En problemas
U
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na mano férrea se posó
en mi hombro antes de que yo pudiese darme la vuelta. No me atreví a girarme,
pero por el rabillo del ojo alcancé a ver que era una mano grande, de dedos
largos y piel pálida. Permanecí quieta, observando a las personas que se movían
a mi alrededor, indiferentes a mi situación,
mientras esperaba a que el hombre de la capa hiciese algo.
—Vamos
—fue lo único que dijo.
Me
empujó con la mano, indicándome la dirección. Me hubiese gustado clavar los
pies en el suelo con fuerza y decir “no”. Pero era consciente de que si no le
obedecía podría acabar retorciéndome de dolor en el suelo y, por mucha gente
que hubiese allí, nadie me podría ayudar. Así que dejé que su mano me guiase;
me empujó primero lejos de la multitud y después por unas calles estrechas y
mal cuidadas por las que nunca había ido. Cerré los puños a los costados para
disimular el temblor de mis manos y me concentré en mantener la respiración
calmada para no dejarme arrastrar por el pánico. «Inspira. Espira. Inspira.
Espira».
Él
caminaba un paso por detrás de mí y podía sentir su mirada clavada en mi nuca,
como si del cañón de una pistola se tratase. Siguió empujándome por calles que
no conocía, pero hubiese jurado que el callejón que estaba cruzando era el
mismo que había atravesado un minuto atrás. Tal vez fuese un callejón parecido,
o me lo estaba imaginando a causa de los nervios, pero tenía la sensación de
que lo hacía para desorientarme y mi cuerpo se puso todavía más tenso. Estaba
sola, desarmada y desorientada con un asesino.
De
repente, se paró. Soltó mi hombro sin decir nada y cambié el peso de un pie a
otro, por si surgía la oportunidad de correr lejos de allí. Una mirada suya me
bastó para entender que no la habría. Empujó la vieja puerta de madera que
había frente a nosotros y esta chirrió al moverse, dejando a la vista una
estancia polvorienta y claramente abandonada. Hizo un gesto para que entrase y
yo obedecí, tras vacilar unos segundos. Él entró detrás de mí y cerró la puerta
de nuevo.
El interior
era incluso peor de lo que se intuía desde fuera. Había dos ventanas, pero
ambas habían sido tapiadas con tablones de madera entre los que se colaban
pequeños rayos de la luz anaranjada de las farolas de la calle. Cada una de mis
pisadas levantaba una nube de polvo del suelo y las paredes de cemento estaban recubiertas
por telas de araña. Los dos únicos muebles que había allí eran una cómoda y un
sillón que, como el resto de la habitación, estaban envueltos en ese polvo que
hacía que todo pareciese gris.
—¿Y
alguien como tú ha podido acabar con todos los que envié? —preguntó de repente,
en tono casi burlón. No acababa de entender quienes eran “los que envié”, pero,
en realidad, no me extrañé que le costase creer que yo podía enfrentarme a
alguien y ganar; las piernas me temblaban como si fuesen a dejar de sostener el
peso de mi cuerpo y apenas era capaz de mirarlo durante más de un segundo —. La
mayoría de ellos me importaban bien poco. Pero me molestó que matases a mi
aprendiz, era bueno. Y también acabaste con mi mejor luchador —parecía hablar
más para sí mismo que para mí, pero prestaba atención a cada una de sus
palabras, intentaba memorizar todo lo que podía para poder analizarlo si salía
viva de allí —. Aunque admito que quizás lo sobrevaloré. No debí mandarlo a
buscarte solo.
Ahí
comencé a encajar piezas con facilidad. El hombre que tenía delante era el que
dirigía a todos los ángeles negros que habían atentado contra mí en los últimos
meses. Su ayudante, supuse, era el que en varias ocasiones (primero, en el
instituto y luego, cuando volvía e la casa de Samuel, aunque yo no había
llegado a verlo en esa ocasión) había provocado que me estallase la cabeza. No
había vuelto a saber de él, recordé entonces. Y por mejor luchador debía de
referirse al que había acompañado a su aprendiz al instituto, había dirigido el
grupo que nos había atacado a Samuel y a mí de camino a la feria y, por último,
me había atacado cuando estaba sola de camino a casa. Recordaba haber hablado con este último,
haberle dicho que sabía tan poco sobre ese extraño poder que decían que poseía
como yo misma. Y tenía ante mí a la persona que le había dicho que tenía una
cualidad única. Podía hacerle razonar, librarme de ser perseguida de una vez
por todas. Hice de tripas corazón y dije, con la voz lo más clara posible:
—No
tengo nada de lo que te puedas valer. No tengo ningún tipo de poder o lo que
sea que te imagines.
El
hombre inclinó la cabeza y levantó una ceja, como si dudase de mi palabra.
—¿Estás
insinuando que una chiquilla, un simple ángel, ha podido matar a todos mis
enviados? ¿Qué no eres un arcángel? ¿Acaso crees que no me he cerciorado?
—preguntó con desdén, escupiendo las palabras.
—Sí
soy un arcángel. Pero eso no me hace especial, no tengo ninguna capacidad
única. Además —añadí tras callar un segundo —, yo no los maté.
—Ah,
sí. El chico que te acompañaba a todas partes, lo vi en nuestro primer encuentro.
Sean ya me había hablado de él… Solo por curiosidad —dijo, aunque su voz sonaba
tan inflexible como siempre, sin ningún atisbo de la curiosidad que decía
sentir —, ¿quién mató a Sean, tú o él?
No me
resultó complicado asociar a ese tal Sean con la persona que antes había
denominado “su mejor guerrero”. Nunca había llegado a saber a ciencia cierta
quién le había clavado el puñal después de que me persiguiese, pero todo
apuntaba a Samuel, aunque él había fingido no estar al tanto cuando se lo había
dicho. Al pensar en eso, sentí un fuerte pinchazo en el pecho. Me hizo pensar
que se enfrentaba a los ángeles negros para protegerme a mí, porque me quería.
Ahora sabía que no era así. Solo me había protegido porque ellos eran la
competencia. Su voz sonaba lejana en mi memoria: «Sé lo que queréis. Lo tengo
yo. Y no pienso dároslo», les había dicho al grupo de mercenarios. Como si yo
fuese un objeto; la personificación de un supuesto poder que todos querían
obtener. Sonreí amargamente para mis adentros al caer en la cuenta de lo obvio
que parecía todo ahora.
—Yo
no fui. Así que supongo que él.
Mi
interlocutor asintió, reflexivo. Esperé, tensa, a que hiciese algo. Cada vez me
sentía más agobiada, era como si las paredes se estrecharan a mi alrededor y la
puerta se hiciese más y más diminuta, como si se alejase o empequeñeciese,
dejándome encerrada allí con ese asesino.
—Enséñame
las alas —ordenó súbitamente. Quería negarme, pero su tono y su mirada no
admitían reproches. Lentamente, las hice surgir de mi espalda, con cuidado para
romper la camiseta (que no tenía adaptada) lo menos posible. Pude verlas por el
rabillo del ojo: fuertes, imponentes, blancas y puras.
Él
también las miró con admiración disimulada. Su mirada recorría sus contornos,
las miraba en toda su grandeza y pude apreciar que se mordía el labio inferior.
Entrecerró los ojos, con expresión ausente. Me pregunté si los ángeles negros
añorarían sus alas blancas alguna vez, si desearían deshacer lo que les había
llevado a ser como eran. Dudaba seriamente que el hombre que tenía delante
experimentase esas sensaciones, pero, una vez más, no pude evitar dedicar un
pensamiento a la mujer del jardín botánico. ¿Hubiese ella querido apartar el
odio?
Tuve
que posponer mis reflexiones al ver que mi acompañante avanzaba un paso en mi
dirección. Me apresuré a restablecer la distancia original retrocediendo un
paso, pero él seguía moviéndose hacia mí y yo terminé por chocar contra una
pared. Al llegar junto a mí, alzó una mano, y un único dedo rozó mi ala
izquierda.
Apreté
los dientes y eché la cabeza hacia atrás para reprimir un grito al sentir la
descarga de dolor que me había producido su contacto.
Mi
atacante rió por lo bajo, en un tono casi perverso.
—¿Y
dices que no tienes poder? —su voz sonaba como un ronroneo.
—¡No
lo tengo! —chillé, frustrada. Acababa de ser testigo de mi debilidad, ¿y
consideraba eso una prueba de que tenía poder? Empezaba a plantearme que aquel
hombre, que tan frío y calculador parecía, podría estar loco.
Su
rostro, hasta entonces tranquilo, mostró una mueca irritada, reflejo de la mía
propia, y su mano férrea aferro mi cuello con fuerza. Me revolví, luchando por
librarme de su agarre, pero solo sirvió para que apretase con más fuerza.
Sentía la fría pared contra mi espalda, aprisionándome.
—¡Me
estás hartando, niña! —rugió —. A menos que quieras morir, deja de mentir.
Sabía
que era un farol, porque ya había comprobado que, según su teoría, me
necesitaba viva para aprovechar mi misterioso poder. Caí en la cuenta de que en
esa creencia estaba mi seguro de vida y pensé en seguirle el juego. Pero
acabaría muerta de todas formas cuando descubriese que estaba equivocado. Así
que me obligué a hablar:
—No
lo hago.
Me
hubiese gustado tener un tono de voz firme, pero mis pulmones reclamaban el
aire del que se les estaba privando y mi voz sonó como un graznido desesperado.
—¡No
vas a engañarme! —me gritó. Su cara estaba tan cerca de la mía que pude
comprobar que sus ojos ambarinos tenían las motas verde eléctrico que me había
parecido ver en otra ocasión. Iba a reprochar de nuevo cuando la mano que tenía
ceñida a mi cuello tiró de mí hacia arriba, separando mis pies del suelo.
Desesperada
y sin respiración, sacudí los pies con furia y tiré de su brazo con las manos,
aprovechando las pocas fuerzas que me quedaban. La mezcla de adrenalina y falta de aire empezaba a nublarme la vista
con puntos oscuros que me impedían ver su cara.
Lo
siguiente ocurrió todo muy rápido.
La
puerta estalló en mil pedazos, provocando un gran estruendo, y una figura alada
se precipitó en la habitación. Mi atacante, que parecía haberse olvidado de
nuestra discusión, me soltó y se giró a toda velocidad, desplegando las alas,
para encarase al recién llegado.
Mis
pies se apoyaron de nuevo en el suelo y respiré el aire con anhelo, sintiendo
como el oxígeno me llenaba por dentro. Apoyé la mano en la pared, mientras que
mi vista se aclaraba y entonces aprecié la lucha que estaba teniendo lugar ante
mí.
Las dos
figuras se movían con letal elegancia, envueltos en plumas negras. Ambos eran
tan rápidos que mi mirada cansada apenas podía seguir sus movimientos y la
escasa luz de la estancia, junto con las impenetrables sombras que producían
los dos enormes pares de alas, hacía que casi no pudiese distinguirlos.
Cuando
me sentí capaz de mantenerme en pie por mi cuenta, hice desaparecer mis alas y
eché a correr hacia la puerta, deseando alejarme de aquellos dos luchadores,
que parecían ajenos a mi presencia. Sin embargo, al llegar al umbral, me di la
vuelta y asomé la cabeza adentro de nuevo. Había algo casi mágico en la manera
en la que se abalanzaban el uno sobre el otro, como si hubiesen dedicado toda
su vida a preparar ese encuentro. Eran mortíferos, sí, pero también hermosos.
La energía que desprendían era oscura y aterradora y, aún así, me sentía
atraída por ella.
Y
entonces ocurrió algo que me sacó de mi encantamiento. Entre las plumas negras,
pude ver un rostro. No era el del hombre de la capa, con sus ojos amarillos y
su rapado cabello ceniza, sino uno que conocía mucho mejor. Unos ojos verdes
llamearon en mi dirección antes de volver a centrarse en su lucha.
Di
media vuelta y me perdí en las calles, con mis rápidas pisadas resonando en los
callejones y el latido de mi corazón, todavía más rápido y fuerte, atronando
tras mis oídos.
Solo
podía pensar en una cosa: Lo había vuelto hacer. Samuel había vuelto a salvarme
para luego acabar conmigo por su cuenta.
Bufff, estoy desorientada... No creo que Samuel quiera acabar con todos para matarla él por su cuenta, pero es que...
ResponderEliminarMadre mía. Ese hombre me ha dado miedo de verdad... Pero lo que piensa Kat tal vez sea cierto ¿o no? Estoy muy rallada, no creo que Samuel hiciese eso. ¿De verdad le estaba protegiendo para acabar con ella?
ResponderEliminarEstoy muy intrigada, espero poder descubrir pronto la verdad porque realmente no creo que Samuel sea tan malo como se está viendo en estos últimos capítulos.
Besitoos ;)
Menos mal que la han salvado... aunque sea Samuel, pero espero que no vaya a suceder la última frase que ella piensa..
ResponderEliminarHa sido muy intrigante.. Tengo mucha curiosidad sobre el poder de Kat.
un besooo
Menos mal que al final no le ha hecho mucho daño y que Samuel ha empezado a luchar contra el hombre. Aunque yo no pienso que quiera acabar con ella, ¿o sí?
ResponderEliminarPor lo menos Kat ha escapado, que es lo importante. ¿Y qué poderes tendrá?
Muchos besos y publica pronto, guapa! :)