Revelación
M
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ordisqueé la tapa de mi
bolígrafo mientras intentaba concentrarme en el ejercicio de matemáticas que
tenía delante. Hinqué los dientes con más fuerza, estresada. Ayer mismo me
había enfrentado a un ángel negro que pretendía obtener un poder desconocido de
mí, ¿no era suficiente excusa como para no hacer los deberes? Suspiré con
frustración, respirando la suave brisa que entraba por mi ventana abierta y clavé de nuevo mi mordida en el plástico.
—Morder
los bolígrafos es una manía muy fea, Kat.
Pegué
un respingo al escuchar la alegre voz. Samuel. Me giré hacia la ventana, con
una sonrisa pintada ya en mi rostro y enarqué una ceja.
—Entrar
por la ventana también lo es —repliqué. Sus ojos y su boca, así como los míos,
reflejaban su diversión, pero no tardaron en adquirir un matiz más serio y
preocupado. Se acercó a mí y me abrazó con cariño, mientras susurraba en mi
oído:
—
¿Estás mejor? —froté mi cabeza contra su cuello, en un gesto de asentimiento
—En ese caso, vámonos a dar una vuelta. Nos vendrá bien para despejarnos.
—No
estoy con ánimo, Samuel. No me apetece hacer nada…
Me
costaba contradecirle cuando me hablaba con tanto entusiasmo, pero realmente me
sentía sin ganas. Él se separó para mirarme e hizo una mueca, pero pronto su
gesto se tornó en uno pícaro.
—En
ese caso… tendré que llevarte a la fuerza —el final de la frase lo dijo al
tiempo que me alzaba en volandas y me tendía sobre su hombro. Me retorcí
inútilmente y pataleé al tiempo que chillaba para que me soltase. Por otro
lado, mis súplicas no resultaban muy convincentes al estar mis palabras
ahogadas por la risa. Samuel se carcajeó de mí y comenzó a caminar hacia la
entrada, bajando las escaleras. A cada paso que daba, mi cuerpo sufría una
pequeña sacudida y hacía que me resultase difícil protestar.
Al
llegar a la puerta principal, Samuel dijo en voz suficientemente alta, pero
entrecortada por la risa:
—
¡Señora Myder! ¡Kat y yo nos vamos!
—
¡Samuel, bájame! —exigí— Iré, pero al menos déjame ir caminando.
Ignorándome
por completo, Samuel siguió andando. Le golpeé la espalda con los puños al
tiempo que soltaba un agudo gruñido de frustración.
—Bájame
o te juro que…
—¿Kat?
La
voz femenina proveniente de la puerta de entrada era, inconfundiblemente, la de
mi madre. Noté como mi cuello y mis mejillas se coloreaban de escarlata y,
apenas medio segundo después, como mi cuerpo se deslizaba sobre el hombro de
Samuel hasta que mis pies tocaron el suelo. Miré a mamá, ruborizada.
—Mamá,
vamos a dar una vuelta —dije simplemente.
—¿A
qué hora volverás? —inquirió ella.
Miré
a Samuel, sin saber la respuesta. Él se la dio por mí, esbozando una de esas
sonrisas que no admiten un “no” por respuesta:
—Tarde.
Si no es molestia, claro.
Mamá
pareció dudar un segundo y me sorprendí al ver la seriedad de su rostro.
—Tened
cuidado, chicos. Recordadlo bien.
—Mamá,
no te preocupes. No nos harán daño. Estamos… —no pude terminar de responder,
porque ella me cortó.
—Me
refería a otro tipo de cuidado.
Eso
fue todo lo que dijo, antes de dar media vuelta e irse, cerrando la puerta tras
de sí. No tardé en entender a qué se refería y, a juzgar por la expresión
cohibida de mi compañero, él tampoco. Incómoda, miré al suelo y comencé a
caminar. Samuel me siguió en silencio.
El
parque por el que paseábamos no tenía el esplendor o la grandeza de otras
ocasiones, dado que la luz apagada procedente de aquel cielo cubierto de nubes
lo hacía parecer marchito. El invierno estaba llegando y empezaba a notarse en
la gente. Todo parecía más triste y silencioso. Unos niños correteaban por
allí, bajo la atenta mirada de sus madres, y un grupo de adolescentes charlaban
mientras que un pequeño y pomposo perrito se movía entre ellos. Todos ellos
vestían ropas abrigadas y hacían gestos de frío.
—No
me gusta el invierno —dije, rompiendo el silencio que había establecido con
Samuel. No era un silencio incómodo y hubiese aguantado así todo el tiempo del
mundo, amparada bajo su brazo. Pero me gustaba hablar de cosas irrelevantes,
porque eso significaba que no había ningún problema preocupante que tratar.
—A mí
sí me gusta. Prefiero el frío y adoro la nieve. ¿Tú no? —replicó. También me
gustaba escucharle hablar de cosas sin importancia. Además de corroborar la
falta de problemas, me gustaba saber sobre él. Desde mi corta conversación con
Simon en la casa de Cassie, aprovechaba la más mínima excusa para sacar
información sobre él. Poco a poco había conseguido sonsacarle bastantes cosas y
me sentía bastante satisfecha con ello.
—No
—le respondí, negando con la cabeza — ¿Cómo te puede gustar la sensación del
hielo que se te mete por dentro de la ropa y te empapa entero? Y, por otro
lado, no te esperes encontrar nieve en Codeeral. Aquí nunca nieva. El frío te
calará hasta los huesos, si eso también te gusta, pero no verás un solo copo de
nieve —le informé, rodando los ojos. Mi pueblo no era gran cosa. El mar estaba
muy lejos como para disfrutar de la playa en verano y la nieve nos evitaba en
invierno.
Él
suspiró. Luego, sus labios se curvaron de manera extraña, como si intentase
contener la sonrisa.
—No
me esperaba el comentario de tu madre —rió, respondiendo a mi muda pregunta.
Sentí
como me sonrojaba de nuevo, pero esta vez puede acompañar mi rubor con una
risotada.
—Yo
tampoco, a decir verdad. No me puedo creer que insinuara… bueno, eso. Cuando
quiere, mamá es muy… impredecible.
—Hablando
de ella —comentó Samuel entonces —¿Cómo se tomó lo de ayer? Debe de estar muy
preocupada.
Aparté
mi mirada de sus ojos y la fijé en un punto borroso del horizonte. Mi expresión
se había vuelto, una vez más, seria y mi cuerpo se había tensado, como cada vez
que hablaba de aquel hombre. Como si de un cubo de agua helada se tratase, su
recuerdo se clavaba en lo más profundo de mí, haciéndome tiritar. Al notarlo,
Samuel me apretó contra él con más fuerza.
—No
se lo hemos dicho. No necesita saberlo,
lo único que conseguiríamos sería que se preocupase más —sentencié, con decisión.
Había sido mi hermano quién había tomado esta decisión y, por una vez, no le
contradije. Tal vez el ego de toda mi familia estuviese demasiado alto como
para aceptar que, al final, ella había tenido razón y habíamos salido mal
parados.
—Lo
entiendo —murmuró. Súbitamente, se sacudió, como si se quitase el tema de
encima—Pero no deberíamos hablar de esto. A partir de ahora, está prohibido pensar
en cosas relacionadas con ángeles de ningún tipo, ¿de acuerdo?
—¿Y
si nos atacan?
—En
ese caso, sí te permito pensar en ello —dijo por toda respuesta. Sabía que él
había entendido mi pregunta, con la que pretendía saber qué debíamos hacer en
caso de lucha, pero, supuse que ya se estaba aplicando su improvisada norma.
Así
que me limité a asentir y a murmurar entre dientes, al sentir las primeras gotas
de una ligera lluvia rozando mi piel:
—Así
que te gusta el invierno….
El
hecho de alcanzar por fin la casa de Samuel supuso para mí una pequeña victoria
y, el calor que esta guardaba, una pequeña recompensa. Me quité mi empapada
chaqueta impermeable y me sacudí la cabeza, haciendo que mi pelo lanzase
gotitas de lluvia.
—¿Estás
muy mojada, Kat? —preguntó él, cerrando la puerta tras de sí.
—No…
solo los pies. A diferencia de ti, por lo que veo —añadí, riendo, al verle.
Estaba empapado de arriba abajo, y su ropa, que había absorbido toda el agua,
se pegaba a su cuerpo. Sacudió la cabeza, como yo acababa de hacer, pero de su
cabello salió despedido el doble de agua. Caminó hacia su cuarto, dejando tras
él un húmedo rastro de huellas.
Rebuscó
en unos cajones y me lanzó un par de calcetines calentitos. Me los puse rápidamente,
agradeciendo la calidez que aportaban a mis pies. Al alzar la cabeza pude ver a
Samuel dentro de su cuarto, de espaldas a mí, rebuscando en un armario. Se
había quitado el jersey y su espalda lucía descubierta. A pesar de lo ancha y
musculosa que era, mis ojos no tuvieron lugar de explorarla como me habría
gustado, pues se vieron absorbidos por un único punto. Bajo sus omóplatos, en
el lugar exacto en el que sus alas aflorarían, había dibujados con tinta negra
dos intrincadísimos tatuajes. Los trazos se entrelazaban y formaban complejas
imágenes. Por momentos me parecía ver alguna letra o imagen en aquel negro mar
de líneas, pero mi mente no alcanzaba a adivinar lo que significaban. Y, a
pesar de no saber nada de ellos, esos tatuajes parecían llamarme. Cuando quise
darme cuenta, me encontraba a un paso de Samuel y mi dedo acariciaba ya el recorrido
de las líneas de uno de ellos.
Percibí
su estremecimiento ante mi contacto.
—¿Cuándo
te los hiciste? —pregunté sin lograr despegar la vista de ellos.
Involuntariamente, había hecho la pregunta en voz baja, sintiéndome intimidada
por los trazos.
—Ya
hace mucho, poco después de irme de casa —respondió él sin girarse, en mi mismo
tono de voz, como si compartiese la sensación que estaba experimentando en ese
momento.
—¿Tienen
algún significado?
—Por
supuesto. Te lo explicaré algún día… Es una larga historia.
—Tenemos
toda la noche.
—Lo
sé —en ese momento sí se giró y, aunque algo me pedía seguir observando los
tatuajes, en seguida me vi envuelta por su verde mirada —Pero prefiero
emplearla en otras cosas.
Y me
besó. Me besó como nunca lo había hecho. Sus labios comenzaron a moverse sobre
los míos, de forma brusca pero, a la vez, armónica, como si de un baile se
tratase. Los míos tardaron en reaccionar, pero pronto se unieron a la danza. Fue
un beso frenético y ansioso, hasta el punto en el que parecía que no nos
habíamos visto durante años. Y, a pesar de no comprender las razones de ello,
bebí de él como si fuese la única fuente de agua en un enorme desierto.
Enredé
mis manos en su rubio pelo, pero no tardé en bajarlas a su espalda, a sus
tatuajes. El tiraba de mí contra él y me acariciaba con ansias, dejando un
rastro de fuego por donde su piel tocaba la mía. Tiraba de mi suéter, sin
llegar a quitármelo por falta de espacio para deslizarlo.
Estaba
obteniendo de sus besos más de lo que había obtenido nunca y, sin embargo,
quería más. Sin poder aguantarlas por más tiempo, mis alas salieron despedidas
de mi espalda. Las manos de Samuel se deslizaron por ellas con suavidad, al
tiempo que yo besaba su cuello. Noté cómo echaba la cabeza hacia atrás cuando
sus alas se extendían también. Las acaricié y, por un segundo, abrí los ojos
para mirarlas. Para admirar ese enorme abanico de alas…
Grité.
OMG! Qué intriga al final!!! Estoy deseando leer el próximo capítulo!!!
ResponderEliminarEl momento del beso me ha encantado, me encantan las escenas románticas!
Me he quedado :O con este capítulo, sigue así!!
Muakss! :D
Sabes que a mí me encanta la relación Kat/Samuel y esas escenas súper asdfghjkl entre ellos me encanta pero...¿Por qué habrá gritado Kat al abrir los ojos? ¿Tal vez Samuel no es como ella creía? ¿POR QUÉ ME DEJAS ASÍ?
ResponderEliminar¿Tiene algo que ver con los tatuajes? ¿Con el pasado de él?
Aiisshh... No me dejes así :(
Akjkjasl me gusto mucho este capitulo, valió la pena la espera, saludos o/
ResponderEliminarMe ha encantado el capítulo, Samuel me parece taaaan cuqui...
ResponderEliminarEso sí, el final me ha dejado muerta. ¿Qué pasa con esos tatuajes? ¿Por qué grita Kat? Quiero leer el próximo yaaaa!!!
¡Un besazo! Sigue así
creo que me hago una idea del grito de Kat y si es lo que yo creo... o.o
ResponderEliminarme ha gustado mucho y espero que no tardes mucho en subir un capitulo nuevo :)
espero que el hombre de negro no esté espiándoles (sería un pervertido) Que momento tan bonito el de esta pareja... esos tatuajes serán algo malo? quiero saber que significan!!!
ResponderEliminarYa quiero leer el siguiente capítulooo!! estoy muy intrigadaa!! Pero supongo que toca esperar.. ^^
Sigue a´siii
Un besooooo
Ohhh, pero qué capítulo.
ResponderEliminarLa parte inicial fue muy tierna, me mató la forma en la que se llevó a Kat como si fuese una bolsa de papas, pobre xD. Y su mamá sí que es sabia...
¡No puedo creer que a Kat no le guste el invierno! Pero la comprendo en eso de que no nieva en su ciudad -.-" en la mía nieva, literalmente, una vez cada ochenta o noventa años. Imaginate.
Así que tiene algo en las alas... me muero por saber qué. Y ese sí que fue un beso pasional... parece que la madre de Kat estaba bastante en lo cierto xD.