La leyenda
H
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abíamos llegado a creer
realmente que la madre de Alison no podía llegar a amargarnos la noche, pero no
tardamos en ver que no era así. Nos vimos obligados a ver la película sin
comida, pues la mujer no paraba de repetir que lo llenaríamos todo de
porquería. Cada poco, entraba en el salón y chillaba a Simon por poner los pies
(descalzos) sobre el sofá y a Cassie por haber dejado caer un pañuelo en el
suelo. Cada vez que hacía eso, teníamos que parar la película porque no
conseguíamos escuchar los diálogos. Cuando se callaba, volvíamos a ponerla y
ella observaba unos minutos en silencio, y fruncía el ceño, lo que producía una
marcada arruga en su frente morena. Estaba a punto de quitarnos la película,
por considerarla demasiado violenta, cuando apareció el padre de Alison, un
hombre pálido y calvo, del que su hija solo había heredado los ojos oscuros, y
la detuvo.
—Margaret,
déjalos en paz. Ya son mayorcitos —acompañó sus palabras con una sonrisa
inofensiva, como si temiese la reacción de su mujer. Aunque no imponía mucho,
todos se lo agradecimos y admiramos más de lo que cabría esperar, pues nadie
había escuchado al hombrecillo llevar la contraria a su mujer. Incluso Alison
parecía sorprendida.
La
mujer se zafó del brazo que le agarraba su marido y se fue, mascullando por lo
bajo. Alison dijo:
—Guau,
papá. No me lo esperaba de ti, pero gracias.
—Me
alegra ver que mi hija tiene las expectativas altas conmigo —respondió con
ironía, enrojeciendo ligeramente. Los demás reímos mientras el señor se despedía
de nosotros con una sonrisa.
El
resto de la noche pasó con tranquilidad. No hubo más interrupciones por parte
de la madre de Alison y, cuando todos nos sentimos cansados, nos fuimos a
dormir.
Alison,
Cassie y yo compartíamos habitación. La oscuridad lo inundaba todo y no
alcanzaba a ver ninguno de los pósters que empapelaban la habitación de mi
amiga. Todo lo que alcanzaba a oír era la respiración lenta de Alison, que
dormía profundamente, y el susurro de las sábanas de Cassie, que se removía
inquieta.
En
cierto momento, no sabría decir cuánto tiempo después de haber apagado la luz,
pues nada me ayudaba a calcularlo, Cassie me llamó:
—Kat,
¿estás despierta?
—Sí
—dije yo —, ¿qué pasa?
—Es
que desde hace un par de días te noto como ausente. ¿Estás bien?
“Hace
un par de días”, repetí en mi cabeza. Hacía un par de días de la charla con
Samuel. Agradecí la oscuridad cuando respondí, con cara de evidente mentira:
—Sí.
—¿De
veras?
Me
vi tentada a decir “no peor que normalmente”, pero estaba harta de mi propio
victimismo. Así que hice de tripas corazón y repetí:
—Sí…
Pero hay algo que tengo que contarte.
Ella
se incorporó en la cama; no pude verla, pero escuché el roce de las mantas.
Pronto estuvimos las dos en el baño, ella sentada sobre la tapa del váter, estallándose
los nudillos con nerviosismo; yo, cargando con la mochila que había llevado. No
tardé mucho en contarle todo lo ocurrido, aunque no era poco, desde la última
vez que habíamos hablado del tema. Ella se quedó de piedra, y poco pudo decir
cuando terminé. Tras farfullar un par de cosas que no pude entender, me
preguntó:
—Y…
¿confías en él?
—Yo…
—dudé —. No estoy segura. Pero no puedo dejarle morir, Cassie. No puedo —mi voz
era apenas un escueto graznido cuando terminé de hablar.
—Supongo
que ya lo sabes, pero cuenta conmigo para lo que sea, ¿vale?
No
me dio tiempo a agradecérselo, porque me envolvió en un abrazo más
reconfortante de lo que un simple “gracias” puede mostrar. Cuando me vi capaz
de separarme de ella y mantener una sonrisa convincente, añadí:
—Mira,
he traído algo.
Cassie
examinó maravillada los libros que había sacado de la mochila. Ambos eran
ejemplares de muchas páginas, portadas oscuras y páginas amarilleadas por el
tiempo. Sobre uno de ellos, unas letras grandes y doradas, rezaban “Ángeles
negros. Características y poderes”. En el otro, de letras más pequeñas y
elegantes, se podía leer “Ángeles negros. Historia”. Eran los libros que me
habían llamado la atención en mi visita clandestina al sótano y ahora, por fin,
estaban en mi mano.
—¿Cómo
los has conseguido? —preguntó Cassie, acariciando uno de ellos con la punta de
los dedos.
—Insistí
mucho a mi padre. Al principio no quería, pero le dije que en un momento así
debía estar documentada y ponerme al día en lo que a ángeles negros se refiere.
No resultó tan difícil como creía, incluso parecía satisfecho cuando me llevé
los libros. Creo que le alegra pensar que por fin estoy empezando a tomarme en
serio “mis estudios” y que podré llegar a ser el arcángel que siempre quiso que
fuese. Necesito que alguien me eche una mano con esto y no hay mucho dónde
escoger. Aunque, de todos modos, te escogería a ti. Así que coge el que
prefieras y echémosles una ojeada —la palabra “ojeada” se vio interrumpida por
un profundo bostezo que no conseguí reprimir.
—Me
quedo este —dijo mi amiga mientras cogía el de Historia—, pero los miraremos
mañana, ¿vale? Con la mente cansada no se trabaja bien. Vamos a dormir.
Asentí.
Esa noche dormí plácidamente, a pesar de no ser mi cama, porque sentía que me
había quitado parte del peso de mis cansados hombros.
A la
mañana siguiente, durante el animado desayuno que tomamos todos juntos
(haciendo experimentos con la comida, aprovechando que Margaret estaba
dormida), ninguna de las dos nombró los libros. Ni después de eso, cuando todos nos despedimos y nos marchamos
de la casa de Alison.
Una
vez en casa, me encerré en mi conocida habitación, con el libro entre las manos
y la vista perdida en las páginas, pero sin llegar a enfocar bien las letras.
Al igual que unos días atrás, acabé por pasar la tarde dibujando; llenando
hojas y hojas de trazos y difuminando el lápiz con la mano. Como de la otra
vez, no me importaba qué dibujaba o cómo quedaba, simplemente necesitaba
hacerlo. Me olvidé por completo de los libros hasta que, ya tarde, cuando el
sol estaba bajo, llamaron al timbre. Bajé a abrir y me encontré con una
apresurada Cassie que hablaba con prisa:
—Hola,
Kat. ¿Cómo estás? Tengo algo de prisa… mira, te explico. He estado leyendo toda
la tarde y he encontrado varias cosas que me llamaron la atención. Ahora mismo
no tengo tiempo de explicártelas bien, pero he marcado las páginas interesantes
con notas en las que he escrito lo que sacaba de cada texto. Ahora me tengo que
ir, vamos todo el fin de semana a casa de mis primos y no podré leer, así que
me parecía conveniente que lo mirases, a ver qué opinas. Me gustaría poder
acabarlo, es realmente alucinante… ¡Oh! Mi madre me está llamando. ¡Nos vemos
el lunes, Kat! Ya me contarás.
Y se
fue. Yo estaba tan confusa por su repentina llegada (y marcha) que apenas pude
murmurar un “pásatelo bien con tus primos”. Miré el pesado libro que sostenía
entre mis manos. Aquí y allá sobresalían algunas de las esquinas de las notas
de las que Cassie había hablado. Subí a mí habitación y me obligué a
concentrarme en la lectura. Miré por encima las páginas que Cassie había
marcado, para decidir cual leería primero, cuando mi atención se vio captada
por una página en concreto. Cassie había puesto varias notas en ella, porque no
le había cogido todo en una. Las aparté a un lado para leerlas después del
texto del libro y comencé a leer. Las páginas pertenecían a un apartado del
libro titulado «Leyendas y viejas historias sobre los ángeles negros». No me hizo dudar el hecho de que pusiese “leyendas”,
porque sabía que para los ángeles las leyendas eran algo con fundamentos y con
sentido, verídico, pero del que no se sabía el origen con certeza. No incluía
el matiz de mentira que los humanos atribuyen a las leyendas.
Comencé
la lectura, sumergiéndome en cada palabra. Decía así:
Son ya cientos de años los que han
transcurrido desde que esta historia fue contada por primera vez y, sin
embargo, aún causa revuelo al ser escuchada. Sus protagonistas han tenido todos
los nombres existidos y, al tiempo, no tienen ninguno. Muchas de las bocas que
contaron esta historia se decidieron a ponerles un nombre que no les
pertenecía, pues sus nombres verdaderos han sido y siguen siendo un gran
misterio. Por esto, otros muchos intentaron resolverlo llamándoles, simplemente,
Él y Ella.
Numerosos textos corroboran la posible
realidad que estas palabras encierran, si bien todavía no ha sido aclarada la
fuente de poder que puede desencadenar historia semejante a la que ahora será
relatada:
Hace ya muchísimos años, tantos que ni
el más longevo de los ángeles podría haber sido testigo de este suceso, ocurrió
que en una ciudad, por aquel entonces llamada Arivle, hubo una masacre. Sin
embargo, es recordada porque no hubo un gran derramamiento de sangre, sino algo
que mucho de los nuestros consideran peor: plumas negras. Hubo plumas negras en
las alas de muchos ángeles de blanco corazón.
Muchas fueron las víctimas, pero no
todas sus historias pueden ser contadas. Pero, por merecer una mención
especial, se habla de Él y Ella. Se dice que Él era un arcángel anciano, hombre
de barbas blancas que descansaba en sus últimos años, después de haber cumplido
años y años de servicio a Dheam; y Ella, su nieta, joven ángel de cabellos del
color del oro. Vivían juntos en tranquilidad hasta que un mal de tamaño
descomunal se ciñó sobre Arivle. Este mal tenía la forma de uno de los
traidores, la forma de un ángel negro. Por alguna razón, no se había decidido a
abandonar Loryem mediante la magia negra que usaban sus semejantes, sino que se
había fortalecido en las sombras, para luego sembrar el caos entre las gentes.
Y si es recordado este traidor y no
otro, es por su especial manera de actuar. Tal punto alcanzaba su maldad y su
fuerza, que el castigo que imponía a sus inocentes víctimas era para ellas peor
que la propia muerte. Una vez que capturaba a algún ciudadano, este vivía su
peor pesadilla. El ángel negro le tomaba las manos entre las suyas y, sin que
pudiese el otro hacer nada, descargaba un torrente de energía oscura sobre él
ángel capturado. Y el otro tenía que resignarse a aceptarlo, a dejar pasar la
energía negra a su cuerpo para evitar, así, las horribles torturas que sufrían
cuando intentaban evitar el paso; viéndose condenado a una eternidad en la que
sus alas estarías teñidas de negro. Docenas de hombres y cientos de muchachas,
pues las prefería a ellas, vieron su vida destrozada por este mal.
Cierta vez, ya entrada la noche, que
era fría y húmeda, alguien llamó a la puerta de la humilde casa de Él y Ella.
Ella estaba echada sobre la cama, intentando conciliar el sueño y Él se hallaba
en su habitual lectura nocturna.
—¿Quién será a estas horas? —inquirió
Ella, mientras se incorporaba con cuidado.
Él sospechaba que sería algún ángel
que se había extraviado y que, en la fría oscuridad, buscaba cobijo. Pero
tantos años luchando por mantener la pureza de la raza de Deham no habían
pasado en vano y un mal presentimiento se instaló en el interior de Él. Intentando
no preocupar a su nieta, respondió, con voz suave:
—Ponte tu capa, querida, o te
enfriarás cuando abra la puerta. Y, hazme el favor, ponte tras el sofá. La
noche es fría y podría ser cualquiera el que busca refugio. No quiero que vean
a mi pequeña sin saber antes si son gente de fiar.
Ella estaba extrañada, pero obedeció a
su abuelo. Él era sabio, y Ella era consciente de que sus consejos, por
extraños que pudiesen llegar a ser, solían ser los adecuados.
Unos nuevos golpes se escucharon desde
el otro lado de la puerta.
—No salgas hasta que yo te lo indique
—advirtió Él en un susurro. Y abrió la puerta.
Desde detrás del sofá, Ella se dio
cuenta de que la puerta se había abierto; y no solo por el sonido, sino también
por la fría corriente de aire que llenó la estancia y que le hizo estremecerse,
a pesar de estar a apenas dos pasos de las danzantes llamas de la chimenea.
Siguió sintiendo escalofríos incluso después de haberse cerrado la puerta, pues
la muchacha había heredado la buena intuición de su abuelo, pero Ella no era
consciente de eso.
—¿Quién sois y por qué llamáis a mi
puerta, señor? —preguntó Él, con tono educado pero voz firme.
El hombre, que era grande y vestía una
larga capa negra, frunció el ceño y miró alrededor, sin responder a la pregunta.
Él hubiese jurado, incluso, que olfateó el aire.
—¿Dónde está Ella? —dijo finalmente.
Él nunca se había parado a pensar como sonaría la voz de la Muerte, pero en
aquel momento creyó que sonaría muy parecida a la de aquel extraño.
—¿Quién?
—No finjáis no saber, buen hombre —Él
casi pudo apreciar un tono de desdén en el apelativo, mas no dijo nada —.
Resulta evidente para mí ver que aquí vive una joven. Si apreciáis vuestra
vida, entregádmela.
Ella se estremeció en su escondrijo,
pero el miedo le impedía salir y desvelar su escondite. Además, casi podía
escuchar la voz de Él resonando en su cabeza “No salgas hasta que yo te lo
indique” y tuvo la seguridad de que su abuelo ya había esperado una situación
parecida a esa.
Ante el silencio del anciano, el
visitante añadió:
—No estimáis vuestra existencia, por
lo que puedo ver.
—La aprecio, oh, señor. Pero si es el
precio que he de pagar por la seguridad de mi nieta, que así sea.
Los ojos del desconocido destellaron
un segundo. Ese hombre le estaba entregando su vida. Sin embargo, no le mataría
por su atrevimiento. ¿Para qué matar, pudiendo arruinar su vida y la de su
nieta?
—Dadme la mano, entonces —ordenó.
Él no dudó. Tendió su mano callosa y
el desconocido la estrechó entre las suyas. Él pudo ver los dedos largos y
pálidos, como huesos, y una vez más pensó en lo bien que ese hombre
representaba a la muerte, con su capa negra.
Sintió la energía oscura pasar del
desconocido a su propio cuerpo y reprimió un grito de espanto; no quería
asustar más a Ella. Dejó que el torrente de energía lo llenase por dentro, si
bien no estaba dispuesto a ser vencido tan fácilmente. Vio que el malvado
hombre tenía la vista desenfocada, como si estuviese en trance, y con un gran
esfuerzo Él alcanzó un cuchillo que tenía a su lado, sobre la mesa. «Es
demasiado fuerte para ser vencido por un único golpe, y yo no alcanzaré a dar
más…» pensaba Él con resignación. Pero el servicio a Deham no solo lo había
fortalecido físicamente, sino que le había aportado grandes conocimientos. Y,
guiado por una repentina determinación, clavó con toda la fuerza posible el
cuchillo en su propio pecho.
La sangre comenzó a brotar de la
herida y con ella, la vida de Él. Ahora ya nada estaba de su mano y solo podía
esperar a que el instinto de supervivencia no lo traicionase. Y no lo hizo. Su
cuerpo, reacio a morir, extrajo con más fuerza la energía que el ángel negro
estaba pasando a Él. Y el otro no se dio cuenta, pues no saldría de su trance
hasta que el otro cuerpo se hubiese impregnado de toda la energía necesaria;
que, en este caso, sería toda la que encerraba el cuerpo del hombre.
Y así estuvieron, nadie sabría decir
cuánto tiempo, Él absorbiendo la energía del ángel negro hasta arrancarle la
mismísima energía vital, la vida.
La herida ya no sangraba porque, de
hecho, ya no había herida. La energía del ángel negro había llenado el cuerpo
de Él, vaciando al otro de vida. El cuerpo del atacante cayó inerte a los pies
de Él y Ella salió corriendo de su escondrijo. Iba a abrazar a su abuelo,
cuando el gritó:
—¡No! ¡Quieta! No te me acerques,
pequeña, pues el mal se ha apoderado de mí. Le dije a él que daría mi vida por
ti, y eso he de hacer porque no podría soportar vivir el resto de mis días como
el monstruo que ahora soy —las alas del arcángel, ahora negras, salieron
lentamente de su espalda y Ella rompió en llanto —Te quiero, mi niña, no lo
olvides.
Y, antes de que Ella pudiese hacer
nada, Él alcanzó un bote cercano y bebió de un único trago la botellita de agua
con Árbol de Fuego disuelto en ella. Tosió un par de veces y, luego, cayó al
suelo. Muerto.
Se dice que Ella pasó de luto el resto
de sus días, llorando el sacrificio de su abuelo. También hay quien cree que
fue Ella quien comenzó a difundir esta leyenda que, a día de hoy, siembra la
desolación en el corazón del ángel que la escucha.
Ciertamente,
me había impactado la leyenda. Me resultaba extraño pensar que la fluctuación
de energía, gracias a la que estaba viva, había producido una catástrofe como
esa. No podía evitar pensar cómo sería
estar en el lugar de Él o Ella, y un estremecimiento me recorría de arriba
abajo. Luego, caí en la cuenta de que mi situación no distaba tanto de la suya,
¿acaso no estaba siendo perseguida por ángeles negros? ¿Y quién me decía que
sus intenciones no eran tan malas como las del ángel negro de la leyenda? Y
otra duda que no podía sacar de mi cabeza era si yo, llegado el momento, podría
ser tan osada como lo había sido Él. Era perfectamente consciente de que por mi
culpa, mucha gente a la que quería estaba en peligro; ¿sería capaz de
sacrificarme por ellos como Él por Ella?
Dejé
mis pensamientos de lado por un momento y cogí las notas de Cassie. Ella, que
podía ser más objetiva, había anotado conclusiones bastante diferentes a las
mías. En la primera nota leí:
Esta historia muestra que hay más
formas de convertirse en ángel negro que la del odio. Me hubiese gustado que
fuese una historia de origen más claro, porque me da reparo confiar plenamente
en una leyenda. Pero creo que sería un buen punto de partida para comenzar a
investigar. He buscado en el libro otros textos que podrían estar relacionados
con esto y he encontrado varios en los que se nombra el tema, pero que no se
centran en él. Los marqué con una cruz azul.
El
espacio de aquel pequeño papel se había agotado y mi amiga había escrito algo
más en otra nota. La cogí.
¿Sería posible que eso siguiese
sucediendo hoy en día? No para de rondarme la cabeza lo de que Samuel se
convirtió en ángel negro siendo muy pequeño. ¿Qué puede hacer que un niño de
ocho o nueve años odie tanto como para llegar a eso? ¿Crees que se puede deber
a lo de la historia?
Y en
el último papel:
También pienso en la cantidad de poder
que debía de tener ese ángel negro para poder hacer obligar a sus víctimas a
convertirse. Es decir, es obvio que se necesita una fuerza extraordinaria para
hacer eso, de lo contrario lo harían constantemente, creo yo. No sé si debería
tranquilizarme que sea algo que no puedan hacer todos, o preocuparme que haya
algunos que si pueden.
Yo
tampoco lo sabía. A esas alturas, ya no sabía nada. Todo se mezclaba en mi
cabeza y hacía que sintiese molestos pinchazos en las sienes. Me encontraba
demasiado cansada como para intentar buscar una respuesta y, a cada segundo,
aparecía una nueva. Necesitaba evadirme, y ni siquiera me apetecía dibujar. Me
sentía asfixiada por las paredes de mi cuarto, así que, a pesar de que ya había
caído la noche, del frío invernal y de las constantes advertencias de mi padre,
salí por la ventana y corrí hacia el bosque, donde volé sin rumbo fijo, hasta
que mi cuerpo cansado me exigió volver a casa y entregarme al sueño. Pero ni
siquiera el cansancio o la sensación de libertad que había sentido mientras
volaba, consiguieron alejar las pesadillas esa noche.
Laura, eres genial, este capítulo me ha envuelto... Quiero más :D
ResponderEliminarOle tu! Genial genial!! Love it!! Queria saber se os textos eses dos libros os inventaches ou os sacaches de algun lado,porque se os inventaches eres a ostia jajaja.
ResponderEliminarE,eu leo esta historia e nin siquiera me dou cuenta de que e tua sabes,e cabdi acabo penso: bua,que esto acabao de escribir laura tio. Jajaja e moi raro todo,e igual me pasa ca miña historia jajaja,nn sei como escribes tan ben... Jajaja
¡Hola, Laura! Cuánto tiempo sin comentar por tu fantástico (y cada vez mejor) blog. Sin embargo te he seguido leyendo, por supuesto, y este capítulo está a la altura de todos los anteriores. Bueno, me pasaba para felicitarte de nuevo por tu talento con la escritura, por tu infinita imaginación con las historias y los relatos que tanto me encantan y porque hayas cumplido ya un año con el blog ^^ ¡sigue así!
ResponderEliminarTambién te quiero dar las gracias por
todo lo que me apoyaste, desde el primer momento. Aunque creo que este gracias es insuficiente, porque siempre te molestaste en hacer un hueco para leerme y comentarme cada capítulo, para echarme una mano...En fin, siéntete orgullosa de ti misma poque eres genial ;3
¡Y recuerda que siempre que tu escribas yo te seguiré leyendo! nwn
No quería que pensases que he dejado de ser una pesada xD
Un abrazo muy grande, y siento no haber dado señales de vida.
Hola, Naku! Te echaba en falta, me alegra saber que estás por ahí. Muchas gracias por todo; como siempre, tu comentario me ha sacado una sonrisa. Y no tienes que agradecerme nada, te leía porque me gustaba mucho tu historia y tu manera de escribir (espero poder leerte en el futuro de nuevo :D).
EliminarNo te preocupes por no comentar, entiendo que no siempre se puede. Lo importante es que tú estés bien, guapa :)
Recuerda que me encantaría ayudarte en cualquier cosa que pudiese hacer, así que no dudes en avisarme si necesitas algo ^^
Un beso enooorme :3
Me ha gustado mucho este capítulo.. y la historia que se contaba en el libro sobre los ángeles negros me ha dado que pensar sobre muchas cosas..
ResponderEliminarNormal que Kat necesite respirar.. Demasiada información y sobre todo la que todavía no comprendemos, abruma y es bueno respirar y recapacitar tranquilamente.
Sigue así Laura, estoy deseando saber cómo continua :)
un besooo