Hola,
gente que sigue leyendo esto a pesar de lo mucho que tardo en subir.
Lo
siento, lo siento mucho. Quería subir este capítulo mucho antes, pero estuve
muy centrada en otra historia en la que estoy trabajando y, la verdad, no tenía
ganas de escribir esto. Y pensé «mejor tarde y bien, que rápido y mal». No
quería escribir sin ganas y eso fue lo que hice. Pero estos días me obligué a
hacer el esfuerzo y, con él, han vuelto las ganas. Espero tardar menos en subir
el próximo. Y, si hay alguien por ahí que a pesar de todo sigue leyendo,
gracias.
Os
dejo con el capítulo.
El loco
C
|
uando me desperté sentía la cabeza latir como
si me hubiesen golpeado con un ladrillo, pero no conseguía asimilar la razón de
aquella sensación. Tampoco sabía dónde estaba. Intenté abrir los ojos, pero la
luz me cegó. Una mano tomó la mía con la suavidad y delicadeza de una mujer...
¿Mamá? No, no podía ser. Yo no estaba en Cooderal, ¿o sí? Abrí los ojos de
nuevo, esta vez más lentamente, y lo poco que alcanzó a ver mi mirada borrosa a
través de mis pestañas corroboró que no estaba en casa.
—Samuel
—dijo la voz de la señora Smith, en tono bajo. De todas formas, su voz me
pareció demasiado estrepitosa —, está despertando.
Mientras
hablaba, luché por abrir los ojos del todo, lo que no me resultó tan difícil
ahora que empezaba a acostumbrarme a la claridad.
—¡Kat!
—exclamó Samuel acercándose a mí. Le miré y eso hizo que me sintiese
ligeramente reconfortada. Abrí la boca para preguntar qué había pasado, pero de
ella solo salió un desagradable graznido, que me hizo arrugar la nariz por la
sorpresa del extraño ruido. Samuel rió entre dientes y vi como la preocupación
se disipaba un poco de su rostro —. Te has desmayado; cuando llegué la señora
Smith te estaba levantando del suelo.
—Fui a la
cocina y vi como caías cuando yo volví. Menos mal que entonces llegó Samuel,
sino no habría sido capaz de colocarte en el sillón —aclaró la anciana.
Me
incorporé lentamente para sentarme y, prevenida por la vez anterior, carraspeé antes de preguntar:
—¿Podemos
ir arriba?
Antes de
que Samuel tuviese tiempo de responderme, una voz tras él habló en su lugar.
—Creo que
será lo mejor, sí. Y a ser posible, no vuelvas a entrar aquí, niña.
Al mirar
por encima del hombro de Samuel me encontré con el señor Smith plantado en la
puerta, con una expresión altiva que incitaba a pensar que algo maloliente
había alcanzado su nariz.
En
cualquier otro momento me habría gustado corresponder a su expresión, pero
estaba demasiado conmocionada como para hacer nada. Con un movimiento lento,
giré la cabeza hacia la estantería en la que había cogido aquella extraña
piedra. Su tono azulado era todavía bastante oscuro, más de lo que lo había
sido antes… al menos, cuando yo estaba a aquella misma distancia. ¿Por qué se
había oscurecido de aquella manera al acercarme a ella? ¿Y por qué, al tocarla,
me había hecho… lo que fuese que me hubiese hecho?
Sacudí la
cabeza, presurosa por salir de allí, e hice un gesto a Samuel para que me
ayudase a levantarme. Una vez en pie, se pasó uno de mis brazos por sus hombros
para cargar con parte de mi peso, cosa que le agradecí con una sonrisa; sentía
el cuerpo demasiado agotado como para subir las escaleras sin ayuda.
—Si
necesitáis algo no dudéis en avisar —nos dijo la señora Smith.
—De
acuerdo —respondió Samuel con su más educada sonrisa—. Muchas gracias.
El señor
Smith, por el contrario, no se dignó a decir nada, y mucho menos a preocuparse.
Pero, sin embargo, fijó su mirada en mí y me fulminó con ella. Nunca había
simpatizado con aquel hombre, pero en aquel momento, sintiendo su odio hacia mí
latir con tanta fuerza, desconfié. Desconfié mucho.
Mi ascenso
por las escaleras resultó casi penoso. Tropezaba a cada poco, porque no sentía
las piernas y no levantaba los pies lo suficiente. Al llegar al sexto escalón,
Samuel optó por llevarme en volandas. Me bajó para poder abrir la puerta de
nuestro cuarto con la llave y luego me ayudó a llegar a la cama arrastrando los
pies.
—Duerme un
poco —sugirió. Yo no quería dormir; quería hablarle de lo que había pasado, y
del señor Smith. Pero antes de que me diese tiempo a reprochar, me quedé
dormida.
Lo primero
pensé al despertar fue que todo había sido un sueño. ¿Cómo sino iba a explicar
la repentina desaparición del dolor? Sin embargo, estaba segura de que había
sido real. Tal vez había dormido muchas horas y se me había pasado. La luz que
entraba por la ventana era la artificial de alguna farola, así que podría ser
cualquier hora de la noche.
Una voz en
la otra punta de la habitación disolvió mis sospechas:
—¿Ya te
has despertado? Que poco has dormido —dijo Samuel, que leía recostado en una
silla y alumbrándose con una pequeña linterna. Le agradecí el gesto de no
encender la luz para dejarme dormir.
—¿Cuánto?
—pregunté simplemente con voz ronca.
Él se
encogió de hombros y se sentó a mi lado, en la cama.
—Hora y
media, más o menos.
Hice una
mueca. Era cierto que había dormido poco: después de lo que acababa de pasar,
creía que dormiría durante horas y horas.
Samuel me
sonrió y me besó brevemente, en un gesto que me resultó de lo más
reconfortador. Sin embargo, me separé con rapidez y, mientras me peinaba con
los dedos, empecé a hablar:
—Aquí hay
algo raro. Esa maldita piedra no es una piedra normal y creo que el señor Smith
lo sabe… lo de la piedra y lo nuestro —espeté, directa al grano.
—Cuéntame
lo que pasó, Kat —pidió, estrechando mis hombros y fijando su mirada en la mía
—. Con todos los detalles.
A pesar de
que intenté relatarle lo ocurrido con la mayor precisión posible, apenas tardé
un par de minutos en contarle todo: al fin y al cabo, no había tanto que
contar.
Cuando
acabé, cerré la boca con fuerza y le miré para darle pie. Él ya no me miraba,
sino que escudriñaba la pared con gesto concentrado.
—Yo
tampoco creo que sea casualidad que el señor Smith tenga una piedra que
identifica a los ángeles —reflexionó en voz baja —. Pero hay algo que no
entiendo, Kat.
—¿El qué?
—Yo
también toqué la piedra. Me dije que no debía hacerlo, que podría pasarme lo
mismo. Pero la curiosidad me pudo y la toqué. Y... no me pasó nada. Es decir,
me dolió. Fue como una descarga de energía por todo mi cuerpo, pero no me
desmayé, ni siquiera sentí que me mareaba.
En esta
ocasión fue él el que calló para dejarme hablar a mí. Pero yo no sabía qué
decir, qué significaba aquello o por qué me había ocurrido a mí y a él no.
—Soy más
débil que tú —resolví. Era lo único que se me ocurría y, en el fondo, no era
tan descabellado.
Samuel
sacudió la cabeza negativamente; yo se lo agradecí, pero no llegué a creerme
que mi teoría fuese tan fácil de rechazar. Él se levantó y empezó a andar por
la habitación, en silencio. Yo lo observaba y me mordí la lengua en varias
ocasiones para no apurarlo. Tenía la sensación de que necesitaba silencio.
—Cuéntame
otra vez lo que sentiste al tocar la piedra.
Yo no
sabía adónde quería llegar con eso, pero respondí de todos modos:
—Ya te lo
dije antes: fue como si un dolor entrase en mí…
—¿Cómo un
calambre? —me interrumpió.
Mi primer
impulso fue asentir, pero no lo hice.
—No —acabé
por decir, ante la sorpresa de Samuel y ante la mía propia. Intenté organizar
mis pensamientos antes de intentar hacérselos llegar a él —. No sé cómo
explicarlo… Un calambre es… —titubeé —, es más rápido. Cuando sientes un
calambre apartas la mano involuntariamente y todo entra en tu cuerpo en un
segundo, como si no fuese posible seguir tocando eso. Lo que sentí yo fue más
como… no sé con qué compararlo, Samuel, nunca había sentido nada así. Me
desmayé al instante, pero lo poco que recuerdo de ello fue extraño. Era como si
no me pudiese separar de ella, y notaba la energía entrar en mi cuerpo poco a
poco —de repente, cerré la boca de golpe. Me di cuenta de que en realidad sí
había sentido algo así —. Samuel —mascullé, para asegurarme de que me prestaría
atención. Él me observó y levanto una ceja interrogativo —, fue como cuando tú
me fluctuaste energía.
Samuel
detuvo su nervioso paseo por la estancia y me miró fijamente. Estaba extremadamente
pálido, como si aquello fuese una revelación extraordinaria. Pero, pensé, él no
podía saber a qué me refería. A él nunca le habían traspasado energía, ¿por qué
se ponía así, entonces?
Parecía
que mi pregunta mental se iba a quedar sin respuesta, porque Samuel no articuló
palabra. Así que, esta vez, me decidí a romper su silencio.
—¿Qué
ocurre?
—Pues…
—articuló, con voz insegura —, todavía hoy, Kat, cuando pienso en cómo te
convertiste, me parece que hubo algo extraño. Pero no sé el qué. Yo nunca antes
había hecho nada parecido, pero había oído hablar mucho, muchísimo de ello. Tal
vez sea que, simplemente, me lo había imaginado de una manera diferente y me
sorprendió ver que no era así. Pero no puedo evitar sentir que hubo algo que no
fue normal… Y me preocupa que compares lo de la piedra con la fluctuación. Temo
que en esta ocasión también haya pasado algo raro.
Sentí que
mi rostro palidecía. ¿Es que no había nada normal en mí? Sacudí la cabeza para
deshacerme de ese pensamiento: estaba harta de no tener un día tranquilo en el
que no pensar en mis problemas de ángel-raro. Por esa razón me había ido de
Codeeral, ¿no? Quería estar con Samuel como una pareja normal. Y quería hacerlo
ya.
—Olvídalo
—le pedí, aunque en mi voz había implícito cierto tono de orden —. Ahora ya
estoy bien, Samuel. ¿Para qué agobiarse con el tema? —le sonreí para
tranquilizarlo. Las comisuras de sus labios se elevaron un poco, como si él
tratase de reprimir la sonrisa sin conseguirlo del todo —. Y ahora, coge esas
patatas fritas que hay junto a la ventana y ven aquí, anda.
Esta vez
no fue capaz de contener la sonrisa en absoluto y sonrió enseñando los dientes.
Cogió la bolsa que le había indicado y volvió a sentase a mi lado, muy pegado a
mí. Y así, comiendo patatas fritas, charlando despreocupadamente y lanzándonos
comida a la cara cuando nos sentaba mal una broma del otro, el tiempo fue
corriendo y la luz del día fue entrando tímidamente por la ventana.
Al día
siguiente, llegué al trabajo antes de lo normal. No había vuelto a conciliar el
sueño en toda la noche, así que no tuve mi problema matutino al separarme de
las sábanas. El bar estaba algo más lleno que normalmente, cosa que me
sorprendió. ¿De verdad había tanta gente madrugadora en este pueblo?
Vi a Josh limpiando
una mesa y abrí la boca para saludarle. Pero antes de que pudiese articular un
«buenos días», su voz me interrumpió.
—¡Katy!
—exclamó —. Acaba de marcharse la chica del otro día, que vino otra vez a
preguntar por ti. ¿La has visto?
—No
—respondí confusa.
Mi
compañero dejó el trapo sobre la mesa que estaba limpiando, me agarró del brazo
y tiró de mí hacia la puerta. Asomó la cabeza hacia la calle y miró
frenéticamente hacia ambos lados. Yo le imité pero no vi ningún rostro
conocido. Josh volvió a entrar dentro con cara decepcionada.
—No está…
pero has tenido que cruzarte con ella —insistió.
Sacudí la
cabeza. Me había cruzado con mucha gente de camino allí, pero nadie dio señales
de querer hablar conmigo.
—¿No te
dijo qué quería?
—No
—respondió con sencillez —. Dijo que ya volvería.
Me mordí
el labio inferior. ¿Qué persona de aquel pueblo podría tener razones para
querer hablar conmigo?
—¿Cómo
era?
En el
medio segundo que tardó en responder, mi corazón pareció detenerse esperando
escuchar un «bajita y pelirroja» salir de los labios de Josh. Pero sabía que
era imposible.
—Pues…
Está muy buena.
Bufé.
—Con eso
no me dices nada, Josh —le sonreí para no sonar borde —. Venga, en serio, ¿cómo
era?
Josh
retomó su labor limpiando mesas. Debería cambiarme y ayudarle, pero antes
quería saber lo que Josh tenía que decir.
—Es rubia,
más o menos de tu altura, muy guapa. Tal vez un año o dos mayor que tú, no
sabría decirte.
Intenté
pensar en alguna persona conocida que se correspondiese con esa descripción,
pero mi mente permaneció en blanco.
—No tengo
ni la menor idea de quién puede ser —respondí, encogiéndome de hombros. En
realidad, aquello me inquietaba más de lo que quería hacer ver.
Empecé a
caminar hacia el baño para ponerme el uniforme, pero Josh me llamó a medio
camino.
—¿Qué?
—dije, dándome la vuelta.
—¿Qué tal
ayer? —preguntó, con mirada ligeramente preocupada.
Contuve la
respiración. ¿Se había extendido ya lo del desmayo?
—¿Ayer?
—repetí, haciéndome la despistada.
Él asintió
con la cabeza, con cara de estar diciendo algo muy obvio que yo no comprendía.
—Cuando te
marchaste dijiste que te encontrabas mal. ¿Ya estás mejor? Iba a llamarte por
la tarde al número del hostal, que lo tiene mi madre porque es amiga de la
señora Smith, pero no quería arriesgarme a que respondiese el loco de su
marido.
Reí
suavemente.
—Me alegra
saber que es huraño con todo el mundo y que no es algo personal contra mí
—dije, todavía sonriendo.
La
expresión de Josh, sin embargo, era menos alegre que la mía, como si se tomase
el tema más en serio.
—Si solo
fuese huraño no sería tan malo. Pero está loco de remate —bufó —. Condenada y
literalmente loco.
Fruncí el
ceño, extrañada. Tenía la sensación de que había algo de lo que yo no estaba al
tanto.
—¿Loco?
—pregunté, consciente de que con solo esa palabra bastaría para que me lo
contase todo. Si algo había aprendido en sus semanas en el pueblo, era que los
cotilleos se extendían a la velocidad del rayo.
—Sí.
¿Nadie te lo ha contado? —negué con la cabeza —. Hace año y medio, o así,
estuvo acusado de agredir a un hombre. Al final pagó una multa, muy cara, por
lo que tengo entendido, pero se libró de la cárcel y esas cosas.
Genial,
pensé para mis adentros, por encima era un psicópata agresivo. Y yo vivía bajo
su mismo techo…
—¿Por qué
lo hizo? —inquirí.
En esta
ocasión, Josh sí que se rió. Pero era una risa rasposa, como si aquello no le
hiciese gracia realmente.
—Esa es la
mejor parte de la historia. Lo hizo porque, como te he dicho, está loco de
remate. De hecho, después de aquello, estuvo una temporada yendo al terapeuta.
El único argumento que utilizó en su defensa era que aquel hombre era un ser
antinatural… un ángel. Una verdadera locura, ¿no crees?
Se veía venir que el viejo lo sabía, pero no me cae bien y es muy desagradable con Samuel y Kat...
ResponderEliminarEspero el próximo, a ver quién es la rubia que la busca.
Pásate por mi blog cuando quieras ^^
¡Por fin un capítulo nuevo! Ya echaba de menos a Sam y Kat. Espero que para el próximo no tardes tanto, estoy ansiosa por saber cómo acaba todo esto.
ResponderEliminarUn abrazo ;)
Hola, ¿qué tal?
ResponderEliminarTe he nominado en mi blog a un premio: http://entreinterioresoscuros.blogspot.com.es/2015/01/premio-liebster-award.html
Pásate cuando puedas y dime cuando haces la entrada.
¡Un beso!