. Yo, con lo torpe que soy, me habría caído por las escaleras o en el armario y me habrían pillado.
    Tengo claro que los niños pequeños le dan muchos puntos extras a las historias. Travis es un amor *-*. Me recuerda a mi primo pequeñito, que también le faltan algunos dientes.
    El hombre de la capa me pone nerviosa. Me da igual la cantidad de ángeles que tenga o si sus alas son negras. Si yo hubiera sido Kat, me habría encargado de él yo misma.
    Que sepas que aún sigo creyendo en Samuel. Esto no puede acabar así. Si salva a Kat es porque la quiere y no porque tenga ningún pensamiento asesino sobre ella. (Porfa, no le hagas nada más, ya ha sido suficiente para él) :'( Respondiendo a la pregunta de Cassie, la de que aún lo quiere: SÍ, SAMUEL, YO AUN TE QUIERO. (Bueno, dejo ya mi momento fangirl y me obligo a respirar)
    Un beso! (Y otro para Samuel jejej)

    ResponderEliminar
  4. Bueno, puede que en la vida sea leído mi blog, o que nunca llegue a nadie, pero acabo de dejarlo con el amor de mi vida, y me han recomendado que escriba, y he decidido escribir sobre el día a día, de cómo superar una ruptura,y de paso contaros cómo hago...si te interesa, ya sabes dónde estoy, y gracias por este minuto dedicado... Un saludo enorme, espero que te vaya genial ! http://diariodeunadesenamorada.blogspot.com.es/

    ResponderEliminar

¿Qué te ha parecido? Deja tu opinión, es importante :))