martes, 25 de marzo de 2014

Capítulo 41

Malos augurios
E
sa noche soñé con una paloma encerrada en una jaula. Era una paloma más blanca que la nieve más pura y sus pequeños ojos brillantes me miraban con gran interés. Entonces me di cuenta de que en mis manos había un mendrugo de pan. Cogí un pedazo pequeño y lo metí entre los barrotes de la jaula, para que la paloma pudiese comerlo. Repetí el proceso varias veces, cada vez con pedazos de pan más y más grandes que la paloma comía con rapidez. Miré el cacho de pan que tenía en la mano y luego miré la jaula, de barrotes metálicos y rígidos. Tenía una puertecita a un lado, lo suficientemente grande como para que pudiese salir la paloma, pero estaba cerrada. La abrí. Estaba convencida de que el animal no se iría volando, me había ganado su confianza con el pan, y el ave se había ganado la mía, aunque no sabría decir  por qué. La paloma se acercó a la puerta y yo tendí la mano, con la palma abierta, para hacerle ver que le dejaría comer directamente de mi mano. Pero cuando atravesó la puerta, la paloma blanca ya no estaba. En su lugar había un enorme cuervo, que graznaba y revoloteaba por encima de mí, con sus ojos negros clavados en lo más profundo de mi ser. Chillé, lancé el pan lejos de donde me encontraba, me hice un ovillo en el suelo. Un pánico repentino se había apoderado de mí y sentía la sagaz mirada del cuervo, quien cada vez volaba más cerca de mi cabeza, y supe que se iba a lanzar sobre mí. Estridentes e irritantes, sus graznidos me perforaban los oídos y el eco resonaba en mi cabeza con la fuerza de un huracán. Tenía miedo del cuervo, de sus gritos; creía que nada podía ser peor. Y entonces el sonido cesó y descubrí que el silencio era incluso peor que el ruido. Estaba sumida en una quietud demasiado tensa y sabía que iba a ocurrir algo y que no iba a ser bueno. Agucé el oído y lo único que alcancé a oír fue mi agitada respiración, que intenté controlar, cogiendo y soltando el aire muy lentamente. Lentamente, muy lentamente, levanté la cabeza pero sin abrir los ojos. Temía lo que podría encontrar ante mí, pero también temía no saberlo. Apretando los puños abrí los ojos y mi asustada mirada se topó con la del cuervo, que descansaba a apenas un paso de mí, escrutándome con cuidado. Me sentía mareada y tardé en asimilar la proximidad del animal al miedo que estaba experimentando. Cuando alcancé a atar los cabos, sentí que el grito se abría paso por mi garganta; sin embargo, no llegué a gritar porque el cuervo se lanzó sobre mí. Justo antes de que su pico rozase mi piel, desperté.

La luz del sol naciente se filtraba entre las cortinas e iluminaba la habitación con sus rayos del color de la miel, creando un ambiente cálido y tranquilo. Nada más lejos de como yo me encontraba por dentro. Ese sábado hacía una semana que habían empezado esos sueños, el día que leí la leyenda, y, sin embargo, me desperté tan alterada como la primera vez. Un sudor frío me recorría la espalda e, incorporada en la cama, cerré los ojos hasta que dejé de escuchar el golpeteo de mi corazón tras los oídos.
Me levanté a duras penas y eché una ojeada al espejo. Mi reflejo arrugó la nariz cuando me situé delante: tenía un aspecto penoso. Había adelgazado, y podía apreciarse a pesar del grueso pijama de invierno que llevaba, porque últimamente me costaba comer; unas oscuras medias lunas se habían instalado bajo mis ojos y hacían que mi piel pareciese incluso más pálida de lo que ya estaba. Y luego estaba lo que no se podía ver en el espejo. Esa constante sensación de cansancio e impotencia que me impedía ver el lado positivo de las cosas, si es que tenían alguno. El día anterior había hablado con Cassie y las dos habíamos llegado a la misma conclusión. Debía hacer algo, debía poner fin a todo esto. Solo quedaba un cabo por atar… ¿cómo conseguiría hacer eso?
Apreté los dientes con fuerza al darme cuenta de que la única manera con la que mi padre e Isaac darían todo esto por terminado era la muerte de Samuel.
La muerte del cuervo.
¿No debería desearla? ¿No debería querer que aquel animal que me había atacado, que me había engañado fingiendo ser una paloma, sufriese su merecido? Sí, debería. Pero no lo deseaba. Porque me había empeñado en creerlo, en creer que sentía algo por mí y que sus explicaciones eran reales y no simples excusas. Pero, ¿estaba dispuesta a arriesgarme y volver a confiar en él?  Una cosa es perdonar y otra muy diferente olvidar.
Me pase las manos por el pelo alborotado y bajé a desayunar. Era muy temprano y toda mi familia dormía. En la casa reinaba un silencio que no puede evitar asociar al de mi sueño, lo que me hizo estremecer. Encendí la televisión y me preparé la comida mientras veía un programa que, en realidad, me interesaba más bien poco.
Entonces escuché un ruido de pasos. Salí al pasillo para ver quien se había levantado, pero entonces vi que nadie bajaba las escaleras. Pegué un respingo al escuchar una puerta abrirse a mi espalda y me giré con rapidez, justo cuando mi hermano salía del guardarropa que llevaba al sótano, seguido por mi padre. Así que no estaban todos dormidos, como yo creía. Me preguntaba si se habrían levantado temprano para bajar al sótano o si habrían pasado la noche en vela, pero, a juzgar por su aspecto, apostaría por lo segundo. Ambos se quedaron quietos en medio del pasillo, observándome con los ojos enrojecidos y en silencio. Me mordí el interior de la mejilla antes de decir:
—¿Qué hacíais ahí abajo?
Intercambiaron una mirada y parecieron discutir con los ojos si debían responder o no.
—Nada que te interese, Katrina —dijo mi padre.
—Permíteme dudarlo —respondí con rapidez. Le insté a continuar con la mirada, pero solo obtuve el silencio por respuesta. Añadí —: A estas alturas creo que merezco que me contéis lo que pasa con Samuel. Por si todavía no os habíais dado cuenta, soy la causa de todo esto. No podéis mantenerme al margen, ¡estoy en el pleno centro del problema!
Mi hermano apartó la mirada cuando le miré y, por alguna razón, eso me dio todavía más confianza. Mi padre, sin embargo, me sostuvo la ojeada con firmeza y murmuró:
—Vamos a la cocina.
»Hace ya más de una semana que tenemos al chico aprisionado —comenzó a explicar una vez que tomamos asiento en la cocina —, pero no quiere confesar. Solo dice que no sabe, que es un enviado, pero eso no nos ayuda. Hemos probado por todos los métodos, Katrina, y no podremos seguir con ello eternamente.
—Vais a… —no pude terminar la frase, porque las palabras se me pegaron a la garganta y me produjeron un ataque de tos. Mi padre me observó toser y, cuando hube acabado, asintió con solemnidad con la cabeza, afirmando mi duda no formulada —. Pero, ¿qué pasa si dice la verdad? ¿Y si realmente no sabe nada?
—El resultado sería el mismo —respondió, encogiéndose de hombros —. No podríamos dejarle marchar ahora.
Mi hermano, que estaba de espaldas a mí, preparándose su propio desayuno, intervino por primera vez:
—Yo ya no aguanto más —gruñó —. Está claro que si sabe algo no nos lo va a decir, así que no veo por qué esperar más. Bien, ¿cuándo, papá?
—Pronto… Pronto. Se lo diremos, Isaac. Le advertiremos de lo que se le viene encima, de que tiene dos días para aportar algo más o morirá.
«Dos días, dos días, dos días, dos días…».
Por un momento sentí algo similar a las arcadas y se me desenfocó la vista. Tuve la extraña sensación de estar flotando unos segundos, como si mi cuerpo hubiese caído al vacío y, durante esos segundos, creí que todo había sido un mal sueño; pero la realidad no tardó en volver a golpearme: A no ser que hiciese algo, Samuel moriría en dos días.
Si le advertía, tal vez pudiese ganar algo de tiempo contando cualquier cosa a mi familia. Pero ¿serviría eso de algo? Lo dudaba. Lo único que conseguiría sería retrasar lo inevitable. Me forcé a pensar con claridad, en resumir todo lo que pasaba por mi cabeza, en un intento desesperado de simplificar las cosas. El resultado de este intento fue “Puedo sacar a Samuel del sótano antes de dos días, vivo, o pueden sacarlo papá e Isaac después de esos dos días, muerto”, lo cual no me tranquilizo mucho.
¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar para ayudar al chico? ¿Sería capaz de enfrentarme a mi familia, sacarlo del sótano sin consentimiento y afrontar las consecuencias? ¿Podía confiar plenamente en Samuel y tenderle la mano, aun a riesgo de que tomase todo mi brazo? ¿O sería tan cobarde como para quedarme de brazos cruzados, evadiéndome de la realidad y dejando que otros tomasen las decisiones por mí?
Y, como hacía siempre que necesitaba que alguien me ayudase a resolver mis dudas, subí a mi habitación y llamé a Cassie.

Esa tarde, cuando abrí la puerta después de que llamasen al timbre, descubrí que Cassie no venía sola.
—¡Kat! —saludó Nathan. Sonreía mucho y su hoyuelo era más notable de lo habitual, pero al fijarse en mi aspecto su sonrisa disminuyó un tanto —¿Te pasa algo? No tienes buen aspecto…
—Ah, ¿no? —me forcé en sonreír y responder de forma irónica —: Y yo que tenía pensado presentarme a un concurso de belleza… Venga, pasad, hace frío fuera.
Mi amigo, que por lo visto consideraba que mi pelo no estaba lo suficientemente revuelto, me lo alborotó más con la mano mientras entraba. Él y Cassie colgaron sus chaquetas en el perchero y entraron en la cocina, que ahora se encontraba vacía. Era consciente de que Cassie me miraba por el rabillo del ojo constantemente y que, otra vez, se estallaba los nudillos cada poco.
—Me encontré con Nathan de camino aquí  y me preguntó si podía venir—farfulló mientras se sentaba en una de las sillas.  Parecía dispuesta a decir algo más, pero Nathan pasó por su lado y, al tiempo que le quitaba el gorro de lana y dejaba al descubierto su pelo rojo, le interrumpió diciendo:
—Y, obviamente, no fue capaz de resistirse a mis encantos y decirme que no.
Sonreía con picardía y burla, y levantó el gorro por encima de su cabeza cuando Cassie se acercó a recuperarlo mientras refunfuñaba «qué más quisieras, Nathan». Después de un par de saltos fallidos, que provocaron la risa de Nathan (y, para que negarlo, también a mí me resultaron divertidos), alcanzó la prenda y se la encasquetó de nuevo en la cabeza.
A media tarde, cuando ya llevábamos un rato en el salón, viendo la televisión y charlando, Nathan se levantó para ir al servicio. En cuanto se escuchó cómo se cerraba la puerta del baño, Cassie se giró y ordenó:
—Cuéntame que ha pasado.
Dudé un segundo, pero luego recordé que tenía los segundos contados para informarla, así que fijé la vista en el suelo, y me apresuré a decir:
—No consiguen sacarle nada nuevo a Samuel. A no ser que haga algo, lo matarán en dos días. Y no sé que puedo hacer, Cassie… No quiero que muera, pero no puedo olvidar lo que es… No sé hasta dónde puedo confiar en él.
Levanté la mirada y vi a una Cassie muy pálida que se tapaba la boca con la mano y que tenía la mirada perdida en un punto muy lejano. Comprendía que para ella también suponía un golpe duro porque, a pesar de saber todo lo que era Samuel, él solo se había presentado ante ella como un muchacho de instituto, alegre y amable; como un amigo. Y ahora yo le estaba diciendo que moriría.
—¿Y qué vas a hacer, Kat? —preguntó horrorizada.
—¿Qué va a hacer con qué? —preguntó mi amigo, entrando en el salón. Nos observó a las dos, con los ojos muy abiertos, y por su expresión me pareció que había reparado en el fallido intento de Cassie de parecer tranquila.
—Con nada —respondimos a la vez.
En los ojos marrones de Nathan había un claro brillo de incredulidad y desconfianza, pero no hizo más preguntas, cosa que le agradecí en silencio. Nathan era un experto en distinguir las conversaciones que podrían llegar a ser incómodas y sabía morderse la lengua a tiempo.
El programa que estaban emitiendo se terminó y comenzó una comedia que tanto yo como mis amigos solíamos ver. Nathan y Cassie se reían con ganas (más él que ella, porque pude notar que estaba como ida desde que le conté lo de Samuel), pero yo tenía que forzarme para soltar alguna que otra risotada. Esa risa falsa me daba asco, mucho asco. Quería reírme, reírme de verdad. Con el programa, con los chistes de Nathan, con los raros movimientos que hacía Cassie para recuperar el gorro que nuestro amigo le había quitado otra vez, ¿qué más daba con qué? Solo quería reírme, sentir de verdad la alegría que tan frecuentemente sentía antes. ¿Por qué me costaba tanto ahora dejar salir una carcajada pura?
Y, una y otra vez, la misma frase se repetía en mi cabeza «Tengo que acabar con esto. Tengo que hacerlo ya».

La noche cayó. Mis dos acompañantes no tardaron en decir que debían volver a su casa y sentí como si una enorme losa se me hubiese caído sobre los hombros. Era cierto que ni siquiera así había conseguido rehusar por completo mis inquietudes, pero estando ellos allí al menos había conseguido que el tiempo avanzase de manera algo más amena. Eso por no hablar de que casi no había podido hablar con Cassie sobre qué hacer con Samuel y no me veía realmente capaz de tomar una decisión yo sola.
—¿Y si quedamos mañana? —les pregunté, ya desde la puerta de entrada cuando se disponían a marcharse. Me hubiese gustado poder disimular algo mejor el tinte de desesperación que mostraba mi voz.
—Yo no puedo. Tengo un examen importante la semana que viene y necesito estudiar —respondió Nathan, haciendo una mueca. Sentí no poder quedar con él, pero con quien realmente necesitaba hablar era con Cassie, así que la miré esperanzada.
Su mirada ya me bastó para ver que no podría, porque en sus enormes ojos había ese centelleo que siempre aparecía cuando Cassie pedía perdón por algo.
—Lo siento… No puedo. Mis padres tienen que —lanzó una mirada fugaz a Nathan y se ruborizó un poco, por lo que supuse que todavía no había hablado con él de lo del divorcio de sus padres —… arreglar unos papeles. Y a Travis y a mí nos mandan a la casa de la abuela todo el día.
—No importa… —musité.
—Entonces, ¡hasta el lunes! —se despidió Nathan con despreocupación.
—Hasta el… lunes —repitió mi amiga, atragantándose con las palabras.
Yo, por mi parte, solo fui capaz de articular:
—Lunes…

5 comentarios:

  1. Ai espero que Kat perdone a Samuel y se hagan novips otra vez. Aunque si que es verdad que Samuel le mintio a Kat

    ResponderEliminar
  2. Mmm es normal que desconfíe, pero creo que ya él no le va a mentir más, creo que debería darle una oportunidad, quizá si se alía con ellos contra los ángeles negros que buscan a Kat...

    ResponderEliminar
  3. Hola,me he topado con tu blog y me ha encantado *-* escribes realmente bien n.n
    Te ganaste una seguidora!
    Un beso

    ResponderEliminar
  4. Menos mal que no estoy en la piel de Kat, la verdad es que yo no sabría qué hacer.. Pobrecita.. y qué nervios con lo que decidirá actuar, solo espero que haga lo que haga no sea perjudicial para ella..

    sigue así Laura, cada vez está más interesante! =)

    un besoooo

    ResponderEliminar

  5. Me encanta tu blog, te he nominado a un premio, lo tienes aquí.

    http://unblogdelocas.blogspot.com.es/2014/04/otro-premioo.html

    ResponderEliminar

¿Qué te ha parecido? Deja tu opinión, es importante :))