lunes, 21 de enero de 2013

Capítulo 4




Él
M
iré el reloj. Las cinco y media. Desde que había despertado del sueño no había conseguido pegar ojo. El hambre me atacó y avancé en silencio hasta la cocina. Una vez allí cogí un botellín de agua, unas magdalenas, un tarro de galletitas recubiertas de chocolate y un par de barritas de cereales. Pero todo el mundo sabe que cuando se intenta no hacer ruido es cuando más ruido se hace. El tarro me resbaló y cayó contra el suelo, lo cual provoco un estrepitoso sonido, rasgando el silencio que inundaba la casa. Me quedé completamente quieta, esperando escuchar el sonido de pasos hacia la cocina, pero no ocurrió nada. Me agaché cuidadosamente y agarré el tarro con firmeza mientras mis ojos escrutaban el vacío y oscuro pasillo con inquietud. Al llegar a mi habitación, dejé caer las provisiones sobre la cama y encendí la lamparilla de noche. Comencé a comer y no paré hasta que no quedó nada. Abrí la botella de agua y vacié la mitad de un trago. Intenté conciliar el sueño una vez más pero no lo conseguí. Cogí el libro que estaba leyendo para el instituto, una adaptación al libro de Jules Verne “La vuelta al mundo en ochenta días”,  pero no me apetecía leer en ese momento, así que entré en internet.
Tras un tiempo un rayo de sol se filtró ente las cortinas. Observé el pequeño reloj digital del ordenador. Eran las siete menos veinticinco ¿Ya había pasado tanto tiempo? Cerré la página de Google en la que me encontraba en ese momento y apagué el ordenador.
Después de vestirme y peinarme. Volví a mi habitación, arranqué una hoja de una libreta vieja y garabateé con el primer bolígrafo que encontré:
Voy a dar un paseo, vuelvo pronto.                                                           Kat
                                              
Metí el móvil, las llaves y la cartera en el bolsillo y salí de casa.
En la calle el aire era frío. Me subí la cremallera de la cazadora hasta arriba del todo y metí las manos en los bolsillos. Me puse en marcha, sin tener un rumbo concreto. Mis piernas avanzaban por si solas llevándome a un destino desconocido, mientras mi mente comenzó a divagar, recordando la discusión con mi padre, el sueño, toda mi historia…
Cuando volví a la realidad, me sorprendió descubrir que me hallaba delante del instituto. Me acerqué al tablón que se encontraba al lado de la puerta del edificio principal. Comencé a leer los papeles colocados de forma desordenada sobre el tablón. Nada interesante.
De repente, la puerta se abrió. Se abría hacia afuera y, puesto que yo estaba al lado, me golpeó. Mi profesora de francés  se acercó a mí, debía de ser ella quien había abierto la puerta.
-¡Oh! ¿Katrina?- preguntó al reconocerme. Su voz lucía un  encantador acento francés –¡Lo siento! No te había visto.
-No te preocupes, Hélène –dije sonriendo con dulzura.
Hélène me caía realmente bien. Había nacido en París y se había venido a vivir aquí con veinte años. La parisina aparentaba treinta como mucho. Su corto pelo negro estaba suelto y le a la barbilla. Sus ojos de color chocolate, me miraban con preocupación.
-¿De veras? ¿No te duele?
Negué enérgicamente con la cabeza. Mi pelo castaño se sacudió alrededor de mi cabeza y, al mirar por encima de su hombro, percibí, por primera vez, que la acompañaba un chico.
Lo escruté con la mirada. Era el chico nuevo, el que había empezado este año en el instituto. Iba en mi clase.
El pelo rubio le caía sobre la frente de modo desordenado pero grácil. Sus enormes ojos eran de un verde tan vivo que una podría pasarse toda la vida contemplándolos. Ligeras motas doradas salpicaban esa perfección verde como los rayos del sol salpican una gran pradera. Su piel era pálida, pero se notaba el ligero moreno obtenido a lo largo del verano. Su cuerpo estaba muy bien proporcionado: piernas largas, brazos bien musculados, espalda ancha.
Por un momento me pareció ver algo reluciendo tras su pulcra espalda, pero desapareció en menos de una milésima de segundo, así que supuse que sería el reflejo de los rayos del sol en los cristales de algún coche. Mi mirada volvió a su rostro de forma inconsciente. Subí esta vez a sus ojos. Estaban fijos en los míos y en ese momento pensé que era posible que me hubiese pasado demasiado tiempo contemplándolo. Sentí como se ruborizaban mis mejillas y mi cuello. Sabía que debía apartar la mirada, pero no me sentía capaz de hacerlo. La sangre me cosquilleaba en la punta de los dedos, en las muñecas y en la nuca con un extraño hormigueo.
Su brazo se extendió hacia mí, con la palma de la mano abierta. Sonrió, enseñando una deslumbrante sonrisa blanca.
-Samuel  Holt –dijo con voz alegre. Sus palabras sonaron como música en mis oídos. Sonreí por el simple hecho de escuchar su voz cuando añadió con voz suave –: Estamos  en la misma clase ¿no?
-Katrina Myder. Todos me llaman Kat –comenté estrechando su mano. Me estremecí ante el cálido contacto de su piel y volví a mirar a ese jardín de Edén que eran sus ojos –.Y, sí, estamos en la misma clase.
Hélène nos miró y dijo:
-¡Ah! Ya os conocéis. Perfecto. Sam había venido… ¿puedo llamarte así? –preguntó dirigiéndose al joven. Al ver que este se encogía de hombros continuó con su explicación –Él había venido a rellenar unos papeles por lo del cambió de instituto y todo ese rollo… Pero la directora no estaba, así que la secretaria –hinchó el pecho con un fingido aire de superioridad por su cargo. Le sonreí divertida y Samuel copió mi gesto –, ha tenido que hacerse cargo de la situación. ¿Qué haces tú por aquí?
-Había salido a dar un paseo y al pasar por aquí me acerqué a ver si había algo interesante –contesté haciendo un gesto con la cabeza hacia el tablón de anuncios.
-¿Un paseo? ¿Tan temprano? No sabía que fueses tan madrugadora –inquirió Hélène.
-Y no lo soy –admití yo, mirando al suelo –. Pero hoy me he levantado pronto.
-Bueno, vamos a buscar esos documentos para que rellenen tus padres ¿de acuerdo, Samuel? –dijo mi profesora con voz cantarina -¿Quieres venir con nosotros, Kat?
-Eh… –dudé un par de segundos que responder. ¿Cómo era posible que me sintiese tan atraída hacia él? Tan sólo había pasado una semana desde el inicio del curso. No lo conocía de nada. Sin embargo… –No, gracias. Ya me iba. Pasad una buena mañana.
Me arrepentí de haber dicho eso en cuanto las palabras salieron de mi boca. Pero no iba a rectificar ahora, es decir, allí no hacía nada.
-De acuerdo. Adiós, Kat –dijo mi profesora con una gran sonrisa de despedida. Y echó a andar hacia otro de los edificios del instituto.
Samuel dio un par de pasos detrás de ella, dándome la espalda. De repente se paró en seco y se dio la vuelta.
-Por cierto, encantado de conocerte, Kat –dijo con una voz tan dulce que me dio un vuelco el corazón. Sonrió. Su sonrisa fue tan dulce como sus palabras. Sus ojos, sin embargo eran pícaros.
No pude reprimir la sonrisa de mi boca. Me gustaba esa combinación.
-Todo un placer, Samuel –convine yo con voz divertida. Me despedí con un gesto de la mano y él me correspondió con un “hasta el lunes”. Me estremecí de alegría al pensar en el hecho de que volvería a verle.
Me di la vuelta y eché  a andar hacia la salida principal de la escuela. Algo vibró en mi bolsillo. Saqué el móvil y vi que tenía un mensaje de Nathan. Lo abrí.
Buenos días, Kat. ¿Qué tal? Esta tarde Cassie, Rebecca, Oliver y yo vamos a dar un paseo en bici ¿quieres venir? Te esperamos a las cuatro en el parque. Besos.
Se me encogió el corazón y una oleada de culpa me golpeó.
Pensé en Nathan: en su ondulado cabello oscuro, en sus ojos de color marrón grisáceo, en su sonrisa curvada, en sus cariñosos labios sobre mi mejilla… Me dolió el pecho por la simple razón de haberlo olvidado. No quería recordar a Samuel, ni a sus ojos verdes. Esos ojos que antes había considerado un jardín de Edén eran ahora una fruta prohibida. Y sobre todo, no quería recordar lo que había sentido contemplándolo. Era una imbécil. Una traidora. ¿Cómo me había sentido tan atraída hacia un desconocido? Borré ese catastrófico encuentro a la entrada del edificio del instituto. Lo olvidé todo, manteniendo únicamente la mirada de Nathan, mi novio, en mente.

     Llegué a casa a las once. Después de deambular un par de horas por la ciudad, me di cuenta de que así no hacía nada y regresé.
Me encontré a mi madre en la cocina, fregando los trastos del desayuno. Me miró por encima del hombro y me sonrió. El resto de la casa estaba aparentemente vacía.
-¿Dónde están papá e Isaac? –pregunté yo, a pesar de que no me interesaba ni lo más mínimo lo que hiciesen esos dos.
-En el bosque –su voz llevaba un tinte que indicaba algo similar a “¿Dónde si no?” –.Entrenando –el mismo tinte.
Aproveché la ocasión para pedirle a mi madre que me dejase ir a dar una vuelta en bicicleta con mis amigos. En cuanto lo mencioné ella dejo los platos que estaba lavando y dijo con voz seca:
-Cariño, sabes que no me gusta castigarte, pero lo de ayer fue excesivo. Entiendo que no querías faltar al cumpleaños de Cassie, pero no debiste escaparte. Tenías que habernos preguntado.
-¡Ja! –Fue la carcajada más cargada de sarcasmo de toda mi vida -¿Para qué? ¡Me diríais que no de todos modos! No necesito preguntar para saber eso –solté yo, a la defensiva.
-¿Estás segura? ¿Cómo sabes que yo te diría que no? –Mi madre se apoyó en la encimera. Yo, por mi parte, me había quedado plantada en la puerta de  la cocina. Me hizo dudar.
-Tú… ¡Oh, mamá! ¡Es lo de siempre! Tú me dejarías ir, pero papá se negaría. Entonces iríais a discutirlo y, aunque no estarías de acuerdo con la decisión de papá, le darías la razón. ¡Es la historia que se ha repetido a lo largo de toda mi vida! ¡Y lo sabes tan bien como yo! ¡Reconócelo! –había estado todo el tiempo gritando en lugar de hablar y no me di cuenta hasta que ya hube terminado. Jadeaba de pura rabia. Me di la vuelta para ir a mi habitación y mi madre dijo a mi espalda:
-Estás castigada una semana, al único lugar al que vas a ir será al colegio. Avisa a tus amigos de que no irás –su tono era tembloroso, realmente no le gustaba castigarme.
Saqué el móvil del bolsillo y escribí un mensaje para Nathan.
No puedo ir, estoy castigada. Mañana te explico. Besos
Lo envié y luego me dejé caer sobre la cama. Hacía poco había sentido que en la calle no hacía nada y ahora comprendí que en casa tampoco. El aburrimiento me pudo. Me puse los cascos de mi MP4 y sintonicé una emisora de radio. Cogí mi bloc de dibujo y comencé a garabatear un rostro: esbocé la cara de un chico, mis manos se movían de forma casi involuntaria, trazando líneas sobre el papel mientras mi mente confundía las notas musicales de la radio con los trazos del dibujo, sin prestar realmente atención a ninguna de las dos cosas. Las líneas que dibujaba suavemente sobre el papel comenzaron a cobrar sentido. Una imagen fue apareciendo ante mis ojos y, apenas unos minutos después, ya se veía con claridad el rostro, uno que se me hacía conocido. No estaba segura de a quien me recordaba. Busqué mis lápices de colores. En cuanto los encontré comencé por los ojos, cómo tenía costumbre. Mi mano comenzó a pintar de forma natural e inconsciente, como respirar. Observé los ojos como si mirase a alguien real, sosteniéndole la mirada. Había dibujado a… Samuel. Ahora, una vez pintados los ojos de verde hierba lo reconocí. ¿Por qué había hecho eso? Yo no quería dibujarle. Sentí la tentación de arrancar la hoja y arrojarla a la basura. Pero no lo hice. Era un dibujo realmente bonito, mucho mejor que los que hacía frecuentemente. Cerré el bloc de dibujo y lo guardé en la pequeña estantería. No volvería a hacer eso. Nunca.  

11 comentarios:

  1. Ohh que bonito :) Definitivamente te recomiendo que sigas escribiendo.

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    1. Gracias, cielo :) Me encanta recibir comentarios así, yo creé el blog con intención de entretener y con saber que te gusta ya estoy satisfecha.

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    2. ohh, fue precioso, me toco la fibra sensible y además...que...¡que manera de redactar! :D es increible, engancha un montón. si no me crees, solo te digo que me tragué unos cuantos capítulos seguidos y ni me di cuenta ;D es genial.

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  2. Hola guapa. Escribes genial!! Espero que el próximo este prontito ;)
    Te puedes pasar por mi blog?? Es este: coto-de-sucre.blogspot.com
    Muakus

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  3. Hola, ahora mismo no puedo leer mucho. Solo me da tiempo a subir el capítulo que toca y salir pitando :) Pero lo leeré todo cuando tenga tiempo.
    Te sigo, tenemos que darnos apoyo entre nosotros :D Gracias por tu comentario.

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  4. Me encanta tu historia, tu manera de escribir, se parecen a los libros que me leo es genial enserio me encanta :) Si puedes porfavor pasate por mi blog es http://juntoati-beita.blogspot.com.es/
    Un beso

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  5. Algo me dice que el tal Nathan va a perder su puesto como novio dentro de poco xD. Ah, los ojos verdes. Qué lindos que son. ¿Y podría ser que él fuese un ángel también?
    Qué familia complicada que tiene Kat... pobre.
    Me encantó el capítulo, me fascina tu forma de escribir :)

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  6. Ya quería que llegaran las historias amorosas. Me encanta tu historia :)

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  7. Hola!
    Me gusto muchísimo, y pienso igual que Kuroneko xD. Y mira que dibujarlo de manera inconsciente es un gran aviso, aunque no lo quiera el corazón de Kat habla por sí solo ;)
    Te seguire leyendo :)
    Hasta pronto!

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  8. Hmmm, eso de dibujar inconscientemente dice mucho, ¿no? Me muero de ganas por saber quién ese ese Samuel.

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