martes, 22 de abril de 2014

Capítulo 43

Nota: Este es el último capítulo de la primera parte (aunque subiré un epílogo) y es algo más largo que los capítulos habituales, casi el doble. Pensé en subirlo por partes, pero nunca he cortado un capítulo y no me apetecía que este fuese el primero (además de que no sabía por donde cortarlo). Después de subir el epílogo subiré una entrada para explicaros como es debido lo que haré después.
Y, dicho esto, espero que os guste el capítulo :)

****
La despedida
L
e estreché con fuerza entre mis brazos y una sensación desagradable me recorrió al sentir su silueta tan delgada y débil, pero no me separé de él. Había echado tanto de menos su contacto, su calor, sus labios. Lo había recuperado… todo se me antojaba un sueño demasiado bonito, y sentía pánico a poder despertar de un momento a otro.
Y así fue. En cuanto nos separamos mi burbuja de emociones estalló con estrépito. Samuel iba a marcharse, no lo había recuperado.
Retrocedí, sintiéndome mal conmigo misma. Era como si mi cuerpo pesase mucho más que normalmente y el escozor de mis ojos no hacía más que empeorar. Aparté con violencia una silla y me senté a la mesa, tapándome la cara con las manos y negando con la cabeza, como si eso fuese a servir de algo. Samuel apartó otra silla y se sentó. Parecía estar más calmado que yo, pero también se movía como si su cuerpo pesase más de lo habitual.
—Kat… —comenzó a decir con voz suave. No reaccioné a su llamada, pero él siguió hablando de todas formas —. Sé que es duro, pero tenemos que…
Guardó un repentino silencio y yo levanté ligeramente la cabeza para mirarlo. No parecía que fuese a acabar la frase, porque tenía los labios fuertemente fruncidos y la mirada clavada en el libro que yo había dejado antes sobre la mesa. Fruncía el ceño como si estuviese ligeramente confuso, pero había un brillo de determinación en su mirada.
—Yo conozco esta leyenda —dijo finalmente. Pegué un pequeño respingo al escucharlo,  mientras Samuel cogía una de las notas de Cassie y la leía. Estiré el cuello para poder leer también desde mi posición y vi que era la que hablaba de que existía más de una manera de convertirse en ángel negro. Vi a Samuel esbozar una media sonrisa amarga al leerlo.
—¿Y bien? ¿Es posible o es un simple cuento? —le apuré.
—No sé si ocurrió o no, pero podría haber ocurrido —respondió al tiempo que tomaba otra de las notas de Cassie —. Quiero decir, sí que es posible convertirse por otros métodos que el odio. Es una simple fluctuación de energía y funciona como cualquier otra. En las transformaciones normales la energía oscura se fabrica en el interior de uno mismo y se extiende por el cuerpo. En el caso de la leyenda la energía oscura tiene una fuente externa, pero termina por extenderse por el cuerpo de todas formas.
Reparé en el papel que tenía ahora en la mano. Era la nota que hablaba de él. Sentí un fuerte nudo en la garganta, pero aún así me forcé a preguntar:
—¿Tú…?
—No —me cortó —. Yo me convertí… por el método tradicional —su mirada se topó con la mía y vi que sus ojos reflejaban cansancio, como si el simple hecho de pensar en eso le agotase. Asentí con la cabeza, pero no dije nada. Samuel cogió la última nota, que trataba del poder necesario para llevar esa conversión a cabo, y tras leerla la volvió a dejar en la mesa sin decir nada.
—¿Tiene razón? —inquirí, reacia a quedarme sin saber.
—Sí y no… Depende de la situación, Kat.
—No entiendo a qué te refieres.
Tomó aire con fuerza y apartó la mirada un segundo antes de volver a posarla en mí y responder:
—Como te dije antes, es una fluctuación de energía. Si la persona que recibe esa energía se opone a ella, quien la envía debe tener la fuerza suficiente como para derribar las barreras del otro y obligar a esa energía a entrar; en ese caso sí se necesita una cantidad increíble de poder para poder provocar el cambio. Sin embargo, si quien absorbe esa energía lo hace por voluntad propia… la energía entra con mucha mayor facilidad, tanto que cualquiera podría hacerlo.
Asentí ausentemente. Luego, despacio, tomé su mano y murmuré con un hilo de voz:
—¿Quieres decir que si yo ahora te lo pidiese tú podrías…?
Lo dije sin pensar, más como una pregunta inocente y curiosa que como una verdadera proposición, pero Samuel se lo tomó más en serio.
—No —rugió antes de que yo pudiese acabar la frase. La dureza de su voz me provocó un escalofrío, pero no solté su mano. Antes de que pudiese replicar, siseó —: Ni lo pienses, Kat.
—¿Por qué? —mascullé.
—No te haría pasar por eso.
Dudé un segundo. Luego dije, hablando en voz baja, como si fuese un tema demasiado complicado como para hablar de él en voz alta:
—¿Duele? Podría aguantarlo si eso me permite estar contigo, Samuel.
—Te necesito tanto  como al aire que respiro, pero no te puedo obligar a que te conviertas en lo que yo soy. No te puedo hacer pasar ese infierno. El cambio no duele en absoluto, en realidad, es casi agradable: cierras los ojos y te rindes a todo, te dejas llevar por la suave corriente que te arrastra. Pero, luego, abres los ojos. Y comienza el dolor. Pierdes todo lo que tenías; tu familia, tus amigos, tu casa, tu vida. Lo pierdes absolutamente todo. Y una vez que se te escapa de las manos… es casi imposible recuperarlo.
Callé. Aquello no era lo que esperaba escuchar. Sentí el impulso de abrazarlo, abrazarlo con mucha fuerza y decirle que, aunque había perdido todo eso, siempre podría contar conmigo, que siempre estaríamos juntos. Pero no podía, porque no era cierto.
La mirada de Samuel se perdió en un punto por encima de mi hombro. Me giré para ver lo que miraba y reprimí un gruñido. El reloj. Cuando me volví de nuevo hacia él, sus ojos se habían clavado en mí y una horrible verdad se reflejaba en ellos: debía marcharse, y necesitaba el tiempo. Se incorporó lentamente y me tendió la mano mientras susurraba, con voz rota:
—¿Me acompañas hasta el bosque?
No pude reprimir las lágrimas, que rodaron libres por mis mejillas, pero conseguí tragarme un sollozo y girar la cara a tiempo para que él no apreciase mis pómulos húmedos. Agarrados de la mano, salimos fuera y caminamos hasta el final del jardín, donde nacía el bosque. Me costaba tragar saliva y el escozor de mis ojos se había convertido en una quemazón insoportable. Mis pasos temblorosos e inseguros no contribuían a hacerme sentir segura. Al mirar de reojo a Samuel, pude apreciar que tenía los ojos vidriosos y que los cerraba con fuerza cada poco, como si también luchase por contener las lágrimas. 
Aún así, estaría dispuesta a pasar toda mi vida con esa sensación si así pudiese evitar que se marchara.
Pero nuestros pasos nos llevaron inevitablemente a la entrada del bosque y nos detuvimos. Tal vez fuese solo un segundo el que pasamos allí, pero calló sobre mí con el peso de varios siglos. Nos miramos a los ojos y no era difícil ver que ambos buscábamos algo que decir, la manera de despedirnos que mostrase de verdad como nos sentíamos. Fui yo quien habló primero:
—No quiero que te vayas —confesé con voz ronca.
—Sabes que tengo que hacerlo…
—No… Tal vez si te unes a nuestra causa… Tal vez así mi padre te perdonaría… —se me atragantaban las palabras y cortaba las frases cada vez que tenía que coger una bocanada de aire para reprimir un sollozo. Su voz sonó parecida a la mía cuando respondió:
—No me perdonaría, Kat… Los dos lo sabemos. Además… yo hace mucho que me uní a vuestra causa, ¿sabes? Hace mucho… que solo pienso en protegerte. Y estarás más segura si yo no estoy aquí.
—¡No! Pero… pero… —esta vez no pude contener el llanto y empecé a llorar como nunca lo había hecho antes. Sentí como una parte de mi corazón se escapaba en cada lamento.
—Kat, por favor, no… No llores —suplicó Samuel con voz trémula.
Me lancé sobre él y le envolví el cuello con los brazos, lo que él correspondió rodeándome con los suyos. Lloré en su hombro y sentí que él se sacudía ligeramente cuando algún sollozo se abría paso por su pecho.
—Te voy a echar mucho de menos —gimió junto a mi oreja.
—Y yo a ti… Prométeme que volveremos a vernos… algún día.
Hubo un momento de silencio como si dudase si podría prometerlo o no. Tras eso, susurró:
—Te prometo que intentaré por todos los medio que volvamos a vernos.
Y sin que yo contase con ello, me separó ligeramente, estrechó mi cara entre sus manos y me besó. Fue un beso que mostraba todo lo que nosotros no conseguíamos expresar con palabras: el dolor, el miedo, la tristeza, el anhelo, la desesperación, el amor.  Seguíamos llorando y el beso sabía a salado a causa de nuestras lágrimas. Quería que el tiempo se detuviese y permanecer en ese beso, junto a él, por siempre. Pero terminó de la peor manera posible.
—¡Por Dheam, Katrina! ¡Te has vuelto loca, niña estúpida! —gritó una voz inconfundible desde la otra punta del jardín.
Me separé de Samuel con rapidez y miré al lugar de donde venía la voz aunque ya sabía de sobra quien había gritado. Mi padre nos observaba con el odio y el espanto pintados en la cara y hubo un segundo en el que nadie supo qué hacer. Y luego ocurrió todo a la vez:
—¡Corre, Samuel! ¡Vete! —chillé, mientras veía a mi padre correr hacia nosotros. Samuel se internó en el bosque y yo ni siquiera tuve tiempo de lamentarme por su marcha, porque ya estaba corriendo también hacia mi padre, desesperada por detenerlo. Llegué junto a él y le agarré un brazo, farfullando explicaciones.  Todo ocurría tan rápido que mi cerebro no conseguía asimilarlo; cuando quise darme cuenta estaba tirada en el suelo a causa del brusco empujón que mi padre me había propinado para desprenderse de mí. Me había llevado un buen golpe contra el suelo, pero no sentía dolor. Tenía la extraña sensación de que aquella situación era ajena a mí, como si fuese una simple espectadora y no quien toma las decisiones.
A duras penas me levanté y busqué a mi padre con la mirada, descubriendo, demasiado tarde, que ya se había marchado tras Samuel. Ni siquiera me di tiempo a pensar en lo que pasaría si papá alcanzaba a Samuel antes de que yo le alcanzase a él y, desplegando las alas, eché a volar en su busca, sintiendo como los latidos de mi corazón marcaban el paso de un tiempo que avanzaba en mi contra.  Concentrada en esquivar las ramas de los árboles y en peinar el bosque con la mirada, buscando algún indicio de ángeles, seguí internándome en el bosque hasta que, por fin, distinguí a lo lejos una figura de enormes alas blancas. Suspiré con alivio al pensar que le había alcanzado a tiempo, pero apenas un segundo después se me encogió el corazón al ver, apenas unos metros por delante de mi padre, a otra figura alada más oscura que la primera. Sentí ganas de vomitar. Yo estaba demasiado lejos como para alcanzar a mi padre antes de que él atrapase a Samuel, sobre todo teniendo en cuenta lo débil que se encontraba él joven.
Haciendo de tripas corazón, me obligué a volar más rápido de lo que me creía capaz. Un único pensamiento se había hecho con el control de mi mente: “Tengo que salvar a Samuel”. Poco a poco, fui acortando terreno pero mis músculos empezaban a resentirse por el exceso de ejercicio que les estaba exigiendo. Vi a mi padre alargar el brazo para atrapar el pie de Samuel entre sus manos e imité su táctica. El brazo me pesaba toneladas y cuando conseguí levantarlo lo suficiente descubrí con horror que no alcanzaba a mi padre por un par de centímetros. Me estiré todo lo posible y me di un último y desesperado impulso con las alas. Ya casi estaba…
Y lo alcancé.
En cuanto mis dedos se cerraron alrededor del tobillo de mi padre, hice desaparecer las alas de mi espalda, sin importarme la considerable altura que me separaba del suelo. Mi peso hizo a mi padre caer bruscamente hacia abajo, pero tuvo tiempo de seguir mi ejemplo y aferrarse al pie de Samuel justo antes de hacer desaparecer sus alas como yo había hecho con las mías. Samuel abrió las alas a modo de paracaídas, pero nuestros tres cuerpos eran demasiado pesados para que eso amortiguase realmente la caída. Y así, en cadena, caímos los tres al suelo, recibiendo el duro impacto de la tierra y las piedras.
El golpe me hizo soltar el pie de mi padre y me cortó la respiración durante unos segundos en los que olvidé lo que estaba pasando. Cuando mi mirada volvió a enfocarse, luché por ponerme en pie. Me tambaleé, pero al ver que no era la única que no se había repuesto del todo de la caída me reconfortó ligeramente: Samuel se estaba ayudando de un árbol para ponerse en pie y mi padre trastabillaba al intentar caminar hacia él. Sabía que en aquel momento cada segundo era oro, pero me permití el lujo de echar la cabeza hacia atrás y respirar profundamente para recomponerme por completo, y al hacerlo descubrí que justo sobre mi cabeza se abría un camino directo hacia el cielo en el que todas las ramas se habían roto. Por ahí era por donde habíamos caído. Solo entonces me di cuenta de que tenía la piel llena de pequeños rasguños provocados por las ramas.
Sacudí la cabeza y me obligué a volver a la realidad. Mi padre seguía avanzando hacia un Samuel que conseguía mantenerse en pie a duras penas. Me puse al lado de Samuel, le agarré un brazo para ayudarle a mantener el equilibrio y demostrarle que estaba a su lado y, con una seguridad que ni yo esperaba de mí misma, me enfrenté a la mirada de mi padre. Quería decirle algo, pero mi saturado cerebro no conseguía elaborar ningún argumento decente que lo detuviese.
—Quítate de en medio, Katrina —rugió mi padre.
—No.
—¿Qué?
—No dejaré que le hagas nada, papá —sentencié. Mi voz sonaba ligeramente ronca, como si estuviese afónica, pero no por eso menos firme —. No es un monstruo y no está contra nosotros…
—Te has vuelto loca —me interrumpió —. Es un ángel negro, ¿no lo ves, Katrina? ¿De verdad crees que está del lado que mata a los que son como él?
Fue Samuel el que respondió en está ocasión:
—Estoy del lado que protege a Kat.
Su respuesta produjo una pequeña sonrisa en mis labios y le di un pequeño apretón en el brazo para agradecérselo, pero sin apartar la vista de mi padre.
—¿Y por qué ibas a estarlo? —inquirió él. La réplica de Samuel fue inmediata y concisa:
—Porque la quiero.
—¡Bastardo! —gritó mi padre, lleno de furia. En un abrir y cerrar de ojos, había sacado un saco de cenizas y lo había arrojado en nuestra dirección. Árbol de fuego. Casi reflejamente, me coloqué delante de Samuel y desplegué las alas, intentando cubrirlo todo lo posible con mi cuerpo. Las cenizas cayeron sobre mí, sin provocarme ningún dolor, pero causándome un ataque de tos al respirarlas. Mi padre aprovechó el momento y se lanzó de nuevo a la carga, a por Samuel, apartándome a mí a un lado con un brusco empujón. Tropecé y estuve a punto de caer, pero en el último segundo logré mantener el equilibrio y sostenerme en pie. Parpadeé con violencia y dejé que mis ojos llorasen para limpiarlos de las cenizas que se habían metido en ellos y que me provocaban un ligero escozor, y cuando mi vista se volvió más clara pude ver a mi padre y a Samuel, enredados en una lucha en la que el primero parecía llevar una clara ventaja. Corría hacia ellos, dispuesta a separarlos y ayudar a Samuel (quien no podría aguantar mucho en su situación) cuando algo me embistió y me hizo caer.
—¿Se puede saber qué estás haciendo, Kat? Eres estúpida.
Mi hermano se había lanzado sobre mí y me había inmovilizado en el suelo. Justo cuando creía que las cosas no podrían ir peor…
—¡Suéltame, Isaac! —chillé a modo de súplica. Me retorcí, pero no sirvió de nada: la presión de mi hermano no disminuyó lo más mínimo.
—Ni lo sueñes. ¿Eres consciente de lo que has hecho? —replicó entre dientes, haciendo que su voz sonase como algo parecido a un siseo.
—¡Tú no lo entiendes! ¡Samuel no es una amenaza, no quiere hacerme daño! Estaría dispuesto a colaborar con nosotros si… —callé de repente, porque un grito gutural rasgó el bosque. Me giré justo para ver como mi padre descargaba nuevamente el puño contra la mandíbula de Samuel, a quien tenía inmovilizado de manera parecida a la que mi hermano me tenía a mí, y como él se retorcía inútilmente mientras gruñía. Y, de repente, mi padre dejó de golpearlo unos momentos y empezó a rebuscar en sus bolsillos hasta sacar una especie de piedra verde que no reconocí.
—Peridoto… —murmuró mi hermano, que también había estado contemplando la escena. Advertí una sonrisa siniestra en sus labios y me temí lo peor.
No me equivocaba.
Papá retomó su arremetida contra Samuel y, en cuanto la piedra rozó su piel, el chico chilló. Fue un grito espantoso y alcancé a ver que, junto con el golpe, la piedra le había producido una horrible quemadura en la piel.
—¡Samuel! —su nombre sonó como un coro a su grito — ¡Isaac, suéltame! ¡Papá, para por lo que más quieras! ¡Lo vais a matar!
Como respuesta a mis desesperadas súplicas lo único que obtuve fue un ronroneo por parte de mi hermano:
—Es esa es la idea.
Entonces la presión que mi hermano ejercía sobre mí desapareció. Confusa, miré a los lados para descubrir que era lo que había conseguido liberarme y vi la figura de mi hermano rodar por la hierba junto con otra silueta más pequeña: Cassie. Ella lo había embestido para apartarlo de mí y ahora giraban por el suelo, hasta que chocaron con un árbol. Pero ¿qué hacía ella allí? Pensándolo bien, ¿qué hacían todos ellos allí tan pronto? Me obligué a posponer ese pensamiento y lanzarme a ayudar a Samuel. Imitando a Cassie, arroyé a mi padre, pero con cuidado de no caer con él y, aprovechando el momento, ayudé a Samuel a ponerse en pie. Sentí el impulso de decirle que huyese, pero viendo como se encontraba, dudaba que llegase muy lejos sin ayuda.
Le agarré y eché a correr, bosque adentro, por senderos que me conocía de sobra gracias a mis habituales paseos por esa zona. El efecto del peridoto desapareció con rapidez, como pude ver, y supuse que solo le afectaría si tenía contacto directo con él. Aún así, estaba demasiado débil como para huir de mi familia y todos éramos perfectamente conscientes, así que busqué una pequeña colina que tenía un saliente en cual solía ocultarme cuando salía al bosque y no quería ser encontrada. Con los gritos de mi padre de fondo, acabamos por encontrarla.
—Quédate aquí… yo iré a hablar con él —susurré a Samuel, mientras me aseguraba de que quedase bien cubierto por el saliente.
Sin embargo, un grito estridente proveniente del camino por el que habíamos venido me hizo cambiar de opinión y sentarme bajo el saliente, al lado de Samuel:
—¡Katrina! ¡Ven aquí, niña estúpida y traidora! ¡Te mataré a ti y a tu amiguito!
Sabía que se estaba marcando un farol y que no tenía ni el más remoto interés en matarme (aunque eso no pudiese aplicarse a Samuel), pero también me bastó para ver que no razonaría por mucho que hablase con él.
—Oye… Kat… —jadeó Samuel, agarrándome la mano —. Basta con que los entretengas. Yo me iré por el otro lado.
Negué efusivamente con la cabeza.
—Ni hablar. ¿Tú ves como estás? No aguantarías vivo ni medio día tú solo —repliqué.
—¿Y cuál es la otra opción, Kat? ¿Qué me quede aquí y deje que me maten?
—Que me lleves contigo.
La respuesta salió de mí tan rápida como un rayo y Samuel parpadeó un par de veces, con la boca abierta como para reprochar, pero sin llegar a decir nada. Tras un rato, consiguió murmurar:
—Estás bromeando.
—¡Claro que no bromeo, Samuel! —empezaba a ponerme de los nervios que estuviese derrochando un preciadísimo tiempo en poner en duda mi palabra mientras que mi padre nos buscaba. Ese pensamiento hizo que me encogiese un poco más en mi escondite —. Te lo digo completamente en serio.
—¿Y crees que el hecho de que un ángel como tú vaya por ahí con un… con alguien como yo no causará revuelo? Nos traerá problemas.
—Eso también tiene una fácil solución —insinué, levantando las cejas y mirándole fijamente a los ojos. Parte de mí sentía cierto recelo ante esa idea, pero se había apoderado de mí con una convicción inusitada. Samuel tardó un par de segundos en comprender a que me refería.
—¡Ni lo pienses! —exclamó al caer en la cuenta.
—¿Por qué?
—Ya te lo he dicho, Kat. Lo pierdes todo —sus ojos verdes me escrutaron a fondo, con un brillo solemne en la mirada. Aún así, no permití que me intimidase.
—¡Por favor! —bufé—. ¿Acaso no ves la situación en la que estoy? ¡Mi familia está dispuesta a matarme! No tengo nada que perder, Samuel.
—¡Claro que tienes, Kat! —su voz sonaba claramente contenida, porque podía gritar para no descubrir nuestro escondite —. Puede que no te importe dejar de lado a tu padre y a tu hermano, pero ¿qué hay del resto de tu vida? ¿De tu madre? ¿De tus amigos? Si te conviertes… los perderás.
Por primera vez, dudé. La saliva parecía más espesa de lo habitual cuando la tragaba y mis manos temblaban, pero nada me impidió decir con firmeza:
—Y si no lo hago te perderé a ti.
—¿Y el precio compensa, Kat?
Era obvio que esperaba una negación por respuesta, pero antes incluso de que yo me diese cuenta, respondí:
—Sí que compensa. Cualquier precio está bien si pudo estar contigo.
No se me pasó por alto que se obligó a contener una sonrisa.
—Esto es ridículo.
—¡Sé de sobra que es ridículo! Hace unas horas tú estabas encerrado en mi sótano y yo ni siquiera sabía si confiaba en ti lo suficiente como para ayudarte a escapar. Pero ahora lo tengo claro, Samuel. No sé cómo ni por qué, pero te quiero y confío en ti mucho más de lo que puedes imaginar y de lo que yo misma creía. Y por eso quiero ir contigo, Samuel. Porque hay algo dentro de mí que me dice que es lo correcto —le miré, esperando a que dijese algo, pero permaneció en silencio, escuchándome con los ojos muy abiertos. En un susurro, añadí —: Vamos a irnos de aquí. Y vamos a hacerlo juntos.
Le tendí la mano y él la miró dubitativo. Sabía de sobra que si me la estrechaba no solo estaba accediendo a marcharse de allí, sino que además tendría que aceptar mis condiciones. Escuché a lo lejos un grito de mi padre y me impacienté.
—¿Juntos? —repetí.
—Juntos —aceptó, estrechándome la mano.
Sonreí e inspiré con fuerza. Estaba a punto de dar uno de los pasos más importantes de mi vida, un paso irreversible del que esperaba no arrepentirme en el futuro. Y, cuando la mirada esmeralda de Samuel se posó en la mía zafiro, supe que no me arrepentiría. Quería estar con él.
—¿Estás completamente segura de que quieres hacerlo? —insistió.
Asentí efusivamente con la cabeza al tiempo que preguntaba:
—¿Qué tengo que hacer?
—Nada… —respondió. Pude apreciar que él también temblaba —. Es una fluctuación de energía. Simplemente, deja a la energía entrar.
Asentí mientras miraba a Samuel estrechar mis dos manos entre las suyas. Un sudor frío me resbalaba por la espalda y tenía un nudo firmemente instalado en mi garganta, pero también podía sentir un agradable cosquilleo en la punta de los dedos; una extraña combinación entre miedo y excitación.
Samuel cerró los ojos y frunció el ceño. Su frente estaba perlada de sudor y me imaginé que estaría tan nervioso como yo. No era difícil ver que se estaba esforzando, pero yo no sentía ningún cambio. Finalmente, abrió los ojos.
—Kat, haz el favor de dejar entrar la energía.
—No sé cómo se hace, Samuel —me excusé, sintiéndome culpable. El tiempo era oro.
—Simplemente, no pienses en nada —explicó, con una sonrisa alentadora.
—No es tan fácil —refunfuñé. Una sonrisa pícara se dibujó en sus labios.
—Una vez —rememoró, acercando mucho su cara a la mía —, me dijiste que cuando me tenías así de cerca te resultaba más complicado pensar.
Tenía razón. Nuestros alientos se entremezclaban y mis pensamientos se empañaban cada vez más. Sin más dilación, me lancé a sus labios y no pensé en nada más que en él.
Y entonces lo sentí.
De sus labios, de sus manos y de cada centímetro de su piel que entraba en contacto con la mía, surgió una corriente de energía que me llenó por dentro. Entraba con rapidez y podía sentirla corriendo por mis venas, deslizándose suavemente por mi interior, arroyándome, como una ducha de calidez. Y me gustaba.
Ahogando un gemido, dejé que mis alas se desplegaran de nuevo. Ya no me importaba quien pudiese verlas, porque en ese momento, para mí no existía nada fuera de esa exquisita sensación que me recorría el cuerpo. Mis sentidos estallaban de júbilo al recibir a aquella sacudida de energía… suave, cálida, dulce. Poco a poco (y muy a mi disgusto) esa llama fue apagándose y, cuando expiró y volví a la realidad, me aparté con suavidad de Samuel.
Estaba confusa, no podía ver con claridad lo que acababa de pasar, lo único que podía asegurar era que había sido grandioso. Y la mirada de Samuel no hizo más que confirmármelo, porque me observaba con la boca entreabierta, el labio inferior temblando, y con suma admiración en la mirada. Jadeaba y parecía cansado, pero estaba demasiado absorto contemplándome como para mostrar incomodidad por ello. Permaneció un par de segundos en ese trance y, cuando por fin alcanzó a salir de él, todo lo que consiguió fue murmurar:
—Es… increíble.
Y entonces comprendí a qué se refería. Giré la cabeza y, extendidas tras de mí, vi un par de enromes alas de brillantes plumas… negras. Más negras que la más oscuras de las noches, elegantes e intimidantes. Y eran mis alas. Yo misma me quedé embelesada al contemplarlas y una candente sensación de poder me llenó por dentro.
Una voz conocida rompió el hechizo.
—¡Allí, papá! ¡Tras aquellas rocas hay unas alas negras!
Medio sonreí al escuchar a Isaac. No me agradaba la idea de tener una nueva lucha con ellos, pero por otro lado me sentía deseosa de mostrarles lo que era ahora. Me puse tensa y vi que Samuel también se ponía en tensión a mi lado.
Las pisadas de mi padre y mi hermano se escuchaban cada vez más cerca y, finalmente, llegaron al lugar en el que nos encontrábamos. Al verme, ambos ahogaron un grito.
—No es posible —gruñó Isaac, apretando tanto los puños que los nudillos se le volvieron blancos.
—¿Cómo has podido, Katrina? ¡Traidora! ¡Te has puesto de su lado! —me recriminó mi padre entre gritos.
—¿Qué lado, papá? ¿No lo ves? Yo soy el lado. Yo soy vuestro lado, no puedo ponerme de otro —expliqué entre dientes, intentando mantener la calma. Pero era difícil. Muy difícil. El instinto se abría paso desde lo más profundo de mí y mi familia era su objetivo. Intenté reprimirlo, pero era como intentar detener una estampida.
A juzgar por la vena de la sien de mi padre, que se hinchaba por momentos, supuse que estaría pasando por una situación parecida.
Ambos estallamos a un tiempo.
Como si un silbato hubiese dado la salida, nos lanzamos el uno contra el otro, él ya con las alas desplegadas, y empezamos una lucha en la que todo valía. No estábamos luchando padre contra hija, era puramente el instinto de uno contra el instinto de otro. Me sentía especialmente fuerte y, aunque la lucha estaba igualada y recibí unos cuantos golpes serios, no tardé en descargar unos golpes en el lugar adecuado y mi padre cayó al suelo; no inconsciente, pero sí muy desorientado y con la nariz sangrando. Ni siquiera a día de hoy sé cómo lo logré, porque puedo asegurar que la persona que luchó contra mi padre no era yo. Era un ser mucho más primitivo que se había apoderado de mi cuerpo. Y, esta vez, el instinto no me asustaba.
Al girarme vi a Samuel, que a pesar de su debilidad estaba bastante igualado con Isaac, y, al otro lado, a una figura pelirroja que me observaba llevándose las manos a la boca.
—¿Kat? —susurró.
Corrí a su lado y le agarré una mano, al tiempo que le daba unas instrucciones muy concisas:
—Cassie, Samuel y yo tenemos que marcharnos cuanto antes. Necesitamos tu ayuda. Si pudieses entretenerlos solo un minuto…
—Lo haré —sus ojos se habían vuelto repentinamente vidriosos y le tembló la voz al decir —: Buena suerte, Kat. Te echaré mucho de menos.
—Y yo a ti.
La abracé con fuerza, con mucha fuerza para compensar la brevedad del gesto y cuando me separé lo hice con el corazón roto al pensar que, probablemente, sería el último abrazo que le diese a mi amiga.
Mi padre todavía no había conseguido levantarse e Isaac mostraba claras muestras de cansancio. Así que cuando Cassie tiró de su pierna, cayó al suelo con facilidad.
Intentando retener los lloros en mi garganta, lancé una última mirada de agradecimiento a Cassie y agarré a Samuel del brazo para irnos de allí.
Y, junto a él, le di la espalda a mi familia.
Le di la espalda al bosque en el que tanto tiempo había pasado.
Le di la espalda a mi casa.
Le di la espalda a mi vida.
Le di la espalda a todo.
Y, a pesar de las lágrimas que caían por mis mejillas, levanté la cara y le sonreí al futuro que tendría por delante junto a Samuel.

6 comentarios:

  1. Te voté a todas las reacciones, porque... FUE GRANDIOSO :D ¡Quiero más!
    Samuel no podía ser malo...

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  2. Yo creo que Kat se ha precipitado demasiado.. y si tan malo era convertirse y Samuel la quería, no hubiera permitido eso aun suplicando todo el rato.. no sé.. (pero te hablo desde mi más profundo anti-romanticismo, eh? jeje)

    Ahora a esperar que le deparará en el futuro.

    Pero ha sido una primera parte de la historia muy buena, llena de todo un poco. Esperaré con ansia el epílogo y lo que pretendes hacer después. =)

    Sigue así Laura, cada vez lo haces mejor.

    un besooooo

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  3. Ole ole y ole!!!! Queria decir que soy una amiga de Laura y por eso a veces dejo comentarios en gallego que muchas no entendeis,pero ahora voy a ponerlos en castellano para todas :) A mi me encanta la historia y laura es super genial jajaja ademas de escribir genial. La historia me encanta y esta super bien redactada. Es que me la como!!! jajajaja Love you Lau!!! Jajaja Ah,y Samuel es genial y supr cuqui,Kat tendria que haber confiado en él desde el principio aunque le mintiera un poco (bastante jajaja) con lo de que era un angel negro

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    1. Ah y no me gusta mucho esta letra de los comentarios... Es rara y a veces no entiendo algunas palabras porque se juntan mucho las letras

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  4. Completa y absolutamente IMPRESIONANTE. No me esperaba en absoluto esa decisión de Kat, me ha pillado completamente por sorpresa y no puedo esperar para saber cómo le irá a partir de ahora. Las cosas se le han complicado un poco :S
    Enhorabuena por este genial capítulo. Espero impaciente por el segundo ;)
    PD: ¿Cuántas partes tendrá la historia? :D

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  5. Te he nominado en mi blog keepcalmjustread.blogspot.com.es

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