La piedra
—¿Q
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ué tal te fue ayer?
¿Aprovechaste bien el tiempo libre? —preguntó Josh, con una sonrisa burlona en
los labios. El olor del café que él estaba preparando llegaba a mí y aspiré con
fuerza antes de sonreír y decir:
—No
te imaginas cuanto.
Mi compañero
dejó el café que estaba haciendo y se giró, con los ojos muy abiertos y
expresión pícara.
—¿Eso
es que hubo…? —levantó las cejas e hizo un gesto muy significativo y en
absoluto sutil para referirse al sexo. Antes de que yo pudiese reaccionar ante
su pregunta, Tiffany, que acaba de acercarse a nosotros, interrumpió la
conversación.
—Joshua,
si vuelvo a oírte decir algo tan indiscreto y vulgar —dijo en tono cortante—,
habrá serias repercusiones. Y lleva ese café a su mesa ya, que se va a enfriar
—lanzó una mirada enfadada a su hijo, que bajó la cabeza avergonzado y se
marchó con el café. Luego, Tiffany se volvió hacia mí y sonrió, como si nada
hubiese pasado —. Katrina, ¿podrías preparar un sándwich y llevarlo a la mesa
tres?
Asentí,
agradeciendo por dentro que hubiese aparecido para detener la conversación
antes de que Josh pudiese ver mi claro rubor. Y, mientras preparaba un
sándwich, no pude evitar sonreír mientras recordaba la noche anterior.
Samuel
y yo habíamos acabado de abrir los regalos a un tiempo. Yo le abracé para
agradecerle el precioso jersey verde, el lienzo y las témperas que me había
dado; y él, tras ver la cámara de fotos que yo le había comprado, se acercó a
mí y, cuando ya estaba lista para recibir su beso, descubrí con molestia que
este caía en mi mejilla y no en mi boca.
Antes
incluso de ser consciente de las palabras que salían de mi boca, dije:
—Samuel.
No soy tu hermana. Soy tu novia.
Sentí
como me sonrojaba después de decirlo, pero tenía la incómoda sensación de que
era como una hermana como lo que me veía Samuel desde nuestra huida. Se había
obsesionado tanto con protegerme que ya apenas nos mostrábamos cariño. Y era
algo que echaba de menos.
—¿Qué
quieres decir? —preguntó, con la clara confusión pintada en sus ojos verdes.
Bufé
y sentí como algo parecido a la congoja se instalaba en mi garganta.
—¿De
verdad no lo ves? —mascullé bajando la cabeza —. Ya casi ni me besas, desde
hace un tiempo parece que me quieres como a una hermana en lugar de como a una
novia. Hace casi un mes que dormimos siempre en la misma cama y todavía no
hemos… —callé de golpe, sintiéndome más avergonzada de lo que me había sentido
en la vida.
Samuel
se sonrojó incluso más que yo, lo que ya era difícil y me tomó la mano. Durante
un segundo no habló, como si no supiese que decir. Le miré y volví a ver como
afloraba en su mirada ese niño que solo se mostraba cuando él estaba inseguro.
—Siento
haber sido tan frío… Pero no quería forzarte. Quería darte espacio porque
siento que hasta ahora te he presionado demasiado. No tenía ni idea de que tú
querías… que nos acostásemos. No quería sentir que te obligaba a ello —su voz
era apenas un susurro, pero sus palabras resonaban en mi cabeza como si
estuviese gritando.
—En
realidad —confesé en su mismo tono de voz— no estoy segura de si quiero hacerlo.
Pero quiero… que volvamos a estar como antes. Poder besarte sin que parezca que
te molesta.
Samuel
levantó la cabeza y vi dolor en sus ojos. Me sentí mal por un momento, porque
sabía que mis palabras le habían hecho daño, pero sentía que explotaría si no
lo decía de una vez por todas. No tuve mucho más tiempo para sentirme mal por
ello, porque Samuel se lanzó a mi boca y comenzó a besarme con ímpetu. Yo le
correspondí mientras sentía que mi boca, mi mandíbula, mi cuello… ardían bajo
sus besos.
Y al
final, eso de lo que no estaba segura ocurrió. Y en ese momento, estuve segura.
Volví
a la realidad, al bar, cuando Josh volvió a la barra. Se disculpó por haber
sido obsceno antes, y yo hice un gesto con la mano para quitarle importancia y
salí a llevar el sándwich a su mesa.
—Por
cierto —dijo Josh cuando regresé —, no sé si mi madre te lo habrá dicho, pero
ayer, después de que te marchases, vino una chica y preguntó por ti.
—¿Una
chica? —repetí extrañada —. ¿Quién era?
—No
lo sé.
—¿Y
qué quería?
—Tampoco
lo sé —respondió, encogiéndose de hombros —. Le pregunté si quería que te
dejase un recado, pero dijo que no era necesario.
Fruncí
el ceño, intrigada por quién podría ser la chica. Apenas conocía a nadie en el
pueblo y no me imaginaba la razón por la que podría querer verme, pero dejé el
tema pasar. Si era importante, volvería.
Pero
no volvió.
Ni
ese día ni ninguno de esa semana, que pasó sin ningún altercado ni en el bar ni
en la pensión. Samuel y yo estábamos mejor que nunca. Y empezaba a sentirme
realmente a gusto en el pueblo.
Josh
me presentó a sus amigos y Samuel y yo pasamos el día de fin de año con ellos,
en el bar, cenando y charlando como si fuésemos amigos desde hacía mucho
tiempo. El único inconveniente de todo aquello eran los momentos de bajón que
experimentaba en ocasiones cuando estaba con ellos: no podía evitar pensar en
Cassie. No podía evitar preguntarme cómo estaría y qué estaría haciendo.
Cierto
día, estando junto a la playa, Annie, una chica de largos rizos castaños amiga
de Josh, nos preguntó:
—Y
vosotros dos, ¿cómo vinisteis a parar aquí?
Samuel,
que de nosotros dos era el que más soltura tenía a la hora de relatar ese tipo
de historias, empezó a contarles la historia que nos habíamos preparado al
llegar al pueblo. Todo el grupo escuchaba con atención la historia de la
rebelde que se marchó de casa, harta de unos padres que apenas le hacían caso,
y de su mejor amigo de la infancia, el estudiante que lo había dejado todo por
ir con ella. Normalmente me gustaba escuchar la historia, tan repleta de
pequeños detalles que hasta yo llegaba a creérmela un poco, e imaginarme que
las cosas habían sido así realmente.
Pero
ese día solo podía pensar en que no eran así. Y la pregunta de Annie me había
hecho recordar todo lo que tanto había intentando reprimir en mi mente. Me
levanté del banco en el que estaba sentada y les dije al grupo de jóvenes:
—No
me encuentro muy bien… Voy a ir a tumbarme un rato al hostal.
Samuel
me miró preocupado y se levantó:
—Te
acompaño. —dijo.
—No
es necesario. El hostal no queda lejos de aquí y no estoy tan mal, solo tengo
el estómago algo revuelto —Samuel me miró con insistencia y yo le sonreí para
que no se preocupase —. De verdad.
Aquello
era de todo menos verdad, pero pareció convencer a Samuel, que se sentó de
nuevo. Me despedí con la mano y eché a andar.
Me
pregunté si Samuel habría llegado a creerse que me sentía mal, pero le
agradecía que no hubiese insistido en venir conmigo. En ese momento me hacía
mucha falta estar sola, poder recordar con tranquilidad y llorar sin ser vista.
Con las manos en los bolsillos, dejé que un par de lágrimas rodasen por mis
mejillas enrojecidas por el frío y que unos sollozos silenciosos escapasen de
mi boca en forma de vaho.
Ya
había conseguido acostumbrarme a vivir allí, cosa que al principio me parecía
difícil, pero ¿conseguiría dejar de echar de menos? Lo dudaba bastante.
Llegué
al hostal y me sequé las lágrimas con el dorso de la mano. Sin embargo, lo hice
algo tarde.
—¿Estás
llorando, cariño?
Me
giré y Gretel me miró desde abajo, con aprehensión. Me acarició el brazo con
suavidad y esperó en silencio, como si esperase a que dijese algo. Pero no lo
hice.
—¿Por
qué lloras? —dijo finalmente.
—Morriña
—respondí con sencillez.
Ella
dejó escapar un suspiro y me acompañó al interior del edificio. Pasamos por el
recibidor, pero no me condujo escaleras arriba, hacia mi cuarto, sino que me
llevó a un salón de la planta baja, que en ese momento se encontraba
vacío. Me senté en un sillón y ella se
acomodó en el reposabrazos, para abrazarme por los hombros.
—Sé
que es duro echar de menos. Yo también he pasado por eso, ¿sabes? Pero no
siempre tiene que ser malo. Eso demuestra que tuviste la suerte de tener a tu
lado a personas que valen la pena.
—Pero
ya no las tengo —murmuré, mientras una nueva lágrima caía por mi rostro.
—Tal
vez vuelvas a tenerlas. Hay que ser positiva —acarició mi mejilla con el
pulgar, para enjugar la lágrima —. Además, estoy convencida de que todavía
tienes a gente que vale la pena a tu lado. Samuel tiene pinta de ser de los que
mueve montañas por ti, niña. Ahora espera aquí, ¿quieres? Te prepararé un café.
No
pude evitar dedicarle una sonrisa a la mujer.
—Muchas
gracias, señora Smith. Y, por favor, no le hable de esto a Samuel.
Ella asintió y salió del salón, y en ese momento descubrí que ya no estaba llorando. Todavía
sentía la tristeza presente, pero había remitido bastante.
Mientras
esperaba a la señora Smith, me paseé por el salón, de suelo enmoquetado,
sillones mullidos de color crema, muebles oscuros y estanterías repletas de
libros y objetos decorativos.
En
la otra punta de la estancia, sobre un estante, hay una piedra ovalada de
superficie pulida y color azul pálido. No sabía qué era lo que me había llamado
la atención de ella, pero no separé la vista. Me acerqué allí, con unas
ganas de tocarla difíciles de explicar. Arrugué la frente al ver que, a medida
que me acercaba, la piedra iba oscureciéndose, volviéndose de un azul más
intenso a cada paso mío.
Cuando
llegué a junto la estantería, no pude reprimir un ligero suspiro. Aquella
piedra, a pesar de su sencillez, era una de las cosas más bellas con las que me
había encontrado nunca. Levanté la mano y la acerqué a ella, haciendo que se
oscureciese un poco más.
—Aquí
tienes el café, cariño.
Escuché
la voz de la señora Smith tras de mí, pero no tuve tiempo a asimilar lo que
decía porque cuando mi mano entró en contacto con la piedra, sentí una enorme
sacudida y me desmayé.
Lauritaa, no sé si a las demás chicas tambien les pasa pero a mi las plumas del lado izquierdo me tapan las letras y no puedo leer bien. A vosotras tambien os pasa chicas? Laura es asi o solo esta mal en mi ordenador? Respondeme plis
ResponderEliminarPD: jiji y tambien me encantó el capi eh jajaja. Pobre Kat
EliminarUn capi estupendo!
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