De madrugada
A
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pesar de que cada vez que pensaba en todas las armas que tenía
guardadas, en su finalidad y en la historia de su descarriada vida me recorría
un escalofrío, sabía que la persona que tenía delante no era malvada. Sus
labios recorrían mi cuello con intensidad y provocaba que una cascada de calor
palpitante me recorriese por dentro. Sentía el peso de su cuerpo sobre el mío,
pero no era, en absoluto, desagradable; así que amoldaba mi cuerpo al suyo,
haciendo desaparecer toda la distancia que pudiese existir entre ellos. Sus
dedos forcejaron un segundo con la cremallera de mi sudadera, hasta que
consiguieron descorrerla por completo y separar la prenda de mí, rápida pero
suavemente, haciéndola caer en algún rincón de mi habitación. No era la primera
prenda de ropa que salía por los aires; nuestros zapatos, varias chaquetas (no
sabría decir cuántas, dado el frío que hacía en la calle) y un jersey se
encontraban desperdigados por el suelo, a pesar de que los dos estábamos muy
lejos de la desnudez.
Atapó mi labio inferior entre los suyos
pero, repentinamente, se separó de mí. Levanté una ceja, para mirarle
interrogante.
-¿No lo has oído? –consiguió preguntar
entre jadeos. Ante mi negación, aclaró –: Tus padres han llegado.
Ambos nos incorporamos sobre la cama y él comenzó
a recoger su ropa del suelo y a vestírsela de nuevo.
-Será mejor que me vaya –comentó tras
vestirse, acercándose a mí para depositar un beso rápido de despedida en mis
labios.
-¿Por qué? ¿Tienes miedo de mis padres? ¿Y
si te quiero presentar como novio oficial? –bromeé sonriéndole.
-El día que me presentes como novio
oficial –respondió, también sonriendo –prefiero que ambos tengamos mejores
pintas.
Me reí e intenté, inútilmente, peinar con
los dedos la maraña que había formado mi pelo. Samuel se acercó a la ventana,
la abrió y, tras lanzarme una última sonrisa, se fue. Me quedé observando el
exterior durante unos instantes y tardé varios segundos en asimilar que había
caído la noche.
No me apetecía estar con mi familia, así
que me puse el pijama todo lo rápido que pude y, sin cenar, me metí entre las
revueltas sábanas. Junto con estas, me rodeó el cansancio y, a diferencia de
otras ocasiones, no necesité hacerme la dormida cuando mi madre subió a mi
habitación.
No sabría concretar a qué hora desperté.
Era noche cerrada y creo recordar que eran altas horas de la madrugada, pero
todo parecía estar envuelto en una espesa nube de confusión. Sintiendo la boca
seca, palmeé la pared hasta topar con el interruptor de la luz. Con los ojos
entrecerrados, lo presioné y me incorporé en la cama a duras penas, tanteando
la mesilla de noche en busca de la botella de agua. Para cuando hube satisfecho
mi sed, mis ojos ya se habían acostumbrado a la luz y, en una esquina de la
habitación, diferencié algo en lo que no había reparado anteriormente. Tirada y
hecha un ovillo, una fina chaqueta descansaba en el suelo. Me pareció que era
negra, pero podría haber sido de cualquier otro color oscuro.
Una sonrisa pícara asomó a mis labios al
pensar en cómo había acabado allí. No recordaba habérsela visto a Samuel, pero
sí haberle quitado varias prendas de ropa con los ojos cerrados.
El sueño se había esfumado de mi persona,
así que con una repentina decisión, recogí la chaqueta del suelo y salí afuera,
a respirar el fresco aire de la noche oscura.
En la oscuridad de la noche, cualquiera
hubiese descrito el bosque como lúgubre. Pero sin embargo, los rayos de la luna
sobre las danzantes ramas de los árboles provocaban en mí un atractivo
irresistible. Sin más demora, me adentré en la floresta. Mi abrigado pijama,
combinado con unas deportivas, no era el atuendo más cómodo para introducirme
entre los árboles, pero eso no hacía que mi repentina alegría menguase. Estaba
tan sumida en mí misma que desplegué las alas nada más llegar a una zona que
suficientemente despejada, recordando demasiado tarde mi pijama, que desde ese
momento luciría un considerable desgarrón. Ignorando esto, seguí mi vuelo hacia
la pequeña casa de piedra, recorriendo el camino que tantas veces había
sobrevolado en las últimas semanas.
Súbitamente, algo me detuvo. Una brisa
congelada rozó mi rostro, de derecha a izquierda, y dirigí mi mirada a donde el
viento parecía señalar. Entre los altos troncos y las espesas ramas, era
difícil distinguir algo que no fuese la oscuridad, pero algo de lo que había
allí parecía llamarme. Esa repentina llamada, mezclada con el insistente viento
que parecía empujarme hacía allí, consiguió, sin un por qué aparente, cambiar
mi ruta.
A pesar de no saber hacia dónde me
dirigía, volaba con decisión, siguiendo una línea recta que solo quebraba para
evitar los árboles. Los escasos rayos de luz que conseguían sortear todas las
ramas del bosque se reflejaban en mis alas, haciéndolas brillar y provocando un
mayor contraste entre estas y la oscuridad del lugar. A pesar de no haber
descansado mucho, me sentía llena de energía y vitalidad, mucho más fuerte de
lo que era normalmente.
De un segundo a otro, el viento se paralizó
y yo, guiada por mi instinto, me detuve con él, desvaneciendo las alas de mi
espalda. A apenas unos metros de dónde yo me encontraba había una zona
ligeramente despejada de árboles, pero no lo suficientemente amplia como para
ser considerada claro. Sabía que debía avanzar sigilosamente y, a pesar de que
no sabía qué era lo que me indicaba eso, lo hice.
Protegida por las sombras y la maleza, me
acerqué allí e intenté divisar el lugar sin ser vista. El aliento se me atascó
en la garganta. Desde mi escondrijo podía divisar a dos siluetas, ambas de
figura esbelta y, lo más importante, aladas. Sus cuerpos al completo estaban
envueltos en la sombra de la noche, pero esto no era lo único oscuro que los
rodeaba. Sus enormes abanicos de plumas eran más oscuros que el azabache y casi
podía percibir una aureola tenebrosa a su alrededor.
Quería dejarme llevar por el pánico y
volar muy lejos de allí, pero aquel instinto que tan fuertemente me había
gobernado me impedía irme. Luché por relajarme y me centré en la escena de la
que era espectadora. La noche no me permitía diferenciar gran cosa de ellos. El
que tenía de frente era el más robusto, tenía el pelo corto y oscuro, los
rasgos parecían rectos, aunque no podía asegurarlo por la distancia que nos
separaba, y vestía ropa ancha y de colores apagados. Del que tenía más cerca y
de espaldas a mí, solo pude adivinar que era alto y rubio.
Parecían discutir, si bien no
acaloradamente. Estaba demasiado lejos para escuchar su conversación y solo
pude diferenciar algunas palabras que no me ayudaron a descubrir el tema del
diálogo. A medida que avanzaban en su riña, esta parecía volverse más seria.
En cierto momento, el rubio hizo un gesto
de desdén y soltó un grito de frustración, ladeando un poco su cuerpo.
Ahogué un grito. El ángel, de perfil e
iluminado por la luz difusa luz de la luna, mostraba un bello rostro que
conocía a la perfección. Era Samuel.
El miedo me golpeó como si de un puñetazo
se tratase. Empecé a retroceder a duras penas, cegada por el pánico. Avanzaba a
rastras, sin conseguir levantarme de mi posición agazapada, hasta que, con la
ayuda de un tronco, me puse en pie. Y cuando comencé a huir
precipitadamente, las ramas bajo mis pies causaron demasiado estruendo.
-¡Ahí hay alguien! –escuché gritar al
desconocido a mis espaldas.
Me habían descubierto y sabía que no me
dejarían marchar. Por detrás de mí oí pasos rápidos. Desplegué las alas para
escapar con mayor rapidez y la velocidad de mi vuelo hizo que las lágrimas de
terror rodasen velozmente por mis sienes. Me sentía mareada y desorientada y
las ramas de los árboles eran simples manchas difusas que parecían imposibles
de olvidar. Demasiados pensamientos bullían en mi cabeza, lo que me confundía y
me hacía sentir torpe. Por eso, cuando vi la gran muralla de ramas que se
alzaba ante mí, era demasiado tarde. No podía parar y, desesperada, hice
desaparecer las alas de mi espalda, cayendo brutalmente en los helechos del
suelo. Tardé un par de segundos en asimilar la caída y hubiese chillado de
dolor de haber tenido voz. Me levanté con la mayor agilidad que pude y seguí mi
carrera, que apenas unos metros más adelante se vio interrumpida de nuevo. El
ángel que no conocía me había adelantado y me observaba con crueldad a apenas
unos metros. Sin pensármelo dos veces y sin saber dónde estaba o hacia dónde me
dirigía, me escurrí entre los árboles que tenía a mi derecha. No pude correr
mucho más porque una nueva figura se interpuso en mi camino. En esta segunda
ocasión, no seguí corriendo.
Estaba agotada, me acabarían atrapando de
todas formas. Levanté mi mirada vidriosa para enfrentarme a la de Samuel y me
topé con unos fríos ojos verdes, faltos de emoción.
-Samuel… -sollocé -¿por qué?
Su mirada no varió lo más mínimo y, aunque
sus labios apenas se movieron, me pareció escuchar:
-Lo siento…
Luego todo se desvaneció.
Me desperté al amanecer, arropada de nuevo
en mi cama. Imágenes confusas golpearon mi memoria: una chaqueta en el suelo,
el bosque, los ángeles negros, Samuel… Todo estaba borroso y me costaba
recordar.
Había sido un sueño, una pesadilla. Una
aterradora pesadilla.
Me levanté y eché una ojeada a mi reflejo
en el espejo. Mi pelo estaba revuelto, pero no más de lo que lo estaba una
mañana normal; mi pijama, completamente limpio y entero. Tenía el cuerpo
dolorido, pero podía culpar a mis entrenamientos de eso.
Miré el reloj: las seis y media de la
mañana. Era demasiado temprano, pero no pude resistir el impulso de coger mi
móvil y mandar un mensaje a Cassie que ponía: Avísame en cuanto despiertes. Necesito hablar contigo.
Es muy urgente.
¿Qué tramará esta vez Samuel? No sé si seguir confiando en él...
ResponderEliminarMmmm el pijama estaba entero.... No estaba rasgado... ¿Era un sueño o era verdad?
ResponderEliminarMe encanta, pero estas palabras se quedan cortas. ¿Cómo eres capaz de dejarnos así? Eres mala... jajaja es broma. En fin estoy esperando a que subas más capítulos y cuando puedas pásate por mi blog (http://proyectodeotromundo.blogspot.com.es/2013/07/un-premio-mas.html). Tienes un premio esperándote :)
ResponderEliminarque misterioso capitulo.. habrá tenido un sueño premonitorio... Yo no me fiaría de Samuel, por mucho que le quieras... pero bueno, ya veremos que pasaaa..
ResponderEliminarun besoo
Este capítulo ha sido simplemente alucinante >.< El momento entre Kat y Samuel fue hermoso, luego, cuando Kat iba a la casa de Samuel fue emocionante y finalmente me dejaste en vilo con un final tan misterioso. ¿Era todo un simple sueño? Es increíble como puedes hacer que las emociones del lector cambien según lo que narras avanza :3
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, aunque me haya sabido a poco ;) Espero el próximo capítulo :))
Un beso ^^
¡Y yo que estaba ilusionada de que todo estaba yendo bien con Samuel! ¡Estaba tan felíz por ellos al leer el comienzo ¿Qué hacía allí en el bosque...? ¿Y tiene las alas negras? Parece que fue sólo un sueño, y espero que así sea... sino, me pongo a llorar xD.
ResponderEliminarMe fascinó este capítulo, ¡y ya quiero saber qué pasa con Kat! Y la pobre Cassie que se dedica a escucharla, claro xD.
Mmmm...misterioso capitulo.
ResponderEliminarEstá muy chulo.
Muakis
El capítulo ha estado genial Laura :) Sigue asi guapa. Espero con ansias el siguiente.
ResponderEliminarTambien queria decirte que acabo de empezar un blog de reseñas te paso el link por si quieres pasarte :)
http://www.deliriumnervosa.blogspot.com.es
Besos