Malos augurios
E
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sa noche soñé con una
paloma encerrada en una jaula. Era una paloma más blanca que la nieve más pura
y sus pequeños ojos brillantes me miraban con gran interés. Entonces me di
cuenta de que en mis manos había un mendrugo de pan. Cogí un pedazo pequeño y
lo metí entre los barrotes de la jaula, para que la paloma pudiese comerlo.
Repetí el proceso varias veces, cada vez con pedazos de pan más y más grandes
que la paloma comía con rapidez. Miré el cacho de pan que tenía en la mano y
luego miré la jaula, de barrotes metálicos y rígidos. Tenía una puertecita a un
lado, lo suficientemente grande como para que pudiese salir la paloma, pero estaba
cerrada. La abrí. Estaba convencida de que el animal no se iría volando, me
había ganado su confianza con el pan, y el ave se había ganado la mía, aunque
no sabría decir por qué. La paloma se
acercó a la puerta y yo tendí la mano, con la palma abierta, para hacerle ver
que le dejaría comer directamente de mi mano. Pero cuando atravesó la puerta,
la paloma blanca ya no estaba. En su lugar había un enorme cuervo, que graznaba
y revoloteaba por encima de mí, con sus ojos negros clavados en lo más profundo
de mi ser. Chillé, lancé el pan lejos de donde me encontraba, me hice un ovillo
en el suelo. Un pánico repentino se había apoderado de mí y sentía la sagaz
mirada del cuervo, quien cada vez volaba más cerca de mi cabeza, y supe que se
iba a lanzar sobre mí. Estridentes e irritantes, sus graznidos me perforaban
los oídos y el eco resonaba en mi cabeza con la fuerza de un huracán. Tenía
miedo del cuervo, de sus gritos; creía que nada podía ser peor. Y entonces el
sonido cesó y descubrí que el silencio era incluso peor que el ruido. Estaba
sumida en una quietud demasiado tensa y sabía que iba a ocurrir algo y que no
iba a ser bueno. Agucé el oído y lo único que alcancé a oír fue mi agitada
respiración, que intenté controlar, cogiendo y soltando el aire muy lentamente.
Lentamente, muy lentamente, levanté la cabeza pero sin abrir los ojos. Temía lo
que podría encontrar ante mí, pero también temía no saberlo. Apretando los
puños abrí los ojos y mi asustada mirada se topó con la del cuervo, que
descansaba a apenas un paso de mí, escrutándome con cuidado. Me sentía mareada
y tardé en asimilar la proximidad del animal al miedo que estaba
experimentando. Cuando alcancé a atar los cabos, sentí que el grito se abría
paso por mi garganta; sin embargo, no llegué a gritar porque el cuervo se lanzó
sobre mí. Justo antes de que su pico rozase mi piel, desperté.
La
luz del sol naciente se filtraba entre las cortinas e iluminaba la habitación
con sus rayos del color de la miel, creando un ambiente cálido y tranquilo.
Nada más lejos de como yo me encontraba por dentro. Ese sábado hacía una semana
que habían empezado esos sueños, el día que leí la leyenda, y, sin embargo, me
desperté tan alterada como la primera vez. Un sudor frío me recorría la espalda
e, incorporada en la cama, cerré los ojos hasta que dejé de escuchar el
golpeteo de mi corazón tras los oídos.
Me
levanté a duras penas y eché una ojeada al espejo. Mi reflejo arrugó la nariz
cuando me situé delante: tenía un aspecto penoso. Había adelgazado, y podía
apreciarse a pesar del grueso pijama de invierno que llevaba, porque
últimamente me costaba comer; unas oscuras medias lunas se habían instalado
bajo mis ojos y hacían que mi piel pareciese incluso más pálida de lo que ya
estaba. Y luego estaba lo que no se podía ver en el espejo. Esa constante
sensación de cansancio e impotencia que me impedía ver el lado positivo de las
cosas, si es que tenían alguno. El día anterior había hablado con Cassie y las
dos habíamos llegado a la misma conclusión. Debía hacer algo, debía poner fin a
todo esto. Solo quedaba un cabo por atar… ¿cómo conseguiría hacer eso?
Apreté
los dientes con fuerza al darme cuenta de que la única manera con la que mi
padre e Isaac darían todo esto por terminado era la muerte de Samuel.
La
muerte del cuervo.
¿No
debería desearla? ¿No debería querer que aquel animal que me había atacado, que
me había engañado fingiendo ser una paloma, sufriese su merecido? Sí, debería.
Pero no lo deseaba. Porque me había empeñado en creerlo, en creer que sentía
algo por mí y que sus explicaciones eran reales y no simples excusas. Pero,
¿estaba dispuesta a arriesgarme y volver a confiar en él? Una cosa es perdonar y otra muy diferente
olvidar.
Me
pase las manos por el pelo alborotado y bajé a desayunar. Era muy temprano y
toda mi familia dormía. En la casa reinaba un silencio que no puede evitar
asociar al de mi sueño, lo que me hizo estremecer. Encendí la televisión y me
preparé la comida mientras veía un programa que, en realidad, me interesaba más
bien poco.
Entonces
escuché un ruido de pasos. Salí al pasillo para ver quien se había levantado,
pero entonces vi que nadie bajaba las escaleras. Pegué un respingo al escuchar
una puerta abrirse a mi espalda y me giré con rapidez, justo cuando mi hermano
salía del guardarropa que llevaba al sótano, seguido por mi padre. Así que no
estaban todos dormidos, como yo creía. Me preguntaba si se habrían levantado
temprano para bajar al sótano o si habrían pasado la noche en vela, pero, a
juzgar por su aspecto, apostaría por lo segundo. Ambos se quedaron quietos en
medio del pasillo, observándome con los ojos enrojecidos y en silencio. Me
mordí el interior de la mejilla antes de decir:
—¿Qué
hacíais ahí abajo?
Intercambiaron
una mirada y parecieron discutir con los ojos si debían responder o no.
—Nada
que te interese, Katrina —dijo mi padre.
—Permíteme
dudarlo —respondí con rapidez. Le insté a continuar con la mirada, pero solo
obtuve el silencio por respuesta. Añadí —: A estas alturas creo que merezco que
me contéis lo que pasa con Samuel. Por si todavía no os habíais dado cuenta,
soy la causa de todo esto. No podéis mantenerme al margen, ¡estoy en el pleno
centro del problema!
Mi
hermano apartó la mirada cuando le miré y, por alguna razón, eso me dio todavía
más confianza. Mi padre, sin embargo, me sostuvo la ojeada con firmeza y
murmuró:
—Vamos
a la cocina.
»Hace
ya más de una semana que tenemos al chico aprisionado —comenzó a explicar una
vez que tomamos asiento en la cocina —, pero no quiere confesar. Solo dice que
no sabe, que es un enviado, pero eso no nos ayuda. Hemos probado por todos los
métodos, Katrina, y no podremos seguir con ello eternamente.
—Vais
a… —no pude terminar la frase, porque las palabras se me pegaron a la garganta
y me produjeron un ataque de tos. Mi padre me observó toser y, cuando hube
acabado, asintió con solemnidad con la cabeza, afirmando mi duda no formulada
—. Pero, ¿qué pasa si dice la verdad? ¿Y si realmente no sabe nada?
—El
resultado sería el mismo —respondió, encogiéndose de hombros —. No podríamos
dejarle marchar ahora.
Mi
hermano, que estaba de espaldas a mí, preparándose su propio desayuno,
intervino por primera vez:
—Yo
ya no aguanto más —gruñó —. Está claro que si sabe algo no nos lo va a decir,
así que no veo por qué esperar más. Bien, ¿cuándo, papá?
—Pronto…
Pronto. Se lo diremos, Isaac. Le advertiremos de lo que se le viene encima, de
que tiene dos días para aportar algo más o morirá.
«Dos
días, dos días, dos días, dos días…».
Por
un momento sentí algo similar a las arcadas y se me desenfocó la vista. Tuve la
extraña sensación de estar flotando unos segundos, como si mi cuerpo hubiese
caído al vacío y, durante esos segundos, creí que todo había sido un mal sueño;
pero la realidad no tardó en volver a golpearme: A no ser que hiciese algo,
Samuel moriría en dos días.
Si
le advertía, tal vez pudiese ganar algo de tiempo contando cualquier cosa a mi
familia. Pero ¿serviría eso de algo? Lo dudaba. Lo único que conseguiría sería
retrasar lo inevitable. Me forcé a pensar con claridad, en resumir todo lo que
pasaba por mi cabeza, en un intento desesperado de simplificar las cosas. El
resultado de este intento fue “Puedo sacar a Samuel del sótano antes de dos
días, vivo, o pueden sacarlo papá e Isaac después de esos dos días, muerto”, lo
cual no me tranquilizo mucho.
¿Hasta
dónde estaba dispuesta a llegar para ayudar al chico? ¿Sería capaz de
enfrentarme a mi familia, sacarlo del sótano sin consentimiento y afrontar las
consecuencias? ¿Podía confiar plenamente en Samuel y tenderle la mano, aun a
riesgo de que tomase todo mi brazo? ¿O sería tan cobarde como para quedarme de
brazos cruzados, evadiéndome de la realidad y dejando que otros tomasen las
decisiones por mí?
Y,
como hacía siempre que necesitaba que alguien me ayudase a resolver mis dudas,
subí a mi habitación y llamé a Cassie.
Esa
tarde, cuando abrí la puerta después de que llamasen al timbre, descubrí que
Cassie no venía sola.
—¡Kat!
—saludó Nathan. Sonreía mucho y su hoyuelo era más notable de lo habitual, pero
al fijarse en mi aspecto su sonrisa disminuyó un tanto —¿Te pasa algo? No
tienes buen aspecto…
—Ah,
¿no? —me forcé en sonreír y responder de forma irónica —: Y yo que tenía
pensado presentarme a un concurso de belleza… Venga, pasad, hace frío fuera.
Mi
amigo, que por lo visto consideraba que mi pelo no estaba lo suficientemente revuelto,
me lo alborotó más con la mano mientras entraba. Él y Cassie colgaron sus
chaquetas en el perchero y entraron en la cocina, que ahora se encontraba
vacía. Era consciente de que Cassie me miraba por el rabillo del ojo constantemente
y que, otra vez, se estallaba los nudillos cada poco.
—Me
encontré con Nathan de camino aquí y me
preguntó si podía venir—farfulló mientras se sentaba en una de las sillas. Parecía dispuesta a decir algo más, pero
Nathan pasó por su lado y, al tiempo que le quitaba el gorro de lana y dejaba
al descubierto su pelo rojo, le interrumpió diciendo:
—Y,
obviamente, no fue capaz de resistirse a mis encantos y decirme que no.
Sonreía
con picardía y burla, y levantó el gorro por encima de su cabeza cuando Cassie
se acercó a recuperarlo mientras refunfuñaba «qué más quisieras, Nathan». Después
de un par de saltos fallidos, que provocaron la risa de Nathan (y, para que
negarlo, también a mí me resultaron divertidos), alcanzó la prenda y se la
encasquetó de nuevo en la cabeza.
A
media tarde, cuando ya llevábamos un rato en el salón, viendo la televisión y
charlando, Nathan se levantó para ir al servicio. En cuanto se escuchó cómo se
cerraba la puerta del baño, Cassie se giró y ordenó:
—Cuéntame
que ha pasado.
Dudé
un segundo, pero luego recordé que tenía los segundos contados para informarla,
así que fijé la vista en el suelo, y me apresuré a decir:
—No
consiguen sacarle nada nuevo a Samuel. A no ser que haga algo, lo matarán en
dos días. Y no sé que puedo hacer, Cassie… No quiero que muera, pero no puedo
olvidar lo que es… No sé hasta dónde puedo confiar en él.
Levanté
la mirada y vi a una Cassie muy pálida que se tapaba la boca con la mano y que
tenía la mirada perdida en un punto muy lejano. Comprendía que para ella
también suponía un golpe duro porque, a pesar de saber todo lo que era Samuel,
él solo se había presentado ante ella como un muchacho de instituto, alegre y
amable; como un amigo. Y ahora yo le estaba diciendo que moriría.
—¿Y
qué vas a hacer, Kat? —preguntó horrorizada.
—¿Qué
va a hacer con qué? —preguntó mi amigo, entrando en el salón. Nos observó a las
dos, con los ojos muy abiertos, y por su expresión me pareció que había
reparado en el fallido intento de Cassie de parecer tranquila.
—Con
nada —respondimos a la vez.
En
los ojos marrones de Nathan había un claro brillo de incredulidad y
desconfianza, pero no hizo más preguntas, cosa que le agradecí en silencio. Nathan
era un experto en distinguir las conversaciones que podrían llegar a ser
incómodas y sabía morderse la lengua a tiempo.
El
programa que estaban emitiendo se terminó y comenzó una comedia que tanto yo
como mis amigos solíamos ver. Nathan y Cassie se reían con ganas (más él que
ella, porque pude notar que estaba como ida desde que le conté lo de Samuel),
pero yo tenía que forzarme para soltar alguna que otra risotada. Esa risa falsa
me daba asco, mucho asco. Quería reírme, reírme de verdad. Con el programa, con
los chistes de Nathan, con los raros movimientos que hacía Cassie para
recuperar el gorro que nuestro amigo le había quitado otra vez, ¿qué más daba
con qué? Solo quería reírme, sentir de verdad la alegría que tan frecuentemente
sentía antes. ¿Por qué me costaba tanto ahora dejar salir una carcajada pura?
Y,
una y otra vez, la misma frase se repetía en mi cabeza «Tengo que acabar con
esto. Tengo que hacerlo ya».
La
noche cayó. Mis dos acompañantes no tardaron en decir que debían volver a su
casa y sentí como si una enorme losa se me hubiese caído sobre los hombros. Era
cierto que ni siquiera así había conseguido rehusar por completo mis
inquietudes, pero estando ellos allí al menos había conseguido que el tiempo
avanzase de manera algo más amena. Eso por no hablar de que casi no había
podido hablar con Cassie sobre qué hacer con Samuel y no me veía realmente
capaz de tomar una decisión yo sola.
—¿Y
si quedamos mañana? —les pregunté, ya desde la puerta de entrada cuando se
disponían a marcharse. Me hubiese gustado poder disimular algo mejor el tinte
de desesperación que mostraba mi voz.
—Yo
no puedo. Tengo un examen importante la semana que viene y necesito estudiar
—respondió Nathan, haciendo una mueca. Sentí no poder quedar con él, pero con
quien realmente necesitaba hablar era con Cassie, así que la miré esperanzada.
Su
mirada ya me bastó para ver que no podría, porque en sus enormes ojos había ese
centelleo que siempre aparecía cuando Cassie pedía perdón por algo.
—Lo
siento… No puedo. Mis padres tienen que —lanzó una mirada fugaz a Nathan y se
ruborizó un poco, por lo que supuse que todavía no había hablado con él de lo
del divorcio de sus padres —… arreglar unos papeles. Y a Travis y a mí nos
mandan a la casa de la abuela todo el día.
—No
importa… —musité.
—Entonces,
¡hasta el lunes! —se despidió Nathan con despreocupación.
—Hasta
el… lunes —repitió mi amiga, atragantándose con las palabras.
Yo,
por mi parte, solo fui capaz de articular:
—Lunes…
Ai espero que Kat perdone a Samuel y se hagan novips otra vez. Aunque si que es verdad que Samuel le mintio a Kat
ResponderEliminarMmm es normal que desconfíe, pero creo que ya él no le va a mentir más, creo que debería darle una oportunidad, quizá si se alía con ellos contra los ángeles negros que buscan a Kat...
ResponderEliminarHola,me he topado con tu blog y me ha encantado *-* escribes realmente bien n.n
ResponderEliminarTe ganaste una seguidora!
Un beso
Menos mal que no estoy en la piel de Kat, la verdad es que yo no sabría qué hacer.. Pobrecita.. y qué nervios con lo que decidirá actuar, solo espero que haga lo que haga no sea perjudicial para ella..
ResponderEliminarsigue así Laura, cada vez está más interesante! =)
un besoooo
ResponderEliminarMe encanta tu blog, te he nominado a un premio, lo tienes aquí.
http://unblogdelocas.blogspot.com.es/2014/04/otro-premioo.html