sábado, 2 de agosto de 2014

Capítulo 3

Desconfianza
A
nte el sonido de mi voz, el individuo se incorporó con un respingo y se volvió para mirarme. En sus pequeños ojos se reflejó el pánico de verse descubierto y aprecié como su labio inferior temblaba ligeramente bajo el bigote mientras farfullaba cosas ininteligibles.
Dentro de mí, una marea de emociones luchaba por emerger: confusión, enfado, temor, curiosidad… Mis ojos se convirtieron en rendijas cuando mi mirada se posó en el señor Smith antes de preguntar:
—¿Qué hace usted aquí?
Los carrillos del hombre se pusieron colorados y daba la sensación de que hubiese preferido saltar por la ventana (aunque dudaba que su robusto cuerpo se lo permitiese) a mantener aquella conversación conmigo.
—Yo… Estaba… Gretel me pidió que subiese a buscar esta bandeja —se apresuró a decir con su voz ronca al reparar en la bandeja que todavía descansaba sobre la mesa. Con gestos torpes, la cogió y se encaminó hacia la salida.
—¿Y la buscaba en un cajón, señor Smith? —le recriminé, cruzándome de brazos mientras obstruía la salida. Él frenó ante mí y me miró a los ojos desde arriba, pues era bastante más alto que yo. Su rostro conformó una mueca que pretendía ser intimidante, pero yo no vacilé lo más mínimo. Me había encontrado en situaciones mucho peores y no iba a ceder en aquella ocasión. Con la voz teñida de un ligero deje de arrogancia, añadí —: ¿Estaba robando, acaso?
—No te atrevas a insinuar eso, niña —respondió, arrugando más el ceño.
—Dígame que hacía, entonces.
El señor Smith soltó un sonoro gruñido y se acercó más a mí. Agachó su cabeza para poder mirarme de frente a los ojos y, cuando nuestras caras estaban ya muy cerca, murmuró:
—Yo no tengo que darte explicaciones. Así que si quieres seguir hospedada aquí para no tener que dormir bajo un puente, yo de ti callaría esa bocaza.
—No me fío de usted —mascullé, apretando los dientes.
—Ni yo de ti —replicó. Y, apartándome con un golpe que hizo que parte del chocolate de la taza que Gretel había traído para Samuel (todavía llena) se derramase por la bandeja, salió de la habitación.
Me vi tentada a seguirlo, pero supe que no valdría la pena. Además, temía que lo de echarnos de la pensión fuese algo más que un farol, así que, con resignación, recogí mis bolsas del pasillo y entré en la habitación, cerrando la puerta tras de mí.
Me aparté un mechón de pelo (que, tras pasar por la peluquería del pueblo, era de un castaño mucho más claro que cuando me marché de Cooderal, pues era otro de esos “pequeños pero significativos cambios”, como a Samuel le gustaba decir, que había incluido en mi vida) que se había metido en mi cara y me apresuré a revisar todos los cajones de la habitación, asegurándome de que no había nada que echase en falta.
No se había llevado el dinero, ni ninguna de las pocas pertenencias personales que Samuel y yo teníamos allí. Sin embargo, encontré especialmente revuelta una pequeña caja en la que Samuel guardaba cosas como hierbas y piedras cuyas cualidades, en su mayoría desconocidas para mí, él aseguraba que podrían resultarnos útiles. Yo nunca lo cuestioné ni le pregunté cuáles eran esas cualidades; me fiaba de él. Sin embargo, en ese momento me embargó la curiosidad por saber qué podían tener esas piedras y hierbas para interesar al señor Smith.
Con un suspiro de resignación, me senté en la cama, esperando. El encuentro con el hombre me había quitado las ganas de todo y lo único que quería era esperar a que Samuel llegase para poder contarle lo ocurrido y, juntos, intentar arrojar algo de luz sobre el por qué de aquella intrusión.
Samuel llegó a la misma hora de siempre, pero yo tenía la sensación de haberlo esperado durante muchas horas más. Llamó a la puerta con los nudillos y yo corrí a abrirle, con la impaciencia a flor de piel.
—Hola —saludó con una sonrisa cuando le abrí la puerta. Se pasó una mano por el pelo (que ahora llevaba mucho más corto y peinado hacia arriba), haciendo que las gotas de lluvia que tenía en el saliesen disparadas en todas las direcciones —. Me cogió la lluvia por el camino y… ¿a qué viene esa cara, Kat?
—Pasa —ordené, tirando de su brazo para poder cerrar la puerta tras él —. Tengo que contarte una cosa.
La mirada de Samuel mezclaba la confusión y la alarma al principio, la creciente curiosidad y la preocupación mientras me escuchaba contarle lo ocurrido, y la ira y la duda al final de mi narración.
—¿Por qué iba a querer entrar a hurtadillas? —preguntó cuando terminé de hablar. Paseaba la mirada por la habitación, como esperando encontrarse una explicación en algún rincón —. ¿Se ha llevado algo?
Negué con la cabeza.
—Ya he revisado la habitación. Pero esa caja de ahí estaba abierta y muy revuelta.
—¿Esta? —dijo, tomando la cajita entre sus manos.
—Ajá.
Samuel examinó el contenido con atención, contando en voz baja de vez en cuando y citando los elementos que contenía el recipiente. Mientras tanto, yo le observaba con interés y, cuando terminó el recuento y me miró, levanté una ceja de manera inquisitiva.
—Tampoco se ha llevado nada de aquí.
Ambos nos observamos unos segundos en silencio.
—¿Qué crees que buscaba, Samuel? —pregunté finalmente.
Él frunció el ceño y caviló unos segundos antes de contestar:
—No lo sé… ¡Diablos, no lo sé! —sacudió la cabeza —. No tenemos nada de interés y aunque lo tuviésemos el señor Smith no lo sabría. Y, por otro lado, no entiendo que le pudo llamar la atención de esta caja… es decir, a él, siendo un humano como es.
—¿Qué utilidades tienen las cosas que guardas ahí?
—Poca cosa. Tienen efectos suaves sobre los ángeles, pero nada excepcional. Ya sabes: dolores de cabeza, confusión, sueño…
Asentí, cerrando los ojos y dejando a mi mente divagar.
Sabía que el señor Smith no nos tenía especial simpatía a Samuel y a mí, pero también estaba convencida de que esa no era la razón por la que había entrado en la habitación. Además, había revuelto toda la habitación, como si no tuviese nada claro por dónde buscar… o qué buscar.
—¿Y si no buscaba nada en concreto? ¿Y si solo quería una excusa para echarnos? —propuse, no muy convencida.
—Tal vez… tal vez —repitió —. En ese caso tendremos que cuidarnos de no darle ninguna —resolvió, sonriendo.
Arrugué la nariz. ¿Por qué sonreía? Yo sentía como las entrañas se me revolvían de desconfianza y preocupación. Y, sin embargo, ahí estaba él, sonriendo. Como si me hubiese leído la mente, añadió:
—Ahora no vale la pena obsesionares con el tema, Kat. Además, es Nochebuena; sonríe un poco.
Samuel tomó asiento en la cama, a mi lado. Yo no pude contener una media sonrisa, mientras me estiraba sobre la cama para alcanzar la bolsa con la que había regresado a casa.
—Es cierto. Nochebuena… Feliz Navidad, Samuel —y, sonriendo con amplitud, le tendí la bolsa.
Samuel arrugó el ceño, pero no se me pasó por alto el destello de sus ojos.
—No tenías que haberte molestado, Kat —me reprochó, mientras cogía el paquete del interior de la bolsa.
—No es una molestia. Además, no es gran cosa.
Él me miró y me sonrió. Le devolví la sonrisa casi sin querer, pero no pude evitar hacer una mueca al ver que no desenvolvía el regalo y se levantaba. Bajo mi interrogante mirada, salió de la habitación y cogió una bolsa del rellano.
—Feliz Navidad.
Agarré la bolsa, saqué el paquete del interior y Samuel y yo comenzamos a desenvolver nuestros regalos a un tiempo.
Por primera vez en mucho tiempo, me sentía bien. Aparté de mi mente la preocupación que me había atenazado por la tarde y solo me centré en el momento. En el hecho de que era Navidad y estaba con el chico al que quería, intercambiándonos regalos  como cualquier pareja normal habría hecho.
Aun sabiendo que un piso por debajo de nosotros, vivía un hombre que confiaba en nosotros tan poco como nosotros en él.

3 comentarios:

  1. :D Tanto tiempo esperandolo. Cada vez me gusta mas. Que buscaria el Sr Smith en aquella caja...mmm...

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  2. Hola!
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