Él
M
|
iré el reloj. Las cinco
y media. Desde que había despertado del sueño no había conseguido pegar ojo. El
hambre me atacó y avancé en silencio hasta la cocina. Una vez allí cogí un
botellín de agua, unas magdalenas, un tarro de galletitas recubiertas de
chocolate y un par de barritas de cereales. Pero todo el mundo sabe que cuando
se intenta no hacer ruido es cuando más ruido se hace. El tarro me resbaló y
cayó contra el suelo, lo cual provoco un estrepitoso sonido, rasgando el
silencio que inundaba la casa. Me quedé completamente quieta, esperando
escuchar el sonido de pasos hacia la cocina, pero no ocurrió nada. Me agaché
cuidadosamente y agarré el tarro con firmeza mientras mis ojos escrutaban el
vacío y oscuro pasillo con inquietud. Al llegar a mi habitación, dejé caer las
provisiones sobre la cama y encendí la lamparilla de noche. Comencé a comer y
no paré hasta que no quedó nada. Abrí la botella de agua y vacié la mitad de un
trago. Intenté conciliar el sueño una vez más pero no lo conseguí. Cogí el
libro que estaba leyendo para el instituto, una adaptación al libro de Jules
Verne “La vuelta al mundo en ochenta
días”, pero no me apetecía leer en
ese momento, así que entré en internet.
Tras
un tiempo un rayo de sol se filtró ente las cortinas. Observé el pequeño reloj
digital del ordenador. Eran las siete menos veinticinco ¿Ya había pasado tanto
tiempo? Cerré la página de Google en la que me encontraba en ese momento y
apagué el ordenador.
Después
de vestirme y peinarme. Volví a mi habitación, arranqué una hoja de una libreta
vieja y garabateé con el primer bolígrafo que encontré:
Voy a dar un paseo, vuelvo pronto.
Kat
Metí
el móvil, las llaves y la cartera en el bolsillo y salí de casa.
En
la calle el aire era frío. Me subí la cremallera de la cazadora hasta arriba
del todo y metí las manos en los bolsillos. Me puse en marcha, sin tener un
rumbo concreto. Mis piernas avanzaban por si solas llevándome a un destino
desconocido, mientras mi mente comenzó a divagar, recordando la discusión con
mi padre, el sueño, toda mi historia…
Cuando
volví a la realidad, me sorprendió descubrir que me hallaba delante del
instituto. Me acerqué al tablón que se encontraba al lado de la puerta del
edificio principal. Comencé a leer los papeles colocados de forma desordenada
sobre el tablón. Nada interesante.
De
repente, la puerta se abrió. Se abría hacia afuera y, puesto que yo estaba al
lado, me golpeó. Mi profesora de francés
se acercó a mí, debía de ser ella quien había abierto la puerta.
-¡Oh!
¿Katrina?- preguntó al reconocerme. Su voz lucía un encantador acento francés –¡Lo siento! No te
había visto.
-No
te preocupes, Hélène –dije sonriendo con dulzura.
Hélène
me caía realmente bien. Había nacido en París y se había venido a vivir aquí
con veinte años. La parisina aparentaba treinta como mucho. Su corto pelo negro
estaba suelto y le a la barbilla. Sus ojos de color chocolate, me miraban con
preocupación.
-¿De
veras? ¿No te duele?
Negué
enérgicamente con la cabeza. Mi pelo castaño se sacudió alrededor de mi cabeza
y, al mirar por encima de su hombro, percibí, por primera vez, que la
acompañaba un chico.
Lo
escruté con la mirada. Era el chico nuevo, el que había empezado este año en el
instituto. Iba en mi clase.
El
pelo rubio le caía sobre la frente de modo desordenado pero grácil. Sus enormes
ojos eran de un verde tan vivo que una podría pasarse toda la vida
contemplándolos. Ligeras motas doradas salpicaban esa perfección verde como los
rayos del sol salpican una gran pradera. Su piel era pálida, pero se notaba el
ligero moreno obtenido a lo largo del verano. Su cuerpo estaba muy bien
proporcionado: piernas largas, brazos bien musculados, espalda ancha.
Por
un momento me pareció ver algo reluciendo tras su pulcra espalda, pero
desapareció en menos de una milésima de segundo, así que supuse que sería el
reflejo de los rayos del sol en los cristales de algún coche. Mi mirada volvió
a su rostro de forma inconsciente. Subí esta vez a sus ojos. Estaban fijos en
los míos y en ese momento pensé que era posible que me hubiese pasado demasiado
tiempo contemplándolo. Sentí como se ruborizaban mis mejillas y mi cuello. Sabía que debía apartar la mirada, pero no me sentía capaz de hacerlo. La sangre
me cosquilleaba en la punta de los dedos, en las muñecas y en la nuca con un
extraño hormigueo.
Su
brazo se extendió hacia mí, con la palma de la mano abierta. Sonrió, enseñando
una deslumbrante sonrisa blanca.
-Samuel
Holt –dijo con voz alegre. Sus palabras
sonaron como música en mis oídos. Sonreí por el simple hecho de escuchar su voz
cuando añadió con voz suave –: Estamos
en la misma clase ¿no?
-Katrina
Myder. Todos me llaman Kat –comenté estrechando su mano. Me estremecí ante el cálido
contacto de su piel y volví a mirar a ese jardín de Edén que eran sus ojos –.Y,
sí, estamos en la misma clase.
Hélène
nos miró y dijo:
-¡Ah!
Ya os conocéis. Perfecto. Sam había venido… ¿puedo llamarte así? –preguntó
dirigiéndose al joven. Al ver que este se encogía de hombros continuó con su
explicación –Él había venido a rellenar unos papeles por lo del cambió de
instituto y todo ese rollo… Pero la directora no estaba, así que la secretaria
–hinchó el pecho con un fingido aire de superioridad por su cargo. Le sonreí
divertida y Samuel copió mi gesto –, ha tenido que hacerse cargo de la
situación. ¿Qué haces tú por aquí?
-Había
salido a dar un paseo y al pasar por aquí me acerqué a ver si había algo
interesante –contesté haciendo un gesto con la cabeza hacia el tablón de
anuncios.
-¿Un
paseo? ¿Tan temprano? No sabía que fueses tan madrugadora –inquirió Hélène.
-Y
no lo soy –admití yo, mirando al suelo –. Pero hoy me he levantado pronto.
-Bueno,
vamos a buscar esos documentos para que rellenen tus padres ¿de acuerdo,
Samuel? –dijo mi profesora con voz cantarina -¿Quieres venir con nosotros, Kat?
-Eh…
–dudé un par de segundos que responder. ¿Cómo era posible que me sintiese tan
atraída hacia él? Tan sólo había pasado una semana desde el inicio del curso.
No lo conocía de nada. Sin embargo… –No, gracias. Ya me iba. Pasad una buena
mañana.
Me
arrepentí de haber dicho eso en cuanto las palabras salieron de mi boca. Pero
no iba a rectificar ahora, es decir, allí no hacía nada.
-De
acuerdo. Adiós, Kat –dijo mi profesora con una gran sonrisa de despedida. Y
echó a andar hacia otro de los edificios del instituto.
Samuel
dio un par de pasos detrás de ella, dándome la espalda. De repente se paró en
seco y se dio la vuelta.
-Por
cierto, encantado de conocerte, Kat –dijo con una voz tan dulce que me dio un
vuelco el corazón. Sonrió. Su sonrisa fue tan dulce como sus palabras. Sus
ojos, sin embargo eran pícaros.
No
pude reprimir la sonrisa de mi boca. Me gustaba esa combinación.
-Todo
un placer, Samuel –convine yo con voz divertida. Me despedí con un gesto de la
mano y él me correspondió con un “hasta el lunes”. Me estremecí de alegría al
pensar en el hecho de que volvería a verle.
Me
di la vuelta y eché a andar hacia la
salida principal de la escuela. Algo vibró en mi bolsillo. Saqué el móvil y vi
que tenía un mensaje de Nathan. Lo abrí.
Buenos días, Kat. ¿Qué tal? Esta tarde
Cassie, Rebecca, Oliver y yo vamos a dar un paseo en bici ¿quieres venir? Te
esperamos a las cuatro en el parque. Besos.
Se
me encogió el corazón y una oleada de culpa me golpeó.
Pensé
en Nathan: en su ondulado cabello oscuro, en sus ojos de color marrón grisáceo,
en su sonrisa curvada, en sus cariñosos labios sobre mi mejilla… Me dolió el
pecho por la simple razón de haberlo olvidado. No quería recordar a Samuel, ni
a sus ojos verdes. Esos ojos que antes había considerado un jardín de Edén eran
ahora una fruta prohibida. Y sobre todo, no quería recordar lo que había
sentido contemplándolo. Era una imbécil. Una traidora. ¿Cómo me había sentido
tan atraída hacia un desconocido? Borré ese catastrófico encuentro a la entrada
del edificio del instituto. Lo olvidé todo, manteniendo únicamente la mirada de
Nathan, mi novio, en mente.
Llegué a casa a las once. Después de deambular
un par de horas por la ciudad, me di cuenta de que así no hacía nada y regresé.
Me
encontré a mi madre en la cocina, fregando los trastos del desayuno. Me miró
por encima del hombro y me sonrió. El resto de la casa estaba aparentemente
vacía.
-¿Dónde
están papá e Isaac? –pregunté yo, a pesar de que no me interesaba ni lo más
mínimo lo que hiciesen esos dos.
-En
el bosque –su voz llevaba un tinte que indicaba algo similar a “¿Dónde si no?”
–.Entrenando –el mismo tinte.
Aproveché
la ocasión para pedirle a mi madre que me dejase ir a dar una vuelta en
bicicleta con mis amigos. En cuanto lo mencioné ella dejo los platos que estaba
lavando y dijo con voz seca:
-Cariño,
sabes que no me gusta castigarte, pero lo de ayer fue excesivo. Entiendo que no
querías faltar al cumpleaños de Cassie, pero no debiste escaparte. Tenías que
habernos preguntado.
-¡Ja!
–Fue la carcajada más cargada de sarcasmo de toda mi vida -¿Para qué? ¡Me
diríais que no de todos modos! No necesito preguntar para saber eso –solté yo,
a la defensiva.
-¿Estás
segura? ¿Cómo sabes que yo te diría que no? –Mi madre se apoyó en la encimera.
Yo, por mi parte, me había quedado plantada en la puerta de la cocina. Me hizo dudar.
-Tú…
¡Oh, mamá! ¡Es lo de siempre! Tú me dejarías ir, pero papá se negaría. Entonces
iríais a discutirlo y, aunque no estarías de acuerdo con la decisión de papá,
le darías la razón. ¡Es la historia que se ha repetido a lo largo de toda mi
vida! ¡Y lo sabes tan bien como yo! ¡Reconócelo! –había estado todo el tiempo
gritando en lugar de hablar y no me di cuenta hasta que ya hube terminado.
Jadeaba de pura rabia. Me di la vuelta para ir a mi habitación y mi madre dijo
a mi espalda:
-Estás
castigada una semana, al único lugar al que vas a ir será al colegio. Avisa a
tus amigos de que no irás –su tono era tembloroso, realmente no le gustaba
castigarme.
Saqué
el móvil del bolsillo y escribí un mensaje para Nathan.
No puedo ir, estoy castigada. Mañana te
explico. Besos
Lo
envié y luego me dejé caer sobre la cama. Hacía poco había sentido que en la
calle no hacía nada y ahora comprendí que en casa tampoco. El aburrimiento me
pudo. Me puse los cascos de mi MP4 y sintonicé una emisora de radio. Cogí mi
bloc de dibujo y comencé a garabatear un rostro: esbocé la cara de un chico,
mis manos se movían de forma casi involuntaria, trazando líneas sobre el papel
mientras mi mente confundía las notas musicales de la radio con los trazos del
dibujo, sin prestar realmente atención a ninguna de las dos cosas. Las líneas
que dibujaba suavemente sobre el papel comenzaron a cobrar sentido. Una imagen
fue apareciendo ante mis ojos y, apenas unos minutos después, ya se veía con
claridad el rostro, uno que se me hacía conocido. No estaba segura de a quien
me recordaba. Busqué mis lápices de colores. En cuanto los encontré comencé por
los ojos, cómo tenía costumbre. Mi mano comenzó a pintar de forma natural e
inconsciente, como respirar. Observé los ojos como si mirase a alguien real,
sosteniéndole la mirada. Había dibujado a… Samuel. Ahora, una vez pintados los
ojos de verde hierba lo reconocí. ¿Por qué había hecho eso? Yo no quería dibujarle.
Sentí la tentación de arrancar la hoja y arrojarla a la basura. Pero no lo
hice. Era un dibujo realmente bonito, mucho mejor que los que hacía
frecuentemente. Cerré el bloc de dibujo y lo guardé en la pequeña estantería.
No volvería a hacer eso. Nunca.
Ohh que bonito :) Definitivamente te recomiendo que sigas escribiendo.
ResponderEliminarGracias, cielo :) Me encanta recibir comentarios así, yo creé el blog con intención de entretener y con saber que te gusta ya estoy satisfecha.
Eliminarohh, fue precioso, me toco la fibra sensible y además...que...¡que manera de redactar! :D es increible, engancha un montón. si no me crees, solo te digo que me tragué unos cuantos capítulos seguidos y ni me di cuenta ;D es genial.
EliminarHola guapa. Escribes genial!! Espero que el próximo este prontito ;)
ResponderEliminarTe puedes pasar por mi blog?? Es este: coto-de-sucre.blogspot.com
Muakus
Hola, ahora mismo no puedo leer mucho. Solo me da tiempo a subir el capítulo que toca y salir pitando :) Pero lo leeré todo cuando tenga tiempo.
ResponderEliminarTe sigo, tenemos que darnos apoyo entre nosotros :D Gracias por tu comentario.
Me encanta tu historia, tu manera de escribir, se parecen a los libros que me leo es genial enserio me encanta :) Si puedes porfavor pasate por mi blog es http://juntoati-beita.blogspot.com.es/
ResponderEliminarUn beso
Algo me dice que el tal Nathan va a perder su puesto como novio dentro de poco xD. Ah, los ojos verdes. Qué lindos que son. ¿Y podría ser que él fuese un ángel también?
ResponderEliminarQué familia complicada que tiene Kat... pobre.
Me encantó el capítulo, me fascina tu forma de escribir :)
Ya quería que llegaran las historias amorosas. Me encanta tu historia :)
ResponderEliminarHola!
ResponderEliminarMe gusto muchísimo, y pienso igual que Kuroneko xD. Y mira que dibujarlo de manera inconsciente es un gran aviso, aunque no lo quiera el corazón de Kat habla por sí solo ;)
Te seguire leyendo :)
Hasta pronto!
Hmmm, eso de dibujar inconscientemente dice mucho, ¿no? Me muero de ganas por saber quién ese ese Samuel.
ResponderEliminarQué mona que es Kat, me encantaaa :)
ResponderEliminar