jueves, 15 de enero de 2015

Capítulo 6

Hola, gente que sigue leyendo esto a pesar de lo mucho que tardo en subir.
Lo siento, lo siento mucho. Quería subir este capítulo mucho antes, pero estuve muy centrada en otra historia en la que estoy trabajando y, la verdad, no tenía ganas de escribir esto. Y pensé «mejor tarde y bien, que rápido y mal». No quería escribir sin ganas y eso fue lo que hice. Pero estos días me obligué a hacer el esfuerzo y, con él, han vuelto las ganas. Espero tardar menos en subir el próximo. Y, si hay alguien por ahí que a pesar de todo sigue leyendo, gracias.
Os dejo con el capítulo.



El   loco
C
uando me desperté sentía la cabeza latir como si me hubiesen golpeado con un ladrillo, pero no conseguía asimilar la razón de aquella sensación. Tampoco sabía dónde estaba. Intenté abrir los ojos, pero la luz me cegó. Una mano tomó la mía con la suavidad y delicadeza de una mujer... ¿Mamá? No, no podía ser. Yo no estaba en Cooderal, ¿o sí? Abrí los ojos de nuevo, esta vez más lentamente, y lo poco que alcanzó a ver mi mirada borrosa a través de mis pestañas corroboró que no estaba en casa.
—Samuel —dijo la voz de la señora Smith, en tono bajo. De todas formas, su voz me pareció demasiado estrepitosa —, está despertando.
Mientras hablaba, luché por abrir los ojos del todo, lo que no me resultó tan difícil ahora que empezaba a acostumbrarme a la claridad.
—¡Kat! —exclamó Samuel acercándose a mí. Le miré y eso hizo que me sintiese ligeramente reconfortada. Abrí la boca para preguntar qué había pasado, pero de ella solo salió un desagradable graznido, que me hizo arrugar la nariz por la sorpresa del extraño ruido. Samuel rió entre dientes y vi como la preocupación se disipaba un poco de su rostro —. Te has desmayado; cuando llegué la señora Smith te estaba levantando del suelo.
—Fui a la cocina y vi como caías cuando yo volví. Menos mal que entonces llegó Samuel, sino no habría sido capaz de colocarte en el sillón —aclaró la anciana.
Me incorporé lentamente para sentarme y, prevenida por la vez anterior,  carraspeé antes de preguntar:
—¿Podemos ir arriba?
Antes de que Samuel tuviese tiempo de responderme, una voz tras él habló en su lugar.
—Creo que será lo mejor, sí. Y a ser posible, no vuelvas a entrar aquí, niña.
Al mirar por encima del hombro de Samuel me encontré con el señor Smith plantado en la puerta, con una expresión altiva que incitaba a pensar que algo maloliente había alcanzado su nariz.
En cualquier otro momento me habría gustado corresponder a su expresión, pero estaba demasiado conmocionada como para hacer nada. Con un movimiento lento, giré la cabeza hacia la estantería en la que había cogido aquella extraña piedra. Su tono azulado era todavía bastante oscuro, más de lo que lo había sido antes… al menos, cuando yo estaba a aquella misma distancia. ¿Por qué se había oscurecido de aquella manera al acercarme a ella? ¿Y por qué, al tocarla, me había hecho… lo que fuese que me hubiese hecho?
Sacudí la cabeza, presurosa por salir de allí, e hice un gesto a Samuel para que me ayudase a levantarme. Una vez en pie, se pasó uno de mis brazos por sus hombros para cargar con parte de mi peso, cosa que le agradecí con una sonrisa; sentía el cuerpo demasiado agotado como para subir las escaleras sin ayuda.
—Si necesitáis algo no dudéis en avisar —nos dijo la señora Smith.
—De acuerdo —respondió Samuel con su más educada sonrisa—. Muchas gracias.
El señor Smith, por el contrario, no se dignó a decir nada, y mucho menos a preocuparse. Pero, sin embargo, fijó su mirada en mí y me fulminó con ella. Nunca había simpatizado con aquel hombre, pero en aquel momento, sintiendo su odio hacia mí latir con tanta fuerza, desconfié. Desconfié mucho.
Mi ascenso por las escaleras resultó casi penoso. Tropezaba a cada poco, porque no sentía las piernas y no levantaba los pies lo suficiente. Al llegar al sexto escalón, Samuel optó por llevarme en volandas. Me bajó para poder abrir la puerta de nuestro cuarto con la llave y luego me ayudó a llegar a la cama arrastrando los pies.
—Duerme un poco —sugirió. Yo no quería dormir; quería hablarle de lo que había pasado, y del señor Smith. Pero antes de que me diese tiempo a reprochar, me quedé dormida.

Lo primero pensé al despertar fue que todo había sido un sueño. ¿Cómo sino iba a explicar la repentina desaparición del dolor? Sin embargo, estaba segura de que había sido real. Tal vez había dormido muchas horas y se me había pasado. La luz que entraba por la ventana era la artificial de alguna farola, así que podría ser cualquier hora de la noche.
Una voz en la otra punta de la habitación disolvió mis sospechas:
—¿Ya te has despertado? Que poco has dormido —dijo Samuel, que leía recostado en una silla y alumbrándose con una pequeña linterna. Le agradecí el gesto de no encender la luz para dejarme dormir.
—¿Cuánto? —pregunté simplemente con voz ronca.
Él se encogió de hombros y se sentó a mi lado, en la cama.
—Hora y media, más o menos.
Hice una mueca. Era cierto que había dormido poco: después de lo que acababa de pasar, creía que dormiría durante horas y horas.
Samuel me sonrió y me besó brevemente, en un gesto que me resultó de lo más reconfortador. Sin embargo, me separé con rapidez y, mientras me peinaba con los dedos, empecé a hablar:
—Aquí hay algo raro. Esa maldita piedra no es una piedra normal y creo que el señor Smith lo sabe… lo de la piedra y lo nuestro —espeté, directa al grano.
—Cuéntame lo que pasó, Kat —pidió, estrechando mis hombros y fijando su mirada en la mía —. Con todos los detalles.
A pesar de que intenté relatarle lo ocurrido con la mayor precisión posible, apenas tardé un par de minutos en contarle todo: al fin y al cabo, no había tanto que contar.
Cuando acabé, cerré la boca con fuerza y le miré para darle pie. Él ya no me miraba, sino que escudriñaba la pared con gesto concentrado.
—Yo tampoco creo que sea casualidad que el señor Smith tenga una piedra que identifica a los ángeles —reflexionó en voz baja —. Pero hay algo que no entiendo, Kat.
—¿El qué?
—Yo también toqué la piedra. Me dije que no debía hacerlo, que podría pasarme lo mismo. Pero la curiosidad me pudo y la toqué. Y... no me pasó nada. Es decir, me dolió. Fue como una descarga de energía por todo mi cuerpo, pero no me desmayé, ni siquiera sentí que me mareaba.
En esta ocasión fue él el que calló para dejarme hablar a mí. Pero yo no sabía qué decir, qué significaba aquello o por qué me había ocurrido a mí y a él no.
—Soy más débil que tú —resolví. Era lo único que se me ocurría y, en el fondo, no era tan descabellado.
Samuel sacudió la cabeza negativamente; yo se lo agradecí, pero no llegué a creerme que mi teoría fuese tan fácil de rechazar. Él se levantó y empezó a andar por la habitación, en silencio. Yo lo observaba y me mordí la lengua en varias ocasiones para no apurarlo. Tenía la sensación de que necesitaba silencio.
—Cuéntame otra vez lo que sentiste al tocar la piedra.
Yo no sabía adónde quería llegar con eso, pero respondí de todos modos:
—Ya te lo dije antes: fue como si un dolor entrase en mí…
—¿Cómo un calambre? —me interrumpió.
Mi primer impulso fue asentir, pero no lo hice.
—No —acabé por decir, ante la sorpresa de Samuel y ante la mía propia. Intenté organizar mis pensamientos antes de intentar hacérselos llegar a él —. No sé cómo explicarlo… Un calambre es… —titubeé —, es más rápido. Cuando sientes un calambre apartas la mano involuntariamente y todo entra en tu cuerpo en un segundo, como si no fuese posible seguir tocando eso. Lo que sentí yo fue más como… no sé con qué compararlo, Samuel, nunca había sentido nada así. Me desmayé al instante, pero lo poco que recuerdo de ello fue extraño. Era como si no me pudiese separar de ella, y notaba la energía entrar en mi cuerpo poco a poco —de repente, cerré la boca de golpe. Me di cuenta de que en realidad sí había sentido algo así —. Samuel —mascullé, para asegurarme de que me prestaría atención. Él me observó y levanto una ceja interrogativo —, fue como cuando tú me fluctuaste energía.
Samuel detuvo su nervioso paseo por la estancia y me miró fijamente. Estaba extremadamente pálido, como si aquello fuese una revelación extraordinaria. Pero, pensé, él no podía saber a qué me refería. A él nunca le habían traspasado energía, ¿por qué se ponía así, entonces?
Parecía que mi pregunta mental se iba a quedar sin respuesta, porque Samuel no articuló palabra. Así que, esta vez, me decidí a romper su silencio.
—¿Qué ocurre?
—Pues… —articuló, con voz insegura —, todavía hoy, Kat, cuando pienso en cómo te convertiste, me parece que hubo algo extraño. Pero no sé el qué. Yo nunca antes había hecho nada parecido, pero había oído hablar mucho, muchísimo de ello. Tal vez sea que, simplemente, me lo había imaginado de una manera diferente y me sorprendió ver que no era así. Pero no puedo evitar sentir que hubo algo que no fue normal… Y me preocupa que compares lo de la piedra con la fluctuación. Temo que en esta ocasión también haya pasado algo raro.
Sentí que mi rostro palidecía. ¿Es que no había nada normal en mí? Sacudí la cabeza para deshacerme de ese pensamiento: estaba harta de no tener un día tranquilo en el que no pensar en mis problemas de ángel-raro. Por esa razón me había ido de Codeeral, ¿no? Quería estar con Samuel como una pareja normal. Y quería hacerlo ya.
—Olvídalo —le pedí, aunque en mi voz había implícito cierto tono de orden —. Ahora ya estoy bien, Samuel. ¿Para qué agobiarse con el tema? —le sonreí para tranquilizarlo. Las comisuras de sus labios se elevaron un poco, como si él tratase de reprimir la sonrisa sin conseguirlo del todo —. Y ahora, coge esas patatas fritas que hay junto a la ventana y ven aquí, anda.
Esta vez no fue capaz de contener la sonrisa en absoluto y sonrió enseñando los dientes. Cogió la bolsa que le había indicado y volvió a sentase a mi lado, muy pegado a mí. Y así, comiendo patatas fritas, charlando despreocupadamente y lanzándonos comida a la cara cuando nos sentaba mal una broma del otro, el tiempo fue corriendo y la luz del día fue entrando tímidamente por la ventana.

Al día siguiente, llegué al trabajo antes de lo normal. No había vuelto a conciliar el sueño en toda la noche, así que no tuve mi problema matutino al separarme de las sábanas. El bar estaba algo más lleno que normalmente, cosa que me sorprendió. ¿De verdad había tanta gente madrugadora en este pueblo?
Vi a Josh limpiando una mesa y abrí la boca para saludarle. Pero antes de que pudiese articular un «buenos días», su voz me interrumpió.
—¡Katy! —exclamó —. Acaba de marcharse la chica del otro día, que vino otra vez a preguntar por ti. ¿La has visto?
—No —respondí confusa.
Mi compañero dejó el trapo sobre la mesa que estaba limpiando, me agarró del brazo y tiró de mí hacia la puerta. Asomó la cabeza hacia la calle y miró frenéticamente hacia ambos lados. Yo le imité pero no vi ningún rostro conocido. Josh volvió a entrar dentro con cara decepcionada.
—No está… pero has tenido que cruzarte con ella —insistió.
Sacudí la cabeza. Me había cruzado con mucha gente de camino allí, pero nadie dio señales de querer hablar conmigo.
—¿No te dijo qué quería?
—No —respondió con sencillez —. Dijo que ya volvería.
Me mordí el labio inferior. ¿Qué persona de aquel pueblo podría tener razones para querer hablar conmigo?
—¿Cómo era?
En el medio segundo que tardó en responder, mi corazón pareció detenerse esperando escuchar un «bajita y pelirroja» salir de los labios de Josh. Pero sabía que era imposible.
—Pues… Está muy buena.
Bufé.
—Con eso no me dices nada, Josh —le sonreí para no sonar borde —. Venga, en serio, ¿cómo era?
Josh retomó su labor limpiando mesas. Debería cambiarme y ayudarle, pero antes quería saber lo que Josh tenía que decir.
—Es rubia, más o menos de tu altura, muy guapa. Tal vez un año o dos mayor que tú, no sabría decirte.
Intenté pensar en alguna persona conocida que se correspondiese con esa descripción, pero mi mente permaneció en blanco.
—No tengo ni la menor idea de quién puede ser —respondí, encogiéndome de hombros. En realidad, aquello me inquietaba más de lo que quería hacer ver.
Empecé a caminar hacia el baño para ponerme el uniforme, pero Josh me llamó a medio camino.
—¿Qué? —dije, dándome la vuelta.
—¿Qué tal ayer? —preguntó, con mirada ligeramente preocupada.
Contuve la respiración. ¿Se había extendido ya lo del desmayo?
—¿Ayer? —repetí, haciéndome la despistada.
Él asintió con la cabeza, con cara de estar diciendo algo muy obvio que yo no comprendía.
—Cuando te marchaste dijiste que te encontrabas mal. ¿Ya estás mejor? Iba a llamarte por la tarde al número del hostal, que lo tiene mi madre porque es amiga de la señora Smith, pero no quería arriesgarme a que respondiese el loco de su marido.
Reí suavemente.
—Me alegra saber que es huraño con todo el mundo y que no es algo personal contra mí —dije, todavía sonriendo.
La expresión de Josh, sin embargo, era menos alegre que la mía, como si se tomase el tema más en serio.
—Si solo fuese huraño no sería tan malo. Pero está loco de remate —bufó —. Condenada y literalmente loco.
Fruncí el ceño, extrañada. Tenía la sensación de que había algo de lo que yo no estaba al tanto.
—¿Loco? —pregunté, consciente de que con solo esa palabra bastaría para que me lo contase todo. Si algo había aprendido en sus semanas en el pueblo, era que los cotilleos se extendían a la velocidad del rayo.
—Sí. ¿Nadie te lo ha contado? —negué con la cabeza —. Hace año y medio, o así, estuvo acusado de agredir a un hombre. Al final pagó una multa, muy cara, por lo que tengo entendido, pero se libró de la cárcel y esas cosas.
Genial, pensé para mis adentros, por encima era un psicópata agresivo. Y yo vivía bajo su mismo techo…
—¿Por qué lo hizo? —inquirí.
En esta ocasión, Josh sí que se rió. Pero era una risa rasposa, como si aquello no le hiciese gracia realmente.
—Esa es la mejor parte de la historia. Lo hizo porque, como te he dicho, está loco de remate. De hecho, después de aquello, estuvo una temporada yendo al terapeuta. El único argumento que utilizó en su defensa era que aquel hombre era un ser antinatural… un ángel. Una verdadera locura, ¿no crees?

3 comentarios:

  1. Se veía venir que el viejo lo sabía, pero no me cae bien y es muy desagradable con Samuel y Kat...
    Espero el próximo, a ver quién es la rubia que la busca.

    Pásate por mi blog cuando quieras ^^

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  2. ¡Por fin un capítulo nuevo! Ya echaba de menos a Sam y Kat. Espero que para el próximo no tardes tanto, estoy ansiosa por saber cómo acaba todo esto.
    Un abrazo ;)

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  3. Hola, ¿qué tal?
    Te he nominado en mi blog a un premio: http://entreinterioresoscuros.blogspot.com.es/2015/01/premio-liebster-award.html
    Pásate cuando puedas y dime cuando haces la entrada.
    ¡Un beso!

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