martes, 26 de agosto de 2014

Capítulo 4

La piedra
—¿Q
ué tal te fue ayer? ¿Aprovechaste bien el tiempo libre? —preguntó Josh, con una sonrisa burlona en los labios. El olor del café que él estaba preparando llegaba a mí y aspiré con fuerza antes de sonreír y decir:
—No te imaginas cuanto.
Mi compañero dejó el café que estaba haciendo y se giró, con los ojos muy abiertos y expresión pícara.
—¿Eso es que hubo…? —levantó las cejas e hizo un gesto muy significativo y en absoluto sutil para referirse al sexo. Antes de que yo pudiese reaccionar ante su pregunta, Tiffany, que acaba de acercarse a nosotros, interrumpió la conversación.
—Joshua, si vuelvo a oírte decir algo tan indiscreto y vulgar —dijo en tono cortante—, habrá serias repercusiones. Y lleva ese café a su mesa ya, que se va a enfriar —lanzó una mirada enfadada a su hijo, que bajó la cabeza avergonzado y se marchó con el café. Luego, Tiffany se volvió hacia mí y sonrió, como si nada hubiese pasado —. Katrina, ¿podrías preparar un sándwich y llevarlo a la mesa tres?
Asentí, agradeciendo por dentro que hubiese aparecido para detener la conversación antes de que Josh pudiese ver mi claro rubor. Y, mientras preparaba un sándwich, no pude evitar sonreír mientras recordaba la noche anterior.
Samuel y yo habíamos acabado de abrir los regalos a un tiempo. Yo le abracé para agradecerle el precioso jersey verde, el lienzo y las témperas que me había dado; y él, tras ver la cámara de fotos que yo le había comprado, se acercó a mí y, cuando ya estaba lista para recibir su beso, descubrí con molestia que este caía en mi mejilla y no en mi boca.
Antes incluso de ser consciente de las palabras que salían de mi boca, dije:
—Samuel. No soy tu hermana. Soy tu novia.
Sentí como me sonrojaba después de decirlo, pero tenía la incómoda sensación de que era como una hermana como lo que me veía Samuel desde nuestra huida. Se había obsesionado tanto con protegerme que ya apenas nos mostrábamos cariño. Y era algo que echaba de menos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, con la clara confusión pintada en sus ojos verdes.
Bufé y sentí como algo parecido a la congoja se instalaba en mi garganta.
—¿De verdad no lo ves? —mascullé bajando la cabeza —. Ya casi ni me besas, desde hace un tiempo parece que me quieres como a una hermana en lugar de como a una novia. Hace casi un mes que dormimos siempre en la misma cama y todavía no hemos… —callé de golpe, sintiéndome más avergonzada de lo que me había sentido en la vida.
Samuel se sonrojó incluso más que yo, lo que ya era difícil y me tomó la mano. Durante un segundo no habló, como si no supiese que decir. Le miré y volví a ver como afloraba en su mirada ese niño que solo se mostraba cuando él estaba inseguro.
—Siento haber sido tan frío… Pero no quería forzarte. Quería darte espacio porque siento que hasta ahora te he presionado demasiado. No tenía ni idea de que tú querías… que nos acostásemos. No quería sentir que te obligaba a ello —su voz era apenas un susurro, pero sus palabras resonaban en mi cabeza como si estuviese gritando.
—En realidad —confesé en su mismo tono de voz— no estoy segura de si quiero hacerlo. Pero quiero… que volvamos a estar como antes. Poder besarte sin que parezca que te molesta.
Samuel levantó la cabeza y vi dolor en sus ojos. Me sentí mal por un momento, porque sabía que mis palabras le habían hecho daño, pero sentía que explotaría si no lo decía de una vez por todas. No tuve mucho más tiempo para sentirme mal por ello, porque Samuel se lanzó a mi boca y comenzó a besarme con ímpetu. Yo le correspondí mientras sentía que mi boca, mi mandíbula, mi cuello… ardían bajo sus besos.
Y al final, eso de lo que no estaba segura ocurrió. Y en ese momento, estuve segura.
Volví a la realidad, al bar, cuando Josh volvió a la barra. Se disculpó por haber sido obsceno antes, y yo hice un gesto con la mano para quitarle importancia y salí a llevar el sándwich a su mesa.
—Por cierto —dijo Josh cuando regresé —, no sé si mi madre te lo habrá dicho, pero ayer, después de que te marchases, vino una chica y preguntó por ti.
—¿Una chica? —repetí extrañada —. ¿Quién era?
—No lo sé.
—¿Y qué quería?
—Tampoco lo sé —respondió, encogiéndose de hombros —. Le pregunté si quería que te dejase un recado, pero dijo que no era necesario.
Fruncí el ceño, intrigada por quién podría ser la chica. Apenas conocía a nadie en el pueblo y no me imaginaba la razón por la que podría querer verme, pero dejé el tema pasar. Si era importante, volvería.
Pero no volvió.
Ni ese día ni ninguno de esa semana, que pasó sin ningún altercado ni en el bar ni en la pensión. Samuel y yo estábamos mejor que nunca. Y empezaba a sentirme realmente a gusto en el pueblo.
Josh me presentó a sus amigos y Samuel y yo pasamos el día de fin de año con ellos, en el bar, cenando y charlando como si fuésemos amigos desde hacía mucho tiempo. El único inconveniente de todo aquello eran los momentos de bajón que experimentaba en ocasiones cuando estaba con ellos: no podía evitar pensar en Cassie. No podía evitar preguntarme cómo estaría y qué estaría haciendo.
Cierto día, estando junto a la playa, Annie, una chica de largos rizos castaños amiga de Josh, nos preguntó:
—Y vosotros dos, ¿cómo vinisteis a parar aquí?
Samuel, que de nosotros dos era el que más soltura tenía a la hora de relatar ese tipo de historias, empezó a contarles la historia que nos habíamos preparado al llegar al pueblo. Todo el grupo escuchaba con atención la historia de la rebelde que se marchó de casa, harta de unos padres que apenas le hacían caso, y de su mejor amigo de la infancia, el estudiante que lo había dejado todo por ir con ella. Normalmente me gustaba escuchar la historia, tan repleta de pequeños detalles que hasta yo llegaba a creérmela un poco, e imaginarme que las cosas habían sido así realmente.
Pero ese día solo podía pensar en que no eran así. Y la pregunta de Annie me había hecho recordar todo lo que tanto había intentando reprimir en mi mente. Me levanté del banco en el que estaba sentada y les dije al grupo de jóvenes:
—No me encuentro muy bien… Voy a ir a tumbarme un rato al hostal.
Samuel me miró preocupado y se levantó:
—Te acompaño. —dijo.
—No es necesario. El hostal no queda lejos de aquí y no estoy tan mal, solo tengo el estómago algo revuelto —Samuel me miró con insistencia y yo le sonreí para que no se preocupase —. De verdad.
Aquello era de todo menos verdad, pero pareció convencer a Samuel, que se sentó de nuevo. Me despedí con la mano y eché a andar.
Me pregunté si Samuel habría llegado a creerse que me sentía mal, pero le agradecía que no hubiese insistido en venir conmigo. En ese momento me hacía mucha falta estar sola, poder recordar con tranquilidad y llorar sin ser vista. Con las manos en los bolsillos, dejé que un par de lágrimas rodasen por mis mejillas enrojecidas por el frío y que unos sollozos silenciosos escapasen de mi boca en forma de vaho.
Ya había conseguido acostumbrarme a vivir allí, cosa que al principio me parecía difícil, pero ¿conseguiría dejar de echar de menos? Lo dudaba bastante.
Llegué al hostal y me sequé las lágrimas con el dorso de la mano. Sin embargo, lo hice algo tarde.
—¿Estás llorando, cariño?
Me giré y Gretel me miró desde abajo, con aprehensión. Me acarició el brazo con suavidad y esperó en silencio, como si esperase a que dijese algo. Pero no lo hice.
—¿Por qué lloras? —dijo finalmente.
—Morriña —respondí con sencillez.
Ella dejó escapar un suspiro y me acompañó al interior del edificio. Pasamos por el recibidor, pero no me condujo escaleras arriba, hacia mi cuarto, sino que me llevó a un salón de la planta baja, que en ese momento se encontraba vacío.  Me senté en un sillón y ella se acomodó en el reposabrazos, para abrazarme por los hombros.
—Sé que es duro echar de menos. Yo también he pasado por eso, ¿sabes? Pero no siempre tiene que ser malo. Eso demuestra que tuviste la suerte de tener a tu lado a personas que valen la pena.
—Pero ya no las tengo —murmuré, mientras una nueva lágrima caía por mi rostro.
—Tal vez vuelvas a tenerlas. Hay que ser positiva —acarició mi mejilla con el pulgar, para enjugar la lágrima —. Además, estoy convencida de que todavía tienes a gente que vale la pena a tu lado. Samuel tiene pinta de ser de los que mueve montañas por ti, niña. Ahora espera aquí, ¿quieres? Te prepararé un café.
No pude evitar dedicarle una sonrisa a la mujer.
—Muchas gracias, señora Smith. Y, por favor, no le hable de esto a Samuel.
Ella asintió y salió del salón, y en ese momento descubrí que ya no estaba llorando. Todavía sentía la tristeza presente, pero había remitido bastante.
Mientras esperaba a la señora Smith, me paseé por el salón, de suelo enmoquetado, sillones mullidos de color crema, muebles oscuros y estanterías repletas de libros y objetos decorativos.
En la otra punta de la estancia, sobre un estante, hay una piedra ovalada de superficie pulida y color azul pálido. No sabía qué era lo que me había llamado la atención de ella, pero no separé la vista. Me acerqué allí, con unas ganas de tocarla difíciles de explicar. Arrugué la frente al ver que, a medida que me acercaba, la piedra iba oscureciéndose, volviéndose de un azul más intenso a cada paso mío.
Cuando llegué a junto la estantería, no pude reprimir un ligero suspiro. Aquella piedra, a pesar de su sencillez, era una de las cosas más bellas con las que me había encontrado nunca. Levanté la mano y la acerqué a ella, haciendo que se oscureciese un poco más.
—Aquí tienes el café, cariño.
Escuché la voz de la señora Smith tras de mí, pero no tuve tiempo a asimilar lo que decía porque cuando mi mano entró en contacto con la piedra, sentí una enorme sacudida y me desmayé.


3 comentarios:

  1. Lauritaa, no sé si a las demás chicas tambien les pasa pero a mi las plumas del lado izquierdo me tapan las letras y no puedo leer bien. A vosotras tambien os pasa chicas? Laura es asi o solo esta mal en mi ordenador? Respondeme plis

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    1. PD: jiji y tambien me encantó el capi eh jajaja. Pobre Kat

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