domingo, 10 de noviembre de 2013

Capítulo 32


Reflexión
P
egué las rodillas con más fuerza a mi cuerpo y, de nuevo, enterré la cara entre mis manos. Era consciente de que mis hombros se sacudían con delicadeza, al tiempo que mis mejillas se empapaban en lágrimas. Ya no me importaba llorar. Había pasado demasiado tiempo fingiendo ser fuerte, intentando ganar el pulso contra mis problemas. Pero todo esto estaba por encima de mí y no podía hacer nada para evitarlo. ¿Para qué luchar en una guerra que ya estaba perdida pudiendo acurrucarme a un lado y, simplemente, aceptar la derrota? Era como si, de repente, el mundo se hubiese hecho demasiado grande para mí, demasiado imponente. No podía hacer nada contra él, aparte de apartarme del campo de batalla en el que se había convertido mi vida para evitar los daños. Además de no querer combatir, tampoco estaba muy segura de poder hacerlo. ¿Contra qué debía luchar? ¿Contra los posibles supervivientes del grupo de ángeles que me había atacado tiempo atrás? ¿Contra aquel extraño hombre que tanto miedo me provocaba? ¿Contra Samuel? ¿Contra mi propia naturaleza? En mi mente, numerosas imágenes se sucedían con velocidad, intentando asociar mi difuso concepto de “mal” y “peligro” a una única persona. Pero cuando creía poder encasillarlo en un rostro, este cambiaba a velocidad de vértigo. Y, a pesar de ser un peligro demasiado abstracto, no había ninguna otra cosa capaz de producirme un miedo tan real.
Mi boca se abrió en un involuntario bostezo. Había intentado dormir, pensando que eso me ayudaría a olvidarme de los crecientes problemas durante unas horas. Pero cada vez que cerraba los ojos me veía sumida en una espiral de miedo, dolor, frustración, impotencia… y soledad. A lo largo de mi vida había estado sola a la hora de tratar mi doble naturaleza, pero hasta el momento no había tenido problemas realmente serios. Y, finalmente, cuando estos aparecieron, Samuel había estado a mi lado para apoyarme. “Y para traerme más problemas” pensé con suspiro. Y ahora que él no estaba la enorme carga que creía compartir con él, había caído por completo sobre mis hombros. Mi único apoyo era Cassie, que, como muchas otras veces, actuaba de bálsamo con mis problemas. Pero, aunque no me gustaba admitirlo, ni siquiera ella podía compararse a Samuel (al menos al que yo creía conocer) en ese aspecto. Ella no lo había vivido.
No sé cuánto tiempo pasé así. Podrían haber sido minutos, horas, días. Nada en mi oscura y hermética habitación me indicaba el paso del tiempo y mi cuerpo no sentía hambre, sed o sueño. Solo sentía dolor.
Fue en algún momento de mi reflexión cuando escuché unos suaves golpes en mi puerta. Sin esperar respuesta, esta se abrió, arrojando un potente chorro de luz dentro de la habitación y dañándome los ojos. Deshice el ovillo que había formado con mi cuerpo y entrecerré los ojos, consiguiendo discernir por fin la figura de Isaac.
—Eh —susurró. Su voz sonaba más suave de lo habitual, pero no llegaba a mostrar ningún sentimiento —, papá dice que debes explicarnos ya las cosas.  Lleva un rato esperando abajo y me mandó a llamarte. ¿Bajarás?
—¿Tengo otra opción? —repliqué en tono cansado.
Por toda respuesta, mi hermano esbozó una sonrisa extraña, dio media vuelta y se fue. A duras penas, me levanté y estiré mis agarrotados músculos, produciendo chasquidos en varias de mis articulaciones. Hice una parada en el baño para adecentarme un poco antes de bajar, miré el espejo con desgana y este me devolvió la imagen de una chica con el largo pelo revuelto, la piel excesivamente pálida y ojos de mirada cansada bajo los cuales se habían dibujado un par de oscuras medias lunas. En mis mejillas todavía se podía adivinar la ligera marca que habían dejado las lágrimas.
Tras asegurarme de que había mejorado mi aspecto todo lo posible, me armé de falso valor y fui al encuentro de mi padre.
Se encontraba en el salón, junto a mi hermano, cada uno de ellos sentado en un extremo del sofá. La idea de sentarme entre ellos me parecía poco tentadora, así que opté por el sillón que se encontraba enfrente a ellos.
—Katrina —dijo mi padre, rompiendo el silencio —, ¿cómo estás?
Me encogí de hombros a modo de respuesta. Ni yo me sentía cómoda hablando de mis sentimientos con mi padre, ni él sentía real interés por mi estado de ánimo, así que lo mejor era ahorrarnos la conversación.
A mi padre no le costó entender mi silencioso razonamiento y se apresuró a preguntar:
—¿Me contarás ahora lo que pasó ayer? —no era difícil percibir el tono de impaciencia de su voz y noté que cargaba exageradamente el “ahora”. Cuando ayer, al llegar a casa, me había preguntado por lo sucedido, no me había visto capaz de rememorarlo. Y sabía que en esta ocasión no podría evitar la conversación.
Con un asentimiento, comencé a contar todo lo ocurrido el día anterior, evitando los momentos más comprometidos que no estaba dispuesta a compartir con mi padre y mi hermano.  Puse especial empeño en que mis emociones no se fusionasen con mis palabras, a fin de ocultar todos los sentimientos encontrados que aquella situación había producido en mí. Aun así, en ocasiones no podía evitar que mi voz temblase ligeramente.
El rostro de mi padre apenas cambió a lo largo de la historia. Tampoco respondió de inmediato. Un largo y pesado silencio se instaló en la habitación y me limité a observar el suelo con agotamiento. Tras toda una noche en vela, mi cuerpo empezaba a sufrir los efectos del cansancio. Finalmente, mis dos parientes intercambiaron una significativa mirada y mi padre habló.
—¿Cuándo fue la última vez que viste sus alas… blancas?
Me paré a pensarlo unos segundos.
—Anteayer, si no fallan mis cuentas. De hecho, vosotros también estabais. Fue cuando volvíamos a casa por el bosque, después de habernos encontrado con… el hombre de la capa negra.
—¿Crees que es posible que… cambiara desde eso? —preguntó mi hermano, hablando por primera vez en toda la conversación, a mi padre.
—Tal vez —respondió él, no muy convencido —. Por lo que sé, un cambio normal dura un día, pero los efectos son notables unos días antes y después de que ocurra. El individuo está más inestable y se puede predecir sin problema lo que pasará observando su conducta…
—No cambió ahí —me atreví a decir por fin. Fue un suave susurró, pero tanto mi padre como mi hermano se volvieron hacia mí como resortes, con el interés pintado en el rostro.
—¿Qué?
—Yo… lo vi hace tiempo, un par de semanas, como es. Entonces pensé que no había sido real… —vi las miradas interrogantes de ellos, y me apresuré a añadir —: Pero esa es otra historia. No sé si es posible que el color cambie… Puede que esté diciendo una estupidez…
Miré al suelo, cohibida, y mi voz fue descendiendo de volumen hasta morir. Ni siquiera estaba segura de que se pudiese hacer eso.
—¿Es posible, papá? —murmuró Isaac, dudoso.
—Puede ser, puede ser… —parecía que mi padre hablaba más para sí mismo que para responder a mi hermano —Tendría que consultar un par de libros, pero lo arreglaré. No te preocupes más por él, Katrina. Nosotros nos ocuparemos. Todo saldrá bien.
“Todo saldrá bien”, murmuró una vocecita en mi interior. Apreté los dientes, con frustración, harta de que todo el mundo dijese lo mismo. “Todo saldrá bien”, había asegurado Nathan de camino a mi casa, cuando su abuelo, a petición de él, había accedido a llevarme en coche; “todo saldrá bien”, había repetido mi madre mientras me arropaba con una cálida manta; “todo saldrá bien” había llegado a decirme a mí misma en mi larga noche de reflexiones.
—No, papá. Nada saldrá bien, ¿es que no lo ves? Todo, absolutamente todo, está mal. Y tú no puedes cambiarlo. ¡Nada saldrá bien! –chillé, al borde de la histeria.
—He dicho que todo saldrá bien —cortó él con voz fría.
—¡Deja de decir eso! Llevas diciéndolo desde que empezaron los problemas y nada ha salido bien. ¿Por qué había de mejorar ahora?
Sacudiendo la cabeza, mi padre salió del salón. Mi hermano me miró largamente, con expresión inescrutable.
—Kat —me llamó tras un rato. Di un respingo y me sorprendí, una vez más, al escucharle pronunciar mi nombre. Por toda respuesta, elevé la mirada para encontrarme con la suya. Al percibir que tenía mi atención, continuó —, tienes que relajarte. Duerme un rato o llama a Cassie…
—No —le interrumpí —. No quiero meterla más en todo esto, así que no quiero que se acerque a aquí.
—De acuerdo. La verdad, me importa bien poco lo que hagas. Pero tienes que entender que hacemos lo que podemos. Así que, si no vas a ayudar, intenta no armar escándalo, ¿quieres?
Me limité a asentir en silencio, resignándome a mirar al suelo. Isaac se levantó del sofá y, como había hecho mi padre, se fue; dejándome, de nuevo, sola.


5 comentarios:

  1. Se me ha hecho súper corto el capítulo. YO QUIERO MÁS.
    Aún sigo en shock por lo de Samuel. Él no puede ser malo. No, no y no. Espero que des una buena razón por qué haces esto :( Con lo asdfghjkl que era... Aishh, yo sigo creyendo que él volverá a ser como antes.
    Y la pobre Kat. Todo se solucionará, sólo hay que esperar!
    Un beso :)

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  2. Es completamente entendible el cómo se siente Kat, me da tanta bronca que el hermano y el padre la traten así: no se lo merece...
    Aun no me convenzo de que Samuel sea "malo"... No tengo idea de lo que podría estar pasando, pero espero que sólo sea alguna especie de treta para espiar a los ángeles oscuros, o algo.
    Y yo que pensé que Isaac iba a acompañarla, pero me equivoqué. A veces lo quiero, pero la mayoría del tiempo trata demasiado fríamente a Kat...
    Hermoso capítulo, no puedo esperar para ver su continuación :).

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  3. Pobrecilla, debe de estar con un auténtico lío mental por todo..

    A ver que pasa, espero que no haga ninguna locura y se esté quietecita..

    un besooo

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  4. Hola que tal ♥
    tus escritos son muy buenos me encantaria que te pasaras para compartir un poco mas y estar en comunicación de escritora a escritora *w* besos y felicitaciónes por tu bello y encantador blog ♥

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  5. POBRE KAT!! En serio, me da muchísima pena. Está fatal por todo lo que ha pasado, es que Samuel, él era (y es, porque lo sigue siendo) un chico genial.
    Yo pienso que todo esto es una confusión o qué se yo, porque Samuel no puede ser mal, ¡no es malo!
    La charla de Kat con sus padres ha sido algo fría, se podía notar un poco el tenso ambiente y todo. El padre de Kat siempre dice lo mismo, ella tiene razón, con un simple: Todo estará bien. No va a hacer que cambien las tornas y todo estará bien de momento. Es difícil....
    Isaac es... demasiado insensible con su hermana, en serio. Ojalá fuese más tierno con ella, como en otras escenas.
    Pobrecita, de nuevo sola. Aii, qué pena, de verdad!!
    Espero descubrir la verdad de Samuel pronto!! Leo el siguiente, que sigo intrigada xD
    Besitoooos :)

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