Nota: Este es el último capítulo de la primera parte (aunque subiré un epílogo) y es algo más largo que los capítulos habituales, casi el doble. Pensé en subirlo por partes, pero nunca he cortado un capítulo y no me apetecía que este fuese el primero (además de que no sabía por donde cortarlo). Después de subir el epílogo subiré una entrada para explicaros como es debido lo que haré después.
Y, dicho esto, espero que os guste el capítulo :)
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La despedida
L
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e estreché con fuerza
entre mis brazos y una sensación desagradable me recorrió al sentir su silueta
tan delgada y débil, pero no me separé de él. Había echado tanto de menos su
contacto, su calor, sus labios. Lo había recuperado… todo se me antojaba un
sueño demasiado bonito, y sentía pánico a poder despertar de un momento a otro.
Y
así fue. En cuanto nos separamos mi burbuja de emociones estalló con estrépito.
Samuel iba a marcharse, no lo había recuperado.
Retrocedí,
sintiéndome mal conmigo misma. Era como si mi cuerpo pesase mucho más que
normalmente y el escozor de mis ojos no hacía más que empeorar. Aparté con
violencia una silla y me senté a la mesa, tapándome la cara con las manos y
negando con la cabeza, como si eso fuese a servir de algo. Samuel apartó otra
silla y se sentó. Parecía estar más calmado que yo, pero también se movía como
si su cuerpo pesase más de lo habitual.
—Kat…
—comenzó a decir con voz suave. No reaccioné a su llamada, pero él siguió
hablando de todas formas —. Sé que es duro, pero tenemos que…
Guardó
un repentino silencio y yo levanté ligeramente la cabeza para mirarlo. No
parecía que fuese a acabar la frase, porque tenía los labios fuertemente
fruncidos y la mirada clavada en el libro que yo había dejado antes sobre la
mesa. Fruncía el ceño como si estuviese ligeramente confuso, pero había un
brillo de determinación en su mirada.
—Yo
conozco esta leyenda —dijo finalmente. Pegué un pequeño respingo al
escucharlo, mientras Samuel cogía una de
las notas de Cassie y la leía. Estiré el cuello para poder leer también desde
mi posición y vi que era la que hablaba de que existía más de una manera de
convertirse en ángel negro. Vi a Samuel esbozar una media sonrisa amarga al
leerlo.
—¿Y
bien? ¿Es posible o es un simple cuento? —le apuré.
—No
sé si ocurrió o no, pero podría haber ocurrido —respondió al tiempo que tomaba
otra de las notas de Cassie —. Quiero decir, sí que es posible convertirse por
otros métodos que el odio. Es una simple fluctuación de energía y funciona como
cualquier otra. En las transformaciones normales la energía oscura se fabrica
en el interior de uno mismo y se extiende por el cuerpo. En el caso de la
leyenda la energía oscura tiene una fuente externa, pero termina por extenderse
por el cuerpo de todas formas.
Reparé
en el papel que tenía ahora en la mano. Era la nota que hablaba de él. Sentí un
fuerte nudo en la garganta, pero aún así me forcé a preguntar:
—¿Tú…?
—No
—me cortó —. Yo me convertí… por el método tradicional —su mirada se topó con
la mía y vi que sus ojos reflejaban cansancio, como si el simple hecho de
pensar en eso le agotase. Asentí con la cabeza, pero no dije nada. Samuel cogió
la última nota, que trataba del poder necesario para llevar esa conversión a
cabo, y tras leerla la volvió a dejar en la mesa sin decir nada.
—¿Tiene
razón? —inquirí, reacia a quedarme sin saber.
—Sí
y no… Depende de la situación, Kat.
—No
entiendo a qué te refieres.
Tomó
aire con fuerza y apartó la mirada un segundo antes de volver a posarla en mí y
responder:
—Como
te dije antes, es una fluctuación de energía. Si la persona que recibe esa
energía se opone a ella, quien la envía debe tener la fuerza suficiente como
para derribar las barreras del otro y obligar a esa energía a entrar; en ese
caso sí se necesita una cantidad increíble de poder para poder provocar el
cambio. Sin embargo, si quien absorbe esa energía lo hace por voluntad propia…
la energía entra con mucha mayor facilidad, tanto que cualquiera podría
hacerlo.
Asentí
ausentemente. Luego, despacio, tomé su mano y murmuré con un hilo de voz:
—¿Quieres
decir que si yo ahora te lo pidiese tú podrías…?
Lo
dije sin pensar, más como una pregunta inocente y curiosa que como una
verdadera proposición, pero Samuel se lo tomó más en serio.
—No
—rugió antes de que yo pudiese acabar la frase. La dureza de su voz me provocó
un escalofrío, pero no solté su mano. Antes de que pudiese replicar, siseó —:
Ni lo pienses, Kat.
—¿Por
qué? —mascullé.
—No
te haría pasar por eso.
Dudé
un segundo. Luego dije, hablando en voz baja, como si fuese un tema demasiado
complicado como para hablar de él en voz alta:
—¿Duele?
Podría aguantarlo si eso me permite estar contigo, Samuel.
—Te
necesito tanto como al aire que respiro,
pero no te puedo obligar a que te conviertas en lo que yo soy. No te puedo
hacer pasar ese infierno. El cambio no duele en absoluto, en realidad, es casi
agradable: cierras los ojos y te rindes a todo, te dejas llevar por la suave
corriente que te arrastra. Pero, luego, abres los ojos. Y comienza el dolor.
Pierdes todo lo que tenías; tu familia, tus amigos, tu casa, tu vida. Lo
pierdes absolutamente todo. Y una vez que se te escapa de las manos… es casi
imposible recuperarlo.
Callé.
Aquello no era lo que esperaba escuchar. Sentí el impulso de abrazarlo,
abrazarlo con mucha fuerza y decirle que, aunque había perdido todo eso,
siempre podría contar conmigo, que siempre estaríamos juntos. Pero no podía,
porque no era cierto.
La
mirada de Samuel se perdió en un punto por encima de mi hombro. Me giré para
ver lo que miraba y reprimí un gruñido. El reloj. Cuando me volví de nuevo
hacia él, sus ojos se habían clavado en mí y una horrible verdad se reflejaba
en ellos: debía marcharse, y necesitaba el tiempo. Se incorporó lentamente y me
tendió la mano mientras susurraba, con voz rota:
—¿Me
acompañas hasta el bosque?
No
pude reprimir las lágrimas, que rodaron libres por mis mejillas, pero conseguí
tragarme un sollozo y girar la cara a tiempo para que él no apreciase mis
pómulos húmedos. Agarrados de la mano, salimos fuera y caminamos hasta el final
del jardín, donde nacía el bosque. Me costaba tragar saliva y el escozor de mis
ojos se había convertido en una quemazón insoportable. Mis pasos temblorosos e
inseguros no contribuían a hacerme sentir segura. Al mirar de reojo a Samuel,
pude apreciar que tenía los ojos vidriosos y que los cerraba con fuerza cada
poco, como si también luchase por contener las lágrimas.
Aún
así, estaría dispuesta a pasar toda mi vida con esa sensación si así pudiese evitar
que se marchara.
Pero
nuestros pasos nos llevaron inevitablemente a la entrada del bosque y nos
detuvimos. Tal vez fuese solo un segundo el que pasamos allí, pero calló sobre
mí con el peso de varios siglos. Nos miramos a los ojos y no era difícil ver
que ambos buscábamos algo que decir, la manera de despedirnos que mostrase de
verdad como nos sentíamos. Fui yo quien habló primero:
—No
quiero que te vayas —confesé con voz ronca.
—Sabes
que tengo que hacerlo…
—No…
Tal vez si te unes a nuestra causa… Tal vez así mi padre te perdonaría… —se me
atragantaban las palabras y cortaba las frases cada vez que tenía que coger una
bocanada de aire para reprimir un sollozo. Su voz sonó parecida a la mía cuando
respondió:
—No
me perdonaría, Kat… Los dos lo sabemos. Además… yo hace mucho que me uní a
vuestra causa, ¿sabes? Hace mucho… que solo pienso en protegerte. Y estarás más
segura si yo no estoy aquí.
—¡No!
Pero… pero… —esta vez no pude contener el llanto y empecé a llorar como nunca
lo había hecho antes. Sentí como una parte de mi corazón se escapaba en cada
lamento.
—Kat,
por favor, no… No llores —suplicó Samuel con voz trémula.
Me
lancé sobre él y le envolví el cuello con los brazos, lo que él correspondió
rodeándome con los suyos. Lloré en su hombro y sentí que él se sacudía
ligeramente cuando algún sollozo se abría paso por su pecho.
—Te
voy a echar mucho de menos —gimió junto a mi oreja.
—Y
yo a ti… Prométeme que volveremos a vernos… algún día.
Hubo
un momento de silencio como si dudase si podría prometerlo o no. Tras eso,
susurró:
—Te prometo
que intentaré por todos los medio que volvamos a vernos.
Y
sin que yo contase con ello, me separó ligeramente, estrechó mi cara entre sus
manos y me besó. Fue un beso que mostraba todo lo que nosotros no conseguíamos
expresar con palabras: el dolor, el miedo, la tristeza, el anhelo, la
desesperación, el amor. Seguíamos
llorando y el beso sabía a salado a causa de nuestras lágrimas. Quería que el
tiempo se detuviese y permanecer en ese beso, junto a él, por siempre. Pero
terminó de la peor manera posible.
—¡Por
Dheam, Katrina! ¡Te has vuelto loca, niña estúpida! —gritó una voz
inconfundible desde la otra punta del jardín.
Me
separé de Samuel con rapidez y miré al lugar de donde venía la voz aunque ya
sabía de sobra quien había gritado. Mi padre nos observaba con el odio y el
espanto pintados en la cara y hubo un segundo en el que nadie supo qué hacer. Y
luego ocurrió todo a la vez:
—¡Corre,
Samuel! ¡Vete! —chillé, mientras veía a mi padre correr hacia nosotros. Samuel
se internó en el bosque y yo ni siquiera tuve tiempo de lamentarme por su
marcha, porque ya estaba corriendo también hacia mi padre, desesperada por
detenerlo. Llegué junto a él y le agarré un brazo, farfullando
explicaciones. Todo ocurría tan rápido
que mi cerebro no conseguía asimilarlo; cuando quise darme cuenta estaba tirada
en el suelo a causa del brusco empujón que mi padre me había propinado para
desprenderse de mí. Me había llevado un buen golpe contra el suelo, pero no
sentía dolor. Tenía la extraña sensación de que aquella situación era ajena a
mí, como si fuese una simple espectadora y no quien toma las decisiones.
A
duras penas me levanté y busqué a mi padre con la mirada, descubriendo,
demasiado tarde, que ya se había marchado tras Samuel. Ni siquiera me di tiempo
a pensar en lo que pasaría si papá alcanzaba a Samuel antes de que yo le
alcanzase a él y, desplegando las alas, eché a volar en su busca, sintiendo
como los latidos de mi corazón marcaban el paso de un tiempo que avanzaba en mi
contra. Concentrada en esquivar las ramas
de los árboles y en peinar el bosque con la mirada, buscando algún indicio de
ángeles, seguí internándome en el bosque hasta que, por fin, distinguí a lo
lejos una figura de enormes alas blancas. Suspiré con alivio al pensar que le
había alcanzado a tiempo, pero apenas un segundo después se me encogió el
corazón al ver, apenas unos metros por delante de mi padre, a otra figura alada
más oscura que la primera. Sentí ganas de vomitar. Yo estaba demasiado lejos
como para alcanzar a mi padre antes de que él atrapase a Samuel, sobre todo
teniendo en cuenta lo débil que se encontraba él joven.
Haciendo
de tripas corazón, me obligué a volar más rápido de lo que me creía capaz. Un
único pensamiento se había hecho con el control de mi mente: “Tengo que salvar
a Samuel”. Poco a poco, fui acortando terreno pero mis músculos empezaban a
resentirse por el exceso de ejercicio que les estaba exigiendo. Vi a mi padre
alargar el brazo para atrapar el pie de Samuel entre sus manos e imité su
táctica. El brazo me pesaba toneladas y cuando conseguí levantarlo lo
suficiente descubrí con horror que no alcanzaba a mi padre por un par de
centímetros. Me estiré todo lo posible y me di un último y desesperado impulso
con las alas. Ya casi estaba…
Y lo
alcancé.
En
cuanto mis dedos se cerraron alrededor del tobillo de mi padre, hice
desaparecer las alas de mi espalda, sin importarme la considerable altura que
me separaba del suelo. Mi peso hizo a mi padre caer bruscamente hacia abajo,
pero tuvo tiempo de seguir mi ejemplo y aferrarse al pie de Samuel justo antes
de hacer desaparecer sus alas como yo había hecho con las mías. Samuel abrió
las alas a modo de paracaídas, pero nuestros tres cuerpos eran demasiado
pesados para que eso amortiguase realmente la caída. Y así, en cadena, caímos
los tres al suelo, recibiendo el duro impacto de la tierra y las piedras.
El
golpe me hizo soltar el pie de mi padre y me cortó la respiración durante unos
segundos en los que olvidé lo que estaba pasando. Cuando mi mirada volvió a
enfocarse, luché por ponerme en pie. Me tambaleé, pero al ver que no era la
única que no se había repuesto del todo de la caída me reconfortó ligeramente:
Samuel se estaba ayudando de un árbol para ponerse en pie y mi padre
trastabillaba al intentar caminar hacia él. Sabía que en aquel momento cada
segundo era oro, pero me permití el lujo de echar la cabeza hacia atrás y
respirar profundamente para recomponerme por completo, y al hacerlo descubrí
que justo sobre mi cabeza se abría un camino directo hacia el cielo en el que
todas las ramas se habían roto. Por ahí era por donde habíamos caído. Solo
entonces me di cuenta de que tenía la piel llena de pequeños rasguños
provocados por las ramas.
Sacudí
la cabeza y me obligué a volver a la realidad. Mi padre seguía avanzando hacia
un Samuel que conseguía mantenerse en pie a duras penas. Me puse al lado de
Samuel, le agarré un brazo para ayudarle a mantener el equilibrio y demostrarle
que estaba a su lado y, con una seguridad que ni yo esperaba de mí misma, me
enfrenté a la mirada de mi padre. Quería decirle algo, pero mi saturado cerebro
no conseguía elaborar ningún argumento decente que lo detuviese.
—Quítate
de en medio, Katrina —rugió mi padre.
—No.
—¿Qué?
—No
dejaré que le hagas nada, papá —sentencié. Mi voz sonaba ligeramente ronca,
como si estuviese afónica, pero no por eso menos firme —. No es un monstruo y
no está contra nosotros…
—Te
has vuelto loca —me interrumpió —. Es un ángel negro, ¿no lo ves, Katrina? ¿De
verdad crees que está del lado que mata a los que son como él?
Fue
Samuel el que respondió en está ocasión:
—Estoy
del lado que protege a Kat.
Su
respuesta produjo una pequeña sonrisa en mis labios y le di un pequeño apretón
en el brazo para agradecérselo, pero sin apartar la vista de mi padre.
—¿Y
por qué ibas a estarlo? —inquirió él. La réplica de Samuel fue inmediata y
concisa:
—Porque
la quiero.
—¡Bastardo!
—gritó mi padre, lleno de furia. En un abrir y cerrar de ojos, había sacado un
saco de cenizas y lo había arrojado en nuestra dirección. Árbol de fuego. Casi
reflejamente, me coloqué delante de Samuel y desplegué las alas, intentando
cubrirlo todo lo posible con mi cuerpo. Las cenizas cayeron sobre mí, sin
provocarme ningún dolor, pero causándome un ataque de tos al respirarlas. Mi
padre aprovechó el momento y se lanzó de nuevo a la carga, a por Samuel,
apartándome a mí a un lado con un brusco empujón. Tropecé y estuve a punto de
caer, pero en el último segundo logré mantener el equilibrio y sostenerme en
pie. Parpadeé con violencia y dejé que mis ojos llorasen para limpiarlos de las
cenizas que se habían metido en ellos y que me provocaban un ligero escozor, y
cuando mi vista se volvió más clara pude ver a mi padre y a Samuel, enredados
en una lucha en la que el primero parecía llevar una clara ventaja. Corría
hacia ellos, dispuesta a separarlos y ayudar a Samuel (quien no podría aguantar
mucho en su situación) cuando algo me embistió y me hizo caer.
—¿Se
puede saber qué estás haciendo, Kat? Eres estúpida.
Mi
hermano se había lanzado sobre mí y me había inmovilizado en el suelo. Justo
cuando creía que las cosas no podrían ir peor…
—¡Suéltame,
Isaac! —chillé a modo de súplica. Me retorcí, pero no sirvió de nada: la
presión de mi hermano no disminuyó lo más mínimo.
—Ni
lo sueñes. ¿Eres consciente de lo que has hecho? —replicó entre dientes,
haciendo que su voz sonase como algo parecido a un siseo.
—¡Tú
no lo entiendes! ¡Samuel no es una amenaza, no quiere hacerme daño! Estaría
dispuesto a colaborar con nosotros si… —callé de repente, porque un grito
gutural rasgó el bosque. Me giré justo para ver como mi padre descargaba
nuevamente el puño contra la mandíbula de Samuel, a quien tenía inmovilizado de
manera parecida a la que mi hermano me tenía a mí, y como él se retorcía
inútilmente mientras gruñía. Y, de repente, mi padre dejó de golpearlo unos
momentos y empezó a rebuscar en sus bolsillos hasta sacar una especie de piedra
verde que no reconocí.
—Peridoto…
—murmuró mi hermano, que también había estado contemplando la escena. Advertí
una sonrisa siniestra en sus labios y me temí lo peor.
No
me equivocaba.
Papá
retomó su arremetida contra Samuel y, en cuanto la piedra rozó su piel, el
chico chilló. Fue un grito espantoso y alcancé a ver que, junto con el golpe,
la piedra le había producido una horrible quemadura en la piel.
—¡Samuel!
—su nombre sonó como un coro a su grito — ¡Isaac, suéltame! ¡Papá, para por lo
que más quieras! ¡Lo vais a matar!
Como
respuesta a mis desesperadas súplicas lo único que obtuve fue un ronroneo por
parte de mi hermano:
—Es
esa es la idea.
Entonces
la presión que mi hermano ejercía sobre mí desapareció. Confusa, miré a los
lados para descubrir que era lo que había conseguido liberarme y vi la figura
de mi hermano rodar por la hierba junto con otra silueta más pequeña: Cassie.
Ella lo había embestido para apartarlo de mí y ahora giraban por el suelo,
hasta que chocaron con un árbol. Pero ¿qué hacía ella allí? Pensándolo bien,
¿qué hacían todos ellos allí tan pronto? Me obligué a posponer ese pensamiento
y lanzarme a ayudar a Samuel. Imitando a Cassie, arroyé a mi padre, pero con
cuidado de no caer con él y, aprovechando el momento, ayudé a Samuel a ponerse
en pie. Sentí el impulso de decirle que huyese, pero viendo como se encontraba,
dudaba que llegase muy lejos sin ayuda.
Le
agarré y eché a correr, bosque adentro, por senderos que me conocía de sobra
gracias a mis habituales paseos por esa zona. El efecto del peridoto
desapareció con rapidez, como pude ver, y supuse que solo le afectaría si tenía
contacto directo con él. Aún así, estaba demasiado débil como para huir de mi
familia y todos éramos perfectamente conscientes, así que busqué una pequeña
colina que tenía un saliente en cual solía ocultarme cuando salía al bosque y
no quería ser encontrada. Con los gritos de mi padre de fondo, acabamos por
encontrarla.
—Quédate
aquí… yo iré a hablar con él —susurré a Samuel, mientras me aseguraba de que
quedase bien cubierto por el saliente.
Sin
embargo, un grito estridente proveniente del camino por el que habíamos venido
me hizo cambiar de opinión y sentarme bajo el saliente, al lado de Samuel:
—¡Katrina!
¡Ven aquí, niña estúpida y traidora! ¡Te mataré a ti y a tu amiguito!
Sabía
que se estaba marcando un farol y que no tenía ni el más remoto interés en
matarme (aunque eso no pudiese aplicarse a Samuel), pero también me bastó para
ver que no razonaría por mucho que hablase con él.
—Oye…
Kat… —jadeó Samuel, agarrándome la mano —. Basta con que los entretengas. Yo me
iré por el otro lado.
Negué
efusivamente con la cabeza.
—Ni
hablar. ¿Tú ves como estás? No aguantarías vivo ni medio día tú solo —repliqué.
—¿Y
cuál es la otra opción, Kat? ¿Qué me quede aquí y deje que me maten?
—Que
me lleves contigo.
La
respuesta salió de mí tan rápida como un rayo y Samuel parpadeó un par de
veces, con la boca abierta como para reprochar, pero sin llegar a decir nada.
Tras un rato, consiguió murmurar:
—Estás
bromeando.
—¡Claro
que no bromeo, Samuel! —empezaba a ponerme de los nervios que estuviese
derrochando un preciadísimo tiempo en poner en duda mi palabra mientras que mi
padre nos buscaba. Ese pensamiento hizo que me encogiese un poco más en mi
escondite —. Te lo digo completamente en serio.
—¿Y
crees que el hecho de que un ángel como tú vaya por ahí con un… con alguien
como yo no causará revuelo? Nos traerá problemas.
—Eso
también tiene una fácil solución —insinué, levantando las cejas y mirándole
fijamente a los ojos. Parte de mí sentía cierto recelo ante esa idea, pero se
había apoderado de mí con una convicción inusitada. Samuel tardó un par de
segundos en comprender a que me refería.
—¡Ni
lo pienses! —exclamó al caer en la cuenta.
—¿Por
qué?
—Ya
te lo he dicho, Kat. Lo pierdes todo —sus ojos verdes me escrutaron a fondo,
con un brillo solemne en la mirada. Aún así, no permití que me intimidase.
—¡Por
favor! —bufé—. ¿Acaso no ves la situación en la que estoy? ¡Mi familia está
dispuesta a matarme! No tengo nada que perder, Samuel.
—¡Claro
que tienes, Kat! —su voz sonaba claramente contenida, porque podía gritar para
no descubrir nuestro escondite —. Puede que no te importe dejar de lado a tu
padre y a tu hermano, pero ¿qué hay del resto de tu vida? ¿De tu madre? ¿De tus
amigos? Si te conviertes… los perderás.
Por
primera vez, dudé. La saliva parecía más espesa de lo habitual cuando la
tragaba y mis manos temblaban, pero nada me impidió decir con firmeza:
—Y
si no lo hago te perderé a ti.
—¿Y
el precio compensa, Kat?
Era
obvio que esperaba una negación por respuesta, pero antes incluso de que yo me
diese cuenta, respondí:
—Sí
que compensa. Cualquier precio está bien si pudo estar contigo.
No
se me pasó por alto que se obligó a contener una sonrisa.
—Esto
es ridículo.
—¡Sé
de sobra que es ridículo! Hace unas horas tú estabas encerrado en mi sótano y
yo ni siquiera sabía si confiaba en ti lo suficiente como para ayudarte a
escapar. Pero ahora lo tengo claro, Samuel. No sé cómo ni por qué, pero te
quiero y confío en ti mucho más de lo que puedes imaginar y de lo que yo misma creía.
Y por eso quiero ir contigo, Samuel. Porque hay algo dentro de mí que me dice
que es lo correcto —le miré, esperando a que dijese algo, pero permaneció en
silencio, escuchándome con los ojos muy abiertos. En un susurro, añadí —: Vamos
a irnos de aquí. Y vamos a hacerlo juntos.
Le
tendí la mano y él la miró dubitativo. Sabía de sobra que si me la estrechaba
no solo estaba accediendo a marcharse de allí, sino que además tendría que
aceptar mis condiciones. Escuché a lo lejos un grito de mi padre y me impacienté.
—¿Juntos?
—repetí.
—Juntos
—aceptó, estrechándome la mano.
Sonreí
e inspiré con fuerza. Estaba a punto de dar uno de los pasos más importantes de
mi vida, un paso irreversible del que esperaba no arrepentirme en el futuro. Y,
cuando la mirada esmeralda de Samuel se posó en la mía zafiro, supe que no me
arrepentiría. Quería estar con él.
—¿Estás
completamente segura de que quieres hacerlo? —insistió.
Asentí
efusivamente con la cabeza al tiempo que preguntaba:
—¿Qué
tengo que hacer?
—Nada…
—respondió. Pude apreciar que él también temblaba —. Es una fluctuación de
energía. Simplemente, deja a la energía entrar.
Asentí
mientras miraba a Samuel estrechar mis dos manos entre las suyas. Un sudor frío
me resbalaba por la espalda y tenía un nudo firmemente instalado en mi
garganta, pero también podía sentir un agradable cosquilleo en la punta de los
dedos; una extraña combinación entre miedo y excitación.
Samuel
cerró los ojos y frunció el ceño. Su frente estaba perlada de sudor y me
imaginé que estaría tan nervioso como yo. No era difícil ver que se estaba
esforzando, pero yo no sentía ningún cambio. Finalmente, abrió los ojos.
—Kat,
haz el favor de dejar entrar la energía.
—No
sé cómo se hace, Samuel —me excusé, sintiéndome culpable. El tiempo era oro.
—Simplemente,
no pienses en nada —explicó, con una sonrisa alentadora.
—No
es tan fácil —refunfuñé. Una sonrisa pícara se dibujó en sus labios.
—Una
vez —rememoró, acercando mucho su cara a la mía —, me dijiste que cuando me
tenías así de cerca te resultaba más complicado pensar.
Tenía
razón. Nuestros alientos se entremezclaban y mis pensamientos se empañaban cada
vez más. Sin más dilación, me lancé a sus labios y no pensé en nada más que en
él.
Y
entonces lo sentí.
De
sus labios, de sus manos y de cada centímetro de su piel que entraba en
contacto con la mía, surgió una corriente de energía que me llenó por dentro.
Entraba con rapidez y podía sentirla corriendo por mis venas, deslizándose
suavemente por mi interior, arroyándome, como una ducha de calidez. Y me
gustaba.
Ahogando
un gemido, dejé que mis alas se desplegaran de nuevo. Ya no me importaba quien
pudiese verlas, porque en ese momento, para mí no existía nada fuera de esa
exquisita sensación que me recorría el cuerpo. Mis sentidos estallaban de júbilo
al recibir a aquella sacudida de energía… suave, cálida, dulce. Poco a poco (y
muy a mi disgusto) esa llama fue apagándose y, cuando expiró y volví a la
realidad, me aparté con suavidad de Samuel.
Estaba
confusa, no podía ver con claridad lo que acababa de pasar, lo único que podía
asegurar era que había sido grandioso. Y la mirada de Samuel no hizo más que
confirmármelo, porque me observaba con la boca entreabierta, el labio inferior
temblando, y con suma admiración en la mirada. Jadeaba y parecía cansado, pero
estaba demasiado absorto contemplándome como para mostrar incomodidad por ello.
Permaneció un par de segundos en ese trance y, cuando por fin alcanzó a salir
de él, todo lo que consiguió fue murmurar:
—Es…
increíble.
Y
entonces comprendí a qué se refería. Giré la cabeza y, extendidas tras de mí,
vi un par de enromes alas de brillantes plumas… negras. Más negras que la más
oscuras de las noches, elegantes e intimidantes. Y eran mis alas. Yo misma me quedé embelesada al contemplarlas y una candente
sensación de poder me llenó por dentro.
Una
voz conocida rompió el hechizo.
—¡Allí,
papá! ¡Tras aquellas rocas hay unas alas negras!
Medio
sonreí al escuchar a Isaac. No me agradaba la idea de tener una nueva lucha con
ellos, pero por otro lado me sentía deseosa de mostrarles lo que era ahora. Me
puse tensa y vi que Samuel también se ponía en tensión a mi lado.
Las
pisadas de mi padre y mi hermano se escuchaban cada vez más cerca y,
finalmente, llegaron al lugar en el que nos encontrábamos. Al verme, ambos
ahogaron un grito.
—No
es posible —gruñó Isaac, apretando tanto los puños que los nudillos se le
volvieron blancos.
—¿Cómo
has podido, Katrina? ¡Traidora! ¡Te has puesto de su lado! —me recriminó mi
padre entre gritos.
—¿Qué
lado, papá? ¿No lo ves? Yo soy el lado. Yo soy vuestro lado, no puedo ponerme de otro —expliqué entre dientes,
intentando mantener la calma. Pero era difícil. Muy difícil. El instinto se
abría paso desde lo más profundo de mí y mi familia era su objetivo. Intenté
reprimirlo, pero era como intentar detener una estampida.
A
juzgar por la vena de la sien de mi padre, que se hinchaba por momentos, supuse
que estaría pasando por una situación parecida.
Ambos
estallamos a un tiempo.
Como
si un silbato hubiese dado la salida, nos lanzamos el uno contra el otro, él ya
con las alas desplegadas, y empezamos una lucha en la que todo valía. No
estábamos luchando padre contra hija, era puramente el instinto de uno contra
el instinto de otro. Me sentía especialmente fuerte y, aunque la lucha estaba igualada
y recibí unos cuantos golpes serios, no tardé en descargar unos golpes en el
lugar adecuado y mi padre cayó al suelo; no inconsciente, pero sí muy
desorientado y con la nariz sangrando. Ni siquiera a día de hoy sé cómo lo
logré, porque puedo asegurar que la persona que luchó contra mi padre no era
yo. Era un ser mucho más primitivo que se había apoderado de mi cuerpo. Y, esta
vez, el instinto no me asustaba.
Al
girarme vi a Samuel, que a pesar de su debilidad estaba bastante igualado con
Isaac, y, al otro lado, a una figura pelirroja que me observaba llevándose las
manos a la boca.
—¿Kat?
—susurró.
Corrí
a su lado y le agarré una mano, al tiempo que le daba unas instrucciones muy
concisas:
—Cassie,
Samuel y yo tenemos que marcharnos cuanto antes. Necesitamos tu ayuda. Si
pudieses entretenerlos solo un minuto…
—Lo
haré —sus ojos se habían vuelto repentinamente vidriosos y le tembló la voz al
decir —: Buena suerte, Kat. Te echaré mucho de menos.
—Y
yo a ti.
La
abracé con fuerza, con mucha fuerza para compensar la brevedad del gesto y cuando
me separé lo hice con el corazón roto al pensar que, probablemente, sería el
último abrazo que le diese a mi amiga.
Mi
padre todavía no había conseguido levantarse e Isaac mostraba claras muestras
de cansancio. Así que cuando Cassie tiró de su pierna, cayó al suelo con
facilidad.
Intentando
retener los lloros en mi garganta, lancé una última mirada de agradecimiento a
Cassie y agarré a Samuel del brazo para irnos de allí.
Y,
junto a él, le di la espalda a mi familia.
Le
di la espalda al bosque en el que tanto tiempo había pasado.
Le
di la espalda a mi casa.
Le
di la espalda a mi vida.
Le
di la espalda a todo.
Y, a
pesar de las lágrimas que caían por mis mejillas, levanté la cara y le sonreí
al futuro que tendría por delante junto a Samuel.
Te voté a todas las reacciones, porque... FUE GRANDIOSO :D ¡Quiero más!
ResponderEliminarSamuel no podía ser malo...
Yo creo que Kat se ha precipitado demasiado.. y si tan malo era convertirse y Samuel la quería, no hubiera permitido eso aun suplicando todo el rato.. no sé.. (pero te hablo desde mi más profundo anti-romanticismo, eh? jeje)
ResponderEliminarAhora a esperar que le deparará en el futuro.
Pero ha sido una primera parte de la historia muy buena, llena de todo un poco. Esperaré con ansia el epílogo y lo que pretendes hacer después. =)
Sigue así Laura, cada vez lo haces mejor.
un besooooo
Ole ole y ole!!!! Queria decir que soy una amiga de Laura y por eso a veces dejo comentarios en gallego que muchas no entendeis,pero ahora voy a ponerlos en castellano para todas :) A mi me encanta la historia y laura es super genial jajaja ademas de escribir genial. La historia me encanta y esta super bien redactada. Es que me la como!!! jajajaja Love you Lau!!! Jajaja Ah,y Samuel es genial y supr cuqui,Kat tendria que haber confiado en él desde el principio aunque le mintiera un poco (bastante jajaja) con lo de que era un angel negro
ResponderEliminarAh y no me gusta mucho esta letra de los comentarios... Es rara y a veces no entiendo algunas palabras porque se juntan mucho las letras
EliminarCompleta y absolutamente IMPRESIONANTE. No me esperaba en absoluto esa decisión de Kat, me ha pillado completamente por sorpresa y no puedo esperar para saber cómo le irá a partir de ahora. Las cosas se le han complicado un poco :S
ResponderEliminarEnhorabuena por este genial capítulo. Espero impaciente por el segundo ;)
PD: ¿Cuántas partes tendrá la historia? :D
Te he nominado en mi blog keepcalmjustread.blogspot.com.es
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