martes, 7 de enero de 2014

Capítulo 35

En problemas
U
na mano férrea se posó en mi hombro antes de que yo pudiese darme la vuelta. No me atreví a girarme, pero por el rabillo del ojo alcancé a ver que era una mano grande, de dedos largos y piel pálida. Permanecí quieta, observando a las personas que se movían a mi alrededor, indiferentes a  mi situación, mientras esperaba a que el hombre de la capa hiciese algo.
—Vamos —fue lo único que dijo.
Me empujó con la mano, indicándome la dirección. Me hubiese gustado clavar los pies en el suelo con fuerza y decir “no”. Pero era consciente de que si no le obedecía podría acabar retorciéndome de dolor en el suelo y, por mucha gente que hubiese allí, nadie me podría ayudar. Así que dejé que su mano me guiase; me empujó primero lejos de la multitud y después por unas calles estrechas y mal cuidadas por las que nunca había ido. Cerré los puños a los costados para disimular el temblor de mis manos y me concentré en mantener la respiración calmada para no dejarme arrastrar por el pánico. «Inspira. Espira. Inspira. Espira».  
Él caminaba un paso por detrás de mí y podía sentir su mirada clavada en mi nuca, como si del cañón de una pistola se tratase. Siguió empujándome por calles que no conocía, pero hubiese jurado que el callejón que estaba cruzando era el mismo que había atravesado un minuto atrás. Tal vez fuese un callejón parecido, o me lo estaba imaginando a causa de los nervios, pero tenía la sensación de que lo hacía para desorientarme y mi cuerpo se puso todavía más tenso. Estaba sola, desarmada y desorientada con un asesino.
De repente, se paró. Soltó mi hombro sin decir nada y cambié el peso de un pie a otro, por si surgía la oportunidad de correr lejos de allí. Una mirada suya me bastó para entender que no la habría. Empujó la vieja puerta de madera que había frente a nosotros y esta chirrió al moverse, dejando a la vista una estancia polvorienta y claramente abandonada. Hizo un gesto para que entrase y yo obedecí, tras vacilar unos segundos. Él entró detrás de mí y cerró la puerta de nuevo.  
El interior era incluso peor de lo que se intuía desde fuera. Había dos ventanas, pero ambas habían sido tapiadas con tablones de madera entre los que se colaban pequeños rayos de la luz anaranjada de las farolas de la calle. Cada una de mis pisadas levantaba una nube de polvo del suelo y las paredes de cemento estaban recubiertas por telas de araña. Los dos únicos muebles que había allí eran una cómoda y un sillón que, como el resto de la habitación, estaban envueltos en ese polvo que hacía que todo pareciese gris.
—¿Y alguien como tú ha podido acabar con todos los que envié? —preguntó de repente, en tono casi burlón. No acababa de entender quienes eran “los que envié”, pero, en realidad, no me extrañé que le costase creer que yo podía enfrentarme a alguien y ganar; las piernas me temblaban como si fuesen a dejar de sostener el peso de mi cuerpo y apenas era capaz de mirarlo durante más de un segundo —. La mayoría de ellos me importaban bien poco. Pero me molestó que matases a mi aprendiz, era bueno. Y también acabaste con mi mejor luchador —parecía hablar más para sí mismo que para mí, pero prestaba atención a cada una de sus palabras, intentaba memorizar todo lo que podía para poder analizarlo si salía viva de allí —. Aunque admito que quizás lo sobrevaloré. No debí mandarlo a buscarte solo.
Ahí comencé a encajar piezas con facilidad. El hombre que tenía delante era el que dirigía a todos los ángeles negros que habían atentado contra mí en los últimos meses. Su ayudante, supuse, era el que en varias ocasiones (primero, en el instituto y luego, cuando volvía e la casa de Samuel, aunque yo no había llegado a verlo en esa ocasión) había provocado que me estallase la cabeza. No había vuelto a saber de él, recordé entonces. Y por mejor luchador debía de referirse al que había acompañado a su aprendiz al instituto, había dirigido el grupo que nos había atacado a Samuel y a mí de camino a la feria y, por último, me había atacado cuando estaba sola de camino a casa.  Recordaba haber hablado con este último, haberle dicho que sabía tan poco sobre ese extraño poder que decían que poseía como yo misma. Y tenía ante mí a la persona que le había dicho que tenía una cualidad única. Podía hacerle razonar, librarme de ser perseguida de una vez por todas. Hice de tripas corazón y dije, con la voz lo más clara posible:
—No tengo nada de lo que te puedas valer. No tengo ningún tipo de poder o lo que sea que te imagines.
El hombre inclinó la cabeza y levantó una ceja, como si dudase de mi palabra.
—¿Estás insinuando que una chiquilla, un simple ángel, ha podido matar a todos mis enviados? ¿Qué no eres un arcángel? ¿Acaso crees que no me he cerciorado? —preguntó con desdén, escupiendo las palabras.
—Sí soy un arcángel. Pero eso no me hace especial, no tengo ninguna capacidad única. Además —añadí tras callar un segundo —, yo no los maté.
—Ah, sí. El chico que te acompañaba a todas partes, lo vi en nuestro primer encuentro. Sean ya me había hablado de él… Solo por curiosidad —dijo, aunque su voz sonaba tan inflexible como siempre, sin ningún atisbo de la curiosidad que decía sentir —, ¿quién mató a Sean, tú o él?
No me resultó complicado asociar a ese tal Sean con la persona que antes había denominado “su mejor guerrero”. Nunca había llegado a saber a ciencia cierta quién le había clavado el puñal después de que me persiguiese, pero todo apuntaba a Samuel, aunque él había fingido no estar al tanto cuando se lo había dicho. Al pensar en eso, sentí un fuerte pinchazo en el pecho. Me hizo pensar que se enfrentaba a los ángeles negros para protegerme a mí, porque me quería. Ahora sabía que no era así. Solo me había protegido porque ellos eran la competencia. Su voz sonaba lejana en mi memoria: «Sé lo que queréis. Lo tengo yo. Y no pienso dároslo», les había dicho al grupo de mercenarios. Como si yo fuese un objeto; la personificación de un supuesto poder que todos querían obtener. Sonreí amargamente para mis adentros al caer en la cuenta de lo obvio que parecía todo ahora.
—Yo no fui. Así que supongo que él.
Mi interlocutor asintió, reflexivo. Esperé, tensa, a que hiciese algo. Cada vez me sentía más agobiada, era como si las paredes se estrecharan a mi alrededor y la puerta se hiciese más y más diminuta, como si se alejase o empequeñeciese, dejándome encerrada allí con ese asesino.
—Enséñame las alas —ordenó súbitamente. Quería negarme, pero su tono y su mirada no admitían reproches. Lentamente, las hice surgir de mi espalda, con cuidado para romper la camiseta (que no tenía adaptada) lo menos posible. Pude verlas por el rabillo del ojo: fuertes, imponentes, blancas y puras.
Él también las miró con admiración disimulada. Su mirada recorría sus contornos, las miraba en toda su grandeza y pude apreciar que se mordía el labio inferior. Entrecerró los ojos, con expresión ausente. Me pregunté si los ángeles negros añorarían sus alas blancas alguna vez, si desearían deshacer lo que les había llevado a ser como eran. Dudaba seriamente que el hombre que tenía delante experimentase esas sensaciones, pero, una vez más, no pude evitar dedicar un pensamiento a la mujer del jardín botánico. ¿Hubiese ella querido apartar el odio?
Tuve que posponer mis reflexiones al ver que mi acompañante avanzaba un paso en mi dirección. Me apresuré a restablecer la distancia original retrocediendo un paso, pero él seguía moviéndose hacia mí y yo terminé por chocar contra una pared. Al llegar junto a mí, alzó una mano, y un único dedo rozó mi ala izquierda.
Apreté los dientes y eché la cabeza hacia atrás para reprimir un grito al sentir la descarga de dolor que me había producido su contacto.
Mi atacante rió por lo bajo, en un tono casi perverso.
—¿Y dices que no tienes poder? —su voz sonaba como un ronroneo.
—¡No lo tengo! —chillé, frustrada. Acababa de ser testigo de mi debilidad, ¿y consideraba eso una prueba de que tenía poder? Empezaba a plantearme que aquel hombre, que tan frío y calculador parecía, podría estar loco.
Su rostro, hasta entonces tranquilo, mostró una mueca irritada, reflejo de la mía propia, y su mano férrea aferro mi cuello con fuerza. Me revolví, luchando por librarme de su agarre, pero solo sirvió para que apretase con más fuerza. Sentía la fría pared contra mi espalda, aprisionándome.
—¡Me estás hartando, niña! —rugió —. A menos que quieras morir, deja de mentir.
Sabía que era un farol, porque ya había comprobado que, según su teoría, me necesitaba viva para aprovechar mi misterioso poder. Caí en la cuenta de que en esa creencia estaba mi seguro de vida y pensé en seguirle el juego. Pero acabaría muerta de todas formas cuando descubriese que estaba equivocado. Así que me obligué a hablar:
—No lo hago.
Me hubiese gustado tener un tono de voz firme, pero mis pulmones reclamaban el aire del que se les estaba privando y mi voz sonó como un graznido desesperado.
—¡No vas a engañarme! —me gritó. Su cara estaba tan cerca de la mía que pude comprobar que sus ojos ambarinos tenían las motas verde eléctrico que me había parecido ver en otra ocasión. Iba a reprochar de nuevo cuando la mano que tenía ceñida a mi cuello tiró de mí hacia arriba, separando mis pies del suelo.
Desesperada y sin respiración, sacudí los pies con furia y tiré de su brazo con las manos, aprovechando las pocas fuerzas que me quedaban. La mezcla de adrenalina y  falta de aire empezaba a nublarme la vista con puntos oscuros que me impedían ver su cara.
Lo siguiente ocurrió todo muy rápido.
La puerta estalló en mil pedazos, provocando un gran estruendo, y una figura alada se precipitó en la habitación. Mi atacante, que parecía haberse olvidado de nuestra discusión, me soltó y se giró a toda velocidad, desplegando las alas, para encarase al recién llegado.
Mis pies se apoyaron de nuevo en el suelo y respiré el aire con anhelo, sintiendo como el oxígeno me llenaba por dentro. Apoyé la mano en la pared, mientras que mi vista se aclaraba y entonces aprecié la lucha que estaba teniendo lugar ante mí.
Las dos figuras se movían con letal elegancia, envueltos en plumas negras. Ambos eran tan rápidos que mi mirada cansada apenas podía seguir sus movimientos y la escasa luz de la estancia, junto con las impenetrables sombras que producían los dos enormes pares de alas, hacía que casi no pudiese distinguirlos.
Cuando me sentí capaz de mantenerme en pie por mi cuenta, hice desaparecer mis alas y eché a correr hacia la puerta, deseando alejarme de aquellos dos luchadores, que parecían ajenos a mi presencia. Sin embargo, al llegar al umbral, me di la vuelta y asomé la cabeza adentro de nuevo. Había algo casi mágico en la manera en la que se abalanzaban el uno sobre el otro, como si hubiesen dedicado toda su vida a preparar ese encuentro. Eran mortíferos, sí, pero también hermosos. La energía que desprendían era oscura y aterradora y, aún así, me sentía atraída por ella.
Y entonces ocurrió algo que me sacó de mi encantamiento. Entre las plumas negras, pude ver un rostro. No era el del hombre de la capa, con sus ojos amarillos y su rapado cabello ceniza, sino uno que conocía mucho mejor. Unos ojos verdes llamearon en mi dirección antes de volver a centrarse en su lucha.
Di media vuelta y me perdí en las calles, con mis rápidas pisadas resonando en los callejones y el latido de mi corazón, todavía más rápido y fuerte, atronando tras mis oídos.
Solo podía pensar en una cosa: Lo había vuelto hacer. Samuel había vuelto a salvarme para luego acabar conmigo por su cuenta. 

4 comentarios:

  1. Bufff, estoy desorientada... No creo que Samuel quiera acabar con todos para matarla él por su cuenta, pero es que...

    ResponderEliminar
  2. Madre mía. Ese hombre me ha dado miedo de verdad... Pero lo que piensa Kat tal vez sea cierto ¿o no? Estoy muy rallada, no creo que Samuel hiciese eso. ¿De verdad le estaba protegiendo para acabar con ella?
    Estoy muy intrigada, espero poder descubrir pronto la verdad porque realmente no creo que Samuel sea tan malo como se está viendo en estos últimos capítulos.
    Besitoos ;)

    ResponderEliminar
  3. Menos mal que la han salvado... aunque sea Samuel, pero espero que no vaya a suceder la última frase que ella piensa..

    Ha sido muy intrigante.. Tengo mucha curiosidad sobre el poder de Kat.

    un besooo

    ResponderEliminar
  4. Menos mal que al final no le ha hecho mucho daño y que Samuel ha empezado a luchar contra el hombre. Aunque yo no pienso que quiera acabar con ella, ¿o sí?
    Por lo menos Kat ha escapado, que es lo importante. ¿Y qué poderes tendrá?
    Muchos besos y publica pronto, guapa! :)

    ResponderEliminar

¿Qué te ha parecido? Deja tu opinión, es importante :))