sábado, 1 de marzo de 2014

Capítulo 39

Haciendo tiempo
E
n el techo de mi habitación había manchas de humedad. Parecía que llevaban allí un tiempo y, sin embargo, nunca las había visto. Solo en ese momento, que me detenía mirar el techo, tumbada sobre la cama y esforzándome en no pensar en nada, podía apreciarlas. Empecé a unir las manchitas oscuras, intentando formar dibujos con ellas. Era una actividad estúpida, pero necesitaba mantenerme absorta con algo, cualquier cosa era mejor que pensar en lo que acababa de descubrir.  Pero mis ojos, empapados en lágrimas que no llegaban a derramarse, me impedían ver las marcas oscuras con nitidez.
No quería pensar, porque eso me hacía tener miedo. Y el propio miedo me asustaba, estaba harta de sucumbir a mis fantasmas interiores.  Pero, como ya había descubierto cierto tiempo atrás, ellos eran más fuertes que yo; las preguntas turbaban mis pensamientos por más que yo intentase evitarlo.
No sabía lo que había de cierto en la historia que Samuel me había contado. Y, lo que era peor, no había forma de descubrirlo. «Tendrás que confiar en mí», había dicho. Pero, ¿cómo iba a confiar en alguien que ya me había traicionado y que me había hecho tanto daño? Y, por otro lado, ¿por qué estaba tan desesperada por encontrar argumentos a su favor? No quería admitir que le quería y que él seguía jugando con mis sentimientos.
«¿Y si no está jugando, Kat? ¿Y si lo decía de verdad?»
Antes de que pudiese llegar a asimilar ese pensamiento, escuché unos pasos por el pasillo y me apresuré a coger un libro que tenía a mano, para fingir que no me sentía tan perdida como realmente lo estaba. Las pisadas, rápidas y fuertes como el latido de mi corazón, se pararon ante mi puerta, que se abrió sin que nadie llamase.
—¿Qué haces aquí, princesita? —dijo mi hermano. Sus palabras reflejaban diversión, pero en sus ojos había un brillo de seriedad que no pasé por alto. Me limité a mirarle, sin responder, esperando a que dijese algo más. Él interpretó mi silencio de la manera adecuada y añadió —: ¿Cuánto hace que estás aquí?
—Un rato —respondí ambiguamente, porque, en realidad, no sabía cuánto tiempo había pasado allí tumbada sin hacer nada.
Él frunció el ceño y, sin decir nada, salió un segundo al pasillo y llamó a mi padre a gritos. Volvió a entrar en la habitación, mientras escuchábamos los pasos de mi padre en el piso inferior.
—¿Estás bien? —preguntó con escepticismo. Asentí con firmeza, pero Isaac no parecía satisfecho con la respuesta —. ¿Estás segura? —insistió.
—Claro —mentí —, ¿por qué no iba a estarlo?
Justo antes de que mi padre irrumpiese en la habitación, masculló:
—Tienes el libro del revés.
Dejé el libro sobre la cama para evitar que mi padre reparase también en mi error, mientras sentía como me sonrojaba. Si bien, no tuve mucho tiempo para pensar en ello, porque mi padre me llamó:
—Katrina, ¿por qué no has venido a hablar con nosotros en cuanto subiste? ¿No te quedó claro que tenías que decírnoslo?
En su tono de voz, más alto de lo estrictamente necesario, podía adivinarse una reprimenda que preferí ignorar. Me encogí de hombros, restándole importancia al asunto, y respondí con voz fingidamente tranquila:
—No me acordé. De todos modos, tampoco había nada realmente interesante que contar…
—¿Qué te dijo, Katrina? —me cortó.
Yo me mordí el labio. ¿Por qué dudaba? ¿Por qué no le contaba todo lo que él me había dicho? ¿De dónde salía aquel extraño afán de encubrirle? Pero ya había tomado una decisión. Nunca llegué a saber si fueron mis sentimientos hacia Samuel o mis ansias de ser yo quien, por una vez, tuviese la información al completo y la manejase a antojo propio lo que me hizo decir:
—Cuando le preguntaba por cualquier cosa, se evadía del tema. Me decía que no sabía nada, que él solo estaba aquí para empezar de cero. Pero no le creo, estoy convencida de que oculta algo.
No estaba, ni de lejos, convencida de nada. Pero precisamente, eran esas dudas las que me obligaban a buscar más tiempo para pensar. No podía decirles la verdad a mi padre y a mi hermano, ni nada que les hiciese creer que esto se había acabado. Porque una verdad fría, dura y clara como un diamante de hielo pulido, resonaba en mi cabeza dolorosamente: en el momento en el que Samuel no pudiese aportar nada más, su vida llegaría a su fin. Y cada vez me veía menos capaz de consentirlo.
—Lo hemos intentado por las buenas…. —masculló Isaac. Dejó la frase en el aire, pero no era necesario que la acabase. “…y ahora toca intentarlo por las malas”.
Papá e Isaac intercambiaron una mirada, cargada de un significado que yo no pude identificar por completo, asintieron y salieron de la habitación, sin decir más que:
—Está bien, Katrina. Olvídate de él, nosotros nos encargamos.
En cuanto la puerta de mi habitación se cerró, bufé con fuerza. Olvidarme de él, como si fuera tan fácil. Barajé la posibilidad de volver a tumbarme en la cama, sin hacer nada, pero la deseché al momento. Necesitaba mantenerme ocupada, abstraerme durante un rato de todo lo que me rodeaba. Mis dientes rechinaron, mostrando mi irritación. No entendía como podía costarme tanto hacer algo que antes hacía sin darme cuenta.
Entonces, mis ojos cayeron sobre la libreta en la que solía dibujar. Con una repentina decisión, me dirigí al escritorio. Puse la música muy alta, para que pudiese acallar mis pensamientos, pero ni siquiera reparé en el cantante o la canción. De todos modos, no me importaba.
Estreché el cuaderno entre mis manos, sintiendo la textura de las hojas. Me obligué a reprimir una sonrisa estúpida al darme cuenta de lo agradable que me resultaba el mero contacto con el papel.
No sabría decir cuánto tiempo estuve dibujando, cuántos dibujos hice, o qué dibujé; pero cuando el rugido de mi estómago (no había comido nada desde el desayuno) me resultó insoportable, caí en la cuenta de que el sol ya se había fundido en su abrazo diario con el horizonte. Mis manos estaban manchadas del gris de la mina del lápiz, pero no le di importancia. Es más, lo consideré algo bueno. Por primera vez en mucho tiempo, había conseguido sentirme despreocupada, como si el tiempo y las preocupaciones no pasasen por mí. Era raro sentirse bien después de tanto tiempo.
Bajé a cenar y me encontré con mi madre en la cocina. Me obligué a sonreírle para que no se preocupase y, por una vez, no me resultó muy difícil.
Cenamos viendo la televisión, mientras conversábamos con tranquilidad, como solíamos hacer antes. “Antes… ¿antes de qué?”, me pregunté. ¿Qué había sido lo que me había hecho dejar de dibujar y de charlar con mi madre? ¿Cuándo se había impuesto esa norma de soledad y tristeza? Hasta el momento había culpado a los ángeles negros de todo lo que estaba pasando, pero en ese momento también me culpé a mí y eso me hizo sentir rabia. ¿Por qué siempre me daba cuenta de las cosas tan tarde? ¿Por qué tendía a auto engañarme tanto? Sonreí amargamente ante la ironía; estaba pensando en todo eso como si fuese un tema pasado y sin embargo, algo en mi interior no me permitía estar tranquila, porque sabía que Samuel estaba un piso por debajo.
Mi madre, malinterpretando mi sonrisa cansada y la tristeza de mis ojos, murmuró, mientras me agarraba una mano:
—Tranquila, Kat. Pronto todo habrá acabado.
Intenté parecer tranquila. Volvía a resultarme difícil sonreír de manera convincente.
—Sí. Lo sé.


Al día siguiente, en los pasillos del instituto, la gente bullía a mi alrededor con tanta rapidez que mi adormilada mente no era capaz de asimilarlo.
—¿Kat, me estás escuchando? —escuché de repente.
—¿Qué? —pregunté, dando un respingo.
Nathan sonrió mientras rodaba los ojos.  Cassie tomó la palabra:
—Hablábamos de quedar mañana. Hace mucho que no hacemos noche de películas. ¿Te apuntas?
—¡Claro que se apunta! —dijo Nathan en mi lugar, sonriendo de oreja a oreja —¿Cuándo se ha visto una noche de pelis sin Kat?
Cassie le empujó, fingiendo estar molesta por la interrupción y me miró levantando una ceja. Me encogí de hombros.
—¿Por qué no? —respondí.
—¡Genial! Se lo diré a Alison —y se fue.
Dirigí una mirada pesada a Nathan, mientras soltaba un suspiro.
—¿Es en casa de Alison? —bufé.
Mi amigo chasqueó la lengua y se encogió de hombros, porque sabía a qué me refería, pero él no podía hacer nada.
—Oye, yo tampoco adoro a la madre de Alison, pero intenta mirar las cosas por el lado bueno, ¿qué es lo peor que puede hacer en la noche de películas?
Asentí en señal de conformidad, pero no pude evitar poner los ojos en blancos. Cualquiera diría que, después de unos siete años siendo amiga de Alison, ya habría hecho buenas migas con su madre, pero no. De hecho ninguno de mis amigos sentía gran simpatía hacia ella. Criticona, chillona y exageradamente estricta eran buenos adjetivos para definir a la mujer. Incluso la misma Alison parecía rehusarla en ocasiones.

Pero  a pesar de eso, me sentía bien. Consideraba una buena señal que la madre de Alison volviese a ser uno de mis problemas.

4 comentarios:

  1. No irán a matar a Samuel ¿verdad? :(
    Espero la noche de pelis :D

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  2. En este capitulo como que casi no pasa nada no? Ah y espero que no le pase nada a Samuel que es muy mono. A ver si Kat le.perdona

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  3. Hola,encontre tu blog por casualidad y he de decir que me ha encantado,ahora he de leer todos los capitulos anteriores.
    Espero que te pases por mi blog n.n
    Un beso

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  4. Temo sus "...por las malas"

    jaja.. pobre madre de Alison, seguro que no es tan mala persona.. jeje

    un besooo

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